CAPITULO IX
Hacía dos semanas que la última balsa había sido bofada y afirmada en el agua.
Las crías de los moluscos se estaban desarrollando, siguiendo su ciclo normal en los centenares de cuerdas que habían quedado sumergidas, a las que se adherían ahora por propio instinto después de haber roto los primitivos hilos de seda con que Hickson las hubo de sujetar.
Eran las tres de la madrugada.
Johnny Leigh dormía en una habitación que había habilitado al efecto en la planta baja de la casa, cuando de súbito se abrió con estrépito la puerta.
—¡Señor Leigh...! ¡Señor Leigh...!
Se despertó de un salto, quedando sentado en la cama, y miró al que había interrumpido su sueño.
Era Baynard Duff, uno de los hombres del equipo contratado, a quien le correspondía el turno de guardia de noche.
—¿Qué pasa, Baynard?
—¡Una barca se acerca por el este al refugio de las Sirenas...!
—¿Y Mac Gregor?
—Se quedó vigilándola.
En aquel instante, varios estampidos rompieron fuera el silencio de la noche.
Johnny se puso rápidamente los pantalones, tomó su cinturón canana con los revólveres y corrió mientras se lo ajustaba.
El empleado salió tras él.
Apenas habían recorrido unas yardas hacia el lugar donde se encontraban las balsas, cuando vieron al fondo unos fogonazos. Los proyectiles pasaron un poco lejos de sus cuerpos, y continuaron aproximándose.
—¡A tierra, Baynard! —ordenó Leigh, cuando la distancia que los separaba de su meta se hizo más corta.
Ambos se lanzaron a tierra y quedaron inmóviles unos instantes.
Luego John levantó la cabeza y vio la barca que avanzaba por entre los viveros flotantes.
—¡Quédate aquí, Baynard, hasta que venga más gente!
Se oían gritos procedentes de la casa donde dormían los
Hickson, Miller y cuatro hombres más.
El resto de los que habían trabajado poniendo en marcha la empresa fueron licenciados tres días antes por Johnny, con harto pesar de éste, porque no podían serles abonados los salarios hasta la fecha en que el negocio empezase a rendir.
—¿Adónde va, señor Leigh?
—A intentar detenerlos.
—¡Es un suicidio! Se trata de una barca grande. Son lo menos el doble que nosotros. ¿Cómo quiere conseguirlo?
—Todavía no lo sé. Atiende esto. Cuando vengan los demás separaos de uno en uno y no dejéis de disparar. Es lo mejor que podéis hacer por mí.
—Lo tendré en cuenta, señor. Pero yo en su caso...
Johnny ya no le oía porque se había incorporado y volvía a correr como si le hubieran crecido alas.
Fue descubierto desde la barca y le hicieron tres disparos, uno de los cuales estuvo a punto de alcanzarlo.
Arrojóse de nuevo al suelo y cuando estaba acostado, oyó un gemido cerca de él.
Aguzó el oído; cuando se repitió, echóse a rodar hacia la derecha.
Así se aproximó hasta donde se hallaba el compañero de Baynard.
—¿Qué es eso, Mac Gregor? —preguntó, solícito, el joven.
—Me han herido en el muslo, señor Leigh.
—No te preocupes. Te sacaré de aquí.
—Puedo resistirlo. Lo que me inquieta es el fin de su sociedad..» Los oí cuando llegaban... van a quemar todas las balsas.
—Conque es eso, ¿eh? ¡Los muy canallas...!
Se hallaban en una depresión del terreno y en ese instante empezaron a hacer fuego de la parte más cercana a la casa.
—Ya han entrado en acción los nuestros —dijo John.
—¿Qué van a adelantar con ello? Aunque maten a cinco o seis las balsas arderán. Eso es lo que pretenden. El que los manda habrá dado por descontado que perdería algunos hombres en el golpe.
—Lo sé, Mac Gregor —Leigh sacó su pañuelo, tomó el del empleado, los unió por los extremos y, después de palpar la herida del muslo, la apretó fuertemente utilizando aquéllos como venda—. ¿Puedes resistir así un rato?
—Naturalmente.
A sus oídos llegó el ruido producido por dos envases metálicos al chocar entre sí.
—¡Ya van a rociar las balsas con el petróleo! —exclamó Mac Gregor.
—Me marcho, amigo. Ya se ocuparán de ti.
Corrió una vez más agachado, saltando en cuclillas, como un extraño animal, hasta que se colocó frente a la primera hilera de balsas, que a aquella altura eran las más metidas en el mar.
Enfundó las armas, quitóse el cinturón y se lo colocó alrededor de la frente, asegurándose de que ningún movimiento lo haría peligrar.
Luego se deslizó silenciosamente hasta el agua.
Alcanzó la primera balsa y, cogiéndose al borde, avanzó rápidamente. Pasaba de una a otra con seguridad y sin un titubeo.
Poco a poco se fue aproximando a la barca que se hallaba al final del gigantesco criadero de moluscos.
Sus compañeros de la costa seguían disparando sobre los saboteadores y éstos replicaban con nutrido fuego.
Se detuvo un instante para observar qué parte de la embarcación era más factible de ser alcanzada sin ser descubierto.
De pronto la primera balsa empezó a arder envuelta en llamas y los forajidos prorrumpieron en exclamaciones y carcajadas.
La enorme antorcha proporcionó a Leigh la oportunidad de comprobar que por el lado de estribor no había vigilancia.
La barca fue impulsada por los remos hasta alcanzar otro vivero.
Entonces Johnny reanudó la marcha y en menos de un minuto logró llegar a su objetivo.
Un incendiario fue alcanzado por uno de los disparos hechos desde la orilla y lanzó un aullido de muerte antes de desplomarse dentro de la barca.
—Eh, Adán —dijo una voz.
—¿Qué pasa?
—Ha sido Jim. Le pegaron en el pecho. Está muerto.
—¿Y qué esperas? —respondió el llamado Adán, desde la proa—. ¿Qué le regale una corona de siemprevivas? ¡Siempre le gustó el mar! ¡Tíralo al agua!
Se oyó un resoplido del que cogía el cadáver y luego el choque del cuerpo contra la superficie líquida.
—¡Vamos, daos prisa! —gritó Adán—. ¡Y vosotros, los de babor y popa...! ¡Disparad con más puntería u os haré cortar las orejas cuando lleguemos a tierra!
Johnny empezó a izarse por la banda de estribor lenta, muy lentamente, para que el agua del cuerpo resbalase sin hacer ruido.
Hubo de hacer un esfuerzo sobrehumano ya que, a pesar del tiempo transcurrido desde que fue herido, no se encontraba todavía en la plenitud de sus facultades.
Mas al fin lo logró y dejóse caer silenciosamente al fondo de la barca donde, envuelto en sombras, descansó un rato.
Otra balsa comenzó a arder y su luz lo soliviantó, porque ahora podía ser descubierto si a alguien se le ocurría pasar cerca del lugar en que se refugiaba.
Se puso el cinturón y desenfundó los dos «Colt»,
Luego echó una ojeada en derredor para elegir el mejor puesto de ataque.
La voz de Adán decidió la elección.
Se hallaba en la proa.
Era el jefe de aquella gentuza y quizá sin él se encontrasen sin cerebro y por tanto casi sin defensa.
Se acercaría un poco más a Adán y lo mataría.
Era un buen plan, el mejor.
Pero en aquel momento fue descubierto.
—¡Eh, tú! —empezó a decir una voz. Y cuando volvió Leigh la cabeza, el propietario de aquélla puso una cara de circunstancias, y echó mano del revólver.
John disparó desde el suelo a bocajarro y su descubridor cayó fulminado hacia atrás con la cara destrozada.
—¿Qué ocurre ahí? —gritó Adán—. ¿Quién está peleando?
Dos hombres aparecieron por la parte de proa para ver qué ocurría y John los tumbó en una décima de segundo de sendos disparos.
—¡Se nos ha metido en la barca uno de esos tipos! —dio la voz de alarma alguien muy cercano a los dos que ya eran cadáveres.
Hicieron fuego al azar y las balas pasaron muy lejos de donde se hallaba John, quien se puso al lado de la cabina apretando la espalda contra la pared.
Adán soltó una risotada y preguntó desde la proa:
—¿Cómo te llamas, muchacho?
—John Leigh.
—Conque tú eres Leigh, ¿eh? Debí suponérmelo. ¿Sabes que no lo haces del todo mal? Ahora comprendo que no exageraban los que hablaban de ti.
—Será mejor que se deje de cháchara y ordene a sus hombres lleven la barca a la orilla.
—¿Sí? ¿Habéis oído, muchachos? —rió otra vez fuerte—. Leigh nos ordena que vayamos con él a la costa...
Uno de los bandidos exclamó:
—¡A lo mejor nos tiene preparada una botella de whisky y una mujer para cada uno!
El jolgorio fue general.
Tan sólo Leigh no participó en él, más atento a vigilar sus dos flancos.
—Te haré yo una propuesta, Leigh —habló de nuevo Adán—, Entrégate y te dejaré marchar libremente. ¿Qué te parece? Podrás volar como un pájaro.
—No está mal —Johnny se corrió hacia la escotilla que descubrió a una yarda de donde se encontraba.
Al asomar la cabeza le hicieron un disparo desde dentro y el proyectil le peinó el cabello, obligándole a retirarla inmediatamente. Empero, había tenido tiempo para observar el interior con reflejos metálicos de las latas de petróleo.
De pronto oyó que alguien se arrastraba por el techo de la cabina.
Sonrió pensando que Adán hacía honor a Arnold Y Darrell. Mientras hablaba de tregua, uno de sus secuaces se disponía a coserlo por la espalda.
Mas cuando el asesino asomó lentamente la testa para poder disparar, Johnny apretó el gatillo.
El proyectil mató en el acto al traidor, entrándole por la frente.
Se quedó allá arriba tendido, sin poder ver siquiera al que lo había fulminado.
—¿Lo liquidaste, Rob? —preguntó Adán.
—No tuvo suerte —contestó Leigh—. ¿Cuándo te toca a ti?
—¡Maldito...! ¿Crees que vas a poder con todos?
—¿Quién lo duda?
—¡Espera un momento y lo verás, Leigh! ¡Atacaremos todos a una! ¿Lo oís, muchachos?
Le contestaron varias exclamaciones de asentimiento.
—¡Yo también tengo algo que decir, Adán! —anunció Johnny.
—¿Quieres pagarnos por volver atrás? —la nueva risotada de Adán fue ululante.
—¡Escucha esto, fanfarrón! ¡Estoy al lado de la escotilla! ¡Se dónde están las latas de petróleo! ¡Dentro de la cabina! ¡Disparando contra la pared en un ángulo de treinta y siete grados, haré que volemos en pedazos!
Hubo un silencio.
Adán debía de haber fruncido el ceño ante aquella inopinada noticia.
—¡No harás eso, Leigh! —gritó.
—¿Qué es lo que te lo hace suponer?
—¡Destruirás tú mismo tus viveros!
—Buena razón. Si yo caigo, los destruiréis vosotros. Ya que estoy perdido quiero salir de este mundo bien acompañado. ¡Voy a contar hasta cinco, Adán! Antes de que termine la cuenta quiero oír caer en el agua vuestras armas y veros a todos en la proa con los brazos en alto. ¡O eso o la muerte!
—¡Quieres meternos miedo!
—¡Empiezo a contar, Adán...! ¡Uno...!
Una voz chilló:
—¡Creo que cumplirá la amenaza, Adán!
—¡Dos...!
Otro de los forajidos intervino histéricamente:
—¡No quiero morir...! ¿Qué estamos esperando?
—¡Tres...!
Un nuevo empavorecido por el miedo se hizo oír:
—¡Dígale que nos rendimos, Adán!
—¡Cuatro...!
La voz de Adán sonó estremecida:
—¡No dispare; Leigh...! ¡Le obedecemos!
—¡Arrojen al mar la artillería! —repitió Johnny.
Inmediatamente se oyó el chapoteo producido por las armas que se hundían en el agua.
Luego empezaron a reunirse los hombres en la proa con los brazos levantados, sin necesidad de que Leigh se lo recordase.
El joven se acercó lentamente adonde aquéllos se hallaban.
Las llamas de las dos ardientes balsas iluminaban la escena.
Leigh se detuvo, escrutando los rostros de los prisioneros. Había nueve.
—¿Quién es Adán?
Un hombre de mediana estatura, rostro enjuto y mentón pronunciado, dio un paso al frente.
—Soy yo. No me irás a matar. Estoy indefenso...
—Claro que no. Tú eres una pobre criatura perdida en el bosque. Seguramente te echaron a perder las malas compañías.
John observó de repente que los ojos del que había hablado miraban a un punto situado detrás de él y se volvió como un rayo, escupiendo plomo sobre un hombre que asomaba por una escotilla.
El que se preparaba para disparar fue materialmente agujereado y cayó por la escalerilla abajo.
El de la cara enjuta dio un respingo y al sentir sobre él la mirada despiadada de Leigh se estremeció mientras hablaba rápidamente:
—¡El era Adán...! ¡Se lo juro...! ¡Mientras usted contaba, me dijo que me hiciese pasar por él...! ¡Tiene que creerme!
—Está bien. Te creo. ¿Hay alguien más que quiera hacerse el valiente?
Un silencio dio la callada por respuesta.
—Así irán las cosas mejor —prosiguió John—. ¡Ahora quiero que nos acerquemos a la orilla! ¡Os estaré vigilando desde aquí! ¡Y he de advertiros una cosa...! ¡Si alguien intenta algo contra mí ninguno de vosotros lo contará! ¡Os hago solidarios de los actos de cada cual! ¡Ya lo habéis oído!
No pasó nada. La barca fue dirigida hábilmente y poco después tocaba la costa donde esperaban a Leigh sus asombrados amigos.