CAPITULO XI

Patricia Melvin estaba soñando.

Iba paseando en un tilburí con dos hermosos caballos Ella se vestía de blanco, cubierta la cabeza con una pamela.

Estaba orgullosa de aquel vestido blanco de encaje. Se había visto en el espejo antes de salir de su casa y se encontró agraciada.

De pronto, un jinete apareció entre los matorrales silbando, pero se interrumpió.

—Caramba, si es la señorita Melvin.

Ella detuvo el carruaje tirando de las bridas.

—Me alegro de encontrarle, señor Foster.

El sonrió.

—¿De veras se alegra? ¿Por qué?

—Quiero decirle lo que es usted.

—¿No me lo dijo ya?

—Es el mulo más mulo de todos los mulos.

Rock no se sintió ofendido. Siguió riendo y eso la puso muy nerviosa.

—¿Es que le gusta que le llamen mulo?

—Saliendo de sus labios, sabe a música celestial. —¿Sabe lo que creo, señor Foster?

—¿Qué cosa?

—Por su actitud, indica que trata de enamorarme.

El negó con la cabeza.

—No, morenucha.

—¡No me llame morenucha!

—De acuerdo, no le llamaré morenucha, chatilla.

Al oírse llamar chatilla, Patricia se puso un dedo en la nariz. Y él le dijo: —Lo suyo es irremediable, señorita Melvin. Es chatilla.

—¡Y usted es el hombre más antipático que he conocido en toda mi vida!

—¿Cuándo me va a querer, señorita Melvin?

—Ya lo quiero.

—Estupendo.

—¡Ya lo quiero ver muerto!

—Eso puede ocurrir en cualquier momento porque he cometido la barbaridad de quedarme aquí. Su papaíto me quiere deslomar. Y su rival, el señor Harlow, también me quiere resecar. Probablemente, uno de los dos se saldrá con la suya.

—Y yo me alegraré.

—No lo creo, chatilla. Usted sentirá mucho mi muerte. Ya la estoy viendo llegar al cementerio con un ramo de rosas.

—¿Yo?

—Sí, usted, señorita Melvin. Y también puedo escuchar lo que dice ante mi tumba.

—¿Y qué es lo que digo?

Rock se quedó pensativo mirando al cielo, los ojos entornados.

—Estas son las palabras que dice usted ante mi sepultura: «Mulo de mi vida, ¿por qué te fuiste?»

—¡Yo no diré eso!

—Todavía no he terminado.

—¿Qué más voy a decir ante su tumba, señor Foster?

—Usted dirá: «Debo decirte ahora la verdad. Me enamoré de ti nada más verte, adorable mulo».

—¡Mentira!

El la miró a los ojos.

—Señorita Melvin, usted y yo hemos nacido el uno para el otro.

—¡Que se cree usted eso!

—El destino me trajo aquí. Y el destino quiere que nos amemos.

—¡El destino quiere que usted se vaya al cuerno!

De pronto, una serpiente apareció por delante de los caballos del carruaje. Los dos animales levantaron las patas al aire y salieron de estampida.

Patricia dio un chillido.

—¡Socorro!

Rock se lanzó en pos del carro.

Patricia saltaba en el pescante. Había perdido las bridas, y le era imposible contener a los dos animales desbocados.

—¡Auxilio! ¡Que me mato!

—¡Señorita Melvin!

Ella miró atrás y vio que Rock cabalgaba con una lentitud desesperante.

—¿Qué infiernos hace, señor Foster? ¿Por qué corre con esa lentitud?

—¡Estoy corriendo todo lo que puedo!

—¡Con esa velocidad nunca podrá llegar a mí!

—¡Coja las bridas!

—¡No puedo! ¡Se cayeron! ¡Me arrojaré del carro!

—¡No haga eso! ¡Se destrozaría su lindo cuerpo!

—¡Oh, no quiero trocearme!

El caballo de Rock corrió más aprisa. Pero una de las ruedas del carro golpeó contra una piedra. Patricia fue despedida del pescante.

Viajó por el aire y empezó a caer y a caer como si lo estuviese haciendo por un pozo interminable.

Golpeó blandamente en la hierba y rodó hasta quedar inmóvil. Pero no había perdido el conocimiento.

Entonces oyó la voz de Rock Foster:

—¡Señorita Melvin!

No supo por qué lo hizo. Pero decidió simular que estaba desvanecida.

Rock se aproximó.

—¡Patricia! ¡Cielos! ¡Está muerta! ¡Muerta!

Patricia estaba conteniendo la respiración y Rock le puso la mano en el pecho.

—No escucho los latidos de su corazón, Patricia... —dijo él con voz conmovedora.

Entonces bajó la cabeza y puso su cara sobre el seno de la joven.

Aquel contacto hizo estremecer a Patricia.

—¡Vive! ¡Está viva! ¡Iré a mojar en el río mi pañuelo!

Rock se alejó de ella. Y eso dio oportunidad a Patricia a respirar normalmente.

Rock regresó a su lado y le pasó el pañuelo húmedo por la frente. Luego se inclinó sobre ella y la besó en los labios.

La sensación de Patricia fue maravillosa. Caracoles, qué beso.

De buena gana hubiera dicho:

«Señor Foster, continúe su tratamiento de urgencia.»

Y él, como si la hubiese escuchado, la besó otra vez.

Patricia oyó su voz interior:

«Cuidado, Patricia, te estás pasando.»

Entonces abrió los ojos y él la miró sonriente.

—Hola, señorita Melvin.

—¿Qué ha pasado? —tartamudeó Patricia, como si realmente hubiese estado desvanecida.

—Una víbora asustó sus caballos. Salió despedida del pescante. Me dio un gran susto, Patricia. Pensé que estaba muerta. Ya ve lo que son las cosas. Hace un momento hablábamos de que yo terminaría en una fosa del cementerio de Columbus City y que usted me llevaría rosas.

—¿Me habría llevado usted flores?

—Desde luego.

—Me gustan las rosas blancas.

—Pues yo hubiese cubierto su tumba con rosas blancas —Rock sonrió—. Pero ¿quién habla de muerte? Está usted viva. Viva para mí.

—¿Para usted?

—La quiero, Patricia.

—No diga eso.

—¿Por qué no he de decirlo si es verdad?

—Pero, pero... no comprendo lo que me pasa.

—¿A qué se refiere?

—A que siento algo por usted.

—Eso es amor.

—Oh, no, no puede ser amor. ¡Yo lo odiaba a usted!

—Del odio al amor sólo hay un paso.

—Es una frase hecha. Un tópico, señor Foster.

—Haremos un experimento.

—¿Cuál?

—Yo le voy a dar un beso.

—¿Para qué?

—Para que sepa si le gusto o no le gusto.

—De ninguna forma se lo voy a permitir —dijo ella, que le había permitido hasta que la besase dos veces.

Y, demonios, estaba deseando que la besase una vez más.

—Patricia, si no hacemos el experimento, nunca sabremos si usted ha pasado del odio al amor, o continúa odiándome.

—Está bien. Si es por eso, aceptaré su experimento. Pero conste que sólo lo hago para que se convenza de que le sigo odiando.

—Sólo por eso, Patricia.

Ella se sentó y apoyó las palmas de las manos sobre la hierba. Cerró los ojos y echó el hociquito hacia delante.

—Ya puede besarme, señor Foster.

El aplastó la boca contra la de ella.

Patricia siguió con los ojos cerrados. Pero se sintió transportada al séptimo cielo.

Caracoles, qué bien se sentía.

Rock terminó de besarla.

—¿Y bien?

—Y bien, ¿qué?

—El resultado del experimento, Patricia.

—Ni fu ni fa.

—Entonces, no hay más remedio que probar otra vez.

—Estoy de acuerdo con usted. Probemos otra vez.

Esta vez, Patricia no cerró los ojos ni hizo el hociquín. Entreabrió los labios cuando él acercó los suyos.

Patricia levantó instintivamente una mano y la apoyó en la espalda de Rock.

Y en ese momento se interrumpió su sueño.

Y al despertar, vio que estaba apretando la almohada. Recordó que, en sueños, ésta era la espalda de Rock Foster. Y demonios, también estaba besando la almohada. Todavía como en un sueño, dijo:

—Más, Rock. Sigue con el experimento, Rock.