CAPITULO II

Unas horas más tarde, el tipo de los cabellos entrecanos también estaba sacudiendo los hombros acompasadamente, las manos sobre el rostro,

Al apartar las manos se le vieron resbalar lágrimas por los pómulos.

Pero se estaba riendo. Eran lágrimas de hilaridad.

Se partía de risa y se tomó de los riñones. Se balanceó adelante y atrás en la silla.

Sanky y Carrill lo corearon con grandes carcajadas.

—¡Muy bueno, Wander! ¡Muy bueno! ¡Todos creyeron que eras el padre...!

Sanky se interrumpió porque un aluvión de carcajadas de sus compañeros le obligó a hacer coro.

El hombrón, llamado Wander, volvió a sacudir los hombros muerto de risa.

—¡Los hice llorar, muchachos! ¿Se dan cuenta? ¡Todos aquellos papanatas de Palmer City, incluyendo al sheriff, lloraban! ¿No es tremendo, muchachos? ¡Lloraban!

Sanky, Carrill y el tipejo, aprendiz de forajido, llamado Bobby, reían a más y mejor apuntando con sus dedos al hombrón Wander.

Durante mucho rato, aquel rincón del local de bebidas de Pontiac Creek atronó con las risotadas de los cuatro hombres.

El jovencito codeó a Sanky, que estaba más cerca,

—Lo mejor del caso es que la intervención de Wander fue casual. Vosotros teníais la cuerda al cuello y se presentó la combinación como hecha de encargo.

El fornido Wander controló sus manifestaciones de buen humor. Miró a Sanky y a Carrill.

—Ya podéis dar gracias a que me encontraba de paso por Palmer City, muchachos.

—Ujú —asintió Sanky—. Eso lo redondeó, Wander.

—Ya lo podéis decir, muchachos. Aquel sheriff no se habría dejado amilanar sólo porque Bobby había atrapado a la maestra como rehén.

—El golpe se produjo con la aparición de Wander como padre de la criatura.

El mencionado cabeceaba lleno de euforia.

—Se me ocurrió cuando me encontré a Bobby y me puso al corriente del atolladero en que os encontrabais. Cuando me habló de que tenía una chica como rehén, me dijo: “Wander, a ver si eres tan buen actor como en otros tiempos”.

—¡Y lo conseguiste, muchacho! —adujo Sanky riendo.

—Lo conseguí porque siempre me gusta reírme de las autoridades y echar un cabo a los amigos.

Sanky se pasó la manaza por la cara.

—¿Sabes, Wander?

—¿Qué, muchacho?

—Si tuviéramos algo con qué pagarte, lo haríamos muy a gusto.

Wander sacudió la cabeza.

—Vamos, vamos, muchachos. En un tiempo andábamos juntos. Siempre fuimos buenos amigos. Ahora yo estoy en la cumbre. Me toca a mí ayudaros.

—De veras que te querríamos hacer un regalo. Pero estamos en el mundo por la cara.

—Van mal las cosas, ¿eh?

—Tenemos la suerte de espaldas desde que nos detuvieron la última vez. El sheriff de Palmer City se quedó con toda nuestra plata. Trescientos dólares que nos habían sobrado del último asalto.

Wander gruñó despuntando un puro.

—Bueno, veo que además de sacaros la cuerda del cuello, tendré que pasaros un poco de efectivo.

Sanky se incorporó a medias.

—¡Wander! ¡Muchacho!

—¿Qué te ha dado?

—¡Tú eres nuestro padre!

—Ese nombre habíais de darme. Pero sólo soy un amigo. ¿Entendido? Un tipo que anduvo hace tiempo con vosotros. Os daré cien dólares para aplacar vuestras penas...

No pudo acabar porque los tres hombres que tenía delante prorrumpieron en gritos de alegría.

Sanky lo palmeaba en un hombro, Bobby en otro, y Carrill le enviaba besos al aire desde el otro lado de la mesa.

Wander aceptaba las gracias simulando enfado.

—Bueno, acabaréis por hacerme llorar.

—¡Eres el tipo más grande que hemos conocido! —exclamó Sanky.

—¡Un pedazo de pan! —agregó Carrill.

—Un padre —dijo Bobby, francamente emocionado—. Nunca conocí hombres de esta pasta.

—Idos al infierno —masculló Wander—. No me gusta que me jaleen tanto.

Los tres forajidos rompieron a reír.

Wander extrajo un fajo de billetes y los tres se atragantaron en la risa.

Sanky apuntó el fajo con un dedo tembloroso.

—¡Dios mío! ¡Si parece del bueno!

—Y lo es, gaznápiro. Aquí tenéis los cien.

Los tres facinerosos vieron caer los billetes sobre la mesa, pero luego siguieron con la vista el fajo que Wander guardaba y que habría bastado para atragantar a un tiburón.

Wander se echó atrás en la silla y sacó un grueso cigarro del bolsillo.

—Las cosas no me han ido mal en estos últimos tiempos, hijos.

Nadie rechistaba.

Wander pegaba fuego ahora al puro. Lo hacía con personalidad.

Lanzó una bocanada y, mientras mantenía la maravilla de habano con la izquierda, se colocó la mano derecha dentro del chaleco, al estilo napoleónico.

—Sí, muchachos. En esta vida me ha tocado hacer muchas cosas para conseguir ser algo. Despuntar en la sociedad. ¿Sabéis cómo empecé? Bueno, vosotros erais chicos entonces. Primero, tuve que degollar a un viejo bastardo que me tenía esclavizado en su rancho y me largué con su dinero. Así empecé. Luego, invertí el dinero en una timba ambulante. Gané el doble porque me cargué al socio cuando intentaba marcharse con la recaudación. Después... Bueno, después hice muchas cosillas que serían largas de contar. Vosotros ya conocéis una etapa de mi vida.

—Cuando nos empleaste para aquel negociejo, hace un par de años, Wander —dijo Sanky, quien le hablaba con tono respetuoso.

—Hace dos años, muchachos. Sí. Pero desde entonces he trepado mucho hacia la cumbre.

—Ya se te ve, Wander —dijo Sanky—. Llevas ropas de ricachón, un par de diamantes y debes tener un criadero de hojas de lechuga en el sobaco. Infiernos...

Wander rió reposadamente.

—Os repito que hay que pasar por muchas experiencias en esta vida para llegar a convertirse en un caballero. A veces, también tuve que hacer trabajos denigrantes. Hice de empleado, de dependiente, de actor, de pasante... Bueno, todo sirve. Y si no ya veis cómo ha resultado saber moverse en las tablas. Pasé por el padre de aquella maestra, aunque nadie lo conocía.

—Eres enorme, Wander.

—Todavía no lo digas. Espera a que os ponga al corriente de quién es Wander L. Caution.

—Nosotros sabemos quién eres tú. El gran Wander.

—Ese es mi nombre en muchos puntos del país. Soy un tipo como hay pocos. Una personalidad. Un tipo colocado en el pináculo, hijos.

Todos se miraron maravillados.

Sanky cerró un ojo.

—Apuesto a que eso de pináculo es una especie de espectáculo de fulanas de calidad del que eres empresario único. ¿Eh, Wander?

Este sacudió la poderosa cabeza mientras emitía una bronca risita.

—La verdad es que toco muchos pitos, muchachos. No puedo contar los negocios con los dedos de las manos y los pies.

Sanky hizo una mueca.

—¿Os dais cuenta, chicos? El se encuentra arriba y nosotros en la escoria. ¿No hay injusticias en este perro mundo?

Wander reía a más y mejor.

—Dejad aparte la envidia, hijos.

—Tenemos ampollas en la piel de tanta que nos das.

—Bueno, ya tenéis cien pavos para empezar una nueva vida.

Sanky miró a sus compinches y se rasgó el peludo mentón.

—¿No habría alguna cosilla para nosotros? En fin, ya sabes, algo para empezar. Los chicos y yo estamos cansados de pegar tumbos por el mundo. A veces, asquea el trabajo de pistola y más pistola.

Wander los miró de uno en uno.

—Dejadme pensar, muchachos. Dejadme. El caso es que tenéis madera.

—Tú ya sabes que valemos. No somos unos tarugos.

Wander se pellizcaba ahora el labio inferior, teniendo el entrecejo arrugado.

—Tengo un negociejo de marihuana... No. Ahí no encajáis.

—Sigue pensando —se inclinó Sanky, guiñando un ojo a sus dos compinches.

—También necesito unos representantes en mis agencias de trata de blancas. Infiernos, tampoco dais el peso. Estaríais muy distraídos con la mercancía.

Los forajidos rieron dándose codazos, pero se silenciaron para no interrumpir el curso de los pensamientos de Wander.

Este abrió los ojos de par en par y chascó los dedos.

—¡Que me ahorquen! ¡Lo tengo!

Los tres amigos se abocaron hacia él.

—¿Sí? —dijeron a coro.

Wander tenía ahora una expresión de triunfo. Los apuntó con el cigarro y se echó a reír.

—Vaya que dais la medida, hijos. ¡Precisamente vosotros sois los tipos que me hacen falta para el negocio de Nuevo México!

—¿Nuevo México? —torció la cara Sanky—. Eh, allí tenemos unas cuentecillas pendientes con dos sheriffs de los buenos. Por Albuquerque.

Wander ladeó la cabeza cada vez más entusiasmado.

El trabajo que tengo a remojo está muy al Oeste.

Los tres forajidos se movían desazonados.

—Dilo de una vez, Wander —instó Sanky.

Wander se echó atrás en el asiento y los contempló, como si acabara de descubrir tres pepitas de oro en forma de adoquín.

Gruñó, asintiendo a sus propios pensamientos y, finalmente, se colocó el cigarro entre los dientes y puso los pulgares en las sisas del lujoso chaleco.

—Vosotros también sois buenos actores.

—¿Algún trabajo de circo, Wander? —intervino Tim Carrill boquiabierto.

—Frío —dijo éste, divertido.

Sanky gimió impaciente.

—Infiernos, ¿quieres decirlo de una vez, muchacho?

Wander entornó los ojos.

—Vais a representar el papel de bastardos.

Los tres bandidos se quedaron estupefactos.

Sanky rompió a reír, todavía atónito.

—Canastos, es bueno el chiste, Wander.

—Estoy hablando en serio. Vais a ser tres bastardos.

Los muchachos se miraron perplejos.

Tim Carrill intervino con un carraspeo.

—¿Quieres decir bastardos, en el buen sentido de la palabra?

—Ya rascas cerca, pillastre —guiñó Wander un ojo.

—Oye —dijo Sanky—. Eso de bastardos me parece un insulto.

—Vosotros seréis tres hermanos.

—Tres hermanos bastardos —Sanky miró a sus dos compañeros y rió—. ¿Oís lo mismo que yo?

El del plan atajó los comentarios con un gesto rotundo.

—Escuchadme, hijos míos.

Los tres individuos se inclinaron hacia él, las orejas abiertas de par en par.

Wander juntó las espesas cejas.

—En el Oeste de Nuevo México se ubica el Valle del Barro. ¿Habéis oído hablar de él?

—¿No es allí donde se levantan torres y más torres de pozos petrolíferos?

—Sí, Sanky.

—¡Demonios! ¡Petróleo a la vista! ¿Qué os parece, hermanos?

Todos rieron.

Wander alzó la mano para imponer silencio.

—Una de las mejores explotaciones pertenece a un viejo granuja que ha estado ausente más de veinte años.

—Un ricachón, ¿eh?

—Es un aventurero que ha pasado más hambre que un latino.

—¿Cómo se explica eso, Wander? —alzó Sanky las cejas—.¿Un propietario de pozos de petróleo, viviendo por la cara?

—Al viejo Mallory le dio por largarse al Canadá en busca de oro. De eso hace veintitantos años.

Todos estaban expectantes.

Wander continuó:

—Mallory llegó al Valle del Barro en el año cuarenta y cinco. Pero iba en busca de oro. Era lo suyo. De repente, allí brotó petróleo. Era en poca cantidad. Sin embargo, éste denunció la posesión de un terreno libre en la creencia de que allí había oro del bueno.

—Apuesto a que quedó en ridículo.

—Sí, Sanky. El viejo apenas hizo caso del barro negruzco que salía por algunos agujeros. La verdad es que los primeros que hicieron perforaciones tuvieron poca suerte. Por eso, Mallory siguió con la suya y, cuando no encontró el oro que deseaba, dejó en manos de un amigo las riendas del pequeño pozo que segregaba un pequeño chorro.

—Pero el viejo siguió con su manía del oro, ¿eh?

—Sí, Sanky, Mallory tenía entre ceja y ceja que en algún lugar del mundo estaba su filón esperando y, de la noche a la mañana, alguien anunció que en el Canadá habían tropezado con estupendos filones.

—Y se largó allá.

—Exacto, Sanky. A su amigo le dejó dicho que mandaría el dinero necesario para proseguir las perforaciones. Claro, cuando obtuviera oro canadiense.

—¿No es para morirse de risa, muchachos? Un viejales encuentra indicios de petróleo, pero se larga al Canadá a por oro problemático.

—La verdad es que no se obtuvieron en grandes resultados en el Valle del Barro. Muchos propietarios de pozos abandonaron, después de trabajar cierto tiempo. Por eso ofrecía esperanzas a Mallory el asunto y pensó en largarse al Norte para traer la fortuna necesaria y perforar en serio.

Cuando Wander abría la boca para proseguir, aparecieron cuatro chicas del saloon y rodearon la mesa.

La más frescachona de ellas, una rubia de grandes caderas, puso los brazos en jarras y dio un cachete a Wander.

—¿Qué es eso, camaradas? Los hombres aquí juntitos y todas nosotras muriéndonos de asco. ¿Está decente eso?

Las cuatro mujeres recibieron miradas de ponderación.

Wander sacudió una palmada a la fresca y entre los dedos hizo aparecer un billete de graduación respetable.

—Hala, preparad algo para beber que en un momento estaremos arriba con ustedes.

—¡Cincuenta dólares! —gritó la rubia—. ¡Qué sueño de hombre!

Luego, batió palmas y se retiró con las otras.

Wander sacudió la ceniza del puro y se adjudicó a la descarada.

—A ésa ya la enseñaré a ser más modosita. ¿Por dónde íbamos, muchachos?

Sanky quedó de acuerdo, con un par de guiños, con la mestiza de busto superdesarrollado y miró a Wander.

—Ibas por el momento en que Mallory se largó a Canadá. ¿Qué pasó después?

—Este no volvió al Valle del Barro.

—Pero el amigo que dejó al frente prosperó.

—Sí, muchachos. Hizo prosperar la explotación. Levantó muchas torres y extrajo miles de dólares del Valle del Barro.

—Y el viejo en la inopia, ¿eh?

—Más o menos, Sanky. Mallory propuso el regreso a nuestro país seguramente porque seguía terco, como una mula en encontrar oro allá arriba. Nadie supo en qué punto del Canadá se encontraba. El tiempo fue pasando y el amigo de Mallory murió. Entonces se hizo cargo de la explotación una especie de administración. Eran dos sujetos que manejaban el negocio y justificaban los ingresos que obtenían mejorando, aparentemente, los pozos y las instalaciones.

—Pero, en el fondo, ellos eran quiénes hacían el agosto, ¿eh, Wander?

—Veo que no eres un tarugo, Sanky. Eso era lo que hacían esos tipos. Por eso los tuvimos que sustituir.

—¿“Tuvimos”? —saltó el pequeñajo Tim Carrill—. Eso quiere decir que ahí entrabas tú en el asuntejo.

—Ya eres avispado, pequeño. Sí, muchachos. Un grupo de magnates pusimos en orden las cuentas, nombramos un administrador y la cosa empezó a marchar en debida forma.

—El bastardo del nuevo administrador ya estará chupando del bote —guiñó Sanky un ojo.

Wander se echó atrás en la silla.

—Yo soy el administrador.

Todos respingaron.

Carrill movió su cuerpo en la silla y fue el primero en recuperar el habla.

—Mi madre... ¿Tú?

—Sí, hijos. Me nombraron para aquel menester y, desde entonces, llevo las cosas como se deben llevar.

Los tres forajidos se miraron y rompieron a reír, muy entusiasmados.

—¡Eso es grande! —exclamó Sanky—. ¿Dónde entramos nosotros en el juego de los bastardos?

—Ahora os lo explico de corrida, Sanky. —Wander masculló un juramento al notar mal sabor en el puro y lo arrojó a una salivadera—. El viejo Mallory acusa el paso de los años y ya se ha convertido en un vejete blando. De repente, le da por comunicarse con su amigo el del Valle del Barro. Pero se entera de que ha muerto y de que, en su lugar, hay una empresa de primer orden.

—Y el viejo granuja pierde los calcetines para regresar corriendo.

—Eso hace el granujón, muchachos.

—Y cuando Mallory se haga cargo de la explotación, adiós a la ubre, ¿eh, Wander?

—Representa un veinte por ciento de mis ingresos, muchachos. Conque ya veréis si tengo interés o no en que el viejo no disfrute mucho de su petróleo, que nunca sudó.

—¿Por qué no mandas que lo pasaporten?

—Sanky —suspiró el preguntado—. Tienes el defecto de pensar como un pistolero. Para trabajar conmigo tendrás que razonar como yo.

—No entiendo.

—Verás, Sanky. Si yo mandara matar al viejo, jamás podría llegar a mis manos la explotación petrolífera. Pero tengo un truco fenomenal.

—Me huele que aquí entra el juego de los bastardos.

Wander le dio un pescozón, mientras sonreía.

—Tienes idea, gandul. Diste en el clavo. Cuando yo me olí que Mallory llegaría pronto, le contesté a una de sus cartas diciéndole que le preparaba una sorpresa. Todavía no tenía nada pensado. Pero algo me impulsaba a decirle eso para trabajar de prisa. De pronto di con la solución. Pensé en inventarle tres hijos.

—Ya nos estás dejando asombrados otra vez.

—Calla, y escucha, Sanky. Mallory me indicó, en una de sus cartas, que le buscara a un posible hijo habido con una tal Dolores, de nacionalidad mexicana. Por lo que os podéis imaginar, yo encendí un puro con la carta.

—Sigue, Wander.

—Pero allí estuvo el germen de la idea. Trabajé y trabajé de modo que conseguí unos certificados del juez Sullivan. El juez, que tiene que agradecerme muchas cosillas, los extendió sin rechistar. Tengo tres documentos que aseguran que, otros tantos tipos, son hijos de otras tantas mujeres que tuvieron amoríos con Mallory hace veintitantos años. Este me comunicó sus sospechas de que debía andar, no menos de un chico suyo, por el mundo. Y me hizo el encargo de que los buscara para compartir con ellos sus posesiones petrolíferas y deshacer, de ese modo, errores de juventud.

—Demonios, hablas como un reverendo que me ocultó en la sacristía bajo la amenaza de mi revólver —resopló Sanky.

—Al grano, muchachos —Wander se repantigó en la silla—. Mallory está a punto de acudir al Valle del Barro. Entretanto, le mandaré un telegrama a Iowa, por donde acampa en estos momentos, y le comunicaré la triple alegría de que he encontrado a sus tres hijos del alma, ¿No es buen asuntejo?

Los tres forajidos rieron con ganas.

—¡Y nos has elegido a nosotros! ¡Eres grande!

—La verdad es que me había ocupado demasiado de los tres documentos, porque eran lo principal. Ahora ya tenía que tener a los tres hombres. Tres hijos que hereden a Mallory cuando muera.

—¡Aquí tienes a tres bastardos! —rió Sanky.

—Y lo sois —guiñó Warner un ojo—. Ahora, descansaremos en esta ciudad y saldremos en el tren de la noche. Tengo que asearos, quitar de encima de vosotros esa capa de tipos duros, y convertiros en tres muchachos dignos del amor de su padre.

Las risas atronaban otra vez.

Por fin, Tim Carrill se puso en pie y encaminóse hacia la mujer de mucha alzada que le había tocado en el sorteo de las cuatro.

—Ya nos pondrás al corriente por el camino, Wander.

—Sí, muchachos. Tim tiene razón. Las chicas ya tienen todo preparado, las botellas, los vasos, las...

—¿Cómo es nuestro papá? —interrumpió Sanky juntando las manazas.

Wander explicó, mientras acudían hacia las muchachas:

—No lo conozco personalmente, Sanky. Pero imagínate a un vejete de sesenta años, ojillos ratoniles, cara granujienta y oliendo a whisky. Ese es tu padre.

—Nuestro padre eres tú por meternos en un asado tan sabroso.

Sanky se interrumpió haciendo intento de abrazar al magnate, pero en el camino lo pensó mejor y atrapó entre sus manazas a la pelirroja que había sobrado del reparto.

A pesar de ello, el cambio merecía la pena.