CAPITULO XV

 

Se hallaba sentado en una roca frente al mar, lejos de la casa donde los empleados embalaban en pequeños cajones los moluscos que debían enviar aquella tarde, como todos los días, a San Francisco y cincuenta pueblos de los alrededores.

Había querido ir allí para leer a solas la carta, llegada hacía una hora, que guardaba en el bolsillo.

Después de romper el sobre, extrajo el papel manuscrito y empezó a leer:

«Querido John:

«Celebro enormemente las noticias que me das sobre la aceptación que ha tenido tu mercancía en San Francisco y su comarca, así como el avance que me das sobre los beneficios de la sociedad. Sabía que te saldrías con la tuya y que cuantos habían depositado su confianza en ti habían realizado su mejor inversión. Dicen que el oro se ha acabado en California, pero tú has sabido encontrarlo.

«Comprendo que te intereses por mi situación económica anunciándome el pronto envío a Nueva York de la participación en los dividendos que me corresponden. Pero el caso es que tu celo en ese aspecto va a ser innecesario muy pronto, ya que el próximo mes contraeré matrimonio con Sid Welles, el millonario, dueño de la primera cadena de periódicos del país.

»Estoy segura de que esta noticia mía te complacerá mucho, ya que, por cartas confidenciales que he

recibido de Jack Miller (ahora rompo el secreto), tú has preferido permanecer hasta ahora en la soltería, como si tratases de exigirte a ti mismo un mínimo de lealtad hacia la joven que suscribe, a la que diste calabazas después de salvarle la. vida.

»Aprecio tu sacrificio, y no he querido oponerme a él porque, la verdad sea dicha, sentía un poquito de celos hacia esa mocosa chiquilla que me ha desbancado sin yo saberlo.

»En fin, gran hombre, que os deseo a ambos la felicidad que yo no he podido gozar y que espero tener ahora al lado de mi inminente marido.

»Con todo, el afecto de,

»Patricia Morgan

John sonrió mientras doblaba la carta y la volvía al bolsillo.

Oyó que alguien silbaba a su espalda, y al girar la cabeza vio a Susan que paseaba sin haberlo descubierto.

Dejó que ella cruzase por arriba y la siguió, saltando de roca en roca.

La joven llegó ante la entrada de la gruta que un día descubriera John y se quedó indecisa unos instantes, decidiéndose finalmente a entrar.

Leigh esperó a que desapareciese por el negro agujero para salir de su escondite e introducirse tras ella.

Caminó silenciosamente muy despacio, acostumbrando los ojos a la oscuridad, y al llegar ante el círculo de arena la vio sentada pasando la yema del dedo por las letras grabadas en la piedra.

Hizo un carraspeo y la muchacha dio un respingo, lanzando un grito asustada.

—Soy yo, Susan...

—¡Oh, John! ¡Qué miedo he pasado!

—Perdona, el caso es que no me atrevía a llamarte pensando en ello.

Hubo entre ambos un silencio.

Susan se dio cuenta de que las letras de la pared quedaban muy visibles y se puso las manos atrás, desplazándose hasta tapar aquéllas con el cuerpo mientras sonreía absurdamente.

Pero de repente se quedó seria al cruzar por su imaginación una idea.

—Oye, John...

—¿Qué hay?

—¿Has venido otras veces aquí?

—Sí.

—¿Eh? —gimió ella.

—Bueno, me refiero a aquel día que vine buscándote. Fue casual que se me ocurriese comprobar si te habías refugiado en esta gruta.

—¿Y ahora? ¿Por qué has venido?

—Tenía deseos de volver. La primera vez no pude examinarla.

—No hay duda.

—A veces se encuentran cosas raras en estas cuevas, ya sabes, inscripciones de los tiempos prehistóricos.

Susan puso una cara de circunstancias.

—Esta cueva es vulgar. Mejor dicho, vulgarísima. No hay una sola cosa de ésas.

—¿Tú crees? —replicó John, en tono escéptico, mientras observaba la pared cercana—. A lo mejor no la has mirado bien.

Susan se apretó contra la roca.

—La he examinado pulgada a pulgada sin encontrar nunca nada.

—Bueno, déjame a mí. Encenderé un fósforo.

John frotó la cerilla, y la llama iluminó brillantemente la cueva, palideciendo después.

—Quítate de ahí —le dijo a ella, y la apartó de un pequeño empujón—. ¡Eh, mira eso!

—¿Qué? —balbució Susan, sin querer mirar y haciendo un triste mohín—. Yo no veo nada.

—¡Unas letras! ¡Es una inscripción, Susan! Debe de ser por lo menos del neolítico.

—¿Sí? Pues será mejor que avisemos a los del museo. He leído que han fundado uno en la ciudad.

—Espera. Quiero descifrarlo. —Leigh tiró el fósforo y encendió otro—. ¡Una jota! ¡Es una jota, Susan! O, hache, ene... ¡Jota, o, ha, hache, ene! ¡Aquí dice John, Susan! Ahora comprendo la satisfacción que deben sentir los sabios al descifrar estos misterios de la antigüedad.

—Yo también.

—¡Demonios! ¡Una ele! ¿Eh? ¿A que no sabes lo que pone aquí? ¡Leigh! ¿Te das cuenta? ¡John Leigh!

—Bueno, ¿es que no pudo haber un tipo en aquellos tiempos que se llamase así?

John la miró y asintió.

—Sí, claro que sí. No había pensado en ello, pero ¿y si fuese mi nombre? Quiero decir que lo hayan escrito refiriéndose a mí.

—¿Quién lo ha podido haber hecho?

—Eso me pregunto yo.

La joven se cogió pensativamente la barbilla, y al cabo de un rato, opinó:

—Es mejor que lo dejemos por imposible.

—Lo siento de verdad. Si la persona que hubiese escrito eso fuese una mujer, le habría pedido que se casara conmigo.

Susan abrió los ojos desmesuradamente y se señaló a sí misma con el índice, gritando:

—¡Fui yo!

Cien ecos repitieron las palabras.

John la abarcó por la cintura riendo a mandíbula batiente.

Susan lo miró frunciendo el ceño.

—Conque te has estado burlando de mí, ¿eh, John Leigh? Sabías que yo era la autora de la grabación desde hace mucho tiempo.

—¡Ajá!

Susan se desasió de él y diole un empujón, gritando:

—¡Te saqué una vez del agua! ¡Ahora te volveré a ella y estaremos en paz!

Leigh fue a caer en la corriente mojándose hasta la cabeza.

Entonces sujetó a la chica de un tobillo y tiró con suavidad.

Susan lanzó un chillido y cayó con él en el agua.

Allí, Leigh la abrazó fuertemente, reduciéndola a la impotencia.

—Ahora en serio, Susan, ¿te quieres casar conmigo?

Ella desfrunció el ceño y le guiñó un ojo, sonriendo.

—¿Tú qué crees, Johnny?

Y los dos, con el agua al cuello, se besaron amorosamente.

 

F I N

 

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