CAPITULO XV
Alex y el otro pistolero se derrumbaron, después de bailotear de una parte a otra de la estancia, porque estaban recibiendo mucho plomo.
El juez, rotos los nervios, se puso a llorar en la celda.
—¡Me quiere matar! ¡Paget me quiere matar!
—Calma, juez. Ya pasó el peligro.
—No podrá con todos, Sterling. Han matado a Farrell. Me matarán a mí. Y también lo matarán a usted. Ya no habrá quien detenga a Paget Rock cogió un botijo y arrojó agua a la cara de Ken, el cual volvió en sí.
—¿Qué pasó, Rock? ¿Dónde están los dos visitantes?
—En el otro mundo.
—Llegaste a tiempo, ¿eh?
—Oí un disparo y eso me preparó.
Ken miró a la celda y, al ver a Farrell muerto, dio un suspiro.
—Me descuidé, Rock.
—Pues, ya no habrá oportunidad para más descuidos o se cumplirá aquello que nos dijeron de meternos en una caja de pino.
Rock avanzó y sacó un rifle del armero.
En aquel momento se oyó un galope en la calle.
—¡Ya están ahí! ¡Ya están ahí!
—Tranquilo, juez.
—¡Déjenme salir! ¡Me pondré de rodillas ante Paget! ¡Le suplicaré por mi vida!
—No hará más el gusano porque, cuando saiga de ahí, renunciará a su puesto.
—¡Me sacarán con los pies por delante! —continuó llorando Frank Hope, pero se silenció cuando sonó un estampido y la bombilla de la lámpara explotó.
En la calle se oyó la voz de Jeff Paget:
—¡Sterling!
Ken estaba junto a la ventana.
—Eh, Rock, ¿qué vas a hacer?
—Hablaré con Paget en el porche.
—¿Estás loco? Ellos son quince y nosotros sólo dos. Te harán volar a tiro limpio.
—Déjame a los de enfrente. Usa el rifle con los que están en un segundo plano.
—No tenemos nada que hacer
—Dependerá de nosotros.
Rock metió el revólver en la funda y salió de la oficina.
Paget montaba un hermoso potro color canela. Estaba flanqueado por dos hombres por la derecha y dos por la izquierda. Detrás, estaban el resto de los pistoleros.
Nadie tenía el revólver en la mano.
—Terminó el plazo, Sterling.
—Lo mismo digo, Paget.
—¿Cuál es su respuesta, Sterling?
—Seguiré siendo el sheriff de Pulver City y me casaré con su sobrina.
—Estupendo. Sabía que entraría en razón. Muchachos, os presento a vuestro nuevo compañero.
—No me ha comprendido, Paget,
—¿No?
—Le he hablado de mi futuro, pero no le he hablado del de usted.
—¿Y cuál es mi futuro?
—La cárcel.
Paget entornó los ojos.
—¿Quiere decir que se va a casar con mi sobrina y me va a hacer pagar lo que hice?
—Lo hizo, ¿eh?
—De acuerdo, Sterling. Yo lo preparé todo para que Rex Harris fuese el culpable.
—¿Quién mató a Nancy Diamante?
Paget señaló al jinete que estaba a su derecha.
—Su nombre —dijo Rock.
—Spencer Milton.
Rock observó al llamado Spencer Milton. Tendría unos treinta y cinco años. Estaba sonriendo, como si Paget se refiriese a él como un héroe.
—Milton, ¿usted estranguló a Nancy Diamante?
—Ella me debía algo.
—¿Qué le debía?
—Me despreció una vez por Rex Harris.
—Lo detengo en nombre de la ley. Todo lo que diga a partir de ahora, le será tenido en cuenta.
—Qué miedo.
—Podrá nombrar a un abogado.
Milton soltó una carcajada.
—¿Oyó al muñeco, señor Paget?
—Sí, Spencer, estoy .escuchando.
Rock señaló al dueño de la mina Patricia.
—Usted también está detenido, Paget.
—¿Cuál es el cargo?
—Instigación al asesinato.
Paget rió fuertemente.
—De acuerdo, Sterling, estoy detenido y también lo está Spencer Milton. Se supone que debe llevarnos a la celda.
—Así es.
—Trate de llevamos a ella.
Rock observó al resto de los hombres al servicio de Paget. La mayoría de ellos sonreían, porque aquella escena les resultaba un gran espectáculo. Allí había un sheriff enfrentado a ellos, un hombre solo, que pretendía detener a Jeff Paget.
Rock tiró del revólver, al mismo tiempo que gritaba: —¡Adelante, Ken!
Su amigo y socio empezó a disparar desde la ventana con el rifle.
Paget chilló:
—¡Duro con ellos!
El y sus empleados sacaron las armas, pero Rock ya estaba produciendo estragos.
Disparó contra Spencer Milton, porque se dio cuenta de que era el más rápido, y lo hizo saltar de la silla.
Luego disparó contra Paget.
El hombre fuerte de Pulver City, fue alcanzado con una bala, pero logró sostenerse en la silla.
Rock disparó otra vez.
Paget había recibido los dos impactos en el pecho y el segundo bastó para que se derrumbase.
Rock se lanzó por encima del porche e impidió ser cosido por los plomos que le enviaban.
Ken Palmer, desde su posición privilegiada, estaba dejando muchos caballos sin jinete.
Media docena de empleados de Paget retrocedieron inmediatamente al ver que su jefe y sus hombres de confianza estaban ya muertos. No tardaron más de tres segundos en tomar la determinación de huir.
Rock Sterling, tendido en el polvo, seguía mandando balas.
—¡Alto, Ken!
—¿Estás bien, muchacho?
—Entero completamente.
—Pues creo que ahí viene alguien que te interesa.
Rock se levantó, palmeándose el traje. Eleanor se estaba acercando a la comisaría.
—Me interesa, muchacho. Y mucho. Para toda la vida. Rock Sterling fue al encuentro de la hermosa Eleanor, la mujer con la que iba a formar un hogar.
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