Como siervos de Cristo y administradores de los misterios de Dios: así debemos ser considerados. Lo que se busca en un administrador es su fidelidad. No acepto que vosotros, o cualquier otro tribunal humano, os erijáis en jueces de mis actos. Sí, ni siquiera yo deseo ser juez de mis propios actos pues, sin duda, me declaro inocente, aunque eso no me justifica. El Señor es mi juez.

No juzguéis, por tanto, antes de tiempo, antes de que llegue el Señor; él sacará a la luz lo que está oculto en la oscuridad y revelará las meditaciones de todos los corazones.

Y entonces, cada uno recibirá de Dios el elogio que se merece.

 

Gracias, Señor, por darme valor. Por volver tu oído hacia mí, escuchar mis oraciones y mostrarme el camino.

Permíteme ser un instrumento. Permíteme expiar sus pecados y permite que mi amado te encuentre en la vida eterna.

Solamente entonces recuperaré la esperanza.

Solo entonces tendré paz.