Capítulo 26

Sí empleé el tarro, por asqueroso que fuese. Ya había entregado mi «muestra» de la jornada así que, la próxima vez que tuviese que ir lo haría en el baño del piso superior, dentro del tarro, y lo escondería tras las cosas de limpieza colocadas bajo el lavamanos. La limpieza del servicio era una de nuestras tareas y, por tanto, esperaba que eso implicase que las enfermeras nunca se metiesen por ahí abajo.

Ese día no realizamos mucho trabajo en clase. Lo intentamos, pero la señora Wang no estaba por la labor. Era viernes y veía acercándose el fin de semana, así que nos puso los deberes y después se dedicó a jugar al solitario en su ordenador portátil.

Rae pasó la mayor parte de la mañana en terapia, primero con la doctora Gill y después una sesión especial con el doctor Davidoff, mientras Tori recibía la suya con la doctora. Eso implicó que cuando la señora Wang nos dejó salir antes de la hora para ir a comer, me dejaron sola pasando el tiempo con Simon y Derek, lo cual para mí estaba bien. Aún había muchas cosas que quería saber, aunque preguntarlas no era tan fácil; sobre todo porque no era un asunto que pudiésemos discutir en la sala de medios audiovisuales.

La elección más obvia habría sido salir, pero la señorita Van Dop trabajaba en el patio. Por tanto, Simon se ofreció a ayudarme a terminar con la colada, Derek dijo que se escaparía abajo más tarde.

—Entonces, aquí es por donde merodea nuestro fantasma doméstico —dijo Simon, rodeando la lavandería.

—Eso creo, pero…

Alzó una mano, después se agachó hasta el suelo y comenzó a clasificar la última cesta.

—No necesitas decirme que quizás aquí no haya ningún fantasma, y yo no voy a intentar que contactes con él. Cuando baje Derek, podría, pero no dejes que te obligue a hacer nada.

—Yo no la obligo a hacer nada —dijo la voz de Derek, precediéndolo antes de que doblase la esquina—. ¿Qué pasa si le digo a la gente que haga algo y lo hace? —añadió, asomándose—. Pues que no es mi problema. Todo lo que tiene que decirme es no. Le funciona la lengua, ¿no?

Genial. El tipo me hacía sentirme como una idiota incluso cuando me decía que no le permitiese hacerme sentir como una idiota.

—Entonces, si deciden trasladarte, ¿qué vas a hacer al respecto?

Simon colocó mal una camisa.

—Por el amor de Dios, Derek, no van a…

—Se lo están pensando. Necesita un plan.

—¿De verdad? —Simon colocó la camisa en el montón de ropa de color—. ¿Qué pasa contigo, tronco? Si se corre la voz de que serás el próximo en largarte, ¿tendrías un plan?

Intercambiaron una mirada. No pude ver la cara de Simon, pero las mandíbulas de Derek se encajaron con fuerza.

Me levanté y recogí una carga de ropa para la lavadora.

—Si lo hacen, no creo que tuviese muchas opciones. No podría negarme…

—Entonces, ¿te rendirás? ¿Te irás como una niña buena?

—Tranqui, tronco.

Derek no le hizo caso. Recogió la ropa que yo había dejado colocándose junto a mí al hacerlo.

—No te van a permitir hablar con Liz, ¿verdad?

—Esto… ¿Cómo?

—Tori lo pidió esta mañana. Yo lo oí. Talbot le dijo que no y añadió que te había dicho lo mismo anoche, cuando se lo pediste —cogió el tambor de detergente de mis manos, levantó el vaso de medida colocado en la balda y lo movió—. Eso ayuda.

—Dicen que puedo llamar a Liz el fin de semana.

—A pesar de eso, me parece un poco raro. Apenas conocías a la chica, ¿y eres la primera que quiere llamarla?

—A eso se le llama ser considerado. Quizás hayas oído alguna vez esa palabra.

Apartó mi mano de los mandos de la lavadora.

—Oscuro, frío, o harás que se pierda el tinte —se volvió lanzándome un vistazo—. ¿Lo ves? Soy considerado.

—Seguro, sobre todo porque casi todas las cosas ahí dentro son tuyas.

Simon soltó una risotada a nuestra espalda.

—En cuanto a Liz —continué—, sólo quería asegurarme de que estaba bien.

—¿Por qué no iba a estarlo?

Se burló de mi estupidez al pensar que Liz estaba muerta, asesinada. Por raro que parezca, eso es exactamente lo que yo quería. Era un alivio tener la cabeza llena de guiones cinematográficos.

Llegué hasta la parte anterior a despertar y ver a Liz en la cama, parloteando.

—Entonces… —interrumpió Derek—. ¿Liz regresó del proceloso Más Allá para enseñarte sus calcetines tan molones?

Le hablé acerca del «sueño» y su aparición en el ático.

Al terminar, Simon se había quedado sentado, con la mirada fija y una camisa oscilando en sus manos.

—Sin duda, eso suena a fantasma…

—Sólo porque sea un fantasma no significa que haya sido asesinada —dijo Derek—. Pudo haber sufrido un accidente fortuito de camino al hospital. Si hubiese sucedido así no nos lo dirían de inmediato.

—O quizá ni siquiera esté muerta —dije—. ¿Podría haber hecho un viaje astral? Los chamanes los hacen, ¿no? Eso también puede explicar cómo movía las cosas a su alrededor. No era un espíritu el causante de esos fenómenos… Era el suyo, o como quiera que funcione eso. Dices que nuestros poderes se descontrolan durante la pubertad, ¿no? Si no sabemos lo que somos cuando suceden esas cosas, entonces ésta es la clase de lugar adecuado donde estar. Una residencia para adolescentes con problemas raros.

Se encogió de hombros, pero no lo discutió.

—¿Ser una chamán explicaría lo que estaba haciendo? ¿Lanzar todo eso por ahí? ¿Podría haber salido de su cuerpo sin ni siquiera saberlo?

—Yo…, pues no lo sé —la aceptación salió despacio, casi de mala gana—. Déjame pensarlo.

* * *

Estábamos a mitad del postre cuando volvió a presentarse la señora Talbot.

—Chicos, sé que tenéis tiempo libre después de comer, y no pienso interferir en eso, pero voy a tener que pediros que lo paséis en esta zona de la casa y dejéis algo de privacidad a Victoria y a su madre. Por favor, manteneos fuera del aula hasta el comienzo de las clases, y no juguéis en la sala de medios audiovisuales. Podéis salir o quedaros en la sala de estar.

Bien, si una semana antes alguien me hubiese pedido que concediera cierta privacidad, me habría asegurado de mantenerme apartada. Eso eran sólo buenos modales. Sin embargo, después de unos días en la Residencia Lyle, si alguien me decía «No vayas ahí», ya no respondería «de acuerdo», sino «¿por qué?»… Y decidiría averiguarlo. En aquella casa la información era poder, y yo aprendía rápido.

La cuestión era cómo acercarse lo suficiente al despacho de la doctora Gill para escuchar a escondidas a Tori y su madre, y saber por qué habríamos de conferir confidencialidad a una amigable charla entre madre e hija. Podría pedírselo al chico del superoído, pero no quería deberle ningún favor a Derek.

La señora Talbot dijo que a las chicas se les permitía subir al piso superior, pero no a los chicos, porque ir a su cuarto significaba pasar por delante del despacho de la doctora Gill. Eso me dio una idea. Subí, me colé después en la habitación de la señora Talbot, atravesé la puerta compartida con el dormitorio de la señorita Van Dop y después crucé el vestíbulo de los chicos hasta llegar a las escaleras.

Mi osada maniobra tuvo su recompensa en cuanto me agazapé en las escaleras.

—Tori, no puedo creer que me hicieses esto. ¿Tienes idea de cuánto me has avergonzado? Oíste a escondidas lo que las enfermeras dijeron acerca de Chloe Sanders mientras yo estaba aquí el domingo, y no pudiste esperar para decírselo a los demás muchachos.

Tardé un momento en comprender de qué estaba hablando la madre de Tori. Esa semana habían pasado muchas cosas. Entonces lo supe… Tori les dijo a los demás que yo creía ver fantasmas. Rae había comentado que la madre de Tori tenía relaciones profesionales con la Residencia Lyle, así que al ir ese domingo para darle una camisa nueva a Tori, las enfermeras debieron mencionar a la chica nueva y sus «alucinaciones». Tori había estado escuchando a escondidas.

—Y si eso no fuese suficiente, me han dicho que te has enfurruñado por el traslado de esa chica.

—Liz —susurró Tori—. Se llama Liz.

—Ya sé cómo se llama. Lo que no sé es por qué esto te hizo perder los estribos.

—¿Los estribos?

—Ahí enfurruñada en tu habitación. Discusiones con Rachelle. Regodeándote ayer en los antecedentes de la chica nueva. Victoria, ¿están funcionando bien tus nuevas medicinas? Te dije que si el nuevo tratamiento no te ayuda has de decírmelo…

—Me está ayudando, mamá —la voz de Tori sonaba espesa, como si hubiese estado llorando.

—¿Todavía lo tomas?

—Siempre lo tomo. Lo sabes.

—Lo que sé es que si los tomas deberías estar mejor, y esta semana ha demostrado que no es así.

—Pero eso no tiene nada que ver con mi problema. Es…, es la chica nueva. Me saca de mis casillas. La señorita Doña Perfecta. Siempre intentando hacerme quedar mal. Siempre intentando demostrar que es mejor —su voz adoptó un amargado tono de falsete—. Ay, Chloe es una chica tan buena. Ay, Chloe va a salir de aquí enseguida. Ay, Chloe lo está intentando con tanto esfuerzo —entonces volvió a poner su tono habitual—. Yo me estoy esforzando, y bastante más que ella, pero el doctor Davidoff ya ha venido a visitarla.

—Marcel sólo pretende motivaros, chicos.

—Yo estoy motivada. ¿Crees que me gusta estar aquí plantada con toda esta pandilla de fracasados y bichos raros? Lo que pasa es que yo no sólo quiero salir… quiero mejorar. Eso no le interesa a Chloe. Miente y les dice a todos que no cree ver fantasmas. Chloe Sanders es una falsa y una pequeña pu… —se tragó el resto de la palabra—… Bruja.

Nunca me habían llamado nada como eso, probablemente ni siquiera a mi espalda.

No obstante, yo había mentido. Dije una cosa cuando creía otra. Ésa es la definición de alguien falso, ¿verdad?

—Comprendo que no te interese esa chica…

—La odio. Ella llega, consigue que larguen a mi mejor amiga aquí dentro, me pone en evidencia con médicos y enfermeras, me roba el chico… —Se detuvo en seco y, después, farfulló—: De todos modos, se lo merece.

—¿Qué has dicho sobre un chico? —las palabras de la madre salieron filosas, encolerizadas.

—Nada.

—¿Estás liada con alguno de estos chicos, Tori?

—No, mamá, no estoy liada con nadie.

—No me hables en ese tono. Y suénate la nariz. Apenas te entiendo con todo ese moqueo —una pausa—. Sólo te lo voy a preguntar una vez más. ¿Qué has dicho sobre un chico?

—Yo sólo… —Tori tomó aire con fuerza suficiente para que la oyese—. Me gusta uno de los chicos de aquí, Chloe lo sabe y por eso lo ha estado persiguiendo para hacerme quedar mal.

¿Persiguiéndolo?

—¿Quién es el chico? —la voz de su madre era tan baja que tuve que esforzarme para oírla.

—Vamos, mamá, no importa. Es sólo…

—No me vengas con «vamos, mamá». Creo que tengo derecho a estar preocupada —su voz descendió otro punto—. No me digas que es Simon, Tori. No te atrevas a decirme que es Simon. Te advertí de que te mantuvieses apartada de él…

—¿Por qué? Él está bien. Ni siquiera tiene una medicación. Me gusta y… ¡Ay! ¡Mamá! ¿Qué haces?

—Llamarte la atención. Te dije que te apartases de él y espero que me obedezcas. Ya tienes un amigo. Más de uno, que yo recuerde. Chicos perfectamente majos que están esperando a que salgas de aquí.

—Sí, claro, como si eso fuese a suceder en breve.

—Sucederá cuando decidas que suceda. ¿Tienes idea de lo embarazoso que es para un miembro de la plantilla directiva que hayan enviado a su propia hija a este lugar? Pues, bien, déjame decírtelo, señorita Victoria, no es nada comparado con que se tenga que quedar aquí al menos dos meses más.

—Ya me lo has dicho, y dicho, y dicho.

—No lo suficiente o, de otro modo, estarías haciendo algo al respecto. Como intentar ponerte mejor.

—Lo intento —la voz de Tori se elevó hasta convertirse en un lamento de frustración.

—Es culpa de tu padre… Te mimó hasta echarte a perder. Nunca luchaste por nada en tu vida. Nunca has sabido lo que es querer algo.

—Mamá, lo intento…

—Tú no sabes lo que es intentar algo —el veneno que rezumaba la voz de su madre me puso la piel de gallina—. Eres una mimada, vaga y egoísta, y no te importa cuánto me hieres haciéndome parecer una madre de mierda, dañando mi reputación profesional…

La única respuesta de Tori fue un sollozo desgarrador. Por mi parte, abracé mis rodillas y me froté los brazos.

—No te preocupes por Chloe Sanders —la voz de su madre descendió hasta un siseo—. Ella no se va a ir tan pronto como crees, de ninguna manera. Tú preocúpate por Victoria Enright y por mí. Haz que me sienta orgullosa, Tori. Es todo lo que te pido.

—Lo intento… —entonces se detuvo—. Lo haré.

—No hagas caso de Chloe Sanders ni de Simon Bae. No merecen tu atención.

—Pero Simon…

—¿Me has oído? No te quiero cerca de ese chico. Es un problema… Él y su hermano. Si vuelvo a oír que os han visto juntos, a solas, él se va. Haré que lo trasladen.

* * *

Experiencia vital. Puedo concederle más importancia, prometerme que expandirá mis horizontes, pero aún estoy limitada a las experiencias de mi propia vida.

¿Cómo puede alguien comprender una experiencia que le es ajena por completo? Puede ver, sentir e imaginar cómo sería vivirla, pero no es algo diferente de verla proyectada en una pantalla diciendo: «gracias a Dios que no soy yo».

Después de escuchar a la madre de Tori, prometí no volver a echar pestes de tía Lauren. Era afortunada porque la mayor falta de uno de mis «padres» fuese preocuparse demasiado por mí. Ella siempre acudía en mi defensa, incluso cuando la decepcionaba. Acusarme a de avergonzarla a ella es algo que jamás hubiese pasado por la cabeza de mi tía.

¿Llamarme vaga por no intentarlo con el empeño suficiente? ¿Amenazarme con apartarme del chico que me gustaba?

Me estremecí.

Tori trataba de ponerse mejor. Rae la había llamado reina de las pastillas. Entonces comprendí por qué. Sólo podía imaginarme cómo era la vida para Tori, y ni siquiera mi imaginación era lo bastante buena para llegar tan lejos.

¿Cómo podría alguien culpar a su hijo por no superar una enfermedad mental? No era como castigar a un mal estudiante por no pasar de curso. Era como culpar a alguien con problemas de aprendizaje por no sacar sobresalientes. Cualesquiera que fuesen las «condiciones» de Tori, se parecía a la esquizofrenia… Ni era culpa suya, ni podía controlarla por completo.

Aquella tarde Tori no asistió a clase, y no es sorprendente. La regla de no esconderse en la habitación parecía no aplicarse a ella, tal vez por su situación o tal vez debido al puesto que ocupaba su madre. Me escabullí al piso de arriba entre clase y clase para encontrarla. Estaba en su dormitorio, y la puerta cerrada apenas ahogaba sus sollozos.

Me quedé en el vestíbulo, escuchándola llorar, anhelando poder hacer algo.

En una película, yo podría entrar, consolarla y quizás incluso hacernos amigas. Lo había visto en la pantalla una docena de veces. Pero, una vez más, aquella experiencia no era la misma en la vida real, cosa que no podría apreciar de verdad hasta estar allí, al otro lado de la cama.

Tori me odiaba.

La idea me produjo dolor de estómago. Nunca me habían odiado antes. Yo era la clase de chica que, si alguien preguntaba a los demás qué pensaban de mí, contestaban: «¿Chloe? Bueno, es buena chica, supongo». No me odiaban, ni me amaban, sencillamente no pensaban demasiado en mí de uno u otro modo.

Si yo me había ganado el odio de Tori era ya otro asunto, pero no podía discutir con ella su punto de vista de los hechos. Según su opinión, yo me había entrometido y usurpado su lugar. Me había convertido en el «buen paciente» que ella tan desesperadamente necesitaba ser.

Si entraba en su habitación en ese momento, no vería en mí un rostro cordial. Vería al vencedor entrando para regodearse y aún me odiaría más. Así que la dejé allí, llorando en su habitación, sola.

* * *

Al terminar el recreo de la tarde, la señora Talbot anunció que las clases habían terminado por esa jornada. Íbamos a realizar una de esas escasas excursiones al mundo exterior. No iríamos muy lejos…, sólo a la piscina cubierta comunitaria, a una manzana de distancia, lo bastante cerca para ir a pie.

Una gran idea, si hubiese tenido traje de baño.

La señora Talbot propuso llamar a tía Lauren, pero yo no pensaba interrumpir el horario de mi tía por una cosa así, sobre todo cuando ya la habían sacado de sus asuntos el día anterior debido a mi mal comportamiento.

De todos modos, no fui la única que se quedó. Derek tenía que asistir a su terapia con la doctora Gill. Eso no me parecía justo, pero, al comentarlo con Simon me dijo que a Derek no se le permitía salir de excursión. Supongo que tenía sentido, dadas las razones por las que se encontraba allí. El día de mi llegada, cuando llevaron a los demás a comer mientras yo me instalaba, él debió de quedar confinado en su habitación.

* * *

Después de que se fuese todo el mundo, aproveché que las enfermeras estaban fuera para quedarme en mi habitación escuchando música. Apenas había pasado dentro unos minutos cuando creí oír un golpe en la puerta. Aparté uno de los auriculares. Otro golpe. Estaba bastante segura de que los fantasmas no llamaban a la puerta, así que respondí con un saludo.

La puerta se abrió de par en par. Allí estaba Tori, con un aspecto, por así decirlo, «muy poco Tori». Tenía el pelo oscuro de punta, como si lo hubiese frotado con las manos. Llevaba la camisa arrugada y los faldones de la espalda fuera de los vaqueros.

Me incorporé.

—Creía que habías ido a nadar.

—Tengo calambres. ¿Te sirve eso? —sus palabras sonaron cortantes, con su altanería habitual pero forzada—. De todos modos, no he venido a pedirte prestado tu lápiz de labios. No es probable que tengas alguno. He venido a decirte que puedes quedarte con Simon. He decidido… —desvió su mirada—. Ya no me interesa. De todas maneras, no es mi tipo. Demasiado… joven —torció los labios—. Inmaduro. En cualquier caso, quédatelo. Es todo tuyo.

Hubiese estado tentada a responderle con un «¡Yupiii! Gracias» si no fuese obvio cuánto le dolía todo aquello. Simon estaba equivocado. A Tori le gustaba de verdad.

—Bueno, da igual —se aclaró la garganta—. He venido para declarar una tregua.

—¿Una tregua?

Entró en la habitación haciendo un gesto impaciente, y cerró la puerta a su espalda.

—Esta estúpida enemistad nuestra. No mereces mi… —titubeó y bajó los hombros—. No más peleas. ¿Quieres a Simon? Cógelo. ¿Crees ver fantasmas? Eso es problema tuyo. Todo lo que quiero es que le digas a la doctora Gill que me he disculpado por haberles contado a todos el primer día que veías fantasmas. Iban a dejarme salir el lunes, pero ya no lo harán. Y es por tu culpa.

—Yo no hice…

—No he terminado —una pizca de su vieja actitud confirió a sus palabras un tono insidioso—. Le dirás a la doctora Gill que me he disculpado y, probablemente, tú sacaste las cosas de quicio. Creía que molaba mucho eso de que viese fantasmas y tú lo interpretaste mal, pero que desde entonces he sido maja contigo.

—Sobre lo de «darme» a Simon… Yo no…

—Ésa es la primera parte del trato. ¿La segunda? Me enseñarás algo que quiero ver.

—¿Y qué es?

—En ese sitio estrecho y cochambroso —estiró una mano—. Bajaba las escaleras a ver cuándo pensabas, por fin, lavar mis vaqueros, cuando os oí a Rae y a ti buscando algo.

Borré toda expresión de mi rostro.

—No sé de qué…

—Vamos, que te den. A ver, déjame adivinar. Brady le dijo a Rae que allí había algo, ¿verdad?

No tenía idea de a qué se refería, pero asentí.

—Es un joyero lleno de cosas viejas —sus labios se curvaron de repugnancia—. Brady me lo enseñó. Creyó que quizá podría estar interesada. «Son parecidas a las antigüedades», dijo. Zopenco —se estremeció—. Como yo no comencé a decir «ay, vaya, esto es tan dulce y romántico. Me encantan los collares ajados y los espacios estrechos y asquerosos», debió contárselo a Rae. Si quieres te lo puedo enseñar.

—Claro que sí, creo. Quizás esta noche…

—¿Crees que voy a arriesgarme a meterme en más líos? Te lo enseñaré ahora porque tendré tiempo para ducharme luego. Y no creas que vas a encontrarlo sola, porque no lo harás.

Dudé.

Su boca se tensó.

—Bien. ¿No quieres ayudarme? Me parece muy bien.

Se dirigió a la puerta.

Giré las piernas pasándolas por el borde de la cama.

—Espera. Ya voy.