Capítulo 2

Me sentía asustada por el sueño que no podía recordar y el chico al que no pude haber visto. Hasta que no lograra sacarme de la cabeza al menos una de esas preguntas, no me sería posible concentrarme en mi examen de español. Así que llame a tía Lauren. Al saltar el contestador, le dije que volvería a llamarla a la hora de comer. Me dirigía hacia la taquilla de mi amiga Kari, y ya estaba a medio camino cuando mi tía me devolvió la llamada.

—¿Alguna vez viví en una casa con sótano? —pregunté.

—Y muy buenos días para ti también, querida.

—Lo siento. Soñé con eso y me está dando la lata.

Le conté todos los detalles que podía recordar.

—Ah, eso debe de ser en la vieja casa de Allentown. Tú eras una criatura, no me extraña que no lo recuerdes.

—Gracias. Estaba…

—Dándote la lata, lo sé. Esa pesadilla tuvo que ser una pasada de rara.

—Algo acerca de un monstruo que vivía en el sótano. Todo muy tópico y típico. Yo misma me avergüenzo.

—¿Un monstruo? ¿Qué…?

El sistema de megafonía hizo que se interrumpiese la voz en su terminal. «Doctora Fellows, acuda a la sala 3B, por favor».

—Te están avisando —le dije.

—Eso puede esperar. ¿Va todo bien, Chloe? Parece que hablas muy fuerte.

—No, sólo es… Hoy mi imaginación va a tope. Esta mañana hice flipar a Milos; creí ver a un chico lanzándose frente al taxi.

—¿Cómo?

—No había ningún chaval. En cualquier caso, no lo había fuera de mi mente —vi a Kari junto a su taquilla y la saludé con la mano—. Van a tocar para la clase, así que…

—Te paso a recoger después de clase. Después picamos algo en el Crowne antes de la cena. Ya hablaremos.

La comunicación se cortó antes de que pudiese decir nada. Negué con la cabeza y corrí para alcanzar a Kari.

* * *

La escuela. No hay mucho que decir al respecto. La gente cree que las escuelas de Bellas Artes han de ser diferentes, con toda esa energía creativa fermentando y las clases llenas de chicos felices, donde incluso los góticos estarían tan cerca de la felicidad como sus torturadas almas les permitiesen estar. Se imaginan que en las escuelas de Bellas Artes debe haber presiones y abusos menos evidentes. Después de todo, la mayoría de los chavales que acuden a esas escuelas son los que sufren los abusos de los matones en las otras.

Es cierto que en esos asuntos la situación no era tan mala en la escuela A. R. Gurney, pero en cuanto se reúne a un grupo de chicos, y no importa cuán similares parezcan, se trazan diferencias. Se crean camarillas. En vez de deportistas, empollones o marginados, uno encuentra artistas, músicos y actores.

Yo, como estudiante de arte dramático, estaba agrupada con los actores, donde el talento parecía contar menos que la apariencia, el porte y la facilidad de palabra. Yo no hacía volver la cabeza de los chicos y, en cuanto a las dos últimas facultades, mi nota era un gordo y redondeado cero. Por otra parte, en el baremo de popularidad lograba alcanzar un mediocre cinco sobre diez. Era la clase de chica en la que nadie piensa demasiado.

No obstante, siempre soñé con asistir a la escuela de Bellas Artes, y la verdad es que era tan molona como me había imaginado. Y mejor aún, mi padre me había prometido que podría quedarme en ella hasta que obtuviese el título, sin importar cuántas veces nos mudásemos. Eso significaba que, por primera vez en mi vida, yo no sería «la chica nueva». Había comenzado en A. R. Gurney como estudiante de primer año, una novata como todas los demás. Igual que cualquier otra chica. Por fin.

De todos modos, aquel día no me sentía normal. Pasé la mañana pensando en ese chico de la calle. Había infinidad de explicaciones lógicas. Me había quedado pasmada mirando su fiambrera, así que no supe definir hacia dónde corría. Saltó para entrar en un coche que lo esperaba junto al taxi. O se desvió en el último momento, perdiéndose luego entre la multitud.

Todo eso era perfectamente lógico. Entonces, ¿por qué me seguía incordiando el asunto?

* * *

—Venga, vamos —dijo Miranda cuando, a la hora de comer, me quedé clavada junto a mi taquilla—. Está justo ahí. Pregúntale si va a ir al baile. ¿Tan difícil es?

—Déjala en paz —terció Beth. Después, estirándose por encima de mi hombro, agarró mi brillante fiambrera amarilla de la repisa superior y la balanceó—. No sé cómo puedes no haberla visto, Chloe. Es casi de neón.

—Necesita una escalera de mano para ver ahí arriba —intervino Kari.

Le di un buen golpe con mi cadera y se apartó de un salto, riendo.

Beth puso los ojos en blanco.

—Vamos, gente, o jamás encontraremos mesa.

Caminamos hasta llegar a la taquilla de Beth antes de que Miranda me diese un codazo.

—Pregúntaselo, Chloe.

Parodiaba un susurro. Brent echó un vistazo por encima del hombro… Y después apartó la mirada de inmediato. Sentí mi rostro ardiendo y estreché la fiambrera contra el pecho.

El cabello largo y negro de Beth acarició mi hombro.

—Es un gilipollas —murmuró—. No le hagas caso.

—No, no es un gilipollas. Lo que pasa es que no le gusto. No puedo evitarlo.

—Está bien —dijo Miranda—. Se lo preguntaré por ti.

—No —la sujeté del brazo—. Po-por favor.

Su rostro redondeado se crispó con una mueca de disgusto.

—Por Dios, no puedes ser tan cría. Tienes quince años, Chloe. Tienes que manejar tus propios asuntos.

—¿Cómo llamar a un chaval hasta que su madre te diga que lo dejes en paz? —preguntó Kari.

Miranda se limitó a encogerse de hombros.

—Así es la madre de Robert. Pero él jamás dijo eso.

—¿Ah, sí? Puedes seguir repitiéndotelo a ti misma.

Eso las hizo estallar de verdad. En situaciones normales, yo hubiese intervenido de inmediato para que lo dejasen, pero entonces aún estaba disgustada con Miranda por haberme hecho pasar un apuro delante de Brent.

Kari, Beth y yo solíamos hablar de chicos, pero no estábamos metidas de lleno en el asunto. Miranda sí…, ella había tenido más novios de los que podía recordar. Así que cuando comenzó a andar con nosotras, tener un chico que nos gustase se convirtió de pronto en un asunto de verdadera importancia. A mí me preocupaba bastante ser inmadura y, como no me ayudó mucho que ella estallara en carcajadas cuando admití que nunca había tenido una verdadera cita, me inventé un enamoramiento. Brent.

Supuse que sólo con nombrar a un muchacho que me agradase ya sería suficiente. Ni de broma. Miranda lo cascó todo…, diciéndole que me gustaba. Me sentí horrorizada. Bueno, en gran parte, porque también había una parte de mí, una parte pequeña, que esperaba oírlo responder:

—¡Guay! A mí también me gusta Chloe, de verdad.

Lo dicho, ni de broma. Antes solíamos hablar de vez en cuando en clases de español. Pero después se sentó dos filas más atrás, como si de pronto nada en el mundo apestase a sudor tanto como yo.

Acabábamos de llegar a la cafetería cuando de pronto alguien pronunció mi nombre. Me volví a tiempo de ver a Nate Bozian trotando hacia mí, con su cabello rojo brillando como un faro en medio de la abarrotada sala. Chocó contra uno de los mayores, sonrió una disculpa y continuó acercándose.

—¡Hola! —le dije al aproximarse.

—Sí, hola. ¿Has olvidado que esta semana Petrie cambió la hora de reunión del club de cine a la hora de comer? Estamos analizando la vanguardia. que te gusta el cine de arte y ensayo.

Fingí quedarme sin palabras.

—Bien, entonces le transmitiré tus disculpas. Y le diré a Petrie que tampoco estás interesada en dirigir ese corto.

—¿Íbamos a decidirlo hoy?

Nate comenzó a retroceder alejándose.

—Quizá, o quizá no. Así que le diré a Petrie…

—Me largo —les dije a mis amigas y me apresuré para acompañarle.

* * *

La reunión del club de cine comenzó entre bastidores, como siempre, y en ella comenzamos a tratar las cosas del proyecto y a comernos el almuerzo. No se permitía meter comida en el auditorio.

Discutimos el asunto del corto y, sí, yo figuraba en la lista de posibles directores… El único novato que había pasado el corte. Después, mientras todos los demás veían escenas de películas de vanguardia, reflexioné acerca de mis opciones para la cinta de prueba. Salí sin ser vista antes de que terminasen y regresé a mi taquilla.

Toda la cuestión me continuó zumbando en la cabeza hasta recorrer la mitad del camino. Y entonces mi estómago volvió a entrar en acción, recordándome que me había puesto tan nerviosa haciendo mi pequeña lista que me había olvidado de comer.

Había dejado mi fiambrera en los bastidores. Miré el reloj. Faltaban diez minutos para el comienzo de la clase. Me daba tiempo.

* * *

La reunión del club cinematográfico había concluido. Quien fuese el último en abandonar el auditorio había apagado las luces y yo no tenía idea de cómo encenderlas, sobre todo cuando encontrar el interruptor requería poder verlo. Interruptores de luz fosforescentes. Así me había costeado mi primera película. Por supuesto, había necesitado de alguien que los hiciese de verdad. Yo, como la mayoría de los directores, era una persona de ideas.

Anduve con mucho cuidado entre los pasillos, reventándome las rodillas un par de veces. Al final mis ojos se ajustaron a las tenues luces de emergencia y encontré las escaleras que conducían hasta los bastidores. Entonces la cosa se puso más difícil.

Las bambalinas se desvanecían formando pequeñas salas separadas por cortinas en las que se almacenaba la utilería o servían como salas de maquillaje y vestuario. Allí había luces, pero siempre era otra persona quien las encendía. Me rendí después de buscar a tientas por la pared más próxima y no encontrar ningún interruptor. El débil brillo de más luces piloto me permitía distinguir formas. Eso ya era bastante bueno.

Sin embargo, aún estaba muy oscuro. Yo tengo miedo a la oscuridad. Había pasado alguna experiencia de pequeña con amigos imaginarios que acechaban en lugares oscuros y me asustaban. Sé que puede sonar raro. Otros niños sueñan despiertos con compañeros de juego… Yo me imaginaba a los hombres del saco.

El olor a maquillaje teatral me indicó que me encontraba en la zona del vestuario, pero ese olor, mezclado con el inconfundible hedor de las bolas de naftalina y disfraces viejos, no me tranquilizaba como solía.

Tres pasos más y solté un chillido cuando una tela se hinchó a mi alrededor. Había tropezado con la cortina. Genial. ¿Cómo de fuerte había chillado exactamente? Confié en que esos muros estuviesen insonorizados de verdad.

Pasé una mano por el poliéster resquebrajado hasta encontrar la abertura y apartar las cortinas. Frente a mí podía vislumbrar la mesa del almuerzo. Había algo amarillo colocado sobre el tablero. ¿Mi fiambrera?

La improvisada sala de reuniones pareció alargarse frente a mí abriéndose a la oscuridad. Se debía a la perspectiva… Los dos lados cortinados incidían hacia dentro, haciendo que la sala se estrechaba. Un efecto interesante, sobre todo para una película de suspense. Tenía que recordarlo.

Pensar en el pasillo como el escenario de una película calmó mis nervios. Encuadré la toma; el movimiento de mis pasos, con un ligero balanceo añadido, conferiría a la escena más realismo, situando al espectador en la cabeza de nuestro protagonista, la chica estúpida abriéndose paso hacia un ruido extraño.

Algo produjo un golpe sordo. Di un respingo, mis zapatos chirriaron sobre el piso y ese sonido me hizo dar un salto aún mayor. Me froté los brazos para quitar de ellos la carne de gallina e intenté reír. De acuerdo, hablé de un ruido extraño, ¿verdad? Que le den la entrada a los efectos sonoros, por favor.

Otro ruido. Un susurro. Conque teníamos ratas en nuestro estremecedor pasillo, ¿no? Qué manido. Bien, ya era hora de refrenar mi desbocada imaginación y concentrarme. Dirigir la escena.

«Nuestra protagonista ve algo al fondo del pasillo. Una figura enigmática…»

Vamos, por favor. Hablando de trucos baratos. Venga, hagamos algo original… Misterioso…

Toma dos.

«¿Qué es lo que ve? La fiambrera de una cría, nueva y de color amarillo chillón, fuera de lugar en aquella casa vieja y maldita».

Continúa filmando la película. No permitas que tu mente vague…

El eco de un sollozo atravesó las silenciosas habitaciones, para cortarse después hasta desaparecer en un húmedo gimoteo.

Lloros. Eso es. La protagonista ve la fiambrera de una cría y oye sollozos estremecedores. Algo se mueve al fondo de la sala. Una forma oscura…

Me lancé hacia delante, corriendo hacia mi fiambrera. La cogí y salí disparada de allí.