CAPITULO VII

—¿Qué nombre has dicho, Tom? —preguntó Doris Harlow.

—Rock Foster.

—Tienes que estar equivocado.

—Lo dijo bien claro, señorita Harlow.

—¿Cómo es?

—De unos veintiocho años, tez bronceada, ojos verdes...

—No sigas, Tom —Doris miró a su padre—. Es el mismo Rock Foster que me pegó en...

Tú ya sabes en qué parte.

—Que entre, Tom.

John Harlow, el padre de Doris, era un hombre de cincuenta años, de talla mediana, cabeza leonina, cejas espesas.

—Hunter —dijo al pistolero—, quizá tenga que hacer el primer trabajo para mí. Se trata del hombre que va a entrar. Pegó a mi hija.

—Será un placer demostrarle mi habilidad.

—Silencio. Ya entra.

Efectivamente, la puerta se abrió dando paso a Rock Foster. Ahora tenía una estrella en la solapa de la chaqueta.

Miró al pistolero que estaba a la derecha, apoyado en la pared, luego al ranchero y, finalmente, a Doris.

—¿Cómo te encuentras, muchacha? ¿Qué tal el reúma...?

La joven se sonrojó.

—¡Padre!

John Harlow dio unos pasos hacia Rock.

—Señor Foster, mi hija me ha contado lo que pasó entre ustedes.

—No se disculpe, señor Harlow. Comprendo que una niña mal criada sea capaz de cometer ciertas tonterías.

Los ojos del ranchero brillaron iracundos.

—No sabe lo que dice, señor Foster. ¿No sabe con quién está hablando? ¡Con John Harlow!

—Que yo sepa, cría cornilargos.

—Sí.

—Y yo soy un representante de la ley y me llamo Rock Foster.

—No trate de hacerse el ingenioso.

—No es mi propósito, señor Harlow. Sólo vengo a cumplir mi deber.

—¿Su deber?

—A partir de ahora, van a cambiar las cosas en Columbus City, señor Harlow.

—¿Cambiar las cosas? ¿Qué quiere decir?

—Punto primero: Usted no hará daño a los pequeños granjeros. Conducirá su ganado por lugares adecuados cuando lo cambie de pastos o cuando lo lleve a abrevar. Tendrá que respetar las propiedades de los demás ciudadanos. Aunque sean pequeñas, son tan respetables como sus grandes extensiones de tierras. Punto segundo: Usted no volverá a utilizar los Pozos del Indio en la forma en que lo hace hasta ahora, anárquicamente.

Llevará el ganado allí los lunes, miércoles y viernes. Spencer Melvin los llevará los martes, jueves y sábados. El domingo tendrán que dejar libres esos pozos para la gente que quiera llevar allí a su perrito. Punto tercero: No quiero más peleas entre los Harlow y los Melvin.

Cualquier desobediencia de esta orden será castigada con multa de cinco dólares o encierro de tres días en la cárcel. Y si el peleón no tiene dinero, ustedes pagarán por él.

—¿Ya terminó, Foster?

—Sólo me queda el punto cuarto.

—Adelante. No se quede con las ganas de decirlo.

—No contratará a pistoleros.

John Harlow esbozó una sonrisa.

—Ese punto llega demasiado tarde.

—¿Ya contrató pistoleros?

—Sí.

—Muy bien. Sólo tiene que hacer una cosa. Despedirlos.

Pat Hunter habló por detrás:

—Soy Pat Hunter, ayudante.

Rock se volvió para mirarlo.

—Vaya, le debo un par de cosas. Me confundieron dos veces con usted, ¿verdad, señorita Harlow?

La joven no contestó, aunque sus ojos estaban llenos de labia.

John Harlow rompió el silencio.

—Foster, me va a escuchar a mí.

—Diga, señor Harlow.

—Renunciará a su placa. Se la devolverá al marshal.

—¿Y qué más, señor Harlow?

—Continuará el viaje que interrumpió.

—No voy a hacer nada de eso, señor Harlow. Yo no quería ser ayudante de Corbey.

Rechacé su primera oferta, pero tuve que enfrentarme con un par de situaciones de emergencia y una de ellas fue provocada por su propia hija. Me di cuenta entonces de que no podía marcharme de aquí dejando que dos padres consintiesen los caprichos de sus hijas. Esos padres son rancheros. Uno cría cornilargos y otro ovejas y sostienen una guerra que, aparte de perjudicarles a ellos, perjudica a gente inocente. Y yo no podría marcharme consintiendo que ustedes hiciesen su propia ley. Sólo existe una ley que debe ser respetada por todos. Por ustedes y por el más desgraciado.

—Un bonito discurso.

—Celebro que le guste.

—No me gustó nada, señor Foster. Y le voy a dar una prueba de ello. Señor Hunter, su turno.

Rock se volvió hacia el pistolero, que todo el tiempo había estado muy serio.

—Foster, habla mucho.

—Y usted habla poco.

—Lo mío es otra cosa.

—¿Matar?

—Sí, Foster. Matar a los tipos como usted que se creen demasiado listos. Le voy a partir el corazón de un balazo.

—¿Con cuál revólver?

—Eso no se lo voy a decir.

—Me quiere dar una sorpresa.

—Es la ventaja de llevar dos pistolas.

—Un buen truco. Su enemigo nunca sabe con cuál de ellas va a disparar.

—Eso únicamente lo sé yo.

—Yo también.

—¿Usted?

—Va a sacar el revólver de la derecha.

—¿Qué le hace supone, tal cosa?

—Está apoyado en la pierna derecha,

—No le voy a decir que se equivoca, porque entonces sabría tanto como yo.

—Saque el revólver que quiera.

—¿Me da prioridad?

—Ustedes, los pistoleros, gozan de toda mi confianza. —Entonces, yo mismo contaré hasta tres.

—De acuerdo, Hunter.

—Uno...

John Harlow cogió a su hija por el brazo y la apartó hacia la pared.

—Dos. . —dijo Pat Hunter.

Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos.

—Tres... —dijo Pat Hunter.

Sacó el revólver de la izquierda.

Sonó un estampido.

John Harlow y su hija esperaron ver caer a Foster. Pero eso no llegó a ocurrir.

Fue Hunter quien estrelló las espaldas contra la pared.

El revólver le resbaló de los dedos y cayó a sus pies. Tenía una herida en el centro del pecho.

La cara del pistolero se tornó pálida en pocos segundos.

—Foster, ¿cómo lo supo? —preguntó.

—Yo también usé mi truco. Le dije que «sacaría» con la derecha, para que «sacase»

con la izquierda.

Pat Hunter sonrió por segunda vez. Y le salió una sonrisa muy fea, porque quizá no había Sonreído en toda su vida.

—Tuvo gracia —dijo, y se desplomó.

Rock se volvió hacia John Harlow y Doris. También ellos estaban impresionados por la forma en que se había desarrollado el duelo.

—Señor Harlow, ¿algún otro pistolero?

—No.

—Entonces, recuerde lo que le he dicho. No más tipos de esta clase. Y tampoco olvide los demás puntos de la nueva situación. Si necesita que se los repita, pásese por la oficina y tendré mucho gusto en repetírselos.

Harlow no dijo nada.

Foster miró a la joven.

—En cuanto a ti, Doris, eres muy bonita y debes dedicarte a lo tuyo. Enamora a un hombre, cásate con él y ten muchos hijos.

Rock dio media vuelta y salió del despacho.

*

La bella Patricia Melvin gritó:

—¡Odio a ese hombre! ¡Lo odio más que a nadie en el mundo!

—Te comprendo, hija, y lo que ha hecho ese tipo lo va a pagar.

—Tienes que darte prisa, Rock Foster se irá del pueblo.

—Lo perseguiré hasta el mismo infierno. Ahora mismo ordenaré que me acompañen seis hombres. Le daremos caza aunque tarde varios días en encontrarlo.

—No quiero que lo mates, padre.

—¿No? ¿Y qué quieres que haga con él?

—Tráelo aquí. Necesito humillarlo, como él me humilló a mí.

—Sí, hija, lo tendrás a tus pies, atado como una oveja.

En aquel momento llamaron a la puerta.

Apareció uno de los empleados de Spencer Melvin.

—Señor Melvin, el ayudante del marshal de Columbus City quiere verlo.

—¿El ayudante del marshal? No sabía que Corbey tuviese ayudante. ¿El delgaducho Tim?

—No, señor. Se llama Rock Foster.