Capítulo 29
Con «trabajo» quería decir limpieza. En ese caso, volver a enterrar los cuerpos. Todo lo que diré acerca de eso es que me alegré porque, incluso con la puerta abierta, aún estaba demasiado oscuro para poder ver los cadáveres bien.
Las tumbas eran poco profundas, apenas unas pocas pulgadas de tierra por encima de los cuerpos, lo suficiente para que se abriesen paso arañando cuando sus espíritus fuesen empujados a regresar a sus cadáveres. Pero no quería pensar en ese asunto.
Podía aseverar que habían enterrado los cuerpos hacía bastante tiempo, con toda probabilidad antes de que la Residencia Lyle se convirtiese en una institución de terapia para grupos reducidos. Y todos eran adultos. De momento, era todo lo que necesitaba saber.
Mientras trabajábamos, le pregunté a Derek cómo me había encontrado. Dijo que al darse cuenta de que Tori había quedado en la casa, comprendió que debía de estar tramando algo, así que fue en mi busca. No me dijo exactamente cómo me encontró, se limitó a encogerse de hombros y farfullar algo acerca de revisar «los lugares obvios» en el momento en que, al parecer, me había perdido.
Entonces, la pregunta era: ¿Qué pasaba con Tori?
—Nada —dije, limpiando mis manos temblorosas después de haber alisado la segunda tumba.
—¿Cómo?
Era agradable oírle decir eso, para variar.
—Voy a actuar como si nada hubiese pasado.
Derek reflexionó y después asintió.
—Sí, claro, si la culpas, las cosas sólo se tensarán aún más. Es mejor no hacer caso y confiar en que lo deje.
—Rezar para que lo deje —murmuré mientras reptaba hacia la puerta.
—¿Todavía hay algo de ropa limpia aquí abajo? —preguntó Derek.
—Hay una carga en la secadora. Eso es. ¿Por qué…? Ay, claro, será mejor no subir cubiertos de porquería —bajé por la escala de mano—. La mayor parte de la ropa que hay en la secadora es tuya, así que…
—¿Chloe? ¿Derek? —la señora Talbot estaba en la sala de lavandería—. ¿Qué estáis haciendo los dos juntos? Derek, ya sabes que se supone que tú no… —Su mirada recorrió mi cochambrosa vestimenta—. ¡Santo Dios! ¿Qué te ha pasado?
* * *
No tenía ningún sentido negar que habíamos estado en el angosto pasadizo, pues nos había sorprendido saliendo del armario empotrado conmigo, además, cubierta de porquería. Moví las piernas, juntándolas con la esperanza de ocultar así la mancha de humedad. Me latía con fuerza la zona de la nuca donde había recibido el golpe e intenté hablar, rezando por la intervención de Derek. Pero no la hubo. Su límite debía de ser un rescate al día.
—Estaba haciendo la colada y D-Derek bajó en busca de…
La doctora Gill entró en la sala. Mi mirada se desvió hacia ella.
—Continúa, Chloe.
—Q-quería su camisa. Y-yo le pregunté por algo para las manchas, pues no fui capaz de encontrar nada, y abrí el armario para mirar; Derek me dijo que solía estar cerrado con llave. Enco-contramos esa escala y ese hueco de techo bajo, y sentimos curiosidad.
—Ay, sí, apuesto a que sentisteis curiosidad —dijo la doctora Gill, cruzando los brazos—. Los chavales de vuestra edad son muy curiosos, ¿verdad?
—Y-yo supongo que sí. Estábamos explorando…
—Claro, apuesto a que sí —interrumpió la doctora Gill.
Comprendía lo que pensaba que habíamos estado haciendo Derek y yo.
Incluso al negarlo, vi que nos había ofrecido la salida perfecta. Si humillaba la mirada, dócil, y me limitaba a decir «Ajá, nos habéis pillado», tendrían su explicación y carecerían de motivos para ir a ese estrecho pasaje y descubrir los cadáveres enterrados a toda prisa.
Si se hubiese tratado de Simon, lo habría hecho al instante pero, ¿con Derek? No era tan buena mentirosa.
No importaba. Cuanto más lo negase, más seguras estarían de que habíamos estado tonteando. La doctora Gill ya se había hecho una idea. Si encuentras a una pareja de adolescentes en un lugar oscuro y solitario, ¿de verdad había alguna clase de pregunta que hacer respecto a qué se dedicaban?
Incluso la señora Talbot parecía convencida, y su boca mostraba su desaprobación apretándose con fuerza mientras yo parloteaba.
¿Y Derek? Derek no dijo una palabra.
* * *
En cuanto nos soltaron corrí escaleras arriba para cambiarme los vaqueros antes de que alguien reparase en la mancha de pis. Después, al palparme la cabeza, descubrí dos chichones grandes como huevos de ganso. Uno producido por el golpe de Tori y el otro por el choque contra el pilar.
Al regresar abajo le mostré el menor de los dos a la doctora Gill, con la esperanza de que esa contusión avalaría la historia de que habíamos estado explorando… Verá, incluso me di un golpe en la cabeza. Pero sólo le dedicó un vistazo superficial, me dio paracetamol y me mandó a tumbarme a la sala de medios audiovisuales. La tía Lauren venía de camino.
* * *
—No sé qué decir, Chloe.
La voz de tía Lauren apenas superaba al susurro. Aquellas fueron las primeras palabras que dijo desde su llegada a la Residencia Lyle. Antes la había escuchado discutir con las enfermeras y la doctora Gill, exigiendo saber por qué no se habían asegurado de que Derek se mantuviese alejado de mí, tal como le prometieron. Pero entonces, conmigo, su furor se había evaporado.
Estábamos a solas en el despacho de la doctora Gill. Igual que lo estuvieron Tori y su madre. Aunque sabía que aquella reunión no terminaría con coscorrones y amenazas, me imaginaba que no iba a sentirme mucho mejor que Tori.
Tía Lauren estaba sentada con la espalda recta, sus manos ahuecadas sobre el regazo y girando su anillo de esmeralda con los dedos.
—Sé que tienes quince años, y que eres curiosa, si no te habías dado cuenta. En un lugar como éste, aislada de tu familia y amigos, y conviviendo con chicos, la tentación de experimentar…
—No se trata de eso. No fue nada parecido a eso —me retorcí para mirarla a la cara—. Encontramos ese sitio como un nicho; Derek quiso explorarlo y la idea me pareció una pasada.
—Entonces, ¿lo seguiste ahí dentro? ¿Después de lo que ya te había hecho una vez? —Se quedó muy quieta. La decepción plasmada en sus ojos se había trocado en horror—. Ay, Chloe, no puedo creerlo… ¿Crees que el otro día, al hacerte daño y marcarte con moratones, estaba indicándote que le gustas?
—¿Qué? No, pues claro que no. Derek no es… Cometió un error. No me lastimó de verdad y tampoco pretendía hacerlo. Todo fue un malentendido.
Se estiró hacia delante y me cogió de la mano.
—Ay, Chloe. Cariño, no. No puedes caer en eso. No puedes inventar excusas para él.
—¿Excusas?
—Quizá sea el primer chico que te haya dicho «me gustas», y sé que eso sienta bien; pero ése no será el único chico al que le gustes, Chloe. Sólo ha sido el primero con el temple suficiente para decírtelo. Es mayor que tú. Sacó ventaja de eso. Me imagino que en la escuela las chicas no lo mirarían dos veces; y ahora está aquí, atrapado con una chica joven, bonita e impresionable…
—Tía Lauren —me zafé de su agarre—. Dios, no se…
—Puedes hacerlo mejor, Chloe. Mucho mejor.
Por el disgusto plasmado en su rostro, supe que no estaba hablando de cómo me trató Derek. Sentí un extraño chispazo de ira. Claro, por supuesto, no pude simular que había estado tonteando con él; pero me sentí mal porque pensase así.
El aspecto de Derek no era culpa suya. Él, por supuesto, era consciente de su imagen, y de cómo los demás reaccionaban a ella, y sin duda eso no era como si él pretendiese resultar repulsivo. Un adulto debería saberlo muy bien. Tía Lauren es quien debería estar soltándome la charla de «no te fíes de las apariencias».
Se evaporó toda tentación que hubiese tenido por contarle la verdad a tía Lauren. Ella miraba a Derek y veía a un asqueroso que había atacado a su sobrina. Nada de lo que yo pudiese decirle la convencería de otra cosa, porque él parecía un asqueroso. Y nada de lo que yo pudiese decirle la convencería de que yo veía fantasmas de verdad, porque yo parecía una esquizofrénica.
—¿No vas a decir nada, Chloe?
—¿Por qué? —advertí la frialdad de mi voz—. Lo he intentado, pero tú ya te has formado una opinión.
Rebulló sobre su silla, acercándose al borde del asiento, cerrando el espacio entre nosotras.
—Me gustaría oír tu versión.
—Sólo por estar en este lugar, sólo por estar «enferma», no significa que sea diferente a como era hace una semana. Entonces habrías sabido que había algo raro en toda esta historia. Me habrías pedido una explicación antes de acusarme de nada. Pero, ¿y ahora? —me levanté—. Ahora sólo soy la niña majareta.
—Chloe, yo no pienso…
—Sé muy bien lo que piensas —dije, y salí de la sala.
* * *
Tía Lauren intentó continuar, pero yo no iba a escucharla. Me sentía demasiado enfadada, demasiado herida. ¿Pensar que había ido a tontear a ese nicho del sótano con el primer chico que mostraba cierto interés por mí? Eso dolía de veras.
Dios sabía lo que ella creía que estuve haciendo. Estaba segura de que su imaginación había superado el estadio del dulce primer beso. Pensar que había pasado de «jamás he tenido una cita» a «revolcarme sobre la mugre con un desconocido» era insultante. No, era más que insultante. Me ponía furiosa.
¿Tía Lauren lo sabía todo de mí? Y si no lo sabía ella, ¿quién?
Cuando estuvo claro que no iba a «calmarme» y hablar con mi tía, fue el momento de pasar a la siguiente fase. El juicio. Me convocaron para regresar al despacho, con Derek acusado conmigo y la doctora Gill y el doctor Davidoff como jueces y jurado. Era un proceso a puerta cerrada. Ni siquiera tía Lauren estaba autorizada a asistir.
No me molesté en argumentar por qué nos metimos en aquel angosto pasaje. Ya tenía bien superada la parte de «Ay, Dios mío, no quiero que nadie crea que soy esa clase de chica». Si creían que Derek y yo nos habíamos estado revolcando sobre la mugre, entonces, al menos, eso implicaría que no irían hasta el nicho y descubrirían señales de desorden… O, si lo hacían, ya se imaginarían qué las había causado.
A pesar de lo que creyese tía Lauren, yo estaba bastante segura de que a Derek le horrorizaba tanto la idea como a mí. Cuando la doctora Gill intentó arrancarle una confesión, se limitó a encogerse de hombros y murmurar con los brazos cruzados «lo que sea», con su enorme armazón tirado sobre el asiento y un aire de desafío en la mandíbula. Él, como yo, se había dado cuenta de que de poco serviría alegar, pero, al mismo tiempo, no estaba dispuesto a revelar nada.
—Ésta no es la primera vez que los dos os… enredáis —dijo al fin la doctora Gill—. Y tengo la sensación de que no será la última. Necesitamos cortarlo de raíz, y el único modo de lograrlo es con un traslado. Uno de los dos tendrá que marcharse.
—Yo me iré —escuché las palabras y tardé un momento en darme cuenta de que habían salido de mí.
¿Estaba loca? ¿Presentarme voluntaria para un traslado, cuando ya estaba preocupada por las implicaciones de esa resolución?
Sin embargo, no retrocedí. Si uno de los dos había de irse, ese alguien sería yo. No separaría a Simon y a Derek por mucho que me asustara ser trasladada.
No obstante, esperaba que Derek saltase. No sabía por qué…; desde luego, no por caballerosidad, sino porque en esa circunstancia me parecía correcto presentar una protesta simbólica. La opción más amable… Lo cual, suponía yo, debería explicar por qué no habíamos dicho una palabra.
—Nadie va a ninguna parte —dijo el doctor Davidoff, hablando con suavidad—. De momento, os amonesto a los dos. Pero no me deis ningún motivo para retomar esta conversación. ¿Está claro?
Lo estaba.