Capítulo 9
Seis semanas después
Coeur d’Alene, Idaho
Em
Examiné la lista de canciones que había creado en mi teléfono móvil, sonreí y apreté el botón del «play» del equipo estéreo.
Las notas llenaron la sala de estar principal y los bajos hicieron retumbar los cristales de las ventanas. La habitación de mi padre se encontraba en el ala que se había añadido a la casa, en la parte de atrás, así que no le llegaría «demasiado» ruido. Lo justo como para hacer que la resaca provocada por una noche de alcohol fuera mucho, mucho peor.
Lo más probable era que, quienquiera que hubiera llegado a casa con él anoche —riendo histérica, por si el jaleo sexual subsiguiente no fuera lo bastante escandaloso— tuviera ahora mismo resaca y media. Habíamos celebrado Halloween en el club y yo había optado por un clásico para disfrazarme: conejita de Playboy —en honor de Bridget Jones—, que había resultado bastante satisfactorio. Painter no me había quitado ojo de encima, algo por lo que podría haber matado hacía medio año, pero ahora... que le vayan dando.
Que les vayan dando a todos.
A los hombres, quiero decir. Estaba hasta las narices de gente con pene, sobre todo de los moteros: de Liam, que había desaparecido de la faz de la tierra después de su visita nocturna; de Painter, que solo había querido estar conmigo cuando ya no podía; de mi padre. ¡Uf!
Decidí empezar una campaña a favor del derecho de las mujeres a casarse con sus vibradores. Ya tenía la firma de... bueno, de Maggs. Su hombre, Bolt, obtendría pronto el tercer grado, pero ella no creía que fuera a salir del todo. Él no admitía haber hecho nada malo y todos estábamos convencidos de que era inocente. Si le hicieran pruebas de ADN, quedaría demostrado.
Ahora bien, convencer a las autoridades de que movieran el culo y las hicieran, eso ya era otra cosa.
Maggs se había vestido con el típico mono naranja de los reclusos, ya que eso era ahora para ella ir sexy. Había empezado a asociar el sexo con esa ropa, ya que solo lo tenía durante las escasas sesiones de vis a vis con Bolt.
Reconsideré el volumen de la música y decidí subirlo un nivel. No debía de estar llegando al dormitorio trasero con demasiada fuerza y la música dance de tipo provocativo es un excelente estímulo para levantarse por la mañana y activarse. No solo eso, me parecía de buena educación preparar un buen brunch para los dos.
Al comenzar la siguiente canción sentí movimiento en la parte de atrás de la casa. Averiguar quién surgiría del dormitorio de mi padre cada mañana era totalmente imposible. Yo fantaseaba con la posibilidad de que alguna vez se trajera a una mujer de más de treinta años, pero de momento mi sueño no se había hecho realidad. Con mi suerte, seguro que era una de mis antiguas compañeras del instituto.
Debería empezar a pedirles los carnés de identidad, para comprobar si tenían la edad legal de consentimiento.
No siempre había sido así. Después de la muerte de mi madre, mi padre tuvo una época muy mala, en la que todo el rato se paseaba alrededor de la casa como un león enfurecido y a veces pateaba lo que se le ponía por delante sin importar lo que fuera. Durante ese primer año nunca le vi con una mujer, ni una sola vez.
Sin embargo, después fue como si le hubieran dado a un interruptor y ahora disparaba contra todo lo que se movía, más aún que Ruger antes de que llegara Sophie, que ya es decir. A pesar de todo, lo suyo sería que la nueva «amiga» de mi padre se sintiera bien acogida, pensé. Tendría hambre después de una noche como aquella, así que empecé a preparar tortitas mientras cantaba las canciones que se sucedían en el estéreo.
Cuando acabó la tercera canción, la plancha ya estaba caliente y la masa preparada. Al llegar la sexta, ya tenía una docena de tortitas listas. Desde el fondo de la casa me llegaba un ruido amortiguado de golpes y chillidos muy agudos. La última adquisición de mi padre gritaba como un cochinillo, pensé, ahora inmisericorde.
Claro, en cuanto entró en la cocina la reconocí. Como me había temido, era una de mis ex compañeras de pupitre —una de las petardas oficiales—. La miré mientras tomaba un sorbo de mi café y señalé mi taza para ofrecerle una. Ella negó con la cabeza y dio un pequeño respingo. Reprimí una sonrisa burlona y seguí bebiendo.
Dejé la taza y eché un bol de huevos batidos en la sartén. En aquel momento oí un ruido, como una arcada, detrás de mí, me volví y vi que la chica salía corriendo hacia el baño. Unos minutos después, mi padre entró en la cocina, con paso vacilante. Solo llevaba puesto el pantalón del pijama. Se apoyó en la encimera y yo le pasé una taza de café sin decir nada. Bebió un trago.
—¿Tienes planes para hoy? —preguntó, al cabo de un rato.
No dijo nada de la chica ni protestó por el volumen de la música.
Nunca lo hacía.
Tengo la teoría de que en realidad le gustaba mi manera de ahuyentar a las chicas que se traía, temprano por la mañana. Era como sacar a pasear al perro o tirar la basura, una de esas pequeñas tareas de las que yo me ocupaba para hacerle la vida más agradable. Él me lo «agradecía» haciéndome imposible cualquier cita y tratando de controlar mi vida hasta el último detalle.
No parecía demasiado justo y tenía que hablarlo con él. Inspiré hondo y decidí que no habría mejor ocasión.
—Sí, de hecho tengo un proyecto para empezar hoy —respondí.
—¿Qué es? —preguntó él. Desde el baño nos llegó un fuerte gorgoteo y ambos dimos un respingo.
—Esta tiene clase ¿eh, papá? —dije.
—Ahí me has pillado —respondió—. En fin ¿cuál es tu proyecto?
—Bueno, ya sabes que he estado mirando la posibilidad de conseguir un diploma de esteticista —expliqué—. Encontré un curso y me han aceptado. Ya sabes que me gusta mucho lo de arreglar las uñas, pero esto sería un gran paso adelante.
—Está bien —dijo y sonrió—. No tengo ni idea de qué va eso, pero si te hace feliz, adelante.
—Esa es la cuestión —dije, tras respirar hondo—. El curso es en Portland.
Me preparé, esperando la explosión, y no me defraudó.
—¿En qué pelotas estás pensando? —exclamó.
—Cookie y yo hemos estado hablando en la fiesta —le expliqué—. Tiene sitio y no le vendría mal alquilarme una habitación. Está muy sola desde que murió Bagger. Le encanta Portland, pero con una amiga al lado, todo le resultaría mucho más fácil.
—No me tomes el pelo, muchachita —me respondió mi padre—. Esto tiene que ver con Hunter. ¿Qué demonios te hizo? Tienes que contármelo.
Sacudí la cabeza. Había intentado una y otra vez que le diera detalles sobre lo que había ocurrido mientras estaba a solas con Liam, pero no estaba preparada para dárselos. Tal vez no lo estaría nunca. Tenía la impresión de que mis sentimientos cambiaban día a día, pero de algo estaba segura: mi padre no era la persona con la que hablaría cuando tuviera la necesidad.
—No, esto solo tiene que ver conmigo —le dije, en tono firme—. Es hora de que empiece a moverme por mí misma. Me encanta Portland, Cookie me cae fenomenal y necesito irme de Coeur d’Alene.
Mi padre miró hacia otro lado y su rostro se endureció aún más.
—Si no es por Hunter ¿es por Painter? —dijo—. Ya vi que no paraba de seguirte anoche. Puedo hacer que te deje en paz, nena, si es lo que quieres.
—No —repetí—. Eso es parte del problema. Todo el mundo piensa que se trata de los hombres que hay en mi vida, o del club. Se trata de mí. Te quiero, pero voy a cumplir veintitrés años. Quiero mi propio espacio. Ya es hora.
—Quiero que seas feliz —dijo él, lentamente— y puedo entender que quieras vivir por tu cuenta, pero Portland es el sitio equivocado.
—No me vengas con esas —le respondí—. La tregua con los Devil’s Jacks es sólida. Deke y los hermanos de su sección estarán ahí para mí. Tienes que aceptar el hecho de que soy una persona adulta y de que puedo cuidar de mí misma. Te lo prometo, si necesito ayuda, la pediré, pero no puedes pretender envolverme en plástico de embalar y guardarme en el sótano. Kit vive sola y le va bien. Es mi turno.
—Bueno, si eso es lo que de verdad quieres —dijo por fin, sacudiendo la cabeza—. No me gusta y que conste que tampoco me gusta que Kit esté por ahí.
Sonreí, porque sabía que había vencido.
—Me irá bien, papá —dije—. Te quie...
—¡Oh, no puedo creerlo, cómo me duele la cabeza! —interrumpió mi antigua compañera de clase, que había entrado en la cocina tambaleándose y con la cara de color verdoso.
Como un pepino por dentro, más o menos.
La súbita ternura que había sentido por mi padre se evaporó en un segundo. ¿Cómo era posible que anduviera con mujeres como aquella? Si mi madre resucitara, se lo cargaría de un tiro y no por celos. Por lástima.
—¿Podrías bajar un poco esa música? —gimió la chica.
Sacudí la cabeza, con falsa expresión de pena.
—He perdido el mando —le dije.
Su cuerpo parecía estremecerse de la cabeza a los pies y me apiadé ella, y eso me fastidió, ya que el numerito arruinaba mi placentera pequeña represalia.
—Oh, aquí está —dije por fin. Agarré el mando y apagué la música, tratando de recordar el nombre de la chica.
—¿Te conozco de algo? —preguntó ella y reprimí un suspiro. Al menos no era yo la única con memoria de pez.
—Fuimos juntas al instituto —respondí—. Por desgracia, te follaste a mi padre anoche, así que te he preparado el desayuno. Puedes considerarlo un premio de consolación.
Parecía tan confusa que se me pasó hasta el último rastro de irritación. ¿A quién le importaba si mi padre se follaba veinteañeras? Al menos no se casaba con ellas...
—¿Quieres café? —le dije.
—No, gracias —respondió ella y miró al hombre silencioso que nos observaba—. ¿Es realmente tu hija?
Mi padre asintió y vi una nota de humor en sus ojos.
—Esto es un poco extraño —comentó ella, mirándonos alternativamente. Mi padre se encogió de hombros.
—¿Quieres que te lleve a casa? —dijo.
Ella pensó unos segundos. Los engranajes de su cabeza debían de estar un poco oxidados.
—Mmm, sí —dijo por fin—. Parece buena idea.
—¡Vanessa! —exclamé por fin, más fuerte de lo que me proponía—. Lo siento, intentaba acordarme de tu nombre y de pronto me vino a la memoria.
Ella me miró con ojos negros por el rímel que se le había corrido. Entonces me fijé por primera vez en su «disfraz», un vestido súper corto y súper ajustado que tenía algo raro de color naranja en el delantero. Además, llevaba las tetas cubiertas por una especie de plumones de color verde.
—¿Qué demonios es eso? —dije—. Quiero decir, ¿de qué se supone que vas disfrazada?
—De zanahoria sexy —fue la respuesta.
Miré a mi padre, que sacudía la cabeza lentamente, evitando mis ojos.
—Voy a buscar mis cosas —dijo Vanessa, nerviosa—. Esto es un poco demasiado raro para mí.
—Buena idea —aprobó mi padre—. Nos vamos en cinco minutos.
Vanessa salió dando tumbos de la habitación.
—¿En serio? —le dije a mi padre—. ¿Zanahoria sexy?
Se encogió de hombros.
—No me di cuenta de lo joven que era —explicó—. Ayer parecía mayor.
—Siempre dices lo mismo —repliqué.
—¿Estás segura de esa mierda que me comentabas sobre Portland? —me dijo, claramente deseoso de cambiar el tema de su zanahoria-fetiche. No se tomaba a las mujeres muy en serio. De hecho, esa era su excusa cada vez que espantaba a uno de mis pretendientes. No quería que acabara con uno como él. Bueno, demasiado tarde. Jodido Liam...
—Estoy segura —corroboré—. Lo tengo todo preparado. Terminaré lo que tengo pendiente para esta semana en el salón de belleza y el sábado me marcho. Te agradecería que me llevaras con el camión. Así será más fácil llevar las cosas.
Suspiró y se rascó la nuca.
—Eres adulta —dijo por fin—. Puedes hacer lo que quieras, pero ¿y Painter? ¿Estás segura de que todo ha terminado entre vosotros? Parece que el chico está por ti en serio.
Arqueé una ceja.
—Painter me rechazó y menos de cinco minutos después estaba follándose a una zorra encima del lavabo —dije, secamente—. He terminado con él ya hace tiempo. No es un secreto, aunque haya estado siguiéndome mucho en los últimos días. Simplemente se le antoja aquello que no puede tener.
Los ojos de mi padre se oscurecieron.
—Aquella no era la noche adecuada, nena, eso es todo —dijo.
—Ninguna lo es —repuse—. Creo que puedo aspirar a algo mejor.
Mi padre asintió con la cabeza, pensativo.
—De acuerdo —dijo por fin—. Una cosa, Emmy.
—¿Sí?
—Has tomado la decisión correcta —dijo—. Sobre Painter, quiero decir.
Me quedé helada. No me esperaba eso.
—¿Cómo? —le dije—. Pensé que querías que fuera una Reaper.
—Y lo quiero —respondió—, pero Painter nunca luchó por ti. Nunca se enfrentó a mí, nunca preguntó si podía salir contigo. Te mereces a un hombre que luche por ti. Recuérdalo siempre ¿de acuerdo?
Vaya. Aquello no me lo esperaba. De pronto sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas y me lancé a sus brazos. Me estrechó en ellos con fuerza, con la barbilla apoyada en mi cabeza, y me frotó la espalda suavemente.
—Recuerda esto también —añadió—. Tú y Kit siempre podéis volver a casa, si queréis. Yo estaría encantado. Con vosotras aquí todo es perfecto para mí, pero supongo que en Portland estaréis bien. Y no te conformes con poco. Mira lo que conseguimos tu madre y yo y no aceptes menos.
—Painter es menos, eso seguro —murmuré.
—Sí —aprobó él—. Ahora es mi hermano y estaré a su lado, pero yo nunca engañé a tu madre. Nunca quise. Tienes que estar junto a un hombre que sienta lo mismo por ti y no pares hasta que lo encuentres.
—Te quiero, papá —le dije.
—Lo sé —repuso él.
—Eh ¿tenéis algún ambientador por ahí? —preguntó de pronto Vanessa—. Tengo diarrea y el baño huele que apesta.
Joder. No era yo la única que podía aspirar a algo mejor.
—Has tocado fondo, papá —susurré y vi cómo su pecho se movía en una carcajada silenciosa.
—Sí, lo reconozco —dijo—. Mierda ¿En qué demonios estaría pensando anoche?
Di un paso atrás para mirarle a la cara. Me sonrió y vi que los ojos azules que yo había heredado le brillaban un poquito en las comisuras.
—¿No podrías considerar la posibilidad de dar un paso adelante? —le dije—. No todo es sexo en la vida.
—Lo tendré en cuenta —respondió.
Dos semanas
después
Portland, Oregón
—Carné de identidad —dijo el portero del bar de copas. Kit hizo una mueca de impaciencia y sacó el pequeño rectángulo plastificado. El hombre lo estudió con atención, se lo devolvió y después hizo lo propio con el mío. Acabada la inspección, nos indicó con un gesto que podíamos entrar y bajamos las escaleras.
Era mi primer fin de semana libre en Portland y Kit había venido conduciendo desde Olympia para que celebráramos juntas mi recién adquirida libertad. Para empezar, habíamos cenado con Cookie y con su hija, Silvie, en la escuela Kennedy y después habíamos cruzado el río para dirigirnos a Pearl District, en busca del antro perfecto.
En cuanto eché un vistazo a la oscura y decrépita sala me di cuenta de que lo habíamos encontrado. El volumen de la música era potente, el público era variopinto y la mesa de billar estaba rodeada por un grupo de chicos a los que pondría un siete o un ocho en una escala en la que Liam, el chico perfecto, tendría un diez.
Cabrón.
¿Cómo había sido capaz de mostrarse dulce y romántico bajo la luz de la luna y después desaparecer y no volver a mandarme ni un mensaje? Claro que le había dado una patada en las pelotas... el recuerdo siempre me hacía sonreír.
—¿Papá sabe que tienes un carné falso? —le pregunté a Kit.
—Pues claro —respondió ella—. Me lo dio él.
Me quedé muerta.
—No me jodas —le dije.
—Pues sí —corroboró mi hermana—. Resulta que me pillaron con uno que había hecho yo misma, bastante cutre, cuando estaba en el instituto. Me dijo que no quería que me arrestaran o que me metiera en líos y que necesitaba calidad.
—Qué injusticia —no pude por menos que comentar—. A mí nunca me ha dado ninguno.
—¿Se lo pediste? —preguntó Kit.
—No —respondí—. Nunca se me ocurrió. Quiero decir, a partir de cierto momento empezó a dejarme beber, en las fiestas del club o en casa, pero yo no pensaba en bares.
—Bueno, esa es la diferencia entre tú y yo —comentó ella—. Yo siempre estoy buscando nuevas maneras de meterme en líos, mientras que tú procuras pasar desapercibida.
No le faltaba razón. Mierda, se notaba incluso en nuestra ropa. Yo llevaba simplemente un top negro. Tenía un poco de escote y resaltaba mis curvas, pero en términos de salir por ahí no era como para destacar.
Kit, en cambio, era otra película.
Se había vestido en plan vintage para la noche, un look que llevaba ya cierto tiempo desarrollando. Se había teñido el pelo de negro y se lo había peinado muy elaboradamente, al estilo Betty Page. Llevaba una blusa roja ajustada —a juego con el pintalabios— que le dejaba los hombros al descubierto y mostraba sus tatuajes. La había combinado con unos pantalones tres cuartos muy ajustados que parecían pasados de moda y a la vez de zorrón. Todo el conjunto resultaba llamativo, original, por encima de cualquier tendencia o moda pasajera.
Kit siempre había sido así: a su rollo y sin concesiones, indiferente a lo que pensaran o dijeran los demás. Me encantaba.
Y la quería, además.
—Te quiero —le dije, abrazándola, y ella rio.
—Estás borracha —respondió.
—¡Y tú! —repliqué.
—Pero no tanto —dijo a su vez—. Pídeme un vodka con Red Bull ¿de acuerdo? Voy a empolvarme.
Mientras esperaba a que nos sirvieran las copas, no dejaba de pensar en mi hermana y en su forma de vida. ¿Empolvarme? ¿Quién puede decir algo así, joder? Ese vocabulario era parte de su estilo vintage y en ella resultaba totalmente natural.
Todo un logro, la verdad.
Conseguí las copas y encontré una mesa libre al fondo del bar. Estaba un poco pegajosa, lo mismo que los asientos. No veía muy bien en la penumbra reinante, lo que en cierto modo era una ventaja. Cuando hay algo pegajoso en un bar, lo mejor que puedes esperar es que sea porque han tirado alguna copa...
En aquel momento mi teléfono zumbó.
Painter: ¿Qué tal en Portland?
Sí, claro. Lo que me faltaba, hablar con el puto Painter. Tomé mi vaso y lo liquidé en pocos tragos.
Kit, sentada junto a mí, me miraba con ojos muy abiertos.
—¿No estás contenta? —me dijo y le tendí el teléfono móvil—. Ah, el increíble Painter.
Se puso a teclear y me llevó unos segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Intenté quitarle el teléfono, pero ella apretó la tecla de enviar.
—¡Zorra! —exclamé y ella me devolvió el móvil, entre risas.
Yo: Imagínatelo, gilipollas. La jodiste conmigo, así que te quedas sin meterla.
—Uf, eso es fuerte —le dije, impresionada—. Se va a cabrear de verdad conmigo.
—Le pillaste follándose a una guarra en el baño justo después de rechazarte —replicó ella, sin contemplaciones—. No tiene derecho a cabrearse. En la vida. Además ¿a ti qué te importa? Has terminado con él.
—Ya, pero aún tendré que verle por ahí, cuando vaya a casa —repuse.
—¿Y? —dijo ella—. Parece que tu cabeza está aún en Coeur d’Alene. Ahora vives en Portland, nena. ¡Vamos, hasta el fondo!
Me tendió lo que quedaba de su copa y me la tomé también, sin dudarlo.
—Creo que estoy borracha —le dije, al cabo de un par de minutos. Ella se inclinó hacia mí y me estudió detenidamente, como haría una pitonisa.
—¿Borracha de veras o solo bastante borracha? —inquirió.
—Bastante borracha —respondí—, vamos, que no estoy sobria.
—Perfecto —dijo ella—. Ahora vamos a hablar de Liam.
Me removí, inquieta.
—Nunca debí hablarte de él —dije.
—Seguramente —corroboró ella—, pero lo has hecho, así que ya no hay vuelta atrás. ¿Has vuelto a tener noticias después de la famosa noche?
—No —respondí—. No sé si eso me cabrea o no. Quiero decir, todo eran mentiras, lo sé, pero aun así le echo de menos. ¿Crees que estoy jodida del todo?
Kit ladeó la cabeza, pensativa.
—Bastante —dijo por fin—. Es lo normal cuando cortas con alguien.
—Pero para cortar primero tienes que estar con ese alguien —repuse.
Kit se echó a reír.
—¿Qué te pasa? —le dije.
—Tú y Liam, Hunter, o como quiera que se llame tuvisteis una relación —dijo—. Os mandasteis mensajes a diario durante meses, hablasteis a diario durante semanas, practicaste el sexo telefónico con él y de hecho mantuviste una relación sexual con él, aunque no te la metiera. Te folló y después vino a verte para decirte que ya no estabas en peligro. Eso es más parecido a una relación que lo que he tenido yo con el tonto del culo con el que acabo de cortar. Bueno, excepto en la parte del sexo, que ahí sí tuvimos más. En todo caso, tú has cortado con un chico y es normal que estés pensando en él.
Consideré lo que acababa de oír. No era una tontería.
—¿Sabes? —dije—. Eso me hace sentir un poquito mejor. Me hace pensar que no estoy loca del todo.
—¿Y le has seguido por Internet desde que pasó todo? —preguntó Kit.
—Pues claro —dije—. Quiero decir, localicé el lugar donde vive, pero poco más. Tenía su cartera. Ya te conté lo de las bragas que me compré con su tarjeta y todo eso. En fin, no encontré gran cosa. Ha desactivado su perfil de Facebook y no sale nada más. No sé hasta qué punto es real lo que sé de él.
—Vamos a necesitar más alcohol —dijo ella, mirando nuestros vasos vacíos.
Consideré su declaración y asentí, con aire solemne.
—Tengo que ir a mear —anuncié.
—Intenta no perderte —respondió ella, con tono igualmente serio—. Voy a rellenar esto. Es mi deber como hermana velar por que no estés sobria en ningún momento, a partir de ahora y para el futuro próximo.
Me levanté tambaleante y comprobé que no había ningún peligro de volver a estar sobria a corto plazo. De camino al baño, pasé junto a los chicos que jugaban al billar. Uno de ellos estableció contacto visual conmigo y sonreí. Sí, era estupendo estar lejos del club. Podía flirtear con un chico sin temor a que saliera corriendo porque un aspirante a motero se había puesto a gruñir.
Me llevó bastante tiempo encontrar el baño. No me acuerdo por qué exactamente, pero creo que me perdí cerca de la mesa de billar. Al regresar vi que Kit tenía mi teléfono en la mano y que sus dedos volaban tecleando.
Mierda. ¿Por qué no me lo había llevado?
Claro, estaba borracha.
—Bueno, dos cosas —me dijo—. He cambiado el nombre en tus contactos, le he puesto Hunter en vez de Liam, porque ya me estaba haciendo un lío entre los dos. Aparte mira, ha escrito esto.
Me entregó el teléfono y la miré, como atontada.
—Vamos, lee —me dijo—. Toma, te he traído otra copa.
Me tendió un vaso lleno e indicó el teléfono con la barbilla.
Miré.
Yo: Eh ¿qué haces?
Hunter: ¡Em! ¿Qué tal estás? No hago nada. No puedo creer que me hayas mandado un mensaje.
Yo: Me preguntaba cómo estarías y si pensabas en mí.
Miré a Kit con ojos asesinos. ¿Por qué no la había ahogado cuando éramos muy pequeñas y aún podía salir bien librada?
—¿Qué mierda has estado haciendo? —le dije.
—Empezar una conversación —respondió ella, animadamente—. Me da la impresión de que hemos dejado cosas por hacer aquí. Terminemos el trabajo, demos carpetazo y después busquemos a alguien que te desvirgue de una vez por todas.
Esto último lo dijo en voz demasiado alta, porque un chico que estaba sentado en la mesa de al lado se volvió para mirarnos y me sonrió.
—Cierra la boca —siseé y en aquel momento mi teléfono vibró. Miré.
Hunter: Pienso en ti todo el tiempo.
Mi corazón se saltó un latido. Bueno. Esto era interesante.
Kit intentó quitarme el teléfono móvil, pero lo aparté de su alcance y me lo metí en el bolsillo. ¡Ja! La miré triunfante y entonces ella sacó su propio teléfono, apretó una tecla y de pronto el mío empezó a vibrar.
¡Oh, uau!
Había algo definitivamente malsano en el gusto que me daba aquello.
—He bebido demasiado —dije—. Creo que me estoy convirtiendo en un demonio sexual.
—Chicas ¿puedo invitaros a tomar algo? —dijo esperanzado nuestro vecino de mesa.
—¡No! —grité mientras agarraba a Kit por el brazo y comenzaba a arrastrarla.
—¿Qué haces? —me dijo ella.
—Tenemos que largarnos de aquí —dije—. Vamos a bailar o algo.
El puto descontrol. Esa era un típica noche con mi hermana.
***
Dos horas después estaba en un taxi, de camino a la casa de Hunter.
Cómo fue que de tirar del brazo de mi hermana para salir de un bar pasé a acechar a mi secuestrador es algo que no tengo del todo claro. Curioso, porque normalmente soy una persona muy observadora.
En mi defensa hay que decir que Kit me trajo unos cuantos vasitos llenos de licores de todo tipo.
En fin, como Kit es una zorra muy astuta, hizo que el taxi nos dejara a un par de calles de distancia de nuestro objetivo, para no llamar la atención y poder reptar hacia él tranquilamente. Hay que reconocer que, en aquel contexto, la idea tenía sentido. Así pues, avanzamos de puntillas por la acera como dos sigilosas ladronas de pisos, lo que por supuesto habría sido más efectivo si no hubiéramos ido riendo sin parar, histéricas, y tropezando la una con la otra. Cuando nos encontrábamos a dos casas de distancia, nos dimos cuenta de que había fiesta en la de Hunter.
¡Incluso en una fiesta se había molestado en contestar «mi» mensaje!
Una parte de mí —la que es demasiado estúpida para merecer seguir con vida— concluyó que aquello había sido tierno. Era el momento de abofetearme mentalmente, pero no lo hice. ¿Tierno? Mi secuestrador. El de las fotos.
El de los orgasmos en cadena...
No. No pienses en eso.
Nos detuvimos junto a un rododendro gigante y espiamos entre las ramas. No dejaba de entrar y salir gente por la puerta principal y la música llenaba el aire. Hunter se encontraba en una esquina del viejo porche, apoyado en la barandilla con la mirada perdida más allá de los límites del jardín. Era una de esas casas típicas de Portland, alta y estrecha, con un terreno pequeño. Casi victoriana, pero un poco más rústica, como si los constructores no hubieran podido permitirse demasiada ornamentación. El porche sobresalía hacia delante y los escalones, bastante altos, daban a un corto caminito de entrada. La casa estaba rodeada por arbustos del tamaño de árboles, muchos de ellos aún en flor, a pesar de lo avanzada que estaba la estación.
Hunter miró indiferente a un grupo de chicas que llegaban a la casa con paso vacilante. Una muy alta y con unas tetas enormes se dirigió hacia él y me sentí tensa, pero pronto me di cuenta de que no le hacía ni caso. Al cabo de un rato, la muchacha se cansó y siguió a las otras hacia el interior de la casa.
—Uf, está muy bueno —comentó Kit—. No me extraña que estés obsesionada con él.
—No estoy obsesionada —repliqué.
—Bueno, lo que sea —dijo ella—. Caray, parecía que esa chica iba a arrodillarse delante de él directamente, con que hubiera dicho una palabra. No muchos chicos habrían dicho que no a eso. ¡Mándale un mensaje!
—¿Y qué le digo? —inquirí.
—Pregúntale qué hace —respondió ella.
—¡Eso ya se lo has preguntado tú! —exclamé.
—Ah, sí, lo había olvidado —repuso ella—. Pues pregúntale si tiene algún plan interesante.
Saqué el teléfono y me puse a teclear, lo que era más difícil de lo que parece, ya que mis dedos daban todo el rato en las letras incorrectas.
Yo: ¿Tienes algún plan interesante? Estoy por ahí con mi hermana.
Unos segundos después, Hunter se metió la mano en el bolsillo, sacó su teléfono, lo miró y sonrió —y yo me derretí por dentro, porque encima estaba especialmente guapo en aquel momento—. Empezó a escribir una respuesta, pero entonces una pelirroja muy atractiva salió de la casa, se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.
Esperé a ver cómo la echaba o cómo pasaba de ella, como había hecho con la tetuda.
Sin embargo, a esta la abrazó. Ella le dijo algo y él rio con una expresión tan tierna que estuve a punto de vomitar. Cabrón. Cabrón, hijo de puta, chuparrabos. Hunter se inclinó sobre la pelirroja, le dijo algo al oído y ella le dio un amistoso puñetazo en el estómago.
—Creo que deberíamos matarlo —susurró Kit—. Ya no me gusta tanto, con esa chica agarrada a él.
Asentí.
Entonces la besó en la cabeza, ella se echó a reír y entró en la casa. Hunter volvió a teclear en su teléfono y al cabo del rato recibí un mensaje.
Hunter: No, ningún plan. Aquí, con los compañeros de piso. Qué bueno saber de ti, Em. Te he echado de menos. ¿Cómo estás?
Le enseñé el mensaje a Kit y gruñó.
—Manda huevos —murmuró—. ¿Has visto cómo estaban, los dos juntos? Eso no es algo de hoy, son pareja. Se está quedando contigo. O eso o se la está follando a ella mientras piensa en ti. No sé qué es peor.
—Lo sé —dije, sombría. Dios ¿por qué había perdido tanta energía con aquel tipo? ¿Por qué demonios me sorprendía verle toqueteando a una zorra después de haberme mandado un mensaje?
Hunter no era un buen chico.
Eso ya había quedado claro.
Debía largarme. Irme a casa antes de ponerme aún más en evidencia. Sin embargo, en aquel instante me lo imaginé desnudo con la puta pelirroja y me explotó la cabeza por dentro.
Sin pensar en lo que hacía, salí de detrás del arbusto y me dirigí a paso rápido hacia la casa. Estoy segura de que me vio de inmediato, porque sin duda hacía lo mismo que mi padre, vigilar constantemente a su alrededor. No me extrañaba, ya que, teniendo en cuenta lo hijo de la gran puta que podía llegar a ser, debía de haber decenas de personas que estaban deseando verlo muerto.
Y yo era ahora la reina de aquel particular «club de fans».
Me abrí paso a empujones entre la gente que se encontraba al pie del porche y me planté delante de él. Su cara de pasmo total me provocó un subidón de gusto, dentro de mi megacabreo.
—¡Em! —exclamó—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Hunter lanzó un rápido vistazo al jardín, como si esperara ver aparecer un ejército de Reapers detrás de mí. Bueno, no tenía a mis hermanos del club, pero tenía a Kit que, en determinadas circunstancias, podía ser más temible que una docena de moteros furiosos.
—Bueno, entonces ¿me echas de menos? —le pregunté, furiosa.
—Mmm, pues sí —respondió, mirándome como si fuera una criatura de otro planeta—. ¿De dónde sales? Pensaba que estabas en Coeur d’Alene.
—Solo porque me dejes en un sitio no quiere decir que vaya a quedarme ahí —respondí—. No soy un perro, Hunter. No hago lo que se me dice.
Él entrecerró los ojos.
—Estás muy borracha —dijo— ¿O me equivoco?
—¿Y por qué crees que eso es asunto tuyo? —repliqué.
—Mierda, vámonos de aquí —dijo—. Te daré un poco de agua o algo. Ya hablaremos de lo otro más tarde.
—¿Qué pasa? —le dije—. ¿Estas intentado esconderme? ¿Tienes miedo de que alguien me vea y quedarte al descubierto?
Él sacudió la cabeza lentamente.
—No, es solo que mañana desearás seguramente que hubiera habido menos testigos de esto —respondió—. Además, lo más probable será que tengas un dolor de cabeza de aquí te espero. Te daré un vaso de agua y alguna pastilla que tengo por ahí. Después hablaremos.
—Y una mierda hablaremos —corté—. La he visto, gilipollas.
—¿A quién? —preguntó él.
Ladeé la cabeza y sonreí con ironía. ¿De verdad se pensaba que podía tomarme por imbécil?
—Te he visto con tu chica hace cinco minutos, Liam —le espeté—. La besaste, joder. No me digas que pretendes hacer conmigo algo más que utilizarme.
—¿Celosa? —dijo y sonrió de oreja a oreja de forma muy sexy.
—No sonrías, cabronazo —oí decir a Kit desde detrás de mí y sentí una oleada de amor por ella. Al menos tenía a alguien que siempre estaría a mi lado.
—Nena, esa chica era mi hermana —dijo Hunter con voz muy tranquila, casi amable—. Kelsey. Créeme, yo no le intereso de esa manera.
Me quedé helada.
—¿Tu hermana? —dije y la niebla de mi cabeza se despejó lo suficiente como darme cuenta de que tal vez había metido la pata—. Me dijiste que no tenías familia, que habías crecido con una familia de acogida.
—Ella es mi hermana de acogida —explicó él y me sentí como una auténtica estúpida—. Vivimos juntos desde hace más de diez años. Prácticamente la he criado.
—Vi cómo te miraba —intervino Kit, que no se rendía tan fácilmente— y no era la mirada de una hermana.
—¿Puedes repetir eso? —dijo una voz desde atrás. Nos volvimos y vi a la pelirroja en cuestión, que nos miraba fijamente, con los brazos en jarras.
—Lo digo porque pareces insinuar que quiero follarme a mi hermano —continuó— y eso suena muy mal, incluso viniendo de una zorra como tú.
A Kit se le pusieron los pelos de punta y por un segundo pensé que iba a abalanzarse sobre su interlocutora, arañando y escupiendo.
—Déjalo, Kels —dijo Hunter y su voz cortó el aire como un látigo—. Esta es Em y esta es su hermana. Créeme, me alegro de que esté celoso de ti. Eso quiere decir que aún le importo un poco más que una mierda.
—No me importas una mierda —murmuré y él lanzó una carcajada.
—Esta zorra te tiene pillado por las pelotas... —empezó Kelsey, pero Hunter la cortó.
—Déjalo —le dijo—. Aparta las uñas. Me alegra que esté aquí.
Kit gruñó y me interpuse entre las dos. Un momento. ¿No se suponía que esta era mi escena dramática? Argg.
—Esto es entre Hunter y yo —le dije a Kit—. Te agradezco tu apoyo, pero ahora tienes que retirarte.
—Dios —dijo Kit, mirando hacia otro lado y pasándose las manos por el pelo—. Necesito una cerveza.
Kelsey la miró fijamente, con ojos entrecerrados. Hunter le puso la mano en el hombro a su hermana y apretó lo justo como para que la presión resultara un punto menos que agradable.
—Pórtate bien —le pidió.
—Puedes venir a la parte de atrás —le dijo por fin Kelsey a Kit, con tono aún hostil—. Tenemos un barril. Dejemos que este memo hable tranquilo con su preciosa Em, a ver si así se le pasa la tontería y deja ya de estar todo el día con cara de pasmado. De verdad que estoy harta ya de toda esta mierda.
Se dio la vuelta para entrar en la casa y Kit captó mi mirada.
«¿Estás bien?», me dijo sin emitir sonido y yo me encogí de hombros, lo que ella tomó por un «sí». No sabía si estaba bien o no, pero lo que sí era seguro es que no llegaría a ningún sitio peleando en el porche con la tal Kelsey.
—Mira, vamos a tomar un café o algo así —propuso Hunter—. Hay un bar abierto a unas cuantas manzanas de aquí. Luego te llevo a casa.
—No, quedémonos —repuse—. Necesito otro trago.
Me encaminé al interior de la casa, pero Hunter me retuvo por el brazo.
—No quiero que entres —dijo.
—¿Por qué no? —pregunté—. No me digas que no es seguro. A tu hermana la dejas entrar.
—Es seguro —corroboró con tono razonable—, pero ahí dentro hay mierda a la que no quiero verte expuesta.
—Mi padre es el presidente de un club de moteros —repliqué—. ¿Se te ha olvidado? Si no recuerdo mal, esa fue la razón por la que entramos en contacto por primera vez. He estado expuesta a muchas cosas en mi vida.
Hunter suspiró y se pasó una mano por el pelo. Le había crecido desde la última vez que nos habíamos visto. Por desgracia, recordaba perfectamente la sensación de pasar los dedos por aquel cabello.
La lujuria volvió a crecer dentro de mí y me mordí la cara interior de la mejilla. Mierda. ¿Por qué tenía que estar tan rematadamente bueno?
—Créeme, no he olvidado quién eres —dijo—. Mi vida sería mucho más fácil si no fueras quien eres. Te follaría y listo.