SIETE
Ese verano, para las vacaciones, alquilamos una casita junto con Alan y Phyl Froome. Esta pareja se había casado dos años después que nosotros y tenían dos niños, Emma y Paul, de la edad de los nuestros. Pensamos que con este arreglo tendríamos los mayores la oportunidad de dejar de vez en cuando el cuidado de los niños y disfrutar de unos momentos de verdaderas vacaciones.
El lugar se llamaba Bontgoch, un pueblo enclavado en un estuario al norte del País de Gales, en donde yo ya había pasado algunas vacaciones durante mi niñez. Por esa época, era simplemente un pequeño pueblo gris con unas pocas casas grandes en las afueras. Durante el verano los forasteros eran muy escasos, mayormente los hijos y los nietos de los propietarios de las casas grandes. La vida del pueblo se veía afectada muy poco por estos visitantes. Como siempre sucede, el turismo descubrió el lugar y ahora toda la línea costera y las laderas bajas se hallan tachonadas de hermosos bungalows. Sus ocupantes constituyen la colonia veraniega y durante el buen tiempo se dedican a embarullar las aguas con sus embarcaciones. No pensé ni por asomo que se llegara a esto. Bontgoch no es el sitio ideal para la navegación deportiva. Las aguas del estuario sufren rápidas mareas, lo que hace peligroso el navegar por ellas. Esto no le importa lo mas mínimo al enjambre de aficionados del mundo de la vela y del motor, puesto que no tienen que esperar hasta cinco años para conseguir un sitio de amarre, como sucede en otros lugares más favorecidos. Incluso tienen una caseta muy bien pintada con un bar en una esquina al que llaman Yacht Club.
Nuestro grupo estaba quizás un poco desplazado al no poseer embarcación, pero existen otras formas de divertirse. Tenemos, por ejemplo, la arena de la playa en donde los niños pueden corretear en marea baja y coger gambas y lenguados. También a ambos lados del estuario se levantan unas suaves colinas que uno puede escalar y explorar los vestigios de algo que, según dicen, hace tiempo fueron minas de oro. Era agradable marcharse con el coche para pasar el día fuera y dejar a Phyl y Alan a cargo de los niños; como lo era también cuando ellos se marchaban y nos quedábamos nosotros a vigilar. Todo marchó estupendamente hasta el lunes de la segunda semana…
Ese día lo teníamos Mary y yo libres. Cogimos el coche y nos adentramos en la región por carreteras secundarias. Dejamos el vehículo y ladeamos una colina hasta encontrar un arroyo en donde acampamos. Teníamos al mar de Irlanda extendido a nuestros pies. Al anochecer comimos bastante bien en un hotel de la carretera y regresamos sin prisas a Bontgoch alrededor de las diez. Paramos un momento en la puerta del jardín para admirar una soberbia puesta de sol y nos adentramos en el sendero que conducía a la casa.
Apenas pusimos los pies en el umbral, cuando nos dimos cuenta que algo había sucedido. Mary lo notó enseguida. Miró a Phyl.
—¿Qué ocurre? —dijo—. ¿Qué ha sucedido?
—No te alarmes, que no ha pasado nada malo —contestó Phyl—. Ellos se encuentran bien. Están los dos durmiendo. No hay por qué preocuparse.
—¿Qué ha sucedido? —volvió a preguntar Mary.
—Se cayeron al río. Pero están perfectamente bien.
Las dos se fueron para arriba. Alan sacó una botella y sirvió dos whiskis.
—Cuéntame lo que ha pasado —le dije cuando me alargaba un vaso.
—No hay nada que temer; todo está bien ahora —me dijo en tono tranquilizador—. Aunque estuvo a punto de ocurrir una desgracia. Todavía tengo el susto metido en el cuerpo y no he parado de sudar.
Se pasó un pañuelo por su frente para probarlo, dijo «salud» y se bebió medio vaso de un trago.
Le eché una mirada y me fijé luego en la botella. Esta mañana nadie la había tocado y ahora estaba vacía en sus tres cuartas partes.
—Pero ¿qué ha pasado? —insistí.
Dejó el vaso, movió la cabeza y se dispuso a explicármelo.
—Sólo un accidente, viejo. Estaban los cuatro jugando en ese desvencijado embarcadero de madera. La marea estaba bajando y había una fuerte corriente hacia fuera del estuario. La pesada motora de Bill Weston se encontraba amarrada unas quince yardas más arriba. Por lo que me contó el viejo Evans, que fue el que lo vio todo, se le debió romper las amarras. Bueno, lo cierto es que la vio venir a la deriva a tal velocidad que era imposible pararla. Pegó en uno de los pilares de sustentación del embarcadero, lo quebró, y parte del mismo se vino abajo. Mis dos hijos que estaban más hacia tierra sólo perdieron el equilibrio, pero los dos tuyos se vieron arrojados al agua…
Se quedó mudo durante un exasperante rato. Si no me hubiese asegurado repetidas veces que estaban bien, lo hubiese zamarreado para que siguiera hablando. Se echó otro buen trago al coleto.
—Bueno, tú sabes muy bien la corriente que hace cuando la marea está bajando. En pocos segundos los había arrastrado bastantes yardas. Evans pensó que estaban perdidos, pero entonces vio a Matthew que nadaba hacia Polly. No le dio tiempo a ver más, porque corrió hacia el Yacht Club para dar la alarma.
»El coronel Summer fue tras ellos, tardó algo en encontrarlos, porque, aunque su motora es rápida, estaban ya alejados cosa de una milla. Matthew sostenía todavía a Polly.
»El viejo volvió tremendamente impresionado. Declaró que si había algo que mereciera una medalla, ese algo era lo que había hecho tu hijo; dijo, además, que haría todo lo posible para que la consiguiera.
»Nosotros estábamos aquí cuando sucedió. A mis hijos no se les ocurrió decírnoslo hasta que vieron la motora del coronel correr tras ellos. De todos modos, no hubiésemos podido hacer nada. Sólo Dios sabe la angustia que hemos pasado esperando que el coronel volviera. No he pasado nunca una hora más mala que ésa…
«Gracias a Dios, todo terminó bien y gracias también al joven Matthew. Si no hubiese sido por él, Polly habría sido arrastrada por las aguas. Si el coronel necesita alguien que le secunde en lo de la medalla, yo lo haré con mucho gusto. Todo lo que puedo decirte es que se la merece.
Alan terminó de un trago su bebida y se fue de nuevo hacia la botella.
Yo terminé también la mía. Necesitaba algo que me reconfortara.
Todo el mundo debería saber nadar. Durante los dos últimos años he sentido a veces cierta aprensión al comprobar que Matthew era incapaz de nadar más de tres brazadas consecutivas…
Me indicaron con un siseo que no entrara en la habitación que Polly compartía con la joven Emma.
—Está profundamente dormida —me susurró Mary—. Tiene una buena magulladura en el hombro derecho; debió de golpearse con la motora al caer. Aparte de esto, no tiene nada más, sólo está cansada. ¡Qué miedo, David!
—No tienes por qué preocuparte. Todo ha pasado ya.
—Sí, gracias a Dios. Phyl me lo ha contado todo. Pero, David, ¿cómo pudo hacerlo Matthew?
Eché un vistazo a la habitación de Matthew. La luz estaba todavía encendida. Permanecía boca arriba con la mirada fija en ella. Tuve tiempo de ver la expresión apurada de su rostro, antes de que se volviese al sentir mi presencia.
—¡Hola, papá! —me saludó.
De momento parecía tranquilo y contento, pero pronto volvió la ansiedad a su rostro.
—¡Hola, Matthew! ¿Cómo te encuentras? —pregunté.
—Muy bien —me contestó—. Salimos muertos de frío, pero la mamá de Paul nos hizo tomar un baño caliente.
Asentí. Parecía que se encontraba en perfectas condiciones.
—Me han contado grandes cosas de ti —le dije.
Su expresión preocupada se acentuó aún más. Bajó la vista y empezó a retorcer el pico de la sábana. Al cabo de un rato levantó la vista.
—No es verdad, papá —saltó con gran vehemencia.
—La cosa me ha dado que pensar —admití—, ya que, tan sólo hace unos días, no sabías nadar.
—Lo sé, papá, pero… —empezó a retorcer de nuevo la sábana—, pero Chocky sí sabe…
Después de esta confesión, me miró con incertidumbre.
Yo permanecí como si nada, sólo aparentando un cordial interés.
—Cuéntamelo todo —le animé.
Me pareció que su estado de tensión se relajaba un poco.
—Todo sucedió de la forma más rápida. Vi que la barca iba a chocar y de pronto me encontré en el agua. Traté de nadar, pero sabía que era inútil. Me entró un miedo terrible, pensé que iba a morir ahogado. Entonces fue cuando Chocky me dijo que no me comportara como un idiota y que no me dejara vencer por el pánico. Parecía una fiera. Me recordó al señor Caffer cuando se enfadaba en la clase, sólo que más. Nunca la había visto antes de ese modo; me sorprendió tanto que se me quitó el pánico. Entonces me dijo: «No pienses en nada ahora; igual que haces cuando pintas.» Así lo hice. De pronto me encontré nadando… —Frunció el ceño—. No sé cómo, pero algo hizo que mis brazos y mis piernas se moviesen para nadar; igual que lo hacen mis manos cuando pinto. Así que, como verás, no fui yo, sino ella, la que lo hizo todo.
—Ya lo veo —dije, aunque en realidad no veía el asunto muy claro.
Matthew siguió hablando.
—Tú y muchas otras personas han intentado enseñarme a nadar. Yo quería aprender, pero no pude conseguirlo hasta lo de Chocky.
—Sí, es verdad —mentí de nuevo. Reflexioné un instante mientras Matthew miraba atentamente mi cara—. Así que una vez que te viste nadando te apresuraste para alcanzar la orilla, ¿no es eso?
La mirada atenta de Matthew se convirtió en una expresión de incredulidad.
—¡Oh, no! Yo no podía hacer eso. Polly estaba allí. Ella se había caído al agua también.
De nuevo asentí.
—Sí —dije—. Estaba también Polly; y esto creo que fue lo que lo hizo todo…
Matthew se puso a pensar. Me imagino que recordó los primeros terribles momentos en las aguas porque le vi temblar ligeramente. De pronto apareció la determinación en su rostro.
—No, no. Fue Chocky quien lo hizo —recalcó obstinadamente.
Cuando me encontré con Alan a la mañana siguiente estaba un poco violento.
—Lo siento. Creo que fue la angustia de esas horas. El esperar que volviese la motora… El tiempo se me hacía interminable… Sin saber si los habían encontrado o no… Impotente… Sin poder hacer nada… Lo siento, creo que mi reacción fue natural, después de todo.
—Olvídalo —le dije—. Yo también he sentido lo mismo.
Estábamos sentados al sol esperando que nos llamaran para desayunar.
—Lo que me intriga —observó Alan— es cómo pudo hacerlo. Según el coronel, él estaba todavía sosteniéndola cuando la motora llegó. Cerca de milla y media más adentro y con la fuerte corriente de la marea. Nos dijo que Matthew estaba cansado pero no agotado. Y lo más curioso del caso es que, unos días antes, me había dicho avergonzado que no sabía nadar. Yo intenté enseñarle, pero me di cuenta de que era bastante torpe para ello.
—Es verdad; no sabía nadar —le dije.
Como estaba enterado del asunto Chocky y había sido, además, el que me recomendó a Landis, le puse al corriente de la versión que me había dado Matthew de lo sucedido. Me miró incrédulo.
—Permíteme decirte, con todos mis respetos hacia Matthew, que no me creo su versión de lo sucedido.
—Matthew lo cree y con eso está dicho todo. Además… —Le conté lo de las pinturas. Era la primera vez que lo escuchaba—. ¿Y qué me dices ahora?
Alan permaneció pensativo. Encendió un cigarrillo y le dio silenciosas chupadas mirando a través del estuario. Finalmente dijo:
—Si esto es así, y no veo otro modo de explicarlo, el asunto Chocky se presenta ahora con una cara distinta.
—Yo lo veo también así —admití—, aunque a la pobre Mary no le guste. Ella teme por él.
Alan movió la cabeza.
—No veo por qué tiene que temer. De todos modos, exista o no exista Chocky, aunque Landis es de la opinión de que en cierta forma existe, ha sido la creencia de Matthew en ella la que los ha salvado a los dos. Creo que Mary debía de pensar en ello.
—Sí, debía —asentí—. Pero, no sé por qué, es mucho más fácil creer en espíritus malignos que en buenos espíritus.
—Creo que es por el instinto de conservación —apuntó Alan—. Es más seguro en principio tratar lo desconocido como algo dañino hasta que se demuestre lo contrario. De aquí también la oposición instintiva al cambio. Quizás Chocky se encuentra ahora en el trance de mostrarse tal cual es. Y parece ser que los comienzos no han sido muy malos.
Me mostré de acuerdo y dije:
—Me gustaría que Mary lo viese de este modo; pero ella se preocupa…
Matthew tardaba para el almuerzo. Fui en su busca y lo encontré sentado en el derruido malecón hablando con un joven bien parecido y de pelo rubio que me era desconocido. Matthew me vio cuando yo me acercaba.
—¡Hola, papá! ¿Es tarde?
—Sí —le contesté.
El joven se puso en pie respetuosamente.
—Lo siento; me temo que la culpa ha sido mía por retenerlo tanto tiempo. Debí haberlo pensado. Le estaba preguntando sobre su hazaña; después de lo de ayer, todo el mundo lo considera el héroe del pueblo.
—Quizás sea así. Pero él tiene todavía que comer. Vamos, Matthew.
—Adiós —se despidió Matthew del joven y volvimos a la casa.
—¿Quién era ése? —le pregunté.
—Un hombre —dijo Matthew—. Quería saber cómo estaba Polly después del susto de ayer. Me dijo que tenía una niña de su edad y que por eso le interesaba.
Me pareció que el desconocido era demasiado joven para tener diez u once años de casado, pero como hoy en día uno nunca sabe, no me extrañó demasiado; al terminar el almuerzo tenía ya olvidado por completo el incidente.
Durante los días que siguieron se le despertó a Matthew tal pasión por la natación, que a duras penas podíamos tenerlo apartado del agua.
Las vacaciones se terminaban. La última noche el coronel Summers se dejó caer para tomar una copa con nosotros; nos aseguró que ya había escrito a la Real Sociedad de Natación proponiendo a Matthew para una medalla.
—Valeroso joven el que tienen ustedes. Pueden sentirse orgullosos de él. Muchos padres con menos motivo lo estarían. Me hace gracia que diga que no sabía nadar; con los niños nunca se sabe. No importa, de todos modos su acción fue muy meritoria. Vamos a ver si tenemos suerte con lo de la medalla.
El lunes siguiente llegué a casa tarde y cansado después de una jornada de trabajo agotadora; había estado intentando ponerme al día, echando fuera el trabajo que se me había acumulado durante mi ausencia.
Tuve la vaga impresión de que Mary ocultaba algo, pero tuvo el tacto de no decírmelo hasta después de la cena. Sacó un periódico doblado para su envío por correo y me lo entregó.
—Llegó esta tarde —dijo—. Primera página.
Su expresión, viendo cómo desdoblaba el periódico y leía Merioneth Mercury como cabecera, era de extrema inquietud.
—Más abajo —continuó.
Miré en la mitad inferior del periódico y vi la fotografía de un Matthew que me miraba. No era mala la foto. Me fijé en el encabezamiento del artículo que la acompañaba. Rezaba así:
Salvado por el «Ángel de la Guarda». El corazón me dio un vuelco. Seguí leyendo:
«Matthew Gore (12 años) de Hindmere, Surrey, de vacaciones en Bontgoch, ha sido propuesto para una medalla por el valor demostrado al salvar el pasado lunes a su hermana Polly (10 años) de perecer ahogada en el estuario de Afon Cyfrwys.
»Matthew y su hermana se encontraban jugando en un endeble embarcadero de madera, cerca del Yacht Club de Bontgoch, cuando una motora, perteneciente al señor William Weston, residente habitual del pueblo, rompió las amarras debido a la fuerte corriente de la bajamar y se estrelló contra el citado embarcadero, derrumbando unos diez pies del mismo y arrojando a los dos niños a la agitada corriente.
«Matthew no se arredró, cogió a su hermana y la sostuvo en la superficie del agua mientras la corriente los alejaba de la orilla. El señor Evan Evans, persona muy conocida, dio la alarma al mismo tiempo que el coronel Summers, otro residente, trataba de darles alcance con su bote a motor.
»El coronel Summers se vio obligado a perseguirlos cerca de dos millas antes de que, en medio de las traicioneras aguas, pudiera poner el bote a su altura e izarlos a bordo sanos y salvos.
»A su vuelta el coronel declaró: “Matthew, sin lugar a dudas, ha puesto en peligro su propia vida para salvar la de su hermana. Inglaterra sería más grande si pudiese contar con muchos jovencitos como él.”
»Lo más sorprendente del caso es que MATTHEW NO SABE NADAR.
»Entrevistado por uno de nuestros reporteros niega con toda modestia cualquier mención al heroísmo. “Polly no sabía nadar y cuando me di cuenta que yo podía hice lo más natural: ayudarla”, ha declarado nuestro pequeño héroe. Preguntado sobre este particular le dijo a nuestro reportero que había estado tomando lecciones de natación, pero que nunca había sido capaz de dar más de tres brazadas. “Cuando me vi de improviso lanzado al agua me horroricé —nos ha confesado—, pero entonces escuché una voz que me decía que tuviera calma y cómo debía mover los brazos y las piernas. Empecé a hacerlo como me decían y vi que sabía nadar.”
»No hay duda que Matthew dice la verdad. Nuestro reportero no ha podido encontrar a nadie que lo haya visto nadar antes, y todo el mundo creía que era incapaz de desenvolverse en el agua.
»Al preguntársele si no le sorprendió escuchar una voz que le hablaba, respondió que no, porque ya la había escuchado antes en varias ocasiones.
«Cuando nuestro reportero le insinuó que quizás pudiera ser la voz de su Ángel de la Guarda, el muchacho admitió esa posibilidad.
«Aparte de este problemático asunto de la “natación infusa”, no cabe duda que Matthew llevó a cabo una heroica acción por el arrojo que demostró salvando a su hermana a riesgo de su propia vida, por lo que hacemos votos para que le concedan esa medalla que tanto merece.»
Miré a Mary. Ésta movió la cabeza con lentitud. Por mi parte me encogí de hombros.
—¿Debemos…? —empecé a decir.
Mary movió la cabeza otra vez.
—Estará ahora en siete sueños. Además, ¿qué vamos a decirle? La cosa ya está hecha.
—Es sólo un periódico local —comenté—. Me pregunto cómo…
Entonces recordé al joven que estuvo hablando con Matthew junto al mar…
—Ya saben que estamos en Hindmere —apuntó Mary—, ahora todo es cuestión de coger la guía telefónica.
No quise que el desánimo me dominara.
—¿Tú crees que ellos sentirán curiosidad? Verás como no. Esto parece más bien un golpe sensacionalista amañado por un reportero local.
No creo que ninguno de nosotros supiera con certeza a quiénes nos referíamos cuando decíamos «ellos», pero no tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta que subestimaba la eficacia de las comunicaciones modernas.
Tenía la mala costumbre de escuchar la radio mientras me afeitaba, y digo la mala costumbre porque parece ser que el afeitado estimula el pensar y con ello la promoción de buenas ideas. Pero es la vida moderna y así hay que tomarla. A la mañana siguiente de aparecer la noticia en el periódico puse la radio y me dispuse a escuchar con paciencia el espacio «Hoy», en el que un profesor de la Universidad de Midland explicaba cómo unas excavaciones han revelado que la ciudad de Montgomery estaba enclavada en el llamado Reino de Mercia. Una vez que el profesor hubo terminado su charla, Jack de Manio anunció: «Son exactamente las ocho horas y veinticinco minutos y medio; no, esperen, rectifico: quise decir las siete y veinticinco minutos y medio. Y ahora pasemos de la influencia de los antiguos anglos a la proeza de un ángel moderno.[1] El joven Matthew Gore, de vacaciones en Bontgoch, procedente de Hindmere, ha salvado recientemente a su hermana de morir ahogada; lo peculiar del asunto es que el joven Gore nunca había nadado antes. Informa Dennis Clutterbuck.»
Se escuchó una voz acompañada del sonido característico de las grabaciones.
—Me han dicho que cuando tú y tu hermana tuvisteis la desgracia de caeros a la rápida corriente del río Cyfrwys, en Bontgoch, tu primera reacción fue ir inmediatamente en su ayuda y sostenerla en el agua hasta que fuisteis rescatados, a más de una milla río abajo. ¿Es cierto esto?
—Bueno, sí —dijo la voz de Matthew, que sonaba un poco indecisa.
—También me dijeron que nunca habías nadado antes. ¿Qué hay de ello?
—Sí, bueno, no —se apresuró a rectificar algo confuso.
—¿No habías nadado antes?
—No —dijo Matthew, ahora ya de forma definitiva—. Lo intenté muchas veces, pero nunca lo conseguí… —añadió.
—Pero esta vez sí, ¿no es eso?
—Sí —contestó Matthew.
—Me han dicho que escuchaste una voz diciéndote lo que tenías que hacer.
Matthew vacilaba.
—Bueno, algo así… —admitió.
—¿Crees que sería la voz de tu Ángel de la Guarda?
—¡No! —saltó Matthew indignado—. No sé a qué viene esta tontería.
—Pero tú le dijiste al reportero del pueblo…
Matthew lo interrumpió.
—No, no lo dije. Él dice que sí, pero yo digo que no; además, yo ni siquiera sabía que era un periodista.
—¿Escuchaste la voz?
Matthew se mostró otra vez indeciso. De nuevo lo único que pudo decir fue:
—Algo así…
—¿Al escuchar la voz te diste cuenta de que podías nadar?
Matthew soltó un gruñido.
—Ahora tú no crees que fue tu Ángel de la Guarda el que te dijo cómo tenías que hacerlo, ¿verdad?
—Yo nunca he hablado del Ángel de la Guarda, fue él. —Matthew parecía que estaba enfadado—. Lo único que pasó es que estaba en un apuro y Chock… —Se paró de pronto. Pude casi escuchar cómo se mordía la lengua—. De repente vi que podía nadar —terminó como mejor pudo.
El que hacía la entrevista empezó a hablar de nuevo, pero fue cortado en la mitad de la primera palabra.
Jack de Manio dijo:
—Aprenda a nadar en una sola lección. Bueno, haya o no haya por medio un Ángel de la Guarda, lo cierto es que debemos felicitar a Matthew por el uso práctico que hizo de esa lección.
Matthew bajó para el desayuno cuando ya terminaba el mío.
—Te acabo de escuchar por la radio —le dije.
—¡Oh! —exclamó Matthew.
No parecía dispuesto a seguir hablando del asunto, porque concentró toda su atención en los cereales que tenía delante. Se le veía un tanto preocupado.
—¿Cómo ha sido la cosa? —le pregunté.
—Un hombre llamó por teléfono cuando mami no estaba. Me preguntó si yo era Matthew, y le dije que sí. Entonces me dijo que era de la BBC y si podía venir a verme para charlar un rato conmigo. Yo le contesté que no creía que hubiera inconveniente, porque me parecía feo decirle que no a la BBC. Así que vino y me enseñó algunos recortes de periódicos hablando de mí. Puso en marcha un magnetófono y empezó a hacerme preguntas. Después se marchó, y eso fue todo.
—¿Y no le dijiste a nadie, ni siquiera a mami, que él había estado aquí?
Roció de leche los cereales.
—Bueno, verás, pensé que ella se alarmaría pensando que yo le habría hablado de Chocky, aunque no lo hiciera. Tampoco pensé que sería tan interesante como para salir por la radio.
Se me antojó que sus razones no eran muy convincentes. Seguramente reconoció que no debió dejar entrar al hombre en la casa y por eso no lo dijo.
—Bueno, la cosa ya no tiene remedio —dije—. Pero fíjate bien, cualquier otra persona que intente hablar contigo sobre este asunto deberá hablar primero con mami o conmigo, ¿comprendido?
—Sí, papá. —Pero no se quedó tranquilo y añadió ceñudo—: De todas formas es algo difícil. Por ejemplo, ese hombre, en Bontgoch, yo no me imaginé que fuese un periodista, y con esto de la BBC me ha pasado igual, la cosa no parecía una entrevista.
—Quizás lo mejor que puedes hacer es considerar a toda persona extraña como un presunto periodista —le sugerí—. Podrías cometer cualquier desliz y se enterarían de lo de Chocky y eso, desde luego, no nos conviene. ¿De acuerdo?
Matthew tenía la boca demasiado llena de cereales para hablar, pero, de todas formas, me hizo saber con la cabeza que estaba completamente de acuerdo conmigo.