Agradecimientos

Evidentemente, no soy la primera persona que intenta ganarse la vida analizando y desmontando mitos populares. A mí estas cosas me gustan desde que tenía diez años y leí la meticulosa investigación de Jan Harold Brunvand sobre leyendas urbanas, y aquellos dos maravillosos diccionarios de Tom Burnam que aparecieron bajo el título de Misinformation [Desinformación]. Pero me siento sobre todo en deuda con mis tres ídolos en el campo del desmontaje de la sabiduría popular, que han tenido una gran influencia en la elaboración de este libro: el columnista «Cecil Adams», célebre por su «The Straight Dope» [Toda la verdad]; Barbara y David Mikkelson, que se encargan de la página de referencia sobre leyendas urbanas Snopes.com; y los televisivos y arriesgados MythBusters, los cazadores de mitos. Ellos son el padre, el hijo y el espíritu santo del género.

La mayoría de fuentes a las que me he remitido para la redacción de este libro son investigaciones primarias aparecidas en revistas científicas y médicas, pero he contado con mucha ayuda a la hora de localizarlas. Los Premios Innobles, que entrega cada año la revista Annals of Improbable Research [Anales de Investigación Insólita] a descubrimientos científicos tontos, son una isla del tesoro para este tipo de cosas. También me han resultado especialmente útiles la columna «Really?», que publica semanalmente el New York Times, y dos antologías de mitos médicos recopiladas por los doctores Aaron Carroll y Rachel Vreeman: Don’t Swallow Your Gum! y Don’t Cross Your Eyes… They’ll Get Stuck That Way! [No te tragues el chicle, y no pongas los ojos bizcos… se te quedarán así para siempre]. Por otra parte, ni se te ocurra valorar los peligros de la infancia sin consultar antes el Sistema Electrónico de Vigilancia de Heridas de Estados Unidos. Ignorarlo sería tan imprudente como subir por una escalera mecánica con una bolsa de plástico en la cabeza.

Algunas de las entradas que aparecen en este libro ya habían sido publicadas, con otra forma, en la columna semanal en la que me dedico a desmontar mitos y que cuelgo en la indispensable y fantástica página Woot.com, que recomiendo encarecidamente. Esa gente tiene un gigantesco busto mío hecho en poliestireno. Es verídico.

Gracias a mi agente, Jud Laghi, y a Brant Rumble, que por su nombre se diría que es un superhéroe, o un luchador, pero que en realidad es mi editor en Scribner. Él ha hecho que todas y cada una de la partes de este libro sean mejores de lo que eran, excepto en el título, con el que los dos nos quedamos encallados, por lo que organizamos un concurso. La opción ganadora, Porque lo digo yo (Because I said so!, en inglés), nos la sugirió primero un tal Philip Romano, que al hacerlo nos salvó la vida. Mi más sincero agradecimiento a todos los amigos que escarbaron en sus recuerdos en busca de pedacitos de dudosos consejos paternos y, por extensión, a sus padres, no muy dignos de confianza tanto si están vivos como si están muertos. También formulé preguntas a mis amigos virtuales de la red social Reddit.com, y les pedí sugerencias, que me llegaron por millares. Como estoy hablando de internet, también recibí algunos airados: «¿¡Y por qué tendríamos que hacerte el trabajo gratis, gilipollas del Jeopardy!? El libro te lo escribes tú solito». Pero, entre las sugerencias de Reddit había unos veinte tópicos de padres que a mí no se me habían ocurrido, y que acabaron entrando en la selección final, por lo que prometí nombrar a quienes me los facilitaron (o citarlos por sus nicks, en algunos casos): blitzcreeg10, Chris Cosler, Josh Damoulakis, Benjamin Dixon, dungeye, Jenna Gardner, Caitlin Hakala, Jenna Klaft, Justin Lefler, Matt Ludwig, Kevin Mayer, Christina Maynard, MoJ0_jojo, Noah de Chicago, Annika Piiroinen, pimanrules, Red-Dorf, TheDogKing, TheMagicHorsey, Philip M. Thompson, Terry Tourangeau, Twiek, wheresmyhou, Bruce Sterling «sirbruce» Wood-cock, y Arthur Z. Redditors: como sabihondos descreídos con tendencias libertarias, sois los mejores.

Finalmente, mi gratitud eterna a mis padres, que (a) me educaron en el deseo apasionado por descubrir la diferencia entre sabiduría popular y hechos científicos, y (b) aun así me transmitieron un montón de consejos absurdos pero bienintencionados que finalmente, he tenido que desmontar en estas páginas. Sin ambos aspectos, este libro no habría visto la luz. O, en todo caso, habría sido mucho más breve, habría tenido una cubierta y un título distintos, y habría acabado siendo una serie de tiras eróticas sobre vampiros que resuelven asesinatos. Gracias, mamá; gracias, papá. Más tarde me paso por casa y os llevo la ropa sucia.

KEN JENNINGS

Mayo de 2012