9. LÓGICA FILOSÓFICA
MI noción de que la filosofía no era una ciencia en el sentido de saber de validez incontrovertible y universal de ninguna manera quería decir que el filosofar estuviera librado a la arbitrariedad, al antojo, a la subjetividad del sentir. Muy al contrario, frente a la exactitud científica que, metódica con relación a un determinado punto de vista, es universalmente válida, la verdad de la filosofía es la verdad absoluta, en cuya concienciación la virtualidad se torna realidad histórica. A diferencia de la verdad científica, que puede ser enunciada en términos netos para la razón, la verdad filosófica sólo se presta a la comunicación indirecta por movimientos de pensamientos y ningún enunciado puede captarla adecuadamente.
De lo que se trata es de no sólo pensar y enunciar la verdad filosófica, sino dilucidar sus vías de comunicabilidad. Únicamente así el pensamiento filosófico se torna puro en la reflexión y es encauzado en forma disciplinada por deliberados métodos propios.
Desde hacía mucho tiempo iban dirigidos mis afanes a la lúcida penetración de los métodos del pensar y, a través de ellos, del pensamiento filosófico mismo. Ya en el año 1921 di una conferencia de cuatro horas de duración sobre “sistemática filosófica”. Moviéndome aún dentro de la concepción psicológica universal de mis años juveniles, procuraba ahondar esta concepción. Elaboré un esquema de las categorías —verdad es que manteniéndome en el plano externo—, ordenándolas como un botánico ordena su material. Y me puse a meditar sobre los métodos de todo conocer, partiendo de la oposición fundamental entre el aprehender y el explicar, mas apuntando al problema del pensamiento específicamente filosófico. Conatos de ello se daban en algunas páginas de mi “Psicología de las concepciones del mundo”. En muchos pasajes de mi “Filosofía” tocaba esta cuestión. En el curso que dicté en el invierno de 1931 /32, una vez publicada mi “Filosofía”, desarrollé el concepto de lo “global”, fundamental para mi lógica filosófica, tratando de él públicamente por primera vez en las clases que dicté en Groninga sobre “razón y existencia” (1935). A lo largo de los años se iba acumulando material para el tema. En mi último curso (antes de ser separado de mi cátedra, en 1937) lo expuse disertando durante cuatro horas sobre “verdad y ciencia”. De lo que se trataba era de dilucidar los métodos del filosofar que desde siempre se venían empleando de hecho. Parecíame que redescubriera el mundo del pensamiento filosófico en su autoconciencia. Me propuse intentar una exposición sistemática del todo en un libro que debía titularse “Lógica filosófica” y me puse a la tarea de escribirlo sobre la base de una multitud de cuartillas, apuntes y manuscritos.
Esta labor se cumplió en los años más difíciles: los del nacionalsocialismo y su guerra. En tanto teníamos que repudiar al Estado criminal en el cual vivíamos y desear su hundimiento a cualquier precio, hallábamos sosiego en la elaboración del —aparentemente— más abstracto y apartado de la realidad existencial de los temas. En esos años de apremio, compartido por nosotros no con todos los alemanes, como en la primera Guerra Mundial, sino con nuestros verdaderos compañeros de infortunio: los perseguidos, vejados y exterminados por Alemania, el trabajo en la “Lógica filosófica” era una forma interior de autopreservación. Como de costumbre, mi mujer leía mis manuscritos y me hacía apuntes al respecto. Tanto para ella como para mí, esto daba la pauta para la labor cotidiana. Cumplíase ésta en las sombras que se proyectaban sobre todos los días, no con los bríos juveniles de la época en que compusimos nuestra “Psicología de las concepciones del mundo”, ni en la confiada altura alcanzada por nuestras vidas en los años en que nació nuestra “Filosofía”. Nos envolvía la quietud de una vida oculta que discurría en circunstancias caracterizadas por impotente aguantar y repentinos terrores. Escribíamos para nosotros mismos, sin considerar apenas la perspectiva de futuros lectores —salvo que sobreviviéramos, eventualidad harto inverosímil, y volviéramos a ver a nuestros amigos de antes.
Muchas partes del manuscrito fueron leídas por María Salditt, perteneciente al reducido círculo de amigos jóvenes recordados con entrañable cariño, la que acompañó con su cálido interés nuestro trabajo, siendo un estímulo en nuestro aislamiento por el solo hecho de dar importancia a la labor en que estábamos empeñados. Había seguido la carrera del magisterio y a lo largo de décadas nos dejó participar de los problemas de su profesión. La vi mantenerse firme en el aula en la época nacionalsocialista, apoyada tácitamente por un excelente director; y la veo mantenerse firme en medio del caos espiritual de la contemporaneidad alemana, imperturbablemente dedicada a brindar a la juventud los tesoros de la tradición, a promover el culto de la veracidad, aguantando a los poderes burocráticos y resistiéndoles. En ella, que había nacido en el seno de una familia católica devota, el pensamiento metafísico era cosa sobreentendida, impresionándome y poniéndome en grato contacto con las honduras del catolicismo. Mechtilda de Magdeburgo era uno de sus personajes dilectos. A su compenetración de mi pensamiento debo valiosos índices analíticos para mi “Psicopatología”, “Filosofía” y “Lógica filosófica”, que pueden ser de enorme utilidad para facilitarle al lector la búsqueda de diversos temas.
El clima espiritual en el cual se gestó la “Lógica filosófica” se caracterizaba, sobre la base del pensamiento desarrollado a lo largo de mi vida, por la tendencia a percibir en la abstracticidad del saber fundamental lo propiamente concreto que estaba dado siempre, bajo todas las circunstancias. Si bien en la lógica no cabía sino verificar los ámbitos en que se aprehendían la Verdad y el Ser, en este verificar gravitaban los contenidos de la tradición que en dichos ámbitos se expresaban.
El libro fue escrito teniendo presente los estragos de la falta de veracidad, de la verdad tergiversada, del mal. Me proponía afianzar la propia decisión en la claridad de la alternativa categórica, allí donde no cabía sino el rechazo. Mas me proponía también promover la prontitud para abordar en actitud comprensiva toda posibilidad de verdad en la misma no-verdad. Lo problemático de lo verdadero que, seguro de sí mismo, se proclama con pretensión de validez universal, la arrogancia en la posesión de la verdad, debía resaltar no menos que la bondad de un fundamento que se sustrae a la objetivación directa.
He aquí algunas nociones subyacentes a la obra:
1. La situación de la filosofía es la siguiente: No existe una verdad única en el todo, sino que en el acontecer histórico se dan cita múltiples verdades. Por consiguiente, la comunidad de todos los hombres no puede basarse en el culto universal de una verdad una y única, sino tan sólo en el medio de comunicación compartido por todos. Desarrollar la conciencia de este medio y promover su máxima disponibilidad, así como —más allá de ello— dilucidar el sentido de su eficacia existencial, es la tarea de la lógica filosófica, la que determina, por un lado, las condiciones que deben darse para que se opere la incondicional voluntad de comunicación, y por el otro, las modalidades de ruptura de la comunicación, su sentido y sus consecuencias.
2. La comunicación presupone la autoconciencia de la razón, esto es, el saber de los modos y métodos del pensar, de la orientación en la faena del pensar, llegando hasta la claridad sobre los orígenes. Conforme se logra esta autoconcienciación de la razón, el pensamiento consigue situarse por encima de sí mismo: el hombre que piensa filosóficamente llega a ser dueño de sus pensamientos, en vez de estar atado, sordamente, a vías y modos del pensar.
3. Para penetrar en el ámbito de los orígenes se requiere llevar a cabo un pensar que parece imposible. Pensamos en términos de objetos a que estamos enderezados. Es, en cambio, tarea constante de la fundamental operación filosofante pasar, trascendiendo lo meramente objetivo, a aquello que es el origen tanto de lo objetivo como del pensar allá enderezado del sujeto. A aquello que no es ni cosa (objeto) ni acto de pensar (sujeto), sino que comprende ambas cosas le llamaba yo lo global. Se expresa esta instancia ni a través del solo objeto ni a través del solo sujeto, sino a través de ambos fundidos en una unidad, que es la trascendencia tanto de la conciencia como del ser. Se trata de una noción fundamental, de ardua realización, que es, en definitiva, lo que clarifica el filosofar mismo, más aún, en rigor lo posibilita; noción, por otra parte, que una vez aprehendida es simple en extremo, la cosa más natural.
Mediante el desarrollo de esta noción fundamental en la lógica filosófica no se adquiere una posición básica científica, de validez incontrovertible, pero sí la idea de ámbito máximo de los contenidos anterior a toda fijación a un determinado contenido de verdad. Se trata de un intento de adueñarse del medio de comunicación entendido en el sentido más lato posible.
4. Si el filosofar, paradójicamente, no halla objetos en lo objetivo, ¿qué es entonces el pensamiento filosófico? Si al pensamiento objetivo lo calificamos de racional, el pensamiento que partiendo de lo objetivo va más allá ya no es racional, aunque está en un todo atado a actos racionales.
El que tal pensamiento tiene su fundamento en sí mismo, por cuanto lo tiene en el origen de todas las cosas, sólo por él mismo puede aprehenderse. Su necesidad puede ser deducida por vía racional, de la limitación de la racionalidad. Así, pues, la lógica filosófica debe, por lo pronto, destacar el aparente carácter de cosa cerrada en sí misma que tiene lo racional tal como se lo conoce mucho ha, indicando sus principios formales (los principios de contradicción, del tercero excluido, de razón suficiente, de la nulidad de tautologías y círculos). La interesan, entonces, como conocer filosóficamente esencial, los problemas que se plantean dentro de lo racional mismo y no pueden resolverse: o sea la contingencia de fracasar forzosamente la racionalidad al cerrarse sobre sí misma, absolutizarse, entrar en contacto con la infinitud.
La lógica filosófica debe mostrar cómo la insuficiencia de lo racional para hacer frente a los problemas filosóficos fundamentales lleva al desarrollo de una manera de pensar que atenta contra los principios de lo racional, moviéndose en contradicciones, tautologías y círculos, mas no por violar arbitraria y discrecionalmente esos principios, sino porque opera dentro de un orden diferente, que la dilucidación metodológica pone en claro.
En tales formas antilógicas y alógicas no cabe, como en las de la ciencia, la comunicabilidad universal. El contenido que quiere comunicarse en tales operaciones requiere algo que esté enderezado a él. En tanto que el saber científico se realiza por la aprehensión accesible a todo el mundo, en las formas de la racionalidad, la realización de los pensamientos filosóficos ha menester realidad histórica y posibilidad de existencia ajena. Frases y secuencias de frases que para fulano no son más que palabras hueras, “sin objeto”, para mengano son el medio de presencia de una verdad fundamental.
La lógica filosófica puede levantarlo todo al plano de la con ciencia, pero sin imponerlo como absoluta certeza. En este dominio, ella sólo abre posibilidades, las que al sujeto pueden parecerle cargadas o carentes de sentido, según el caso.
5. El pensamiento filosófico comporta un ir más allá de la racionalidad que pretende ser absoluta, mas este ir más allá, no obstante se realiza por medios racionales. Trasciende la razón, sin perder la razón. No debe concluir, a su vez, en una estructura objetiva que, suerte de vasto círculo de círculos, aprisione otra vez en el saber lo que sólo como cosa no aprisionada puede tornarse presencia en efectuaciones. Se vuelve metodológicamente factible la pureza de la metafísica al eliminarse todo conocer objetivo presuntamente captado en ella. Puede ella, sin ninguna mistificación, ser operante en el plano existencial.
Baste con lo consignado en lo que antecede. Trabajar en esas tareas tiene consecuencias portentosas. Hace impacto en uno una poderosa sugestión que emana de la cosa, al tiempo que ésta, objetivamente, desaparece. Basta la aprehensión formal para que nazca una serena receptividad para el encuentro puro con el Ser que nos habla en todos los modos de lo global.
Para la composición de la “Lógica filosófica” elaboré un esquema:
La fundamentación (primer tomo) dilucidaría integralmente el sentido de Verdad. Abarcaría el máximo ámbito posible, estructurándolo en ámbitos de diferente procedencia y refiriéndolo a lo Uno, inasible como tal, que es centro y perímetro de todo.
Dentro del ámbito así ganado, sería expuesta en sus principios y desplegada hasta un límite no determinado la totalidad de las categorías en que se piensa (segundo tomo) y de los métodos por medio de los cuales se ejecutan en movimientos las operaciones del pensar (tercer tomo). A través de lo global, que da la pauta, se llegaría al conocimiento de la técnica de los modos de pensar y los movimientos del pensar, la cual, así, sería reconocible en el pensar concreto del momento.
Finalmente, en una teoría de las ciencias (cuarto tomo) yo mostraría el mundo de las ciencias reales y de la filosofía real en sus formas básicas y sus cambios.
Sólo el primer tomo, “De la verdad”, quedó concluido. Lo di a la estampa en el año 1945, impulsado por la alegría del comienzo de una nueva vida. El trabajo en la teoría de las categorías y de los métodos, que sólo estaba elaborada en parte y distaba mucho de estar lista para ir a la estampa, lo he abandonado por el momento, esperando disponer alguna vez de tiempo para darle cima. La teoría de las ciencias, en rigor, ni está empezada; no hay más que un principio de elaboración, representado por apuntes diversos.