Epílogo
Seis semanas más tarde
Portland, Oregón
Se suponía que la cafetería cerraba a las cuatro, pero como es habitual había aún dos clientes dentro. Normalmente aquello no era problema: colgaba el cartel de «cerrado» y me dedicaba a recoger mientras terminaban sus consumiciones.
Sin embargo, todo indicaba que aquellos dos chicos iban para largo. Se habían pedido cada uno una taza de té hacía un par de horas y desde entonces no habían parado de discutir sobre si Dios había muerto o en realidad no había existido nunca. A Cookie no le gustaba echar a la gente, aunque pensaba que debía haber un límite, y a mí tampoco me agradaba nada la idea: no podíamos permitirnos perder clientes.
Por desgracia el negocio no iba demasiado bien y me preocupaba. Me sentí culpable por trasladarme al piso de Kelsey, aunque, con lo que Cookie me cobraba, no creo que lo hubiera notado demasiado en su bolsillo. Seguía quedándome a cuidar de Silvie cada vez que podía y la semana anterior le había limpiado y recogido toda la casa.
Aquello de ser madre soltera me cansaba solo con mirarlo. No podía imaginarme lo que sería estar en su piel.
De pronto tintineó la campanilla de la puerta. Alguien había entrado.
—Lo siento, está cerrado —dije y a continuación alcé la vista y sonreí al ver a Hunter. Supongo que algún día debía llegar el momento en que ya no sentiría un ligero mareo de la emoción al verle, pero todavía no estábamos en ese punto.
—Has salido muy pronto de trabajar —comenté. Había encontrado un empleo de mecánico en un taller, hacía dos semanas, pero parecía muy flexible en cuanto a los horarios. Imaginaba que había alguna historia allí y que seguramente nunca me la contaría. Todo lo que sabía era que el taller estaba financiado por los Devil’s Jacks. Eso explicaba mucho. Al menos no me había mentido —Hunter se esforzaba al máximo por ser sincero desde el famoso incidente con la foto. Aquello sin embargo era un arma de doble filo, algo que descubrí cuando le pregunté si un viejo jersey de Kit me hacía parecer gorda.
Al parecer así era.
—Burke está en la ciudad —repuso él y señaló con la barbilla a los dos hipsters que sujetaban sus tazas de té tibio en la esquina—. ¿Por qué están esos ahí? Hace media hora que has cerrado.
—No me parece bien echar a los clientes —respondí, encogiéndome de hombros.
El rostro de Hunter se puso serio. Caminó hasta la mesa de los dos rezagados, agarró una silla que estaba libre y se sentó junto a ellos. Los dos le miraron con ojos muy abiertos mientras se apoyaba en el respaldo. A continuación sacó el cuchillo de tipo comando que llevaba a la cintura y comenzó a limpiarse las uñas, manchadas de aceite de motor.
—¿Veis a esa preciosidad que está ahí? —le preguntó al hipster número uno, señalando con la barbilla hacia mí—. Es mi mujer. Me gustaría pasar un rato con ella a solas, pero está ahí, esperando a que os decidáis a marcharos, aunque el local ha cerrado hace ya media hora y aunque seguramente ni vais a dejar propina. A mí no me parece del todo bien. ¿Qué pensáis vosotros?
El hipster número dos respondió, dubitativo.
—Ya nos íbamos.
—Bueno es saberlo —comentó Hunter—. No olvidéis la propina.
El hipster número dos asintió y se levantó, rebuscando en su bolsillo, mientras el hipster número uno agarraba su absurda cartera de piel y tragaba saliva. Se dirigieron a la puerta rápidamente, pero Hunter carraspeó y se detuvieron.
—Habéis dejado muy poco —dijo—. Los zapatos que lleváis cuestan cerca de doscientos dólares, así que me parece que podríais permitiros dejar un poco más. ¿O son un regalo de papá y mamá?
Fruncí el ceño mientras ellos metían de nuevo la mano en sus bolsillos y decidí que era el momento de poner fin a aquello. Que Dios ayudara a la pobre Cookie si se cabreaban y empezaban a fastidiarnos. Se notaba que tenían tiempo de sobra para hacerlo.
—Está bien —les dije, abriéndoles la puerta—. Seguro que está bien, lo habéis dejado y espero que volváis cuando estemos abiertos.
—Mmm, bueno —dijo el hipster número uno mientras salían por la puerta, dejándome a solas con Hunter. Cerré el pestillo, bajé la cortinilla y me volví para mirarle.
—¿Era eso necesario? —le pregunté, con cara de pocos amigos.
Él se levantó y avanzó hacia mí.
—Totalmente —murmuró, entrecerrando los ojos. Conocía aquella forma de mirar.
—Hunter, este es mi trabajo —protesté, pero él me agarró por el pelo y me atrajo hacia sí para besarme. Traté de resistirme, pero su lengua atacó mis labios y al momento estaba dentro. La discusión se había terminado y los dos lo sabíamos.
Dios, me encantaba su sabor.
Continuó besándome mientras me obligaba a sentarme en una de las mesas acopladas a la pared. Yo ya había cerrado las persianas que cubrían las ventanas grandes, así que nuestra privacidad era completa, pero aun así aquello me parecía fatal. Mi trasero chocó contra la mesa y me hizo volver a la realidad.
Si no lo impedía, Hunter iba a follarme allí mismo, en la cafetería de Cookie.
Tenía que detenerle.
Pero entonces su mano encontró uno de mis pechos y empezó a frotarlo con fuerza. Mierda, el hecho era que me gustaba. Una cosquilleante excitación recorrió todo mi cuerpo, pero de pronto Hunter se apartó y me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Burke quiere conocerte —respondió.
—¿Burke? ¿El presidente nacional de los Devil’s Jacks? —dije, sorprendida—. ¿Y por qué?
—Ni puta idea —contestó él—. Es un viejo zorro cabrón.
Hunter deslizó las manos por mis costados y empezó a tirar de mi blusa hacia arriba.
—¿Y cuándo vamos a verle? —pregunté, intentando concentrarme, algo que me resultaba casi imposible, ya que tenía la blusa por fuera y la mano de Hunter había encontrado mi trasero, solo cubierto por un tanga. A continuación me apretó contra sus caderas y sentí que su miembro estaba duro y preparado. Con eso ya casi no podía respirar, y menos prestarle atención.
—Está esperando aquí cerca, en el Panther —respondió Hunter, mientras me masajeaba el trasero. Uno de sus dedos penetró entre mis nalgas, bajo el tanga. Últimamente se había aficionado más y más a aquello.
—¿El bar de strippers? —pregunté, luchando por aclararme las ideas.
—Sí —respondió Hunter—. He quedado en ir a buscarle después de que terminemos aquí. Dice que tiene algo que enseñarme. ¿Estás dispuesta?
Bajé la mano hasta su erección y la apreté con fuerza. Su respiración se agitó y se le crisparon los dedos. A continuación gruñó y me hizo girar y tumbarme boca abajo en la mesa. Oí cómo se bajaba la cremallera del pantalón y, acto seguido, me agarró el tanga y lo retorció con tanta fuerza como para hacer saltar el elástico.
Joder. Ya llevaba unos cuantos perdidos así...
Hunter me metió los dedos bruscamente y grité. Mierda, qué gusto me daba. Siempre daba en el blanco, siempre. A continuación los retiró y me lubricó la abertura con mis propios jugos. Entonces sentí que uno de sus dedos presionaba contra mi entrada posterior y se abrió camino lentamente. Era una sensación extraña, pero ya lo había hecho unas cuantas veces en los últimos tiempos y sabía que no me dolería.
—Uno de estos días te follaré por aquí —dijo y me estremecí.
Algún día le dejaría, pero ahora sentí cómo la cabeza de su miembro me rozaba arriba y abajo la entrada al túnel del placer y la enfilaba para entrar. Su mano libre me acariciaba la parte baja de la espalda, tranquilizadora.
—¿Preparada? —dijo, con voz ronca. Asentí y separé las piernas. El sexo con Hunter era fantástico, pero rara vez tierno. Tal y como esperaba, entró en mí de un potente empujón y me llenó entera. Arqueé la espalda y gemí mientras mis delicados tejidos internos se expandían hasta el límite.
—Eres una diosa del sexo —murmuró mientras me daba una serie de fuertes empellones y después aceleró el ritmo, como si me ametrallara con su miembro. Mientras, su dedo me empalaba por detrás y me mantenía a su merced.
Santa mierda. Nunca me había sentido tan excitada en toda mi vida. No estaba nada mal. No podía imaginar cómo este hombre podía —como nadie podía, de hecho— mantener un ritmo semejante durante mucho tiempo. La verdad, no es que fuera a necesitar mucho tiempo. Cada empujón me llevaba un poco más arriba en la escala del placer y las piernas empezaban a temblarme, sacudidas por una mezcla entre tensión física y deseo sexual.
—Estoy a punto —le advertí y me agarré a los bordes de la mesa—. A punto, a punto, a punto...
Hunter entonces retiró el dedo de mi trasero, me agarró las nalgas con los pulgares hacia dentro y los metió con tanta fuerza que supe que tendría cardenales después. Me daba igual. Lo único que me importaba ahora era la sensación de su miembro abriéndome por la mitad. Me invadía una y otra vez, hasta que sentí que mi cuerpo se convulsionaba y el clímax me golpeó físicamente, como una ola lanzada contra mi cuerpo. Gemí y me desplomé sobre la mesa mientras él continuaba con su movimiento. De pronto sentí cómo su miembro se hinchaba y palpitaba y al segundo siguiente una riada de líquido caliente me inundó por dentro.
El ruido de nuestros jadeos llenaba la cafetería. Lo mejor sería no decirle nada a Cookie sobre aquello, decidí.
—Es mucho mejor sin condón —conseguí decir, al cabo de unos minutos.
—Hay que dar gracias a Dios por las píldoras anticonceptivas —repuso él, mientras me besaba en la nuca. A continuación se retiró y dio un paso atrás. Yo me incorporé, temblorosa, me agarré la blusa con una mano y me la bajé. Tenía el tanga hecho jirones y enrollado a una pierna, así que me lo quité y lo arrojé a un lado.
—Entonces ¿cuándo se supone que vamos a ir a ver a Burke? —pregunté.
—En quince minutos —respondió Hunter—. El tiempo justo para arreglarnos, recoger esto un poco e ir para allá.
—¿Quieres limpiar la mesa mientras voy al baño? —le dije, sintiéndome culpable—. Lo demás está listo. Hay lejía debajo de la pila.
—Pues claro —respondió, con una rápida sonrisa—. Tengo que reconocer que la idea de salir a la calle contigo y de que lleves esa minifalda, sin ropa interior, me está poniendo caliente otra vez.
—A ti todo te pone caliente —gruñí.
—No, todo no —replicó—. Solo lo que tiene que ver contigo. Créeme, no me siento así para nada cuando veo a la gordita que me atiende cada vez que voy a Tráfico. Venga, arréglate. O no, la verdad es que no me importa. Me gusta la idea de que todos vean mi leche corriéndote piernas abajo.
—Eres asqueroso —le dije.
—Lo sé —repuso él.
Me volví para dirigirme al baño, pero él me agarró la mano y me atrajo para besarme de nuevo, rápidamente.
—Gracias —dijo, apoyando su frente en la mía—. Tengo bastante presión encima. Cuando Burke aparece sin avisar, no suele ser buena señal. Me será de gran ayuda que vengas conmigo ahora.
—Soy una chica muy servicial —respondí, agitando las cejas, y me retiré. Hunter me dio una palmada en el trasero y di un salto, entre risas.
—Acelera —me dijo—. Burke nos está esperando.
—¿Me gustará? —inquirí.
—No —repuso Hunter, sacudiendo lentamente la cabeza—. Normalmente es un gilipollas integral, así que no te sorprendas si sale con alguna burrada. Sin embargo, nos salvó, a mí y a Kelsey, cuando éramos pequeños, así que eso debe contar para algo. Seguramente yo estaría muerto de no haber sido por él. Muerto o en la cárcel.
—Entonces le querré —aseguré—. No me importa que sea un gilipollas. Estoy en deuda con él y por una buena cantidad.
—Eso mismo siento yo respecto a tu padre —me dijo—. Vamos, ve a arreglarte, mujer.
Le dediqué un gesto «cariñoso» con el dedo corazón hacia arriba y me dirigí al baño.
***
Hunter aparcó su camión nuevo justo enfrente del club de strippers. No era una maravilla. Para colmo de todas las putadas que había supuesto el accidente, Hunter no había podido cobrar el seguro. Los agujeros de bala suelen atraer a la policía y lo último que querían los clubes era ver a uniformados fisgando por ahí. Yo me había ofrecido a ayudarle a pagar por el nuevo vehículo, pero Hunter había rechazado con énfasis mi oferta, asegurando que él podía pagarse solito sus cosas. Le di vueltas a aquello en la cabeza. Un empleo de mecánico no era algo demasiado lucrativo, pero si los Jacks eran como los Reapers en lo que a negocios se refiere, seguramente completaba sus ingresos de manera más creativa.
Hunter mandó un mensaje a Burke y el presidente de los Jacks salió del club unos cinco minutos después. No sé que es lo que esperaba exactamente, pero no desde luego encontrarme con el hombre que vino a nuestro encuentro. Era viejo, mucho más que mi padre o que nuestro presidente nacional, Shade. Se acercaba más bien a la edad de Duck. Llevaba el pelo, largo y gris, recogido en una coleta y una barba bastante larga.
Skid lo seguía e intercambié con él una mirada de desconfianza. Manteníamos una tregua bastante incómoda por entonces. Kelsey y yo éramos compañeras de piso gracias a él, con lo cual todos salíamos ganando. Bueno, todos menos Hunter. La idea de que Kelsey y yo viviéramos juntas parecía asustarle un poco y creo que lo entiendo. Así resultaba más fácil que nos pusiéramos de acuerdo contra él.
—Soy Burke —dijo el presidente de los Jacks, dando un paso adelante—. Tú debes de ser Em.
Asentí, sonriente.
—Me alegro mucho de conocerte —le dije.
—La verdad, me pareces poca cosa para ser una chica por la que se ha armado tanto jaleo —dijo, sin pelos en la lengua—. Te imaginaba con más tetas.
—Aún estoy ahorrando para operármelas —repuse, educadamente—. Hasta entonces, creo que Hunter va a tener que conformarse con lo que hay. En la parte positiva, hago unas mamadas de lujo. Este ha tenido que pagar a mi padre seis cabras por mí.
Hunter se atragantó y Burke se echó a reír a carcajadas. Skid abrió mucho los ojos, pero me dedicó una sutil inclinación de cabeza, aprobatoria.
—Bueno, no es tímida la muchacha, que digamos —comentó el presidente de los Jacks.
—Ni un poquito —confirmó Hunter, echándome el brazo sobre los hombros y estrechándome contra él—. Dijiste que querías enseñarnos algo.
—Sí —dijo Burke—. Yo voy con Skid. Síguenos.
Hunter me condujo hasta su camión y subimos a la cabina.
—Ha faltado poco para que me diera un ataque al corazón —me dijo— y creo que no le has dado la impresión adecuada. Eran barriles de cerveza y no cabras.
—Lo siento —repuse—. Me cuesta mucho almacenar tanta información en mi pequeña cabeza femenina. Se me crea mucha confusión.
—No te preocupes, preciosa —me dijo él, con voz tierna—. Yo te diré qué hacer en cada momento. Tenemos que evitar que tu cerebrito se canse demasiado.
Le di un golpe en la pierna y él lanzó un gemido de mentira, mientras Skid arrancaba su vehículo delante de nosotros. Hunter hizo lo propio y le siguió, mientras me colocaba la mano en la pierna desnuda y me acariciaba el muslo.
Dios ¿cómo era posible que lo deseara de nuevo, si acabábamos de hacer el amor a lo salvaje?
No fuimos muy lejos, pero había bastante tráfico, así que circulamos unos buenos veinte minutos antes de que Skid detuviera el vehículo junto a una urbanización residencial. Los edificios, bastante viejos, eran del típico estilo de Portland: parcelas estrechas, porches altos y árboles por todas partes. La casa junto a la que se detuvo parecía bastante sólida, pero la pintura de la fachada estaba medio caída y el jardín era una pequeña jungla. Interesante.
—¿Qué es esto? —pregunté y Hunter se encogió de hombros.
—Ni idea —respondió.
Abrí la puerta de mi lado y me detuve antes de saltar, tratando de idear una manera de salir que no implicara enseñar mis partes al mundo entero. Hunter sonrió de medio lado, dio la vuelta, me tendió los brazos y me depositó en la acera, como un perfecto caballero. Skid y Burke estaban ya en el porche de la casa y nos observaban con interés.
Subimos las escaleras para reunirnos con ellos.
Burke metió una llave en la cerradura, abrió la puerta y nos indicó que entráramos. La casa estaba totalmente vacía y, aunque la estructura era elegantísima, necesitaba un poco de reforma. Los suelos eran de madera y estaban muy gastados. La planta tenía forma de ele y la sala de estar, el comedor y la cocina estaban en línea. Supuse que los dormitorios estaban todos arriba.
—¿Qué te parece? —le dijo Burke a Hunter—. Aparte, la finca cuenta con una vieja cochera en la parte de atrás. No lo parece, pero es una propiedad doble. Abarca todo el bloque.
—Parece una construcción sólida, pero no entiendo muy bien para qué estamos aquí —repuso Hunter.
—Voy a comprarla —declaró Burke—. Imaginé que a Em y a ti os gustaría tener casa propia, para los dos. ¿Qué te parece?
Hunter
Miré a Burke con desconfianza. Em había abierto mucho los ojos, pero mantuvo la boca cerrada —signo inequívoco de que es hija legítima de su padre. Más tarde me pondría las pilas, pero no dejaría traslucir nada delante de extraños. Buena cosa, ya que Burke era un cabroncete retorcido y estaba seguro de que aquello constituía algún tipo de prueba, muy elaborada.
—Skid ¿por qué no te llevas a Em arriba y le enseñas el resto de la casa? —dijo.
—Claro —respondió Skid con tono neutral, aunque por un instante creí ver algo oscuro en su mirada. Fuera lo que fuese lo que allí se cocía, Skid ya estaba en el ajo. Ya hablaríamos él y yo más tarde. Se fue con Em al piso de arriba y, en cuanto estuvimos solos, me encaré con Burke.
—¿De qué va todo esto? —le pregunté, sin rodeos.
—Es una inversión en propiedad inmobiliaria —respondió, con una sonrisa paternal—. El mercado se está recobrando y es una buena oportunidad. Hay mucho espacio ahí detrás. En algún momento necesitaré almacenar algunas cosas aquí. Si vosotros dejáis la casa en condiciones, podéis quedaros a vivir sin pagar alquiler. En unos cuantos años, podemos llegar a un acuerdo y os la vendo. Qué narices, igual hasta os la regalo. Tú eres lo más parecido a un hijo que tengo, Hunter. Si realmente estás decidido a sentar la cabeza, quiero que sea en un buen sitio.
Me quedé inmóvil, como al acecho. No me creía nada.
—¿Cuál es la jugada? —inquirí.
Los ojos de Burke se endurecieron y la pose desapareció.
—Por eso me gustas tanto, Hunter —dijo—. No te miento. Es una pena que no puedas ascender en el club, al menos por ahora. Hasta entonces, me gusta la idea de que estés al frente de una base de los Jacks aquí, en Portland. Ya tenemos una presencia bastante decente, pero es un ir y venir. Si te instalo aquí con la princesa Emmy, los Reapers se lo pensarán dos veces antes de atacar, si las cosas se ponen feas. Es un refugio instantáneo.
Sacudí la cabeza.
—No pondré en peligro a Em —le dije—. Es una línea roja.
—No correrá ningún riesgo —respondió Burke—. Aquí estará más segura que en ningún otro sitio. Nosotros no le haremos nada y ellos evidentemente tampoco. Esa chica es un territorio neutral con patas. Colocarla en esta casa es dar un paso más para poder abrir aquí una sección en toda regla. El único sitio en el que estaría más segura es en casa de su padre, pero apostaría a que tú no sientes demasiados deseos de mudarte allí.
—Ella es una persona ¿sabes? —le dije—. No un peón para que hagas tus jugadas.
—Todos somos peones —replicó, con voz suave, y me pareció casi humano—. El cártel seguirá viniendo. El juego no ha terminado y los dos lo sabemos, pero eso no quiere decir que no me alegre por ti. Y me siento orgulloso. ¿Recuerdas? Cuando preparamos todo el plan relacionado con Em, ya dijimos que ella sería la mejor propiedad de un motero.
—La mejor de la historia —aprobé, siempre desconfiado. Joder, desde luego el cabronazo era muy astuto...
—Entonces trátala bien —repuso—. Ya sabes que estuve casado y no salió muy bien. Lo lamento, de verdad. Tú tienes algo bueno con esa chica, así que no lo jodas. Ahora sube al piso de arriba, echa un vistazo y pregunta a ver qué piensa Em. Si la respuesta es sí, llamo al de la agencia.
***
Em se encontraba junto a la ventana del dormitorio central y miraba a la calle. Había otras dos habitaciones, más pequeñas, y un baño. Llegué por detrás, rodeé con los brazos su cuerpecito y le apoyé la barbilla en el hombro. Burke quería que utilizara de nuevo a aquella preciosidad y yo le odiaba por ello. Ya la había herido una vez, siguiendo sus órdenes. Aquello tenía que acabar... aunque él tenía razón en un par de cosas. La primera era que el juego no había acabado. Y la segunda era que yo tenía algo realmente bueno con Em.
Demasiado bueno como para arriesgarme a perderlo. Aunque fuera por los Jacks.
—¿Pensativa? —le dije a Em. Su cuerpo se acoplaba perfectamente al mío, me completaba como nunca podrían hacerlo los Jacks. Aquel momento reforzó mi decisión y sentí paz conmigo mismo y respecto a lo que iba a hacer. Por supuesto, me ponía enfermo solo pensarlo, pero la idea de perderla aún me ponía más enfermo.
—No sé —respondió ella—. ¿Hablaba en serio?
—Pues sí —respondí—. Quiere comprar la propiedad y que nosotros la arreglemos.
—Todo esto parece un poco... inverosímil —repuso ella—. Quiero decir, teniendo en cuenta lo que me has contado de él.
—Y que lo digas —corroboré—. Está claro que no lo hace por bondad de corazón. Quiere territorio neutral y cree que, si te pone en una casa conmigo, me será más fácil mantener la paz.
Em se puso rígida, pero asintió con la cabeza.
—Ya veo —dijo—. Y tú ¿qué piensas?
—No me gusta la idea de utilizarte de nuevo —respondí, honestamente—. Te quiero y me he dado cuenta de una cosa mientras le escuchaba.
—¿El qué? —quiso saber.
Hice una pausa e inspiré profundamente. El corazón me latía a toda prisa. El club había sido mi vida. Mi familia. Mis hermanos. Todo.
¡Los Jacks primero!
Aquellas palabras habían sido mi inspiración durante ocho años.
—Tal vez debería abandonar el club, Em —dije—. Podemos apartarnos de todo esto.
Se quedó helada. La mayoría de las mujeres no habrían valorado lo que acababa de decirle, pero Em era una hija de los Reapers. Sabía. Entonces sentí que su cuerpo se relajaba y sus manos cubrieron las mías, que estaban apoyadas sobre su vientre.
—Pero ¿sería tan malo que me utilizaran, si es para mantener la paz? —dijo—. Los de mi club nunca me harían daño y, si sirvo para crear un territorio neutral, eso me haría más valiosa a ojos de los tuyos. ¿No sería lo más seguro que podemos conseguir en esta vida? Podría beneficiarnos a todos, Liam.
Algo dentro de mí se soltó y sentí un alivio tan grande que creí perder el equilibrio. Quería tanto a mi club... solo que a Em la quería todavía más.
—¿Estás segura? —le pregunté. Em se separó de mí, se volvió y me tomó el rostro con ambas manos. Me miró a los ojos y puso la cara más seria que le había visto nunca.
—Estoy segura —dijo—. Hay cosas que no me gustan de tu club, pero ellos también contribuyeron a que seas lo que eres. Son tu familia y ahora también son la mía. No soy una persona convencional y no me he enamorado de un corredor de bolsa, sino de un miembro de los Devil’s Jacks. Sé lo que significa llevar el parche de un club de moteros.
Entonces Em me dedicó la misma preciosa e ingenua sonrisa que había hecho que me enamorara de ella, hacía muchos meses, en aquel aparcamiento. Un puto directo al estómago. Cada vez.
—Y ahora... ¿quieres venirte a vivir conmigo? —preguntó, desenfadadamente—. ¿Tal vez crear una pequeña zona de paz aquí en Portland? La casa tiene potencial y no me importaría vivir aquí, pero solo si es contigo. Skid y los chicos podrían venir de visita, pero tendrían que tener sus propias casas. No quiero vivir en un piso compartido.
—Eso está hecho —respondí, sin poder creer en mi suerte—. Él no huele tan bien como tú.
—Sí, supongo que si el olor es el criterio, yo gano —comentó Em y cerró los brazos alrededor de mi cintura—. Me gusta la idea de mantener la paz y ya prácticamente vivimos juntos. Creo que, si las cosas se ponen mal, siempre puedo volver a casa de Cookie.
Ahora fui yo el que se puso rígido.
—No —dije con firmeza—, si las cosas se ponen mal, te quedarás aquí, conmigo, y las resolveremos.
—De acuerdo —susurró Em y después me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y me besó con ternura—. ¿Quieres que empecemos ahora?
—¿Empezar a qué? —inquirí.
—A resolver las cosas —respondió ella—, porque creo que necesitas alguna clarificación en lo que se refiere al asunto de mentir.
Me quedé helado. ¿Qué había hecho ahora? Escaneé rápidamente mi memoria, preguntándome si no habría mentido sin darme ni cuenta. Joder.
—Ya sé que te dije que no volvieras a mentir —empezó—, pero para tu información, cuando una mujer le pregunta a un hombre si cree que algo la hace gorda, la respuesta correcta es no. Siempre. ¿Crees que podrás recordarlo?
Oh, gracias a Dios.
—Estás chiflada —le dije.
—Muy bien, sí, pero ¿podrás recordarlo? —insistió.
—Sí —respondí, tratando de no echarme a reír.
—Entonces creo que me iré a vivir contigo —dijo—. Lo único, lo de Skid va en serio. Tiene que quedarse en la otra casa, con los chicos.
—Está bien, mientras tu padre se quede en la casa del club cuando venga de visita —respondí.
—Sin problema —dijo, entre risas, y me estrechó fuertemente entre sus brazos—. Te quiero, guapo.
—Y yo te quiero a ti —respondí.
Y no era mentira.
Enero
Coeur d’Alene, Idaho
Picnic
—Pic, mira esto.
Picnic alzó la vista desde su mesa y miró a Gage. El responsable de seguridad del club estaba sentado delante de las cuatro pantallas del circuito cerrado de televisión que protegían el arsenal.
—¿El qué? —dijo el presidente.
—La nueva zorra de la limpieza —fue la respuesta—. Marie no ha venido, dice que no puede con esto y con su casa. Nadie más podía encargarse, así que Bolt ha contratado alguien de fuera. Lleva su propio negocio de limpieza y tiene buena reputación.
—¿Y por qué debería importarme? —inquirió Picnic.
—Echa un vistazo a su culo y reconsidera la pregunta —repuso Gage.
Picnic se levantó lentamente y rodeó su atestada mesa, en la casa de empeños del club. Había pasado la última hora intentando averiguar qué carajo había hecho con el resguardo de la Harley roja y dorada que había en el patio trasero. Un niñato estúpido y de papás ricos la había empeñado, seguramente para comprarse hierba o alguna otra estupidez así, y Picnic le había echado el ojo desde el principio. Al mierdecilla mimado se le había pasado la fecha de pago aquella misma mañana...
Gage se reclinó en su asiento y cruzó los brazos a la altura del vientre.
—Bonito ¿eh? —dijo.
Pic se inclinó hacia la pantalla y lanzó un silbido.
—¿Sabe que está siendo grabada por una cámara? —preguntó.
—No creo —respondió Gage, con una sonrisa de medio lado—. No están escondidas, pero tampoco te saltan al cuello.
La nueva limpiadora estaba a cuatro patas, con el culo apuntando hacia la cámara instalada en la esquina del showroom del club. Y menudo culo. Con la postura se le habían bajado un poco los gastados jeans y dejaban ver la parte superior del trasero —no directamente la «hucha» pero vamos, justo por encima. Tenía forma de corazón, bonito, redondeado, uno de esos traseros que le gustaban al presidente de los Reapers.
La chica se inclinó un poco hacia delante y Picnic comprobó que estaba utilizando un cuchillo para intentar rascar algo que se había quedado pegado al suelo. Al hacerlo se meneó ligeramente y Picnic echó mano a la entrepierna y se ajustó el pantalón. Joder, aquello estaba empezando a ponerle burro.
—¿De cara está tan bien como de culo? —preguntó.
—Sí —respondió Gage y se inclinó para manipular los controles. El zoom de la cámara acercó a la ingle de la muchacha, que separó un poco las piernas. Pic reprimió un gruñido.
—¿Es su primera noche? —preguntó.
—Sí —respondió Gage.
—¿La ha pillado alguien ya? —quiso saber el presidente.
—No —dijo Gage.
—Es mía y no se admite ayuda —declaró Picnic—. Hazlo saber.
Gage le miró y sonrió, sarcástico.
—¿Desde cuando son esas las reglas? —dijo—. Te has acostado con la mitad de las chicas en The Line. Joder, anoche te llevaste una puesta.
Pic gruñó, con los ojos pegados a la pantalla.
—Es fácil encontrar nuevas bailarinas, pero no una buena mujer de la limpieza —declaró.
Gage sacudió la cabeza, apretó un botón y la imagen se alejó. La limpiadora se incorporó y estiró los brazos por encima de la cabeza. A continuación se volvió y dijo algo a otra mujer que estaba trabajando al otro lado del showroom. La respuesta la hizo sonreír y Picnic contuvo la respiración. Joder, estaba de impresión, aunque llevara el sucio cabello rubio recogido en una deshilachada coleta y su gastada sudadera y sus jeans hubieran visto sin duda tiempos mejores. Sus pestañas eran espesas y oscuras, sus ojos marrones chispeaban y sus labios eran gruesos y sensuales.
Labios cuyo lugar predestinado era la cabeza de su miembro.
De pronto la chica se quitó la sudadera y se quedó en un top a rayas blancas y azules que le marcaba las tetas a la perfección. Eran del tamaño ideal y —Picnic hubiera apostado su vida— terminaban en unos pezones que se ajustarían a su boca como anillo al dedo. La limpiadora arrojó la sudadera sobre un mostrador que había en la habitación, se inclinó, agarró una botella de limpiacristales y atacó una de las vitrinas que había allí.
—Madre mía, quiero meterla entre esas tetas —dijo Gage—. ¿Seguro que están reservadas?
—Sí, seguro —gruñó Pic—. El que la toque se las verá conmigo. ¿Crees que nos está haciendo el show a propósito? Tampoco necesito ese tipo de rollo.
—Ni idea —respondió Gage—, pero la zorra se ha equivocado de oficio. Debería estar en la industria del porno.
Picnic no podía discutir aquella afirmación.
—Échala —dijo, inesperadamente—. Encuentra a otra.
—Los aspirantes llevan una semana haciendo la limpieza —protestó Gage—. Necesitamos que vuelvan a sus tareas y creo que a Bolt le ha costado lo suyo encontrarla.
La chica se incorporó de nuevo, ladeó la cabeza y dijo algo a su compañera. El hecho de que el mostrador tuviera la altura perfecta para tumbarla sobre él y follarla a placer no escapó a la atención de Pic.
—¿Tenemos información sobre ella? —preguntó.
Gage se inclinó, abrió un cajón de su mesa, sacó una carpeta y se la entregó a su jefe. Picnic la examinó. No había mucho. London Armstrong, dueña de «London, Servicios de Limpieza». Treinta y ocho años. Sorprendente. Parecía más joven, mucho más joven. No es que la cámara de seguridad tuviera una gran resolución, pero aun así... Llevaba en el negocio seis años y tenía buena reputación. Nada que ver con el mundo de los moteros. Soltera, con una adolescente a su cargo —no hija suya, sino de una prima.
Mierda.
London no parecía el tipo de mujer para una noche. No, a pesar de su forma tan sexy de moverse, tenía un aire sano, limpio, que para Picnic era un gravísimo inconveniente. A él las chicas le gustaban guarras, sin ataduras y, por supuesto, suficientemente jóvenes como para obedecer sus órdenes sin hacer demasiadas preguntas. Las mujeres de la edad de aquella eran demasiado resabiadas.
—Dile a Bolt que encuentre a otra lo más rápido que pueda —dijo— y hasta entonces, las manos quietas con ella. Lo digo en serio.
Gage se echó a reír.
—Tú fóllatela y quédate tranquilo —le dijo a su presidente—. Está claro que lo estás deseando.
—Vete a la mierda —le espetó Picnic y se frotó la mandíbula, cubierta por una fina barba de tres días. Era cierto lo que decía Gage. Estaba deseando follársela.
Y de qué manera...
FIN