CAPITULO X

—Se me ocurre una gran idea —dijo Bobby.

Sanky y Tim lo miraron.

—¿A ti una idea? —rió Sanky—. Debe ser muy graciosa.

—Nosotros somos los tres hijos de perra de Scott Mallory.

—Debería romperte la cara, Bobby —repuso Sanky—. Sólo somos bastardos y, cuando el padre de uno es millonario, eso se perdona siempre.

—Está bien, Sanky, acepto tu corrección.

—No admito que me hables en broma. Ahora no estás con Wander. Deja ya las palabrejas.

—Me he aficionado a ser altisonante.

Sanky cerró el puño y fue a lanzarse sobre Bobby, pero éste puso una silla por medio.

—Perdona, Sanky, es que no lo puedo remediar... Deja que te hable de mi idea.

—Dila pronto, aunque sería mejor que te callases.

—Wander nos contrató para hacer este papel y se lo hemos bordado. Somos los auténticos hijos de Scott Mallory. El viejo está con nosotros a partir un piñón... ¿Para qué nos contrató Wander?

—Para que liquidásemos al viejo. Hasta ahora no has hecho otra cosa que repetir lo que ya sabemos, Bobby. ¿Cuál es la idea?

—Matar a Wander L. Caution.

—¿Eh?

—Si lo matamos a él, continuaremos siendo los hijos de Scott hasta los restos. Y si le da algo al viejo, lo heredaremos y seremos los dueños de los pozos petrolíferos.

Sanky y Tim Carrill habían abierto tanto la boca que enseñaban la campanilla.

—Demonios —exclamó Tim—. ¿Has oído eso, Sanky?

—Sí, lo he oído.

—¿Y qué te parece?

—Nunca había imaginado que “eso” pudiese pensar —señaló a Bobby.

El aludido sonrió satisfecho.

—Conocí a una maestra en Caperville y ella me dijo que algún día llegaría a ser algo.

—Ya has llegado, Bobby —repuso Sanky sonriente—. Es la cosa más estupenda que he oído... Cargarnos a Wander.

Tim Carrill sacó el revólver.

—Bueno, muchachos —dijo—. Las cosas en caliente.

Sanky desenfundó, lo mismo que Bobby, y los tres se pusieron a examinar sus armas para comprobar que estaban listas.

En ese momento entró Scott Mallory en la estancia.

—Hijos míos... —exclamó—. ¿Qué estáis haciendo?

—Hola, papi —le saludó Bobby con el “Colt”—. Vamos a despachar a...

—A un pato —dijo rápidamente Sanky.

—¿Vais a cazar patos...? Estupendo... Yo os acompañaré. Es mi afición favorita.

—Bravo, papi —dijo Bobby—. Nos ayudarás a enterrarlo.

—Pero, Bobby —sonrió Mallory— Los patos que se cazan no se entierran...

Sanky carraspeó fuertemente.

—Bobby no se refería a los patos que podamos tumbar, padre. Ya sabe, hay cierta clase de aves que son comestibles. Bobby no está muy bien de la vista y, cada vez que salimos a cazar patos, mata algo raro. Una vez tumbó una vaca...

Scott sacudió la cabeza.

—Eres cegato como tu madre, Bobby.

—¿Eh?

—Sí, hijo. Tu madre jamás me conocía cuando llegaba a su habitación. Unas veces me llamaba John, otras Peter... No acertaba a la primera, ni por casualidad...

—Pobre mamá... —dijo Bobby.

—Fui con ella a Centerville a comprarle unas gafas. La dejé en una esquina para ir un momento a saludar a un amigo y cuando volví ya no estaba allí. Nunca la volví a ver... —Scott se rascó el cogote—. Seguro que se fue con cualquier tipo al que confundió conmigo.

Bobby se puso a llorar.

—¿Qué habrá sido de ella...? ¿Era yo muy pequeño entonces, papá?

—Tenías tres años.

Sanky intervino:

—Se nos hace tarde, Scott. Los muchachos y yo iremos a reconocer el terreno y luego vendremos por ti.

En aquel momento, la puerta se abrió dando paso a dos hombres.

Uno de ellos era de mediana estatura y tenía los párpados caídos y el hocico saliente.

—Eh, Sanky —dijo Bobby—. Mira a quién tenemos aquí. Es Nick el Sonámbulo.

El aludido dio un bostezo.

—Buenas, señores.

El hombre que le acompañaba era más alto, de piel cetrina y orejas como repollos.

—Les presento a mi amigo —dijo Nick el Sonámbulo—. Dan el Bocazas.

Era una calumnia que le habían levantado a Dan, porque tenía boquita de piñón.

Sanky hizo una reverencia.

—Tanto gusto. ¿Qué se os ofrece?

—Hemos venido a hacer un trabajo.

—¿A qué trabajo te refieres?

—Eso es un insulto, Sanky. Dan y yo sólo nos dedicamos a una cosa.

—A matar.

—Enhorabuena, muchacho, lo acertó.

Scott Mallory empezó a sentir un cosquilleo en el estómago.

—Bueno, hijos —dijo—. Ya me avisaréis si el terreno está en condiciones para cazar patos.

Fue a dirigirse hacia la puerta, pero Nick el Sonámbulo lo señaló con el dedo.

—Usted se queda, viejo.

—¿Yo...? ¿Por qué?

—Mi amigo y yo le vamos a hacer una operación en el estómago.

Scott Mallory retrocedió de un salto.

—Eh, ¿qué está diciendo? Yo me encuentro perfectamente. No necesito que me hagan una operación.

—No diga eso, abuelo —repuso Nick—. Usted ya está muy anciano. No sirve,

—Estoy tan fuerte como un muchacho de dieciocho años.

—Eso es lo que dicen todos.

Bobby intervino.

—Eh, Nick, no puede hacer eso con nuestro padre.

Nick el Sonámbulo enarcó las cejas.

—He oído el mugido de un becerro. ¿Quién es, Dan?

—Está contra la pared y se llama Bobby.

—Pues dile a ese que se calle o le haremos un pespunte en la boca. Será malo, porque los dientes se le van a clavar en el cráneo.

Sanky estaba hecho un lío. Estaba claro lo que iba a pasar allí. Nick el Sonámbulo y Bocazas, se iban a cargar a Scott Mallory y el negocio habría terminado para ellos tres. Heredarían los pozos de Scott, pero inmediatamente los tendrían que vender a Wander L. Caution, una venta ficticia por la que sólo sacarían unos cuantos dólares como premio a su colaboración. Con ese dinero podrían darse buena vida durante unas semanas, pero luego, otra vez quedarían en la miseria.

—Eh, Nick, no está bien eso de matar a un anciano que es nuestro padre.

Este arrugó la nariz.

—Sanky, eso no me gusta nada... A mi me explicaron el asunto, y ustedes tres se van a estar quietecitos.

Sanky dirigió una mirada a Tim y a Bobby. Era un aviso para que estuviesen alerta. Luego contestó a Nick:

—Muchacho, hay contraorden.

—¿Sí?

—Tú y Dan el Bocazas, os marcharéis de aquí.

—No lo haremos sin haber cumplido nuestra misión.

—Se acabó la misión.

Nick bajó más los párpados. Parecía como si fuese a dormir. Los que lo conocían sabían lo que quería decir con ello. Se aprestaba a sacar el “Colt”.

Scott Mallory retrocedió, buscando un mueble tras el que esconderse. Pero al mismo tiempo juró que sacarla el “Colt”.

En la estancia se hizo un silencio sepulcral.

De pronto, la mano de Nick el Sonámbulo voló hacia la culata.

Todos los personajes que integraban el cuadro hicieron lo mismo.

En una fracción de segundo, la habitación se convirtió en un infierno.

Llamaradas, plomos que silbaban, aullidos de muerte, juramentos...

El humo se fue desvaneciendo.

Ninguno de los hombres que había tomado parte en el tiroteo conservaba la vertical. Todos estaban tendidos en el suelo.

Scott Mallory levantó la cabeza y miró en su derredor.

—¡Hijos!... ¡Hijos míos!... —exclamó.

Nadie le dio una respuesta.

Se puso en pie con los ojos desorbitados.

De repente, la puerta se abrió de golpe, y Walt Gruber entró en la estancia con el revólver en la mano.

—¡Scott! —dio un suspiro al ver a su amigo—. Gracias a Dios estás vivo...

—¿De qué me sirve estar vivo si mis hijos están muertos?...

—Por fortuna tienes otros hijos por ahí. Los buscaremos.

—Yo quería a éstos, que eran sangre de mi sangre.

Bobby se movió.

—Padre...

—¡Hay uno de ellos que vive! —exclamó Mallory y corrió a su lado.

—¿Queda alguno? —preguntó Bobby, que tenía una herida en el pecho.

—No, hijo. Tus hermanos se fueron al otro mundo.

—Demonios, soy el único heredero... Siempre me dijeron que era un suertudo.

—Sí, Bobby, tú me heredarás... Todo el petróleo será para ti.

Bobby soltó un hipido.

—Padre, me remuerde la conciencia...

—Eso está bien, hijo. Prueba tus buenos sentimientos.

—No soy tu hijo.

—Oh, Walt, está delirando.

—No, padre —repuso Bobby—. No deliro. Yo no soy tu hijo.

—Ahora dirá que es mi sobrino.

—No, señor Mallory. Sólo soy un auténtico bastardo... Lo mismo que Sanky y Tim... Se la íbamos a jugar.

—¿Qué estás diciendo?

—Un complot... Fue cosa de Wander L. Caution... Le pegó el timo... Nos hizo pasar por sus hijos... El contrató a Nick para hacerle la raya del pelo, padre...

Después de eso, Bobby dobló la cabeza.

—¡Ha muerto! —exclamó Scott.

Walt tomó el pulso del joven.

—No, Scott... Sólo está desmayado. Hemos de llevarlo a un doctor...

 

* * *

Wander L, Caution fumaba un cigarro de a dólar.

Dos hombres estaban en su despacho, dos guardaespaldas que se habían hecho famosos en el Valle del Barro por su rudeza.

Wander pagaba a cada uno 250 dólares, lo cual era una suma considerable.

—Señor Caution —dijo el más alto de los dos—. ¿Debemos darle ya la enhorabuena?

—Todavía no, Richard.

—Ha conseguido lo que quería, ser el más poderoso del Valle del Barro.

Wander sonrió con falso aire de modestia.

—Hay quien no se conformará con la nueva situación.

—Tadeus Kolsman —dijo Richard.

—Exactamente, muchachos. Ese es el enemigo que tenemos que abatir ahora. Pero debemos tener sumo cuidado. Kolsman no es un cualquiera y ese doctor que le ayuda es el escorpión más peligroso con que me he encontrado en mi vida.

Richard mostró sus dientes manchados de nicotina en una sonrisa aduladora.

—Usted podrá con todos.

Se oyó un estruendo en la habitación adyacente, donde Caution tenía a otros dos hombres que hacían compañía a tres empleados.

—¿Qué pasa ahí? —preguntó Wander.

Richard abrió la puerta y asomó la cabeza en seguida.

—Infiernos, un solo tipo está peleando ahí fuera... Es ese Walt no sé cuántos.

—¿Walt Gruber aquí?... Es el hombre de confianza de Scott Mallory.

—No se preocupe por él. Los muchachos le están dando el jarabe.

El alboroto de fuera iba en aumento.

Un cuerpo se estrelló contra el suelo y las paredes de la casa se estremecieron.

Se hizo un silencio, Richard rió.

—Ya han terminado.

Abrió otra vez la puerta y por el hueco se coló un puño. Richard recibió el golpe entre los dos ojos y salió disparado como un obús hacia la pared del fondo.

Walt Gruber entró en el despacho. Tenía los nudillos llenos de sangre.

Wander se quedó inmóvil, a medio sentar en el sillón.

Walt cerró la puerta a sus espaldas.

—Hola, Wander.

Richard se había desplomado en el suelo y estaba inerte.

El administrador de las propiedades de Scott Mallory trató de sonreír, pero ahora le salió una mueca.

—¿Cómo está, muchacho?

—Un poco cansado.

—Ahí tiene un sillón estupendo —señaló el que estaba delante de Richard.

—Ya entiendo, Wander —dijo Gruber—. Yo me siento ahí y, cuando ese tipo vuelva en sí, me podrá meter una bala por la espalda.

—¿Qué dice, Walt?

—Se ha quedado sin manta.

—No le comprendo.

—Me refiero a la manta con que cubría el tejemaneje.

—Continúo en ayunas.

—Usted es un canalla, Wander. Se sacó a los tres bastardos de la manga.

—¿Eh?

—Envió a Nick el Sonámbulo y al otro fulano para que se cargasen a Scott, porque ya no se fiaba de Sanky, Tim y Bobby... Por si no sabe el resultado de la batalla, le daré el parte. Sólo quedaron dos para contarlo. El hombre a quien usted quiere ver muerto, Scott Mallory y Bobby, aunque el muchacho resultó herido en el pecho. Fue él quien cantó.

Wander empezó a ponerse lívido. Miró por el rabillo del ojo al otro guardaespaldas, que respondía al nombre de Chris, el cual le hizo un movimiento imperceptible con la cabeza para indicarle que estaba preparado.

—Walt —dijo al fin—. Tiene usted un brillante porvenir.

—¿De veras?

—Trabajando conmigo.

—Lo siento, Wander, pero ya me contraté con la Junta de Relaciones Pacíficas.

—Yo también soy miembro de ella... Qué casualidad.

—Usted es un bicho que no puede participar en ninguna obra humanitaria.

En aquel momento, Chris tiró del revólver.

Estaba a un lado de Gruber y pensó que cobraría una ventaja decisiva. Pero no conocía la rapidez de Walt.

El joven desenfundó y, por debajo de su mano derecha, hizo fuego antes de que Chris pudiese apretar el gatillo.

Wander también calculó mal. Se levantó al tiempo que sacaba el “Colt” y Gruber le metió una bala por entre los dos ojos.

Walt contempló los dos cuerpos sin vida, y, con el revólver en la mano, salió del despacho.