Capítulo 17

Había pasado aquella primera clase preparada para que la señorita Van Dop o la doctora Gill entrasen en el aula con paso decidido y sacasen a Derek para asistir a una «conferencia». Debería haber confiado en mi tía. Al regresar de nuestro desayuno, llamó aparte a la señora Talbot con discreción, diciéndole sólo que deseaba hablar acerca de mi progreso. A nadie se le ocurrió nada al respecto. Y nadie entró en el aula y arrastró a Derek fuera de clase.

El episodio de Tori fue el único sobresalto de una mañana, por lo demás, tranquila. Derek asistió a las clases y no me hizo ningún caso. Antes de comer acudió a la sesión con la doctora Gill. Cuando salió yo estaba en el vestíbulo, esperando para utilizar el cuarto de baño. Simon estaba dentro, como siempre antes de comer. Nunca había conocido a un chico tan consciente de lavarse antes de comer.

Estaba pensando en ir al baño de las chicas, en el piso superior, cuando se abrió la puerta de la doctora Gill y la oscura silueta de Derek llenó el marco. Me preparé. Salió y me miró. Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que podría oírlo, igual que estaba segura de que le habrían echado la bronca. Nuestros ojos se encontraron. Asintió, gruñó algo que sonaba a «hola», y ya estaba a punto de pasar rozándome cuando se abrió la puerta del servicio.

Simon salió con la cabeza baja. Me vio y guardó algo en su bolsillo trasero.

—Vaya. Supongo que he vuelto a acaparar el baño, haciendo colas.

—Sólo Chloe.

Derek me abrió la puerta. No parecía en absoluto airado. Parecía incluso más simpático de lo habitual. Mi tía debió de abordar el asunto con cuidado, y yo debería haber sabido que lo haría.

Al entrar en el baño, oí a Simon decirle a Derek:

—Oye, que la comida es por aquí.

—Empieza sin mí. Tengo que recoger algo en nuestra habitación.

Una pausa y luego:

—Espera.

Y oí los pasos de Simon subiendo las escaleras tras Derek.

* * *

Después de comer me tocaba sacar la basura. Experiencia mundana, me repetía mientras empujaba el carro hacia el cobertizo, espantando a manotazos a moscas zumbando para intentar reconocer el artefacto de cerca. Toda una experiencia mundana. Una nunca sabe cuándo puede surgir una escena importante en la que el protagonista acarree basura.

Mi risa flotó por el patio. Brillaba el sol y su calor me bañaba el rostro. Florecían árboles y narcisos, y el aroma de la hierba recién segada casi lograba ocultar la peste de la basura pudriéndose.

Un comienzo de tarde bastante bueno. Mejor de lo que esperaba…

Me detuve. Allí, en el patio detrás del nuestro, había un fantasma. Una niña pequeña de no más de cuatro años.

Tenía que ser un fantasma. Estaba sola en el patio, jugando fuera ataviada con un vestido de volantes… Un modelo digno de un pastel de bodas, lleno de cintas y lazos, con más lazos aún, tirabuzones y cintas en sus brillantes zapatos de charol. Parecía Shirley Temple sacada de una vieja cartelera.

Tiré las bolsas al cobertizo, donde estarían a salvo de mofetas y mapaches merodeadores. Las bolsas hicieron un ruido sordo al golpear el suelo de madera pero la niña, a no más de siete metros de distancia, no levantó la vista. Cerré el cobertizo, caminé por la parte de atrás dirigiéndome a la valla y me acuclillé para ponerme a su altura.

—Hola —le dije.

Frunció el ceño como si se preguntase quién le estaba hablando.

Sonreí.

—Sí, puedo verte. Tienes un vestido muy bonito. Yo tuve uno igual cuando tenía tu edad.

Una última mirada dubitativa por encima del hombro y después se acercó con sigilo.

—Me lo compró mi mami.

—Mi mami también me lo compró a mí. ¿Te gusta?

Asintió, la sonrisa iluminó sus ojos oscuros.

—Apuesto que sí. A mí me encantaba el mío. ¿Tú…?

—¡Amanda!

La niña saltó hacia atrás, cayó de culo y soltó un gemido. Una mujer vestida con pantalones deportivos y abrigo de cuero echó a correr con un manojo de llaves tintineando en la mano. A su espalda la puerta trasera se cerró con un zumbido.

—Ay, Amanda, te has ensuciado con ese vestido tan bonito. Tendré que cambiar la hora de tus fotos especiales —la mujer me lanzó una mirada, recogió a la niñita y la acompañó hasta la casa—. Te he dicho que no te acerques a la valla, Amanda. Nunca hables con los chicos del otro lado. Nunca, ¿me oyes?

No hables con los chavales chiflados. Deseaba contestar chillándole que no estábamos locos. Yo había confundido a su niña con un fantasma, eso era todo.

Me pregunté si habría libros acerca de esa clase de cosas. «Cincuenta maneras de distinguir a vivos de muertos antes de acabar en una habitación acolchada». Estoy segura de que lo tienen en la biblioteca.

No podía ser la única persona del mundo que veía fantasmas. ¿Era algo que había heredado, como los ojos azules? ¿O era algo que había contraído, como un virus?

Tenía que haber otros. ¿Cómo podría encontrarlos? ¿Podría? ¿Debería?

El sonido sordo de unas pisadas me informó de que alguien se acercaba. Una persona viva. Eso era una lección. Ya había aprendido cosas: los fantasmas pueden gritar, llorar y hablar, pero no hacen ruido al moverse.

Todavía estaba tras el cobertizo, oculta a la vista. Sólo en ese lugar, al igual que en el sótano, nadie podría oírme gritar pidiendo socorro.

Corrí justo cuando una sombra dobló la esquina del cobertizo. Simon.

Caminó hacia mí con paso resuelto y el rostro sombrío de furor. Me quedé petrificada, pero mantuve mi posición.

—¿Qué dijiste? —sus palabras salieron lentas, deliberadas, como si luchase por controlar la voz calmada.

—¿Decir?

—A las enfermeras. De mi hermano. Lo acusaste de algo.

—A las enfermeras no les dije nada que…

—Entonces fue tu tía —sus dedos tamborilearon en el cobertizo—. Sabes de qué estoy hablando. Se lo dijiste a ella y ella a las enfermeras. Después la doctora Gill llevó a Derek a una charla especial antes de comer y le advirtió que no te molestase. Si lo hace lo expulsarán.

—¿Có-cómo?

—Una palabra tuya y se va. Lo trasladan —latió una vena de su cuello—. Ha estado perfecto desde que llegó aquí y ahora, de repente, le dan un aviso después de tener un problema contigo. Si se le ocurre algo así como mirarte de una manera medio rara, se va.

—Y-y-yo…

—Anoche pasó algo entre vosotros, ¿verdad? Derek subió completamente cabreado. Dijo que había estado hablando contigo y se puso neurótico. Eso es todo lo que me dijo.

Consideré decirle la verdad, y es que no pretendía acusar a Derek. Si me hubiese callado en el desayuno, mi tía se habría figurado que estaba molesta. Sin embargo, eso podría parecer como si hubiese estado enfurruñada, deseando que me lo sacase.

Y, además, la actitud de Derek me reventaba. No había hecho sino acusarme a mí de inventar cuentos, pasando por alto de modo injusto a su pobre e incomprendido hermano.

—Hacía calor en el restaurante —dije—, así que me levanté las mangas.

—¿Cómo?

Levanté la izquierda, mostrándole cuatro moratones oscuros como manchas de tinta. Simon palideció.

—Mi tía quiso saber qué pasó. Como no se lo iba a decir, me engañó haciéndome admitir que fue un chico. Se encontró con Derek esta mañana, y vio que era algo patán, así que decidió que había sido él. No se lo confirmé. Si tu hermano tiene problemas, no son culpa mía. Tenía todo el derecho a decírselo a alguien y no lo hice.

—Vale, de acuerdo —se frotó la boca, con la mirada todavía fija en mi brazo—. Así que te agarró del brazo. Eso es lo que parece. ¿Me equivoco? Sólo te sujetó más fuerte de lo que pensaba.

—Me lanzó al otro lado de la sala.

Los ojos de Simon se abrieron, y después bajó los párpados para ocultar su sorpresa.

—Pero él no quería hacerlo. Si hubieses visto cómo se puso anoche lo sabrías.

—Entonces, ¿eso lo arregla? Si pierdo mis nervios y te abofeteo está bien, porque no quería, porque no lo había planeado.

—No lo entiendes. Él sólo…

—Ella tiene razón —la voz de Derek lo precedió antes de que doblase la esquina.

Retrocedí. No lo pude evitar. Al hacerlo una expresión atravesó los ojos de Derek. ¿Remordimiento? ¿Culpa? La desechó con un parpadeo. Luego se detuvo tras el hombro de Simon, al menos a un metro y medio de mí.

—Anoche quería hablar contigo. Cuando intentaste marcharte tiré de ti y… —su voz se apagó, y desvió la mirada a un lado.

—Y me arrojaste al otro lado de la sala.

—Yo no… Vale, tienes razón, como dije. No hay excusa. ¿Simon? Vámonos.

Simon negó con la cabeza.

—No lo entiende. Mira, Chloe, no es culpa de Derek. Es muy fuerte y…

—Y tú no llevabas puesto tu collar de kryptonita —terció Derek. Su boca se torció formando una amarga sonrisa—. Vale, ya sé. Soy grandote. Crecí muy deprisa. Quizás en realidad aún no sepa la fuerza que tengo.

—Eso no… —comenzó a decir Simon.

—Como dices, no es excusa. ¿Quieres que me mantenga apartado de ti? Deseo concedido.

—Derek. Dile…

—Déjalo ya, ¿estamos? No le interesa. Lo ha dejado muy, pero que muy claro. Y ahora vámonos antes de que alguien me pille con ella y vuelvan a echarme a patadas.

—¡Chloe! —la voz de la señora Talbot resonó en el patio.

—Un sentido de la oportunidad perfecto —murmuró Derek—. Debe de tener percepción extrasensorial.

—Un momento —le respondí, desplazándome a un lado para que pudiese verme.

—Vete —dijo Derek cuando la puerta posterior de la casa se cerró con un golpe—. No querrás retrasarte con tus medicinas…

Lo atravesé con la mirada, después di media vuelta apartándome de ellos dando un buen rodeo y me dirigí a la puerta. Simon murmuró algo entre dientes, como si llamase a Derek.

Una humareda se elevó a mi paso. Retrocedí tambaleándome. Después se sostuvo cerca del suelo, como esos jirones de bruma a ras de tierra.

—¡Simon! —siseó Derek.

Me volví señalando la niebla.

—¿Qué es eso?

—¿Qué es qué? —Derek siguió mi dedo—. Vaya. Debe de ser un fantasma. No, espera, tú no ves fantasmas. Tú sufres alucinaciones. Entonces supongo que es una alucinación.

—Eso no es…

—No es nada, Chloe —metió la mano en los bolsillos, balanceándose sobre los talones—. Es sólo tu imaginación, como todo lo demás. Ahora sal corriendo, tómate tus medicinas y sé una buena chica. No te preocupes, de ahora en adelante me mantendré apartado de tu camino. Al parecer cometí un error. Un gran error.

Pretendía despreciarme, como si yo no mereciese su interés. Mis puños se apretaron.

—Cuidado, Chloe. No querrías pegarme. Entonces yo me chivaría de ti.

Simon avanzó un paso.

—Corta ya, Derek. Ella no se chivó…

—Eso ya lo sabe —lo interrumpí, sosteniendo la mirada de Derek—. Me está picando. Es un gañán y un matón y se puede quedar con cualquier «secreto» sobre mí que emplee para insultarme. Tiene razón y no me importa lo más mínimo.

Giré sobre mis talones, caminé hacia el carro con paso resuelto y lo agarré por el asa.

—Venga —dijo Simon—. Yo me ocuparé de…

—Lo ha entendido.

Me volví a tiempo de ver la mano de Derek sobre el hombro de Simon. Éste se zafó con un encogimiento de hombros.

—Chloe…

Di la vuelta al carro llevándolo de regreso hacia la casa.