Capítulo 8
Una semana más tarde
Tenía razón.
«Lo hablamos después» significaba «no lo hablaremos nunca».
Lo cierto es que mi padre apenas había pasado tiempo con nosotras durante la última semana. No nos había contado a dónde iba, pero supuse que estaba por ahí encargándose de Toke y de los Devil’s Jacks. Solo esperaba que no se hubiera «encargado» de ellos de forma permanente. Por supuesto, lo que se esperaba de mí era que me quedara en casa y me olvidara de todo lo ocurrido.
Aquella mierda solía ser lo correcto. Ya no.
No es que fuera a enfrentarme directamente a mi padre o a forzar mi presencia en una reunión del club para averiguar lo que se cocía. No, aquello no me serviría de nada. Sin embargo, veía muy claro todo lo que había empezado a entender el día en que nos liberamos de nuestros captores. Había llegado la hora de que una tal Emmy Lou Hayes se marchara de Coeur d’Alene.
Tenía que madurar y tener mi propia vida.
Encontrar un lugar adonde ir era el primer desafío. Sabía que podía quedarme con Kit, pero ella solo tenía un pequeño estudio en Olympia. No me parecía justo someterla a tal presión. No, quería seguir mi propio camino. Al menos tenía dinero ahorrado. Una de las ventajas de vivir con mi padre era que no tenía muchos gastos. Ya había mandado mi solicitud para matricularme en el curso de esteticista en Portland. Era una escuela muy buena, pero no estaba segura de querer arriesgarme a vivir en la misma ciudad que Hunter. Por otro lado, aquella era una ciudad y no un pueblo. No parecía probable que fuera a encontrármelo en cada esquina.
Incluso sabía dónde vivía, así que podría evitar ir por su zona.
Bueno, reconozco que era yo la que había estado haciendo un poco de espía en los últimos días. Aún tenía su cartera y no me parecía que debiera sentir remordimientos por habérsela quitado. Lejos de eso, utilicé su tarjeta de crédito para comprar por Internet un poco de lencería realmente preciosa. No me gasté tanto como para arruinarle, pero sí como para que sufriera un poco —ah, y pedí envoltorio de regalo y entrega urgente en veinticuatro horas, ya que... ¿por qué no? Solo porque le hubiera salvado la vida no quería decir que le hubiera perdonado por lo que había hecho.
Para mi desgracia, Internet era mi única opción para ir de compras, ya que mi padre me había puesto bajo vigilancia. Por si fuera poco, Painter se había autonombrado mi ángel de la guarda mientras mi padre estaba fuera. No podía creer que hubiera podido estar enamorada de aquel tipo —cada vez que le veía, lo imaginaba trajinándose a una zorra encima de un lavabo—. Liam tenía razón, la verdad. Me merecía algo mejor. A pesar de mi hostilidad, Painter insistía en acompañarme al trabajo todas las mañanas y en comer conmigo. Después me acompañaba a casa y no crean que se marchaba. Se quedaba a dormir en el sofá o en la antigua habitación de Kit.
Decir que aquella situación resultaba incómoda habría sido quedarse muy corta.
Así pues, opté por pasar largos ratos en mi habitación. Ahí es donde me encontraba el viernes por la noche, justo una semana después del día en que conocí a Hunter cara a cara por primera vez. Tenía la tele puesta y estaba jugando a algo en Internet cuando apareció un mensaje privado.
Liam: Hola, Em.
Parpadeé, sorprendida. Si le había bloqueado el acceso. ¿Cómo lo había conseguido?
Liam: ¿Estás ahí?
Observé el mensaje parpadeante. ¿Debía contestar? ¿Y qué iba a decirle? Confrontación directa, decidí. Le respondería con sus mismas armas. El mensaje no me había provocado ni un pequeño estremecimiento... No me lo podía permitir.
Yo: ¿Cómo es que me ha llegado tu mensaje? Te había bloqueado.
Liam: Tal vez sea mejor no desvelar todos mis secretos. ¿Qué tal estás?
Yo: Estupendamente. Hoy nadie me ha hecho fotos desnuda sin mi permiso.
Liam: Ya lo veía venir. ¿Llevas puestas las bragas que te compraste con mi tarjeta?
Me eché a reír, pero me contuve al instante. No me apetecía que Painter entrara a inspeccionar. Sin embargo, me habría gustado mucho ver la cara de Hunter al darse cuenta de que me estaba gastando su dinero.
Yo: Sí, llevo un sujetador de color azul noche y un tanga a juego, porque me estoy preparando para ir a una cita. Me gusta mucho mi nuevo chico, porque no secuestra a la gente.
Liam: ¿Una cita? Seguro que esta noche estás encerrada en casita con Painter. Dime que no estás saliendo con él. Ódiame cuanto quieras, pero mereces algo mejor.
Se me cortó la respiración. ¿Cómo sabía que Painter estaba allí?
Yo: ¿Has vuelto a seguirme?
Liam: Solo hoy. Tengo que hablar contigo. Te prometo —es la última vez— que después te dejaré en paz. Me salvaste la vida. Deja que te cuente lo que sé, para que dejes de preocuparte. Sé que te tu padre no te ha dicho nada y mereces saber lo que ha ocurrido.
Miré fijamente a la pantalla. ¿Hasta qué extremo me consideraba estúpida? Debería haber apagado el ordenador, pero me pudo la curiosidad. Al fin y al cabo, había traicionado a mi club por aquel gilipollas. Quería oír lo que tuviera que decir.
Yo: Bueno, habla.
Hunter: Así no. ¿Puedes salir a la calle?
De nuevo me quedé helada. Mierda. No podía hablar en serio ¿verdad? Miré hacia la ventana y comprobé con alivio que la persiana estaba echada. Desde fuera podría verse que tenía la luz encendida, pero a mí no se me vería.
Yo: ¿Por qué iba a ser lo suficientemente estúpida como para hacer eso?
Hunter: Porque eres una persona curiosa. Trae una pistola, si con eso te sientes más segura, pero sal y habla conmigo. Te prometo que no correrás ningún peligro, pero no dejes que Painter te acompañe. Lo último que necesitamos es otro enfrentamiento.
Y una mierda iba a hablar con él. Cerré el ordenador, lo dejé en la cama y agarré el mando de la tele. Por supuesto que no saldría a la calle. Sería una estupidez total. Me eché la mano a la pierna y me froté suavemente la piel junto a la cicatriz que aún se estaba cerrando. A pesar de todo lo que había sangrado, la bala de Skid no había tenido consecuencias graves —era solo una herida superficial. Sin embargo, cuando se trata de una bala, hasta las heridas superficiales duelen a rabiar. Me pregunté si a Hunter le habrían disparado alguna vez y de pronto sentí un fuerte deseo de salir y mostrarle lo jodida que era una herida de bala.
Tengo una puntería excelente...
Zapeé un poco por varios canales, en busca de algo distraído. No lo había, por supuesto. Solo me llamó brevemente la atención un sórdido reality sobre una mujer que se creía que era una ardilla: La vida con Cara, o algo así. Al poco rato zumbó mi teléfono móvil. Otro mensaje de Hunter...
Liam: Sal y habla conmigo. Es seguro. Recuerda: te secuestré solo porque se trataba de salvar a un hermano. Tal vez te asusté, pero nunca te hubiera hecho daño. Sé que destruí lo que estaba comenzando entre nosotros y entiendo que nunca podré arreglarlo, pero te echo de menos.
Dejé el teléfono a un lado y me tumbé en la cama. El despertador marcaba la una de la madrugada. Apagar la luz y echarme a dormir. Eso es lo que habría hecho la chica que era yo antes, pero la que era ahora no podía dejar de pensar en lo que había dicho Hunter. Habíamos dado comienzo a algo, a algo bueno. A pesar de todo lo que enfrentaba a nuestros respectivos clubes, había pasado horas hablando por teléfono con aquel chico, gastando bromas y contando historias. Nos habíamos reído juntos y aquello no había sido teatro.
También recordaba, por supuesto, todo lo que me había cabreado. Él había matado «lo nuestro», fuera lo que lo fuese. Tenía que pagar por lo que había hecho. Me levanté y me puse unos raídos pantalones de chándal. Una sudadera con capucha y mis deportivas favoritas —unas Converse de color rosa— completaban mi atuendo.
Sí, lo sé. Muy sexy.
Recordé vívidamente lo sucedido la semana anterior al bajar de puntillas las escaleras y pasar junto a Painter, que dormía acostado en el sofá, con la televisión aún encendida brillando en la oscuridad. Me detuve un momento en la cocina para sacar una pequeña pistola de detrás de una bandeja que había en el armario de la porcelana. La casa estaba llena de cosas que mi madre había ido coleccionando a lo largo de los años, cosas que no usábamos pero que nunca se nos habría ocurrido tirar.
Examiné el arma rápidamente para ver si estaba cargada —sí, lo estaba— y lista para ser utilizada —más que lista—. Me la metí en el bolsillo de la sudadera, junto al teléfono móvil, y salí sigilosamente por la puerta trasera. Había luna llena y, al alejarme de la casa, me sorprendió la belleza de la noche. Los grillos cantaban con fuerza y, aunque las estrellas palidecían a la luz de la luna, se dejaban ver por todas partes.
Agucé la vista y miré a mi alrededor con atención. No se veía nada, pero sabía bien lo escurridizos que eran Hunter y Skid. Cerré la mano en torno a la pistola. ¿Y ahora qué?
Mi teléfono móvil zumbó de nuevo.
Liam: Estoy detrás del barracón.
Miré hacia la pequeña edificación que había en medio de los árboles. En tiempos era ahí donde dormían los trabajadores del rancho que rodeaba nuestra casa. La tierra había sido dividida y vendida años atrás, pero aún seguían en pie los antiguos edificios auxiliares. Kit y yo solíamos usar el barracón para jugar y ahora se encontraba lleno de cosas que mi padre había ido almacenando. Coloqué el dedo en el gatillo de la pistola. El dolor de la pierna me recordaba constantemente que aquel estúpido había provocado que me dispararan. ¿Era hora de devolvérsela?
No podía decidirme.
Hunter
Oí a Em antes de verla. Tropezó con algo en la oscuridad y soltó unas cuantas palabrotas. Qué preciosidad. Entonces se asomó a la esquina del barracón, con el rostro velado por la oscuridad.
—Por aquí —la llamé, en voz baja. Estaba sentado, con la espalda apoyada contra la pared, y mantenía las manos en alto para que viera que no tramaba nada.
Era la primera vez en mi vida.
Vaya usted a saber por qué.
Solo quería ver cómo estaba y darle noticias sobre la tregua. No, aquello último era mentira: simplemente quería verla. Según parecía, se disponía a pegarme un tiro y la verdad es que no hubiera podido criticarla si lo hubiera hecho. Sin embargo, ese temor no me quitaba las ganas de verla que tenía, aunque fuera para darle la oportunidad de odiarme en persona.
Aparte de eso, lo cierto es que no confiaba en que Hayes la mantuviera informada de cómo evolucionaba la situación. No tenía por qué estar viviendo con miedo durante un año o más, preguntándose constantemente si los Jacks aparecerían por allí para vengarse. No es que Skid fuera su fan número uno, la verdad... pero él quería la tregua tanto como el resto de nosotros, por no mencionar que había sido ella la que había impedido que los Reapers acabaran con su vida. En aquellos momentos, cuando se encontraba en poder de Hayes y de los demás miembros del club, había recuperado la conciencia de manera intermitente, lo justo como para darse cuenta de lo que sucedía.
Por desgracia, el liderazgo de los Jacks estaba aún en el aire. Mason, nuestro presidente, se había recuperado milagrosamente y los médicos habían cambiado su diagnóstico y le daban ahora unos cuantos meses más de vida. Yo era de la opinión de que debíamos convocar las elecciones cuanto antes, ahora que teníamos bastantes votos, pero Burke prefería aguantar. Sentía que no tendría realmente el apoyo del club mientras Toke siguiera con vida.
En eso seguramente tenía razón.
La buena noticia era que Clutch tenía buenas perspectivas de recuperarse completamente, aunque Toke le hubiera golpeado en una pierna con un bate de béisbol. Al final ninguno de los dos clubes había conseguido dar con él. Algún buen samaritano había oído gemir a Clutch a través de la pared de la habitación de un motel y había llamado a la policía. Habían arrestado a Toke en el momento en que regresaba al motel con comida.
—¿Liam? —llamó Em en medio de la oscuridad. Dios, me encantaba oírla decir mi nombre. Nadie me llamaba Liam y me parecía algo especial, que solo hacía ella. Aquello me llegó directamente al miembro. Vaya eso no era muy oportuno, ya que aquella noche el tema no iba de quitarle la ropa. Era poco probable que tal cosa fuera a ocurrir en el futuro.
—Por aquí —respondí en el mismo tono. Ella avanzó, apuntándome con una pistolita. Por supuesto, había escuchado mi sugerencia. Lo que traía en la mano parecía un puto juguete, aunque habría apostado mi moto a que no lo era...
—¿Te gustaron mis regalos? —le dije y me miró con cara de no entender.
—Las cosas que compraste con mi tarjeta —expliqué, arqueando una ceja. Aún no podía creer que me hubiera robado la cartera. Me jodía, pero no podía evitar admirarla por haberlo hecho...
—Por cierto, la he cancelado —añadí—. Se acabaron las compras.
Sonrió y sentí que me traspasaba una ola de lujuria. Joder, había olvidado lo buena que estaba. Realmente deseaba ver a aquella belleza ensartada a fondo en mi palo y gritando mi nombre. ¿Cómo podía hacerme eso? Un coño es un coño y ya está, pero no Em... ¡Dios! Necesito pensar en cosas que me enfríen la cabeza: babosas, pie de atleta, Skid...
—Lo siento —dijo, en un tono que indicaba que no lo sentía para nada—. Tal vez deberías llamar a la policía.
Sonreí. La policía. Sí, tal vez eso tenía suficiente poder antilujuria como para lograr el efecto deseado.
—Creo que te lo has ganado —tuve que admitir.
—Oh, eso y mucho más —replicó ella, sin bajar la pistola—. Me secuestraste, te refrotaste contra mí y me hiciste fotos desnuda. Hará falta algo más que unas bragas bonitas para compensarlo.
—Tienes razón —respondí, considerando las fotos, lo que más lamentaba de todo—. ¿Puedo hacer algo para compensarte? No tengo inconveniente en que sean más mierdas de Victoria’s Secret, pero estoy abierto a sugerencias.
—¿Sabes? —replicó—. Le he estado dando vueltas al asunto durante esta última semana y creo que me inclino cada vez más hacia la opción de pegarte un tiro en las pelotas. Me parece que sería una forma adecuada de responder a tus atenciones.
La miré con ojos muy abiertos y ella rio suavemente en la oscuridad. A continuación agitó la pistola hacia mí, como si me estuviera mandando callar con el dedo por hablar demasiado alto en la biblioteca del instituto.
—Has sido tú el que ha preguntado —añadió—. Bueno, me vuelvo a casa.
—No, espera —le dije, alzando una mano—. Tengo algo que decirte, sobre la situación entre nuestros dos clubes.
Em frunció el ceño.
—¿Por qué tendría que creerte? —dijo y me encogí de hombros.
—No tienes por qué creerme —repliqué—, pero te debo la vida. Gracias por esa llamada, por cierto.
Ella dio un respingo.
—No sé de qué me hablas —repuso.
—Está bien, suponiendo que hubieras hecho algo por mí, en teoría, por supuesto, me gustaría que supieras que te lo agradezco mucho —le dije, con voz apaciguadora—. También me gustaría decirte cómo va lo de la tregua, para que sepas que ahora estás segura.
Me metí la mano en el bolsillo y ella me apuntó con la pistola.
—Solo voy a sacar un poco de hierba —le dije—. Ha sido una semana un poco jodida. No me vendría mal fumar. ¿Quieres?
Negó con la cabeza, pero cuando saqué el porro que llevaba ya liado vi que se relajaba un poco.
—Vamos, siéntate —le dije—. Sigue apuntándome, si eso te hace feliz, aunque preferiría que no lo hicieras. Con mi suerte, igual te cae una araña en la mano y me disparas por accidente.
—Vaya, encima machista —replicó ella—. La pobrecita Em, que se asusta de una araña y no sabe manejar una pistola. ¿Crees que no sé cuál es el lado por el que sale la bala?
Me eché a reír —tan fuerte, de hecho, que no podía hablar—. Ella me miraba irritada, pero bajó el arma.
—Nena, una vez casi le pegué un tiro en el trasero a Skid porque me cayó un araña en la mano cuando sujetaba una pistola —le dije—. Esas cosas me dan un miedo que me cago. Tienen ocho patas. Eso no es natural. Son como de cómic de terror ¿no crees?
Me miró sorprendida y sus labios dibujaron lentamente una sonrisa.
—Es difícil tomarte en serio si te asustas de las arañas y de los cómics de terror —me dijo. Mierda, cómo me gustaba el sonido de su voz. Si llegaba alguna vez a encontrarme a solas con Toke, lo mataría con mis propias manos. No por lo que le había hecho a Clutch, sino porque el cabronazo había arruinado mi oportunidad de follarme a aquella auténtica preciosidad.
Em tenía aún la pistola en la mano, pero parecía mucho más relajada. Se acercó y se sentó a un par de metros de mí, también con la espalda apoyada en la pared del barracón. Encendí el porro, di una calada y sentí el áspero humo que se me deslizaba por la garganta y me llenaba los pulmones. No soy un fumador habitual, pero sentía que me había ganado un poco de relax.
—Bueno ¿qué tenías que decirme? —me preguntó Em. Di otra calada al porro y apoyé los brazos en las rodillas.
—La poli detuvo a Toke —le dije—. Seguramente ya lo sabes.
—Pues no —respondió ella—. Me imaginé que las cosas se habían calmado un poco, ya que no se oía nada, pero nadie me lo había confirmado.
—Me parece que estás un poco tensa —le dije—. ¿Seguro que no quieres un poco de esto?
—No, quiero pegarte un tiro en las pelotas —respondió.
—Es la segunda vez que lo mencionas —le dije, lentamente—. ¿Debo pensar que no es una broma?
Me sonrió, pero no con una sonrisa agradable.
—No, no es una broma —repuso—. Como te dije antes, he pensado mucho en todo esto. Que no esté lanzando gritos no quiere decir que te haya perdonado.
Estudié su cara, tratando de pensar en la forma de manejar aquel asunto. Di una nueva calada al porro y sentí que mi cabeza flotaba entre nubes. Era agradable.
Y a día de hoy, la única explicación que encuentro a lo que hice a continuación.
—Bueno, te propongo un trato —le dije, mientras me ponía de pie lentamente—. No vale disparar, pero puedes darme una patada donde decías, si eso significa que me perdonas. Entiendo que lo nuestro ha terminado, pero no quiero que me odies. Es importante para mí.
Vi cómo el blanco de los ojos se le agrandaba a la luz de la luna.
—¿Hablas en serio? —dijo, levantándose de repente.
—Supongo que me lo he ganado —admití, encogiéndome de hombros—. Y seguramente más. Hazlo y pasemos página. Antes de que cambie de idea.
Di una última calada y lancé el porro al suelo. Una parte de mí no creía que ella fuera a hacerlo realmente. Quiero decir, en una película la chica se habría conmovido por el gesto y se habría lanzado a mis brazos.
Pero aquí la chica era Em.
Me acertó de lleno en las pelotas con su zapatilla Converse rosa, con tal fuerza que aún me duele el escroto al acordarme. Caí al suelo y me mordí el labio inferior para no gritar como un bebé. Madre mía, menuda zorra. Y encima agravó el castigo echándose a reír.
—Uau, ha sido una pasada —comentó.
—Dios, no puedo creer que lo hayas hecho —gruñí trabajosamente mientras veía las estrellas. Y mucho menos podía creerme que la hubiera dejado. Habría sido mejor pedirle al simpático cabrón del Reaper que había en la casa que me pegara un tiro y asunto concluido.
Varios minutos después, me las arreglé para ponerme de pie. Em estaba sentada, apoyada en la pared, con la pistola sobre la rodilla y fumándose tranquilamente lo que quedaba de mi porro. Habría sido muy sexy si hubiera tenido posibilidad de concentrarme en otra cosa que no fuera el dolor que sentía en las partes bajas.
Lo bueno era que, por una vez, no tenía que preocuparme por tenerla dura y abultada en el pantalón.
—Oh, estoy pensando en algo todavía más divertido —dijo Em, con voz dulce—. Me gusta tanto ver cómo ruedas por el suelo que estoy reconsiderando la posibilidad de dispararte.
Alzó la pistola y me apuntó directamente.
Joder. Había juzgado mal la situación. Em me sostuvo la mirada durante varios segundos, dio una nueva calada e hizo un anillo de humo. Un puto anillo de humo. En algún lugar en la parte de atrás de mi cabeza retumbó la música de El bueno, el feo y el malo.
Liam «Hunter» Blake iba a ser abatido a tiros por un jodido cliché.
Em se echó a reír.
—Tu cara ahora mismo es la cosa más bonita que he visto en mi vida —dijo—. Nunca más dejaré que me asustes.
Me dejé caer, de puro alivio, mientras ella apartaba la pistola y después me tendía el porro. Le di una buena calada, esperando que redujese en algo mi nivel de adrenalina.
—Eres una pequeña zorra peligrosa cuando quieres —murmuré—. Dios, Em, tienes que dejar de jugar con pistolas.
—Lo tomaré como un cumplido —replicó—. Bueno, dime lo que sea que hayas venido a decirme.
Sacudí la cabeza lentamente, tratando de pensar. Me resultaba complicado concentrarme entre el dolor, la adrenalina y el extraño, casi surrealista sentimiento de orgullo que sentía por ella.
Una mujer así sería el sueño de cualquier motero.
—Toke está bajo custodia protegida en la cárcel del condado de Clackamas —expliqué poco a poco—. Nadie ha hablado con él. Creo que si los Reapers se ponen en contacto con él, no nos lo dirán. Tienen mucho más que perder que nosotros.
—¿Y tus amigos, a los que disparó? —dijo Em.
—Están bien—contesté—. Bueno, resultaron heridos, claro, y a Clutch le esperan unas buenas sesiones de rehabilitación. Tu chico le hizo un buen numerito...
—No es «mi chico» —cortó ella—. Me hirió ¿recuerdas?
Oh, claro que me acordaba. Nunca olvidaría la imagen de ella medio desnuda, con sus fantásticas tetas delante de mí, diciendo «tócame». Mi miembro se activó y cambió de postura dentro de mis pantalones, tratando de encontrar una posición adecuada a sus nuevas medidas. Aquella era una buena noticia. Por lo que se veía, mis cañerías aún funcionaban bien.
—Entonces ¿cómo va la cosa entre los clubes? —preguntó Em—. ¿La tregua es efectiva otra vez?
—Sí —respondí—. Picnic y Burke se han puesto de acuerdo. No sé qué es lo que le dijiste a tu padre, pero ayudó. Eso es bueno para todos. Significa que podemos volver a montar en moto y a vivir la vida, en lugar de luchar los unos contra los otros. Si ves a un Jack, no tienes por qué asustarte.
—Sí, son buenas noticias —asintió ella. Se hizo el silencio y Em se acercó un poco a mí, para pasarme el porro. Me iba relajando poco a poco, sin dejar de pensar en la pequeña demostración de fuerza que ella acababa de efectuar. Aún sentía un dolor sordo en la ingle, pero cuanto más lo pensaba, más divertida me parecía la situación.
—Me has dado una patada en las pelotas —dije, mirando al cielo.
—Pues sí y además, lo he disfrutado —respondió ella.
—Tal vez no seas consciente, pero normalmente la gente procura no cabrearme —comenté—. Cuando lo hacen, suceden cosas poco agradables.
—Cuando yo me cabreo, también suceden cosas poco agradables —replicó Em—. Procura recordarlo.
Gruñí como respuesta y sonreí, a mi pesar. De nuevo guardamos silencio. El aire nocturno era lo suficientemente fresco como para hacerme desear una manta —o el tibio cuerpo de Em apretado contra el mío—. Al cabo de un rato me tumbé en la hierba y contemplé las estrellas. Por una vez no pensaba de ella de forma sexual, y en cierto modo me resultó agradable.
—Es muy bonito esto —comenté—. Tienes suerte de haber crecido en un sitio así.
Oí como Em se movía y al segundo siguiente estaba tumbada junto a mí. No estábamos pegados, pero sí lo suficientemente cerca como para que yo pudiera sentir aquella esencia de flores que parecía acompañarla a todas partes.
—¿Dónde creciste tú? —me preguntó.
—En el infierno —respondí sin más.
De nuevo se hizo el silencio.
—Te echo de menos, Em —dije. No hubo respuesta. Bostecé al tiempo que algo oscuro volaba por encima de nosotros, seguido por una segunda sombra.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Murciélagos —respondió ella.
—No jodas —dije, y ella rio.
—No es mentira, Liam —dijo ella.
Dios, me encantaba oír mi nombre en sus labios. Sin pensar en lo que hacía, me incorporé, la agarré e hice que se colocara encima de mí.
—Tranquila —susurré—. Estás segura.
Forcejeó un instante y después suspiró y apoyó la cabeza sobre mi hombro, relajándose poco a poco. Solo el hecho de estar así con ella, en medio de la oscuridad, me parecía increíble.
—¿Sabes? —me dijo al cabo de un rato—. Estabas equivocado en una cosa.
—¿En qué? —pregunté.
—No serviría para ser la chica de un motero —dijo.
—¿Y por qué? —le pregunté, interesado de veras.
—Bueno, entre otras cosas tengo la costumbre de avisar a los enemigos de mi club para que puedan huir antes de que los maten —explicó lentamente—. Nunca le contarás a nadie lo que pasó ¿verdad? Mi padre jamás me perdonaría.
—Por supuesto que no —contesté, con voz firme—. Me salvaste la puta vida. Nunca te haría eso. Joder, nunca te haría daño. Hoy no debería haber venido, pero quería que supieras que las cosas se han arreglado.
Y una mierda. Quería verla. Tocarla. Oler su pelo.
—Es difícil saber lo que puedes o no puedes hacer —replicó ella—. Me diste una importante lección, no confiar en la gente que conoces por Internet ¿recuerdas?
Di un respingo.
—Sí, eso... lo siento —dije—. Fue una gilipollez.
—Pero al principio te interesaste por mí solo con la idea de manipular a mi padre ¿no es cierto? —inquirió.
—Bueno, la verdad es que también lo hacía para acostarme contigo —respondí—. No era solo cuestión de negocios.
Em gruñó como respuesta, pero no de enfado, sino que se trató más bien de una risa ahogada, que se le escapó sin poder evitarlo.
—¿Vas a borrar esas fotos? —preguntó, de nuevo seria—. Me lo debes. Te salvé el culo, salvé a Skid y salvé vuestra preciosa tregua.
No le faltaba razón, pero ni soñando iba a borrar aquellas fotos, las joyas de la corona de mi colección porno.
—Las borraré —prometí. Mierda, si aquella era mi peor mentira de hoy, habría establecido un buen récord.
—¿Cómo sé que estás diciendo la verdad? —replicó ella—. Por lo que tú mismo dijiste, ya se las has enviado a todos los de tu club.
—No, ni hablar —respondí—. Si hubiera hecho eso, ya estarían circulando entre los tuyos. Imposible que mis hermanos se hubieran resistido a mandárselas a tu padre. Me encargaré de eso. Nunca más volverás a verlas ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondió, con voz apagada. Se estaba quedando dormida y me mantuve totalmente inmóvil. Al poco rato la sentí roncar de forma apenas perceptible.
Anotado para el futuro: la hierba dejaba K.O. a Em en pocos minutos.
Sonreí de medio lado, pero me puse serio enseguida, pues no era muy probable que la mencionada información fuera a resultarme útil. Seguramente no volvería a ver a Em después de aquella noche. En el mejor de los casos, la paz se consolidaría y la vería dentro de unos años entre los fuegos de campamento, en alguna reunión de los dos clubes. Para entonces ella sería la dama de algún motero... y tendría que hacerme a la idea.
A menos que fuera el chuparrabos de Painter... No me gustaba nada ese tipo.
Lo último que pensé antes de quedarme dormido fue que, si volvía a verlo con Em, tendría que matarlo.
No había otra.
Em
Me despertó el canto de los pájaros. Tenía helado el costado derecho, que estaba apoyado en... ¿en el suelo? En cambio la espalda la tenía bien caliente y un brazo masculino descansaba pesadamente sobre mi cuerpo.
¿Qué demonios...?
Entonces me acordé.
Liam. Hunter. Cualquiera que fuera su nombre. Me había reunido con él y le había dado una patada en sus partes —este último recuerdo me reconfortó de forma inmediata—. Después habíamos hablado y fumado y no había estado nada mal. Mierda. Tal vez había sido una estupidez, pero incluso en el suelo frío y húmedo me sentía de maravilla en sus brazos. Su bíceps era una almohada estupenda.
¡Argggg! Se lo había babeado entero sin darme cuenta.
Me saqué el teléfono móvil del bolsillo. Las cinco y media de la madrugada. Tenía que volver a casa. No es que Painter fuera mi jefe, ni nada por el estilo, pero espiaba para mi padre. Me liberé con cuidado del brazo de Hunter, me levanté y le observé por última vez. Como le pasa a mucha gente, dormido tenía un aspecto más joven e inocente. Claro que seguía siendo un hombre fornido, de músculos duros y formas angulosas, pero su rostro se había dulcificado. Tenía la mandíbula cubierta por una tenue barba de dos días y el cabello casi negro le caía sobre los ojos.
Llevaba puesto su chaleco de los Devil’s Jacks. Era la primera vez que lo veía.
Le sentaba bien, decidí. Por supuesto, todo le sentaba bien. Estaba muy bueno, el hijo de perra, pensé con melancolía. Seguramente no volvería a verle. No pude evitar preguntarme cómo habría sido lo nuestro, de no haber sido por...
Encendí la cámara del móvil y le hice un par fotos, reflexionando sobre el hecho innegable de que él se había portado mucho peor conmigo en ese terreno. Acto seguido di la vuelta al barracón y caminé hacia la casa. Me sentía como una quinceañera que regresa tarde después de una cita y la analogía era más adecuada aún de lo que pensaba, ya que la moto de mi padre se encontraba aparcada delante de la casa. Había llegado durante la noche, aunque no entendía cómo no había oído el ruido de su gran Harley negra.
Ah, sí, claro, estaba colocadísima con la hierba de este... ¡Buf!
Abrí la puerta con mucho cuidado, pasé de nuevo junto a Painter y subí las escaleras. Saqué el teléfono y la pistola y los puse en mi mesilla, antes de meterme bajo las sábanas. Decidí que el lunes llamaría a los del curso de esteticista en Portland, a ver si podía incorporarme a las clases cuando empezara el siguiente cuatrimestre.
Era una ciudad, después de todo. No era probable que volviera a ver a Liam.