Capítulo 5
Em
No era el arma ideal, claro.
Una pistola habría estado mucho mejor, o un bate de béisbol, o un espray de pimienta...
¿Y un cuchillo?
Sabía utilizarlo todo. Mi padre me había vuelto loca desde pequeña. Era sobreprotector hasta la paranoia y llegaba hasta el punto de enseñar a sus hijas a examinar cada objeto cotidiano como un arma letal en potencia.
Hasta los libros.
Dios bendiga a Sthephen King, ya que el tocho que había encontrado encajado entre el somier de hierro y la pared era realmente gordo. Debía de llevar allí una eternidad, ya que estaba cubierto de polvo.
No sentí ni una chispa de remordimiento al estrellarlo contra la cabeza de Liam, tan solo una salvaje satisfacción. No me hacía ilusiones de que aquel fuera un plan de escape maravilloso. Apenas tenía posibilidades a mi favor, pero si le daba muy fuete, tal vez conseguiría dejarlo aturdido el tiempo suficiente como para ponerle las esposas.
Entonces solo tendría que ocuparme de Skid.
Cuanto más tiempo permaneciéramos secuestradas, más posibilidades había de que otros Devil’s Jacks aparecieran por la casa. Esperar una oportunidad mejor era muy arriesgado, o al menos esa era mi lógica.
El libro golpeó a Liam con una contundencia bastante satisfactoria e hizo que se inclinara hacia un lado. Inmediatamente repetí la operación contra su cara y, aunque acertó a bloquear mi ataque con el brazo, se cayó de la cama. Me puse de pie como un rayo y le di una patada con todas mis fuerzas. Apuntaba directa a sus partes blandas, pero consiguió apartarse en el último segundo. Saltó hacia atrás —de forma bastante impresionante, debo reconocerlo— y me di cuenta que todo había terminado. Liam se abalanzó sobre mí y caímos juntos en la cama, donde me inmovilizó bajo su peso. Me agarró las dos manos con una sola de las suyas, me obligó a alzarlas por encima de la cabeza y me las sujetó firmemente. Con la otra mano me tapó la boca y presionó hacia abajo para evitar que pudiera darle un cabezazo.
Mi pequeña rebelión había durado unos treinta segundos.
Mierda.
El rostro de Liam se encontraba directamente encima del mío. Le miré a los ojos, esperando encontrarlos llenos de furia, pero ardían de deseo. Joder.
Luchar conmigo excitaba a aquel cabrón. Debía recordarlo.
Liam me metió una rodilla entre los muslos para obligarme a separarlos, presionó contra mi entrepierna y... vaya, aquello me daba gusto. A veces me odio a mí misma. En la parte positiva, a él le odiaba todavía más.
—La próxima vez asegúrate de tener un plan mejor, nena —me dijo, con voz suave—. Con este no tenías ninguna posibilidad y corrías el riesgo de cabrearme. Si le haces eso al hombre equivocado, te podrían hacer daño de verdad.
¿Y tú no lo harás? Eso quería preguntarle, pero no pude, porque mantenía la presión sobre mi boca. Entonces empujó hacia delante con las caderas y sus ojos brillaron con mayor intensidad.
—Joder, me tientas —murmuró—. No tienes ni idea de las ganas que tengo de entrar dentro de ti. Ni idea.
Le miré con odio porque su olor, el peso de su cuerpo desnudo sobre mí, la adrenalina que recorría mis venas... todo eso lo sentía directamente entre las piernas. Hacía un rato había invadido mis sueños. Cuando empezó a tocarme y desperté, ya estaba que ardía. Ahora era aún peor, y eso no era para nada justo.
—Voy a dejar que hables —dijo—, pero recuerda que, si gritas, nadie te oirá aparte de mí y de Skid. Bueno y de tu amiga Sophie. Ella no puede hacer nada para ayudarte, pero si te oye gritar seguramente se cagará de miedo. No querrás eso ¿verdad?
Sacudí la cabeza todo lo que pude, que no era mucho, y Liam despegó la mano de mi boca.
—Eres un hijo de puta —le dije.
—Lo sé, preciosa —respondió él y alargó la mano hacia las esposas. Unos segundos después, ya tenía las dos manos amarradas a los barrotes de la cama. Él estaba sentado a horcajadas sobre mí y fui tan estúpida de mirar. Tenía el miembro duro como una roca.
Era la primera vez que lo veía, realmente.
Uf.
No era de talla S, eso desde luego. La tenía muy larga y la cabeza estaba toda roja, como furiosa. Vi que en la punta le brillaba una gotita de líquido y me relamí los labios de forma inconsciente. Él jadeaba y yo me ruboricé y me obligué a mirar al techo.
—¿Aún quieres que haga que te corras? —preguntó, con una sonrisa sombría—. Creo que, dadas las circunstancias, es lo menos que puedo hacer.
Sentí que las mejillas me ardían con más fuerza y no me molesté en responderle. Me gustaría poder decir que guardé silencio porque todo aquello era una locura, porque sabía que él no me escucharía si le dijera que no, pero en realidad una parte sucia y secreta de mí parecía desearlo...
Sí, estoy fatal, lo sé, pero a pesar de todas sus traiciones y de su lado oscuro, Liam me atraía, su cuerpo llamaba al mío de una manera que parecía imposible resistir. De verdad que me encantaría poder decir que me asqueaba la forma en que nuestra pelea parecía haberle excitado, pero sería una completa hipócrita.
A mí también me había excitado.
Era la forma de dominarme que tenía, cómo me manejaba, como si yo no fuera para nada un ser frágil y delicado. A Liam no le asustaba tocarme, a diferencia de todos los demás hombres que había conocido. Ahora sus dedos recorrieron los ganchos que aún sujetaban mi corsé y los soltaron rápidamente. La prenda se abrió, mostró mis pechos y él los agarró, uno con cada mano, apretándolos suavemente y pellizcándome los pezones. Una ola de sensaciones recorrió mi cuerpo y me retorcí de gusto. Entonces él me juntó los pechos, con la mirada muy fija en ellos.
—Quiero metértela entre las tetas hasta explotar —me dijo.
Jadeé y él dejó escapar una risa áspera.
—Joder, Em, si eso te asusta, mejor que no sepas todas las otras cosas que se me pasan por la cabeza para hacer contigo —me dijo—. Lo que no haría con estas dos si fueras mía...
A medida que hablaba iba descendiendo a lo largo de mi cuerpo. Su boca se detuvo encima de uno de mis pezones y sorbió con fuerza. Sentí que su mano me bajaba por el costado y se metió bajo mis pantalones, para bajármelos.
Yo aún estaba húmeda, debido a mi sueño, y no digamos por sus toqueteos de antes. Ahora su dedo me penetró suavemente y gemí. Mierda. ¿Cómo diablos hacía eso?
Es lo que la gente llama química.
Joder.
¿Por qué pelotas había perdido el tiempo yendo detrás de Painter?
«¿Tal vez porque no es un jodido secuestrador?», me preguntó la parte sana de mi cerebro. Liam insertó un segundo dedo dentro de mí y comenzó a estimular mi botón del placer con el pulgar. De nuevo gemí y me retorcí debajo de él. Entonces retiró los labios de mi pezón, apoyó la mejilla en mi pecho y dejó escapar una risilla.
—Bueno ¿cuánto me odias ahora, pequeña Emmy? —me dijo, con un susurro provocador.
No le di la satisfacción de una respuesta.
Sus dedos se retorcían ahora dentro de mí, presionando contra las paredes internas, mientras el pulgar continuaba su trabajo de vaivén, adelante y atrás. Me estremecí violentamente y sentí que las caderas me temblaban. La tensión que precede al clímax crecía de tamaño en mi interior, como si fuera una cosa tangible.
Mierda, deseaba sentir su miembro dentro de mí.
—¿Me odias tanto que quieres que pare? —insistió Liam—. Porque pararé, Em, solo con que digas una palabra.
En efecto, se detuvo, y presioné hacia delante con las caderas, pidiéndole más. Dios, realmente no estoy bien del todo. Liam rio de nuevo y empezó a lamerme en dirección al vientre.
—¿Qué tal nena? —preguntó mientras su dedo pulgar aceleraba el movimiento—. ¿Te gusta que te caliente uno de los Devil’s Jacks?
Me encantaba, pero me habría dejado matar antes que admitirlo. Aparentemente no era necesario, ya que él continuó descendiendo por mi vientre, mientras me bajaba los pantalones y las bragas lo suficiente como para permitir que su boca accediera a mi abertura. Respiró delante de ella un segundo y después sentí como la punta de su lengua me rozaba el punto más sensible.
Grité y agité las caderas. Liam volvió a reír.
—¿Sabes qué? —dijo—. Si dices la palabra mágica, te quito estos pantalones, me echo tus piernas sobre los hombros y te enseño todo lo que te has estado perdiendo.
Guardé silencio. Él reanudó el trabajo con su lengua y posó los labios sobre mi centro del placer, para succionarlo suavemente.
—Te odio —le dije, pero era menos una declaración que una súplica.
—Todo el mundo me odia —replicó—, pero no todo el mundo tiene un sabor tan rico como tú, preciosa. Entonces ¿qué? ¿Lo hacemos o no?
Ardía por mandarlo a la mierda, pero una vocecilla traicionera me susurró al oído que el mal ya estaba hecho. ¿Por qué no abandonarse y disfrutar? Ya me había comportado como una completa estúpida y nada podría cambiar aquello.
—Nada de sexo —dije por fin.
—Define «sexo» —replicó él.
—No quiero tu cosa dentro de mí —precisé.
—Puedo arreglármelas sin eso —contestó él.
Un segundo después, ya no tenía pantalones. Los labios de Liam cubrieron mi abertura y perdí el sentido del tiempo. Un chico me había hecho aquello una vez y me había gustado, pero no había sido nada comparado con la lengua de aquel demonio. Alternaba entre mis labios internos y mi botón del placer, con los dedos clavados dentro de mí, jugueteando conmigo hasta que se me hizo casi imposible respirar, no digamos hablar. El primer clímax me golpeó con fuerza y tuve que morderme la parte interna de la mejilla para no gritar.
Esperaba que ese sería el final, pero él continuó y continuó, no recuerdo durante cuánto tiempo —ni tampoco cuántas veces llegué al éxtasis—. Era como estar a la vez en el cielo y en el infierno, los dos juntos atados con un lazo.
O más bien amarrados con unas esposas.
Cuando consideró que ya tenia suficiente, Liam se separó con un gruñido, se colocó de rodillas y me miró con ojos de animal hambriento.
—Date la vuelta —me ordenó.
Hunter
Em me envolvía... su sabor, su olor, los gritos sofocados que se le escapaban cuando le llegaba el clímax. Todo ello me atravesaba y me enloquecía. Nunca en mi vida había deseado nada con la intensidad con que ahora deseaba penetrar profundamente a aquella mujer. Montarla. Poseerla.
Sin embargo, no podía.
No es que me hiciera ilusiones —si sobrevivía a aquella pequeña aventura, ella nunca volvería a dirigirme la palabra. Pese a todo, no quería que su primera experiencia real con el sexo fuera esposada a una cama y como rehén de un club.
El problema es que no soy un santo.
Al observar el trasero con forma de corazón de Em, me daba cuenta de que mi miembro sería muy feliz allí dentro, pero aquello tampoco iba a ocurrir. Sin embargo, sus dos preciosas nalgas podían prestarme un buen servicio. La agarré por las caderas y la obligué a incorporarse y a ponerse de rodillas. Le costaba mantener el equilibrio, así que agarré una almohada e hice que se acostara sobre ella, boca abajo. Le coloqué el miembro encima de la abertura trasera y moví las caderas, adelante y atrás, saboreando el calor que sentía crecer en mí.
—¡No! —exclamó ella, con voz de pánico.
—Relájate, nena —le dije—. No voy a penetrarte. Lo he prometido ¿recuerdas?
Se puso muy tensa, sin embargo, en el momento en que le metí el miembro entre las nalgas, en paralelo a su cuerpo, y apreté. Cuando se ponía tensa, apretaba los músculos, claro, así que yo no iba a protestar...
Comencé un ligero movimiento de vaivén, adelante y atrás. El líquido que ya goteaba de la punta de mi arma lubricaba el roce y lo hacía perfecto, suave y delicioso.
—Esto es increíble —susurré y ella dejó escapar un débil gruñido, como indicando que protestaría si tuviera energía. Por suerte, la había dejado sin ella a conciencia.
Con cada movimiento iba ganando velocidad y el contacto contra la carne apretada y caliente de Em me endurecía el miembro hasta un punto que no creía posible. Dejé de pensar y me concentré en el pequeño símbolo chino de la ardilla. Jodida loca. Sentí una fuerte presión en las pelotas y supe que el momento se acercaba.
Mierda, aquello era como si se hubieran hecho realidad de golpe todas mis fantasías pornográficas.
Bueno, no era del todo cierto. Lo ideal habría sido estar dentro de ella, pero también era verdad que aquellas nalgas me estaban dando más gusto que cualquier coño que hubiera probado antes en mi vida. Supongo que eso es lo que ocurre cuando encuentras a la mujer perfecta.
—Mierda, nena —susurré. Sentí que crecía en mí una poderosa sensación de placer. El húmedo calor de Em me envolvía y sus piernas se agitaban debajo de mí. Me sentía poderoso, a punto de consumar mi deseo.
Y entonces llegó.
Sentí que la cabeza me estallaba, retiré a toda velocidad el miembro de las nalgas de Em y observé fascinado cómo mi carga cubría por completo su tatuaje.
Dios, Em lo tenía todo para convertirse en una mujer que follaría de maravilla.
Permanecí allí largo rato, acariciándole los costados con suavidad. Podía oír cómo respiraba trabajosamente por la nariz y me pregunté si estaría llorando. Casi seguro que sí.
Era el momento.
Me aparté despacio, con mucho cuidado, tratando de fijar en mi memoria cada detalle de aquel cuerpo desnudo. Me levanté de la cama, me puse los pantalones y saqué del bolsillo mi teléfono móvil.
Mierda.
No sabía qué era peor, lo que iba a hacer o el ansia con la que lo anticipaba. Conecté el teléfono, activé la cámara, me situé detrás de Em y saqué un perfecto plano de su trasero empapado con mi semilla.
—¿Qué haces? —murmuró ella, estirándose. Yo no paraba de darle al botón y deseaba con todas mis fuerzas que ella se diera la vuelta para obtener un buen plano de sus tetas.
—Inmortalizar el momento —respondí, con tono despreocupado—. Quiero tener algo para enseñarles a los chicos cuando vuelva a casa. Pareces una puta estrella del porno. ¿Crees que a papaíto le gustará una de estas fotos?
Em intentó sentarse, pero las esposas la sujetaron y cayó de costado —hacia mí, por suerte, así que pude tomar unas excelentes imágenes de sus tetas y de la dulce rajita que podía vislumbrarse entre sus piernas.
Sus ojos encontraron los míos y se abrieron mucho, llenos de súbito horror por lo que acababa de advertir. Esto tiene que ocurrir, me recordé a mí mismo.
Em gritó, poseída de una rabia imposible de expresar en palabras. Alzó las piernas y pateó con fuerza la pared, desplazando la cama varios centímetros. El espejo que había sobre el tocador cayó al suelo, en un estruendo de cristales rotos.
—¡Maldito hijo de puta, cabrón de mierda! —aulló ella mientras yo disparaba una última vez y apagaba la cámara. Ya tenía suficiente material.
—Considera esto una lección sobre por qué no se debe confiar en la gente que conoces por Internet —le dije, con una sonrisa malévola—. Voy a traer algo para recoger los cristales. Sé buena chica mientras, a menos que quieras otra lección. Puedo hacer cosas peores que sacar fotos ¿sabes?
Abrí la puerta y salí. Ella me gritó de nuevo y sentí que su voz me traspasaba al dirigirme hacia las escaleras.
Cuando entré en la sala de estar, Skid me miró y arqueó una ceja.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Sí, he seguido tu consejo —respondí—. La he dejado machacada. Creo que será suficiente.
—Has hecho lo correcto, hermano —aprobó Skid.
—Supongo que sí —contesté, encogiéndome de hombros—. Aunque es una mierda.
—Ya —comentó él—, es por eso por lo que no suelo seguir mis propios consejos. Sin embargo, me alegro de que tú lo hicieras. Esto la dejará libre para que encuentre a alguien. La sacará del juego.
—A veces me pregunto cómo sería la vida fuera del club —comenté mientras me pasaba la mano por el pelo—. Ya sabes, sin todas estas cagadas de las que ocuparnos. Qué sería la vida si fuéramos como la gente normal.
—Eso no va a pasar, así que mejor olvídalo —replicó Skid—. Joder, te pudrirías de aburrimiento. ¿Te imaginas tener un trabajo normal? ¿Qué coño harías, por cierto? Sé que eres muy bueno localizando gente y quitándola de en medio, pero...
—No me vengas con esa mierda —le dije.
—Ya te digo, hermano —replicó él—. En realidad eres buenísimo haciendo cualquier cosa que te mande Burke, como si es llevarle un café o entregar flores por ahí, pero... ¿un trabajo corriente? Estarías bien jodido. No hay otra.
—A veces odio esto —dije sin poder evitarlo.
—Yo también —repuso Skid—, pero otras veces es de puta madre, así que centrémonos en lo que hay que hacer mañana o pasado mañana como muy tarde. Después volvemos a casa y allí te follas a una zorra como Dios manda. La de arriba no es la única raja que hay en el mundo.
—No hables así de ella —repliqué.
—Puta nenaza —me dijo él con un gruñido.
—He dicho que no hables así de ella —repetí.
—Hablaba de ti, gilipollas —contestó Skid—. Eres tú la raja más grande que hay en esta casa.
Esta vez decidí que valía la pena pasar de las palabras a la acción.
Em
Cuando Hunter regresó a la habitación, me negué a despegar los labios y mantuve la mirada justo por encima de su hombro. Después de unos cuantos minutos de monólogo sin respuesta, suspiró, frustrado, me soltó las esposas y me condujo a la habitación de Sophie.
Ella estaba esposada a una cama como la mía y, aunque dormía, su aspecto revelaba que se encontraba tan mal como yo. Mierda. Solo esperaba que Skid no le hubiera dado el mismo tipo de «lección» que había recibido yo de Liam.
—¿Estás bien? —le pregunté al sentarme junto a ella. Abrió los ojos lentamente y su cara se torció en una mueca.
—Necesito ir al baño —murmuró.
Miré a Liam —no, a Hunter, me recordé. Liam era el imaginario chico simpático. Hunter era el saco de mierda que me había sacado fotos sucias.
—¿Puede ir al puto baño? —le pregunté a Hunter, sin intentar ocultar mi odio.
—Sí —dijo él, con rostro inexpresivo. Se acercó a la cama y yo me aparté y le miré mientras abría las esposas de Sophie.
—Vamos, las dos —ordenó.
Agarré a Sophie por la mano y la conduje por el pasillo, hasta el cuarto de baño.
—No puedo creer lo estúpida que he sido —le dije, una vez dentro—. Fui yo la que le invité a quedar. Se lo puse muy fácil. Idiota...
Sophie usó el inodoro, se lavó y bebió agua del lavabo. Me sorprendió lo tranquila y sumisa que parecía. No podía entender por qué no estaba más cabreada. Joder, tenía que estar muy cabreada... conmigo. Yo era la que la había metido en aquella mierda.
—¿Tienes alguna idea de lo que planean hacer con nosotras? —me preguntó—. Ese Skid me da mucho miedo.
—¿Te ha hecho daño? —le pregunté.
—No —respondió ella.
—Menos mal —murmuré—. La situación está muy jodida. A Toke, el que me cortó en la fiesta, se le ha ido la pelota. Eso que dicen de los disparos me parece increíble, pero si realmente ha pasado, estaremos de mierda hasta el cuello. Nadie sabe dónde está, ni siquiera Deke, que es su presidente. Llevan buscándole desde el día de la fiesta. Lo de cortarme con el cuchillo no estuvo nada bien y mi padre quiere que pague por ello.
—Mierda —respondió Sophie—, así que tu padre no puede entregarles a ese tipo, Toke, aunque quiera.
—Exacto —corroboré lentamente, deseando con todas mis fuerzas poder solucionar la situación por ella—. Quiero decir, ya sabes que es muy protector conmigo, demasiado. Cuando Toke me hirió con el cuchillo, mi padre se puso como loco. Si pudiera dar con él, ya lo habría hecho. Estamos bien jodidas, Sophie.
—¿Crees que nos harán daño? —preguntó, muy pálida. Pensé con cuidado antes de responder. No quería asustarla aún más, pero tampoco mentirle.
—Liam no —respondí por fin—. Quiero decir, él no me hará daño y creo que a ti tampoco.
Sophie me miró, inquisitivamente.
—Te das cuenta de que te ha estado mintiendo todo el tiempo ¿verdad? —me dijo—. Solo porque te gustara no quiere decir que puedas confiar en él, Em.
Casi me eché a reír. Aquella sí que era buena.
—Oh, ya lo sé —repliqué—. Créeme, soy muy consciente de que soy yo la descerebrada que nos ha metido en este lío.
—No eres ninguna descerebrada —me dijo Sophie, con énfasis—. Él es un mentiroso y es muy bueno mintiendo. No es culpa tuya que haya ido a por ti.
—¿Todo bien ahí dentro? —dijo en aquel momento Hunter, que se encontraba junto a la puerta.
—Muy bien. ¡Danos un puto minuto, cabrón! —le espeté. Joder, quería cargármelo con mis propias manos.
—Oye, eso ha sido un poco fuerte —susurró Sophie, con los ojos muy abiertos—. ¿Crees que es prudente hablarle así? Tal vez me equivoque, pero ¿no nos conviene que esté del mejor humor posible?
Gruñí, recordando las fotos.
Hunter era una basura.
—A la mierda con eso —repliqué—. Soy una Reaper y no voy a arrastrarme como un gusano ante ningún maldito Jack.
—Bueno, pues yo no soy ninguna Reaper —replicó Sophie con voz tranquila, pero firme— y no es mi intención morir aquí y dejar huérfano a Noah, así que no le cabrees.
Aquello me dejó cortada. Mierda, tenía que ponerme a pensar en lugar de hablar tanto. De mí dependía el que pudiéramos salir de allí y para ello necesitaba usar la cabeza. Acabé yo también de asearme y salimos del baño. Hunter señaló con la cabeza en dirección a la habitación de Sophie y tuve que hacer un verdadero esfuerzo para obedecerle sin rechistar —procuraba tener en mente la imagen del hijo de Sophie, para recordarme que debía actuar con prudencia.
—Tumbaos en la cama —nos ordenó Hunter e hicimos lo que decía. Por suerte solo nos esposó una mano a cada una, lo que era mucho más cómodo que tener las dos amarradas por encima de la cabeza. Traté de no hacerle ni caso mientras me ponía las esposas y cuando finalmente me pasó un dedo por la mejilla.
—Os traeré algo de comer —dijo.
—Voy a comprarme un vestido rojo brillante para ponérmelo en tu funeral —exploté por fin. Mierda. Tenía que controlar mi lengua.
—¿Ah, sí? —replicó él—. Pues asegúrate de que sea corto y de que con él enseñes bien las tetas.
—Me das asco —le respondí.
—Mejor que eso te lo digas a ti misma —dijo Hunter antes de abandonar la habitación con un portazo. Cerré los ojos y traté de imaginar un vestido rojo muy provocativo, que enviara el mensaje adecuado cuando me paseara por encima de su tumba. Sophie emitió un carraspeo de advertencia.
—No te preocupes —le dije—. Encontraremos la manera de salir de esto. Escaparemos o los chicos darán con nosotras.
Me pregunté para mis adentros si me creería.
Probablemente no. Ni siquiera me creía yo a mí misma.