Los poderes oscuros continuará…

Cerré los ojos con fuerza y me imaginé tirando de Liz a través del éter. Sólo un tirón fuerte y rápido y…

Una risa gutural hizo que temblase de pies a cabeza. Me volví con un giro rápido, pero lo único que podía ver aún era la sala vacía.

—T-tú no eres Liz.

La risa me rodeó, corriendo a mi alrededor más y más rápido hasta que parecía bullir desde todos los ángulos de la habitación.

—¿Quién eres?

La carcajada terminó con una risita entre dientes. Un aire cálido se deslizó por encima de mi brazo sin venda.

Me bajé la manga. ¿Qué eres?

—Esa pregunta es mejor.

Aquel aire cálido me hizo cosquillas en la mejilla.

—¿Qué eres , pequeña? Ésa es la cuestión. Cuando llamaste a tu amiga, respondieron los espíritus de un millar de muertos, batiendo sus alas para regresar a sus esqueletos putrefactos, clamando misericordia. ¿Sabes dónde están esos esqueletos?

—N-no.

—En un cementerio. A poco más de tres kilómetros de aquí. Un millar de cadáveres dispuestos a convertirse en un millar de zombis. Un vasto ejército de muertos para que los comandes.

—Yo no…

—No. Tú no. Todavía no. Tus poderes necesitan tiempo para madurar. ¿Y después? —aquella risa gutural atestó la sala—. Hoy, el querido doctor Lyle debe de estar bailando en el Infierno, superadas sus agonías gracias a la emoción de su triunfo.

—¿Samuel Lyle?

—¿Hay otro? Se alegraron de su muerte y apenas lloraron al muy demente doctor Lyle —cantó la voz, pasando junto a mí como una corriente de aire cálido—. El creador de la más dulce y bonita abominación que jamás he visto.

—¿Có-cómo?

—Un poco de esto, un poco de lo otro —cantó—. Se enrosca por aquí, se pellizca retorciendo por allá, y mira lo que tenemos. Una bola de energía perfecta lista para estallar —la voz se acercó, y su brisa agitó mi pelo—. ¿Hay más como tú, pequeña? Debe de haberlos. Chiquillos hacedores de magia y monstruos reventando de energía. ¿Tus creadores todavía no se han dado cuenta de su error?