No sabes de dónde ha salido eso (cosas que no hay que comer)

No te comas los mocos, es malo para la salud

Los padres pisarían terreno más firme si dijeran: «No te comas los mocos o nadie querrá sentarse a tu lado en clase de música, ni jugar contigo a béisbol, ni quedar contigo, ni salir contigo, ni casarse contigo, y morirás solo, rodeado de gatos». Todo ello es cierto al cien por cien. Pero ¿representa de veras un riesgo para la salud?

El tabú social contra la ingestión de mocos (o mucofagia, si te interesa que suene algo más a perversión sexual) es mucho más fuerte que el tabú de hurgarse la nariz en busca de ellos. Un estudio llevado a cabo entre habitantes anónimos del estado de Wisconsin y publicado en el Journal of Psychiatry en 1995 reveló que el 91 por ciento de los individuos admitía hurgarse la nariz habitualmente, pero sólo un 8 por ciento confesaba ingerir el producto de sus prospecciones. En 2001, Chittaranjan Andrade y B. S. Srihari detectaron una brecha similar entre alumnos de secundaria de Bangalore, y obtuvieron un Premio Innoble por su detallada prospección de las narices de la India. Andrade se desplazó hasta Harvard para recoger el galardón, y al recibirlo dijo en tono jocoso: «Hay gente que mete sus narices en los asuntos de los demás; yo he convertido las narices de los demás en asunto mío».

Andrade y Srihari, perplejos ante investigaciones anteriores según las cuales había «personas que se comían sus residuos nasales y, además, los encontraban sabrosos», afirmaron que «no existe ningún contenido nutricional significativo en el moco nasal». En cambio, Friedrich Bischinger, un especialista en neumología austríaco, citado en informes de agencia en 2004, se muestra en desacuerdo. Él recomienda a sus pacientes hurgarse la nariz, sobre la base de que el dedo «llega a sitios inaccesibles al pañuelo y la nariz queda mucho más limpia». ¿Y qué hay de comerse la prueba del delito? ¡Pues mejor aún! «Para el sistema inmune, la nariz es un filtro en el que se recoge gran cantidad de bacterias, y cuando esa mezcla llega a los intestinos, actúa igual que un medicamento —explica—. La medicina moderna intenta constantemente lograr lo mismo a través de métodos mucho más complejos. La gente que se hurga la nariz y se come los mocos obtiene una dosis natural de su sistema inmune. Y es gratis».

El doctor Bischinger imagina una nueva utopía en la que se aliente a los niños a hurgarse la nariz, en la que la sociedad apoye sus incursiones nasales. Pero hasta que lleguemos a ese horizonte, todavía lejano, os pido por favor que sigáis pegando vuestros mocos debajo de pupitres y mesas, como Dios manda, y que no os los metáis en la boca. Al menos, no cuando os esté mirando yo.

FALSO

Si tragas pepitas de sandía, te germinarán en el estómago

En 1993, ese escenario de pesadilla pasó de las leyendas que se cuentan alrededor del fuego en los campamentos de verano a las respetables páginas del Weekly World News, por lo que tal vez no te asombre oír que eso es imposible desde el punto de vista botánico. No cuesta comprender por qué la sandía es la fruta que suele escogerse para referirse a ese mito: sus semillas, resbaladizas, suelen tragarse sin querer, enteras, intactas, y el tamaño de la fruta resultante hace que la posibilidad de una germinación gástrica nos parezca particularmente aterradora. El hecho de que, en Occidente, no sea habitual comer pepitas de sandía, añade un toque de exotismo a la idea de ingerir una por accidente, pero éstas, ricas en proteínas, son un alimento habitual en muchos lugares. Los chinos las tuestan y se las comen como si fueran cacahuetes, y los nigerianos elaboran con ellas una sopa. Teñidas de un rojo intenso, son un aperitivo tradicional en la fiesta de Año Nuevo vietnamita.

Hasta que una semilla germinada desarrolla sus primeras hojas, ésta recibe toda su energía de la respiración aeróbica. Y en el tracto gastrointestinal no hay oxígeno suficiente para que se produzca la germinación, eso en el caso de que el estómago no estuviera lleno de ácido clorhídrico, que mata las semillas. El doctor Gordon Rogers, de Sidney, experto en horticultura de la sandía, señala que todo ello forma parte del gran diseño de la naturaleza. «En realidad, el gran propósito del fruto de la sandía es dispersar sus semillas —explicó a un reportero que quiso investigar el mito en 2006—. Están diseñadas para pasar intactas por el tracto gastrointestinal de los animales». Dicho de otro modo, una especie de planta sólo prosperará si sus semillas germinan después de que un animal las expulse con la defecación, no antes.

Ocasionalmente llegan a las noticias casos de semillas que han germinado en el interior del cuerpo humano, pero en todos los casos se trata de semillas que fueron accidentalmente aspiradas por la tráquea. (A diferencia de lo que sucede en el tracto intestinal, los bronquios y los pulmones son ricos en oxígeno y están libres de ácidos). Mi caso favorito, en este sentido, es el que leí en 2009 en una noticia sobre Artyom Sidorki, de la ciudad rusa de Izhevsk, en los Urales. El señor Sidorki expectoraba sangre y los médicos solicitaron una biopsia, seguros de que padecía cáncer de pulmón. Pero en lugar de un tumor, lo que encontraron fue un abeto de cinco centímetros alojado en su pulmón izquierdo, que sin duda había llegado hasta allí por inhalación de una semilla. «Me alivia muchísimo saber que no es cáncer», declaró Sidorki, que según se ve era una persona de carácter positivo. También he tenido acceso a un informe de 1890 aparecido en el Maryland Medical Journal sobre un niño pequeño que, sin querer, aspiró una semilla de sandía que se alojó en sus bronquios. No llegó a crecer un fruto entero, pero los médicos manifestaron que «la semilla había realizado un intento abortado de crecer». Así pues, niños, aseguraos bien de que las pepitas de sandía lleguen hasta abajo. Porque si os entran en los pulmones, nadie sabe qué puede pasar.

FALSO

¡Esos sobrecitos de gel de sílice que ponen en los botes de pastillas son venenosos!

¿Qué tienen en común un par de zapatos, un teléfono móvil nuevo, un frasco de vitaminas Flintstone y una bolsa de pan de gambas coreano? Pues que es muy probable que todos vengan empaquetados con un extra: un diminuto sobrecillo blanco que lleva escrita, en letras rosadas o azules, una advertencia de tono severo: «¡NO INGERIR!», o su equivalente en inglés: «DO NOT EAT». ¿Qué son esas cosas? Y, si son tan peligrosas, ¿por qué las introducen en mis frascos de aspirinas?

Que no cunda el pánico. Las bolitas que contienen esos pequeños sobres están hechas de un material completamente inerte, el dióxido de silicio. Es más conocido como arena o como cuarzo. Las cuentas están dotadas de millones de microporos, lo que les permite absorber hasta el 40 por ciento de su peso en agua y, en consecuencia, alargar la vida de ciertos bienes de consumo almacenados. Pero si el contenido de esos sobres es tan seguro, ¿por qué llevan siempre esas advertencias que tanto asustan a papás y a mamás? Porque vivimos en una sociedad judicializada. Si te tragas una pequeña cantidad de gel de sílice, lo peor que puede ocurrirte es que te dé sed, pero podrías atragantarte y morir al introducirte el sobre en la boca, y los fabricantes no quieren que los denuncien por ello. Es así; de hecho, el pequeño envoltorio es más peligroso que el secante que contiene. Y el mismo consejo puede aplicarse a los animales domésticos. Según la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (la ASPCA, por sus siglas en inglés), el único peligro consiste en que las mascotas se traguen el sobre y éste se quede alojado en la garganta o el aparato digestivo.

Pero parece que la gente no se da por enterada. La Pet Poison Helpline (un servicio ininterrumpido de consulta sobre envenenamientos de animales domésticos) destaca que la ingestión de sobres de gel de silicio es la octava consulta más frecuente de los dueños de perros. Y en 2009, más de 34.000 personas llamaron a centros de control de intoxicaciones porque sus hijos habían comido el contenido de dichos sobres. Por lo general, los que atienden las llamadas en esos centros no lo tienen en cuenta, pero es posible que pregunten si el gel ingerido era del que tenía un indicador azul que se vuelve rosa cuando se humedece. Esas bolitas vienen recubiertas de una pequeña cantidad de cloruro de cobalto, un aditivo que se relacionó con enfermedades coronarias e incluso con cáncer cuando se usó, durante la década de 1960, como estabilizante de la espuma de la cerveza. Pero tus hijos tendrían que ingerir grandes cantidades para que les afectara más allá de un malestar estomacal. Además, esas bolitas azules son muy poco frecuentes en los mercados estadounidenses de hoy, desde que la Unión Europea los prohibió ya en 1998.

En conclusión: si lo que quieres es envenenarte con un frasco de pastillas, el secante que contienen no te servirá de nada. Tómate mejor una sobredosis de las pastillas propiamente dichas.

FALSO

Si te tragas un chicle, se te queda en el estómago sin digerir durante siete años

¿Puede ser eso? Si yo me trago un chicle hoy, ¿es posible que aflore, tipo bella durmiente, en un inodoro futurista, de esos japoneses, en el año 2020? ¿Cabe de veras la posibilidad de que esta noche yo cague el chicle que sin querer me tragué mientras veía Esta abuela es un peligro 2? Mientras planteaba estas cuestiones con mi amigo Raj, a él le vino a la memoria que, de niño, siempre se preguntaba qué ocurriría si, en lugar de uno, se tragaba dos chicles a la vez: ¿se le quedarían siete años atrapados en la barriga, o catorce? En otras palabras, ¿cumplirían su condena consecutiva o simultáneamente?

Detesto tener que pincharos el globo, pero la respuesta es que ni una cosa ni la otra. El organismo envía de permiso al chicle que nos tragamos en cuestión de veinticuatro horas, como si de un diplomático o de un Kennedy se tratara. Es cierto que aproximadamente una cuarta parte del chicle la constituye la goma de mascar propiamente dicha, una sustancia totalmente libre de alimento, hecha con látex, resinas, ceras y emulsionantes. Nuestro tracto intestinal podría trabajar sobre ella durante años sin lograr digerirla. Pero eso no es lo que ocurre.

«Ello implicaría que todas y cada una de las personas que alguna vez se han tragado un chicle en los últimos siete años, presentarían evidencias de ese chicle en su aparato digestivo —comentó el doctor David Milov en Scientific American—. Alguna vez, en las colonoscopias detectamos algún chicle que alguien se ha tragado —añadió—. Pero por lo general no lleva más de una semana ahí». Nuestro intestino elimina el chicle de la misma manera que elimina pedazos de mazorca a medio masticar, o cualquier otra cosa que resulte difícil de digerir: en uno o dos días nos abandona por vía rectal.

Sin embargo, el doctor Milov también dirigió al equipo que publicó el importante estudio titulado «Bezoares de goma de mascar en el tracto intestinal», aparecido en un número de 1998 de la revista médica Pediatrics. Un bezoar es un cálculo formado por materia sin digerir que en ocasiones se aloja en el estómago o el intestino. (Ese precioso término deriva de la palabra persa que se usaba para referirse a los «antídotos», porque antiguamente se consideraba que los bezoares de ciertos animales —parecidos a aquellas egagrópilas de búho que nos hacían diseccionar cuando íbamos a octavo— poseían notables propiedades curativas). La mayoría de los bezoares son bolos de comida y píldoras. A veces, en casos raros de «síndrome de Rapunzel», están formados por pelo tragado. Y más raros aún son los casos en que se componen de chicle.

El equipo del doctor Milov descubrió tres casos de niños pequeños cuyo «método para deshacerse de sus chicles» (tragárselo) era bien conocido por sus familias, que lo consideraban algo divertido. Pero dejó de parecérselo a todos en cuanto aquel hábito desembocó en estreñimiento crónico y, finalmente, cuando los laxantes se revelaron ineficaces, en una intervención quirúrgica. Si quieres que tus hijos dejen de tragarse sus chicles, léeles esto:

La dieta de abstinencia, que duró cuatro días, no dio resultado. Al quinto día, el niño fue sometido a una extracción manual de la retención fecal bajo sedación consciente, así como a una biopsia por succión rectal. Al retirar el extremo de la materia fecal, un resto «con aspecto de toffee» permanecía en el recto. Aquella masa pudo ser retirada manualmente, y estaba compuesta de goma de mascar.

Vaya, vaya. Espero que los padres de ese niño conserven el video de la «biopsia por succión rectal», y lo tengan a mano para enseñárselo a su acompañante al baile de graduación. Aun así, hay que tener en cuenta que nos referimos a un niño que se tragaba entre cinco y siete chicles al día. Otros casos sólo resultaron graves cuando al chicle se sumaban otras cosas, como monedas, que quedaban atrapadas en esa especie de tapones de culo hechos con chicles. Así que no hay que preocuparse, un chicle que se traga de tarde en tarde sin querer no hace daño. Habría que ser el Hunter S. Thompson de los chicles para acabar teniendo problemas médicos.

¡Pero ay de ti si te pillan! Prepárate para exponerte a la vergüenza pública. El doctor Milov escribe que «el arco iris de fragmentos de chicle de distintos colores, fundidos entre sí, en la materia fecal extraída es fácilmente reconocible por médicos y familiares como chicle viejo». No sé si es que yo soy raro, pero suena casi poético, bueno, menos la parte en la que se da a entender que se lo han sacado del culo a alguien.

FALSO

No inhales el helio de esos globos: mata neuronas

En este punto deseo ser muy claro: La gente que inhala el helio de esos globos en las fiestas de cumpleaños corre el gravísimo riesgo… de que se rían de él. Porque, ¿qué puede haber más divertido que gente con una voz normal suene de pronto como el pato Donald y se ponga a decir tonterías? Nada. No hay nada más divertido que eso.

Pero eso intenta explicárselo a esos grupos antidroga, como la Coalición Nacional para la Prevención de la Inhalación, o la Asociación para una América Libre de Drogas, que pillan un buen disgusto cada vez que en los medios de comunicación ponen esas «voces de helio». Protestaron con éxito por un popular anuncio de FedEx emitido en el año 2000 en el que los Munchkins del Mago de Oz quedan afónicos y, gracias a unos globos de helio, recuperan sus características voces agudas, e hicieron lo mismo con otro de Toys’R’Us, emitido en 2003, en el que la mascota de la cadena de tiendas, una jirafa, aspiraba helio. Finalmente, en 2010, Geico plantó cara a aquellos aguafiestas y se negó a retirar un anuncio en el que un cantante de ópera se arranca con un aria tras aspirar el helio de un globo.

La dureza de las acusaciones en esas controversias podría transmitirte —con toda la razón— la idea de que el gas helio es, de hecho, peligroso en alguna medida. Pero conviene leer la letra pequeña: las citas resultan siempre más sutiles. «Los jóvenes corren más riesgo de abusar de las sustancias que se inhalan», formulará algún portavoz, cuidándose mucho de distinguir entre las que resultan peligrosas (barniz de muebles, disolvente) y las que son absolutamente inertes (helio).

Así es: el helio es, en sí mismo, inofensivo. De niño, yo daba por sentado que ese gas alteraba la voz porque actuaba físicamente sobre las cuerdas vocales, ensanchándolas, o tensándolas, o algo así. Pero resulta que no es el caso. Las cuerdas vocales vibran como lo hacen siempre, pero ahora esas vibraciones viajan a través de un medio mucho más ligero. Cecil Adams, el columnista de Straight Dope, explica así el fenómeno: «En la práctica, estás acelerando la velocidad del sonido de tu voz». El único efecto desagradable de inhalar helio es que no es oxígeno. Si sólo inhalas helio durante uno o dos minutos, el gas, que es más ligero, desplaza el oxígeno del torrente sanguíneo, te mareas y, finalmente, puedes llegar a perder el conocimiento. Cuando en las noticias aparecen casos alarmantes por inhalación de helio en fiestas de cumpleaños, seguramente lo que ocurre es eso: que alguien se ha mareado y se ha dado en la cabeza con el canto de una mesa.

Los Centros de Control de Intoxicaciones de Estados Unidos han referido dos muertes relacionadas con el helio entre 2000 y 2004, por lo que es posible (aunque al parecer, difícil) encontrar cosas más peligrosas que hacer con ese gas noble. Los casos más graves corresponden en general a idiotas que han intentado inhalar helio directamente de bombonas que contienen ese gas presurizado (lo que puede llevar a rotura de pulmones y a hemorragias), o que meten completamente la cabeza en grandes globos de helio (lo que puede llevar a la asfixia). Pero inhalar, con supervisión, un poco de helio de un globo es inofensivo. No da ningún «subidón», por lo que no creo que suponga una puerta de entrada para acabar esnifando pegamento. No evitamos que nuestros hijos con resfriados usen esprays nasales, por seguir con el mismo razonamiento lógico paranoide. De hecho, los médicos llevan decenios administrando una mezcla de oxígeno y helio (generalmente en una proporción de 80/20) para ayudar a los pacientes con dificultades respiratorias: el gas, más ligero, es más fácil de inhalar que el aire. En ocasiones los buceadores que se sumergen a grandes profundidades recurren a la misma mezcla. Tal vez hablen raro, pero respiran mejor, por lo que les sale a cuenta.

Si el helio, un gas más ligero que el aire, hace que la voz reverbere más deprisa, ¿conseguirá un gas más pesado que la voz reverbere más despacio? ¡Sí! La voz puede ralentizarse inhalando gases como el xenón o el sulfuro hexafluoruro, que también pueden meterse en un globo (aunque en este caso no los encontrarás en tiendas de artículos de fiesta). Lo siento, muchachos: los tonos graves duran poco, o sea que no podrás usar esta técnica para presentarte a una entrevista de trabajo o acudir a una primera cita. Pero a los pulmones se les da bastante bien eso de mezclar gases, así que no te creas a los alarmistas que dicen que el xenón se encharca dentro del organismo. Es tan peligroso como el helio, es decir, nada peligroso.

FALSO

¡Las semillas de manzana son venenosas!

Cuando yo era niño, mi amigo Andy asombraba a todo el comedor ventilándose una manzana enterita, carozo y semillas incluidas. Aun hoy me parece que aquello que hacía era toda una proeza.

Y resulta que Andy tal vez fuera más temerario de lo que él mismo creía, porque los carozos de la manzana contienen un veneno potencialmente letal, y no un veneno cualquiera, sino uno de aquéllos tan siniestros que salían en las novelas de Agatha Christie. Las pepitas de manzana, como los huesos de cereza, los de melocotón y las semillas de muchas otras frutas contienen un glucósido llamado amigdalina, que el cuerpo descompone en azúcar y cianuro de hidrógeno cuando lo ingiere. Éste impide que las células usen oxígeno, e incluso una cantidad mínima puede causar la muerte en cuestión de minutos. No existe antídoto.

¿Entonces cómo hemos sobrevivido tanto tiempo con esas bombas de relojería permanentemente activadas entre nosotros, disfrazadas de saludables frutas aptas para todas las horas del día y que, según reza el refrán, «hacen la boca sana»? Pues porque, como casi todo, esto también tiene que ver con la dosis. El cuerpo es capaz de metabolizar pequeñísimas cantidades de cianuro con el tiempo, por lo que una dosis mortal debería administrarse toda de golpe. La dosis fatal media de amigdalina en ratas se ha establecido en 880 miligramos por kilo de peso. (Esa proporción puede diferir en el caso de seres humanos, pero resulta difícil hallar financiación para experimentar lo mismo con éstos). Un niño que pese 34 kilos tendría que consumir 29,9 gramos de amigdalina para morir envenenado. Las semillas de manzana pesan algo así como 0.7 gramos por pieza, y en ellas el contenido de amigdalina es del dos o el tres por ciento. Si mis cálculos no me fallan, un niño de edad mediana debería ingerir unas 1.700 semillas de manzana para llegar a la dosis letal en ratas. Ah, y además tendría que masticarlas muy bien para reventar la piel y llegar a las fibras que son ricas en cianuro. Como ya hemos comentado antes, las semillas están diseñadas para que atraviesen intactas nuestro organismo, siempre que no se mastiquen bien, y las de manzana no son ninguna excepción.

Hacen falta seis tazas de semillas de manzana bien masticadas para tumbar a un niño, y sin embargo, me inclino por considerar que este enunciado es «mayormente verdadero» porque, según se demuestra a menudo, la gente es tonta. El Laetrile, un medicamento supuestamente milagroso contra el cáncer, es un primo semisintético de la amigdalina hecho a partir de huesos de albaricoque, y su toxicidad hizo que la Administración del Alimento y el Medicamento de Estados Unidos lo prohibiera en 1980, lo que no ha impedido que gente desesperada lo consuma por valor de miles de dólares. Todavía se encuentra fácilmente a la venta en internet, en ocasiones con nombres engañosos como «Vitamina B17». (No es una vitamina). Ya sé que el cáncer es una mierda, pero conviene recordar dos cosas sobre el Laetrile:

1. En los dos únicos ensayos clínicos a los que se ha sometido, no ha resultado eficaz contra el cáncer, según el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos.

2. Es una forma de envenenamiento por cianuro y ha matado a gente.

Exceptuando esos dos «detalles sin importancia», supongo que no tiene nada de malo.

MAYORMENTE VERDADERO

Chuparse el pulgar es malo para la salud

Ésta fue una cuestión candente en la década de 1950, cuando algunos psicólogos entraron en guerra contra sus enemigos naturales, los dentistas. Los dentistas aseguraban que un niño que se chupaba el pulgar se causaba un grave perjuicio en el paladar y en los dientes. Por su parte, los psicólogos argumentaban que impedir que un niño se chupara el pulgar causaba un perjuicio aún mayor… en su frágil psique.

Finalmente, ganaron los dentistas. Hoy en día, casi todo el mundo coincide en que a) chuparse el pulgar es perjudicial, y b) es un hábito que por lo general se vence fácilmente y de manera no-traumática. Chuparse el pulgar es un comportamiento normal en bebés, presente en hasta un 93 por ciento de los niños de entre uno y dos años (al menos en los países industrializados: en los lugares en que los pequeños están más en contacto con sus madres, chuparse el pulgar es algo prácticamente desconocido). Y es una forma de autoconsuelo absolutamente normal hasta los cuatro años, aproximadamente. A partir de esa edad sí puede conducir a una serie de problemas dentales —el más común de ellos, el retrognatismo—, incluyendo la lista completa aspectos como el síndrome de la articulación temporomandibular, dificultades en el habla e incluso una enfermedad muy rara conocida como «tener la boca del Sloth de Los Goonies».

La cura milagrosa para casi todos los que se chupan el pulgar es el tiempo. Los niños superan esa fase, sobre todo cuando se encuentran entre compañeros que no chupan. (Me refiero a los pulgares. Los amigos de preescolar de tus hijos sí tienden a chupar, en general). Si no es así, algunos instrumentos simples, como el refuerzo positivo y las distracciones, funcionan bien, dado que la mayoría de los niños que se chupan el pulgar lo hacen por aburrimiento. Si en el hábito subyace un componente de ansiedad, eliminar sus causas suele terminar con la conducta. Como último recurso, la mayoría de los dentistas no se oponen al uso de un aparato bucal para corregirla. Antiguamente se trataba de un artilugio de aspecto temible conocido a veces como «el rastrillo», y que yo imagino cubierto de púas, recién salido de una sala de torturas medieval. Hoy en día, las «cunas palatales» suenan mucho mejor. ¡Que levante el pulgar el que esté a favor de los eufemismos!

VERDADERO