Capítulo 8

Era ya tarde antes de que pudieran siquiera pensar en irse de Farthing. Con la colaboración de Jeffrey se las habían arreglado para que les cedieran una pequeña habitación, usada normalmente como uno de los despachos de lord Eversley. Tenía un teléfono supletorio y un escritorio, y podía utilizarse para los interrogatorios. Carmichael se había apropiado de la comodísima silla de detrás del escritorio. Entre ellos habían podido llevar a cabo al menos un interrogatorio preliminar a todos. Los sirvientes les habían llevado una cena bastante aceptable, e incluso le habían llevado algo a Izzard a la verja. Cuando Yately fue a informar, Carmichael le dijo que había terminado prácticamente por aquel día.

—¿Puede recomendarnos algún lugar para pasar la noche en Winchester? —preguntó Carmichael—. No tiene sentido volver a la ciudad y venir aquí de nuevo mañana.

Yately sonrió.

—El Eversley Arms de Castillo Farthing es muy cómodo, y tengo entendido que la comida es buena y las habitaciones están limpias.

Royston se estremeció.

—La gente de la zona llama a ese pueblo Clock Farthing —comentó.

Carmichael se echó a reír.

—Winchester será más silencioso, creo.

—Está el George, o el King's Head —dijo Yately—. O también el hotel Station en Farthing Junction. Hay mucho donde elegir.

—Probaremos en ese —dijo Carmichael—. Royston, que Jeffrey te diga cómo llegar a Farthing Junction. Asegúrate de que sea claro, y cuando lo sepas, sube el coche—. La línea de ferrocarril aparecía en su mapa, pero ya no depositaba mucha confianza en él, sobre todo siendo de noche.

—En cuanto vuelva enviaré a un hombre para que releve a Izzard —dijo Yately.

—Muy bien. Asegúrese de que haya alguien en la verja las veinticuatro horas del día—. Carmichael bostezó y se estiró—. Lo más lógico es hacer turnos de seis horas.

—Va a ser difícil mantener aquí a todo el mundo —dijo Yately—. Algunos ya me han estado preguntando si pueden irse.

—¿Quién? —preguntó Carmichael.

—La señora Kahn, sir Thomas Manningham y el conde de Hampshire —respondió Yately—. Les he dicho que de momento todos tienen que quedarse, pero que quizá puedan irse a casa mañana.

—Puede que el conde de Hampshire sí, pero no lo tengo tan claro en el caso de la señora Kahn —dijo Carmichael.

—Ah, ¿cree usted que fue Kahn?

—Eso sería adelantarse mucho —dijo Carmichael—. De momento, no creo que lo hiciera nadie: intento mantener la mente abierta a todas las posibilidades. Si Kahn lo hizo, su mujer debe estar en el ajo. Ella es su coartada. No puedo ver ningún posible móvil para que ella estuviera implicada, pero bueno, las mujeres son inexplicables y está claro que ama a Kahn. Kahn es un buen sospechoso en este momento, pero realmente no veo ninguna prueba aplastante que indique en ninguna dirección.

—Algunos pueden rondar a medianoche por las casas de campo más fácilmente que otros —dijo Yately.

—Era después de medianoche: le vieron vivo a la una —dijo Carmichael despreocupadamente—. Me interesa mucho el informe de Green. Por favor, haga todo lo posible por traerlo mañana por la mañana.

—Debería responder a muchas preguntas —Yately reconoció—. Pero de momento ya sabemos que ocurrió entre la una y las nueve.

—Creo que podemos estar bastante seguros de que nadie pudo haber entrado después de la una —dijo Carmichael.

Yately suspiró, resistiéndose a abandonar al personaje del misterioso anarquista en la sombra.

—El sargento Royston ha comprobado que la ventana de la habitación es inaccesible. La ventana de abajo podría haber sido forzada, pero no sin dejar pruebas, y no hay ninguna —dijo con pesar.

Carmichael puso el dedo en un lugar del plano de la casa.

—Los sirvientes estaban en el piso de arriba, y no podían bajar sin pasar por las habitaciones de Simons o Hatchard, que están al final de las dependencias de los criados femeninos y masculinos, respectivamente. Las puertas estaban cerradas y ellos tenían las llaves. Eso excluye completamente a los sirvientes, a no ser que el ama de llaves o el mayordomo estén implicados o sean cómplices. Eso nos deja con la familia, los invitados y la señorita Dorset, comoquiera que la clasifiquemos.

—Entonces tiene que ser el señor Kahn —dijo Yately. Fuera, Carmichael oyó el ronroneo familiar del Bentley de la policía, y el sonido de los neumáticos en la grava—. De los quince, él es el único con un móvil.

—Un móvil muy débil —dijo Carmichael—. Su móvil viene a ser lo mismo que su religión. Es judío: Thirkie odiaba a los judíos y ayudó a firmar la paz con Hitler. ¿Cree que no podría domeñar su ira hacia él si podía soportar casarse con la hija de lord Eversley? Y matar de esa forma, dejando la estrella, sería el acto de un hombre muy estúpido, algo que Kahn no es, a no ser que me equivoque. Solo he cruzado unas pocas palabras con él, le interrogaré bien mañana, pero sigo teniendo la mente muy abierta.

Royston volvió.

—Ya sé cómo ir, señor, y el coche está preparado —dijo.

—Muy bien —dijo Carmichael, poniéndose de pie.

—Yo también me voy —dijo Yately, abriendo la puerta—. No sé nada de su mente abierta, la mía también lo está, pero aunque el móvil dé Kahn sea poco convincente, parece que nadie más tiene ningún móvil.

- Cui bono?-preguntó Carmichael, saliendo por la puerta—. Lo sabremos mañana cuando tengamos su testamento. También he pedido perfiles de los otros invitados, cualquier cosa que pueda tener Scotland Yard, para ver si puede haber cualquier móvil. Quizá después de todo haya sido el duque de Hampshire.

Yately no se rió. De hecho, se sintió un poco ofendido.

—Todo el mundo sabe que su Excelencia no se preocupa por nada que no sea la caza y los caballos —dijo, como si fuera una severa reprobación. Carmichael soltó una carcajada y le dio una palmada en la espalda al pasar por su lado.

El mayordomo, Hatchard, abrió la puerta principal. Mientras lo hacía, lady Eversley salió de una de las salas.

—Ah...-dijo.

—Los caballeros de la policía se estaban yendo, señora —dijo el mayordomo.

—¿Eso es todo entonces, inspector? —preguntó a Carmichael —. ¿Ha finalizado ya el asunto y puedo suponer que se puede ir y venir con normalidad mañana?

—Me temo que no, lady Eversley —dijo él—. Vamos a hacer un alto por la noche, pero regresaremos por la mañana, y no pararemos hasta que hayamos cogido al asesino.

—Un alto por la noche, válgame Dios —respondió—. Bueno, mañana está bien, pero definitivamente tengo que estar en Londres el martes—. Ella sonrió, con una sonrisa que le recordó a Carmichael una ilustración que había visto en La reina de las nieves de Anderson cuando era niño. Se descubrió, por segunda vez aquel día, deseando una invasión, incluso la invasión del Tercer Reich que el círculo de Farthing había impedido. A él no le gustaba Hitler (de hecho, sospechaba que le tenía considerablemente mucha más antipatía a Hitler de lo que se la tenía lady Eversley), pero sus tropas de asalto podrían haber impresionado un poco a su señoría y haberle hecho reconsiderar sus prioridades.

—Un hombre ha muerto-dijo él, dándole hielo por hielo—. Aún no puedo decir cuánto nos llevará esto.

—Todos estamos enormemente afligidos por lo de sir James —le confió ella—. Espero no parecer impaciente e insensible, pero hay una votación muy importante el martes, y seguro que el propio sir James no habría querido que mi marido se la perdiera.

—Haré todo lo que esté en mi mano, pero no puedo prometerle nada en este momento —dijo Carmichael.

—Gracias —respondió ella, con una sonrisa muy dulce, y luego regresó majestuosamente por la puerta por la que había salido.

—Zorra —dijo Royston entre dientes mientras salían a la grava.

—¿No te ha impresionado su intento de cautivarnos? —preguntó Carmichael, cerrando la puerta del Bentley—. A mí tampoco. Es una zorra que dirige el país. Una zorra de primera, la mejor, cien por cien zorra, una pura sangre del sur de Inglaterra.

—No parece tan alterada por el asesinato de su amigo como cabría esperar —dijo Royston mientras conducía hacia la verja. Yately estaba detrás de él, sus luces deslumbrando cuando Carmichael volvió la vista atrás.

—Si es que era su amigo —dijo Carmichael.

—¿Por qué le invitaría a quedarse en su casa si no fuera su amigo? —preguntó Royston.

—El habría pensado que ella era su amiga —dijo Carmichael.

Royston digirió la respuesta en silencio mientras pasaron junto a Izzard en la verja y comenzaron el camino serpenteante a través de las pequeñas carreteras de Hampshire.

—¿Cree usted realmente que ella lo hizo? —preguntó tras varios kilómetros.

—Sigo abierto a todas las posibilidades —dijo Carmichael de forma muy correcta.

El hotel Station se podía describir perfectamente como «poco pretencioso». Carmichael no tuvo oportunidad de verlo bien hasta que se despertó a la mañana siguiente. Se quedó despierto durante un momento deleitándose en su cómoda cama y contemplando el texto bordado a punto de cruz en la pared de enfrente: «Quedaos con lo bueno». No podía recordar en qué pasaje de la Biblia se decía eso, lo que le extrañaba, con todos los versículos que había tenido que aprenderse en el colegio. Era el castigo habitual, aprenderse versículos de la Biblia y, aunque había sido inútil, al menos había proporcionado a su cabeza multitud de citas. Sin embargo, no reconocía aquella.

Quedaos con lo bueno: ¿qué demonios significaba aquello? ¿Agarra algo que te guste y aférrate tan fuerte como puedas? He ahí un credo para los Eversleys y Thirkies de este mundo. Carmichael se confesó a sí mismo que no le gustaba el interior de Farthing ni una pizca más de lo que le gustaba la campiña que lo rodeaba. Lady Eversley se quedaba con lo que tenía, de acuerdo, y condescendía maravillosamente para asegurarse de que nadie más ponía sus manos sobre nada que fuera suyo. Realmente no creía que ella hubiera matado a Thirkie. No tenía ninguna razón para hacerlo, y sus manos eran pequeñas y delicadas. El informe de Green debería descartarla o no. No obstante, deseaba que ella lo hubiera hecho, porque sería un placer poder mandarla a la horca. ¿Colgaban a las vizcondesas? ¿O se les ofrecía con deferencia ser decapitadas con una espada, como a Ana Bolena?

¿Cómo se comportaría en el cadalso? Se mantendría impertérrita hasta el final, sin duda, quedándose con lo bueno hasta que hubiera desaparecido. ¿Fue Jacobo I quien había continuado hablando después de ser decapitado? Quedarse con lo bueno... Carmichael suspiró. El texto quizá podía leerse como una exhortación para defender lo bueno y verdadero. Eso sonaba un poco más como algo que Jesús hubiera dicho.

Carmichael se levantó, se lavó con agua fría y bajó a desayunar. Para su sorpresa, la comida era buena: huevos frescos revueltos con jamón y queso sobre una buena y gruesa tostada. Incluso había un ejemplar de The Times, sin duda recién traído de Londres en el tren lechero, con una versión sobre el asesinato de Thirkie como artículo principal, y otra columna en cuya cabecera se decía que Kursk había cambiado de nuevo de manos. Carmichael no estaba seguro, y no se molestó en comprobar si eso significaba que los nazis o los soviéticos se habían hecho con el control esta vez. Sin duda la prensa estaría esa mañana por todo Farthing. Menos mal que tenían a un agente en la verja.

Royston llegó y se sentó a su mesa, y la patrona puso otro plato frente a él. Volvió con una tetera. Carmichael, al que le gustaba el té flojo, dejó el periódico y se sirvió un té inmediatamente.

—¿Té? —preguntó.

—Dentro de un momento, señor, si no le importa —dijo Royston—. ¿Ha dormido bien?

—Sí, pero me he despertado viendo las cosas de un modo cínico —dijo Carmichael—. ¿Hay algún texto en tu habitación?

—¿Un texto? —Royston parecía sorprendido.

—¿Un texto bíblico bordado, en la pared?

—Ah, sí —dijo Royston, levantando la tapa de la tetera y removiendo su interior—. Con lana azul y roja horrorosa. Dice «Tú, Señor, me ves», solo que hay dos «es», y es un poco raro. Parece que lo dijera una oveja—. Se sirvió el té y añadió leche.

Carmichael se echó a reír.

- The Times dice que las investigaciones de Scotland Yard están muy avanzadas y que se espera que arresten a alguien pronto.

—¿Qué investigaciones? —Royston parecía asombrado.

—Las de este caso —dijo Carmichael.

—¿De dónde han sacado eso?

—Y además en domingo. Demuestra mucha iniciativa por su parte. Sospecho que alguien se lo contó. Quizá Betty, la de la puerta, aunque realmente no creo que ella sea tan lista. Podría haber sido alguien de la casa, posiblemente la propia lady Eversley. Le gusta la publicidad.

Ambos sabían que no habría sido Scotland Yard.

—Bueno, no podíamos mantenerlo tapado para siempre —dijo Royston, filosóficamente. Se metió un pedazo de beicon en la boca y empezó a masticar.

Carmichael comprobó que la patrona no estuviera lo suficientemente cerca como para escuchar lo que decían.

—Creo que necesitamos que alguien en Londres registre el piso de los Kahn. Realmente no espero que encontremos mucho, pero sería interesante ver lo que descubrimos. Creo que llegados a este punto estamos justificados.

—¿Ha habido nuevas pruebas durante la noche? —preguntó Royston.

—No, sargento, solo quería consultarlo con la almohada. Comunícalo por teléfono en cuanto lleguemos—. Carmichael se comió el último pedazo de tostada y dio un trago al té. En su propio pisito de Londres, su hombre, Jack, estaría sin duda aprovechando la oportunidad para dormir hasta tarde. Jack era antes ordenanza de Carmichael, y cualquiera que haya servido alguna vez en el ejército aprovecha cualquier oportunidad que la vida le ofrezca para levantarse tarde. Si Carmichael hubiera estado en casa, Jack se habría levantado sin quejarse, al amanecer si hubiera sido necesario, le hubiera hecho el desayuno y le hubiera servido una taza perfecta de té de Yunnan en su juego de té japonés. Así las cosas, Jack podía dormir hasta tarde y Carmichael tenía que beber té de Ceilán, que no se había cocido, únicamente porque había sido lo suficientemente rápido como para sacarlo a tiempo. En fin, había elegido su profesión y nadie dijo que la vida tenía que ser necesariamente justa.

—¿Preparado, sargento? —preguntó.

Royston bebió de un trago lo que le quedaba del té y le echó una mirada resentida.

—Ya voy, señor —dijo.

El camino hacia Farthing fue tranquilo. No era un día tan perfecto como el anterior: unas pocas nubes salpicaban la extensión del cielo azul. También había más tráfico en la carretera: un tractor, varias carretas de granja y algún automóvil esporádico. Estos se hacían más comunes según se aproximaban a Farthing, hasta que cuando giraron y tomaron el camino hacia arriba por la carretera que llevaba al pueblo, ésta estaba llena de coches.

La prensa, conjeturó Carmichael. Debe de ser un día de poco movimiento. Eso o que a la gente le importaba más Thirkie de lo que se pensaba. El agente de policía de la puerta le frunció el ceño cuando subieron.

—No se permite la entrada a nadie en la propiedad —dijo, con el aspecto de alguien que ya lo ha dicho demasiadas veces esa mañana.

El reloj dio las nueve, y Carmichael esperó a que el sonido se apagara antes de decir: «Scotland Yard» y mostrar su identificación. El agente la examinó cuidadosamente, se la devolvió y abrió la verja. La prensa, al ver la verja abriéndose, se arremolinó gritando preguntas, que Carmichael ignoró, y haciendo fotografías.

—Se hará público un comunicado de prensa a lo largo de la mañana —dijo al agente—. Puede decírselo—. Era una pérdida de tiempo, pero algo inevitable, dadas las circunstancias. Haría que Yately lo escribiera, aunque tendría que entregarlo él mismo.

—Gracias, señor —dijo el agente.

- ¿Está ya aquí el inspector Yately? —preguntó Carmichael.

—Aún no, señor, pero supongo que llegará muy pronto.

Este era más espabilado que el pobre Izzard, al menos.

—Envíelo arriba en cuanto llegue aquí —dijo Carmichael—. Siga así, agente, muy bien. Siento que esto tenga que ser tan tedioso. Veré si podemos hacer que le traigan un refrigerio.

—Se lo agradecería mucho, señor —dijo el agente, y le hizo un saludo rápido cuando pasaron por su lado. Varias cámaras saltaron ante el saludo.

—Obviamente hay mejores agentes en Winchester trabajando los lunes —dijo Carmichael mientras subían rápidamente por el camino.

—Pobre desgraciado, y ni siquiera eran las nueve —dijo Royston, aparcando con cuidado.

El mayordomo les abrió la puerta.

—Buenos días, Hatchard. ¿Ha llegado correo?-preguntó Carmichael jovialmente.

—Creo que su correo ha sido depositado en su despacho, señor —dijo el mayordomo, con el aspecto de alguien que se ha desviado de su camino para prestar atención al confort y la comodidad de los subordinados.

—Gracias —gruñó Carmichael.

Cuando estuvieron en el pequeño despacho con la puerta cerrada, se volvió hacia Royston.

—Cuando Yately llegue aquí, que interrogue a Hatchard primero.

—¿Cree usted de verdad que fue él? Hablé con él ayer, y fue todo rutinario.

—No lo creo en absoluto, pero es posible que fuera, así que Yately puede indagar sobre su testimonio de nuevo. No estaría mal que alguien le bajara los humos.

Royston se echó a reír. Carmichael recogió su correo, un sobre considerable con matasellos de Londres. Scotland Yard se había manifestado otra vez.

—Llama para organizar el registro del piso de Kahn, y yo revisaré esto —dijo Carmichael, sentándose de nuevo en la mesa del despacho.

—Parece un niño con los regalos de Navidad —dijo Royston, acercándose el teléfono—. Hágame saber si hay algo interesante en esa pila. ¿Qué espera encontrar?

—Información —dijo Carmichael, sonriendo—. Aún no sé cuál, pero en este momento este caso está muy falto de hechos concretos. Después de hacer la llamada, interroga al resto de los sirvientes, a los que todavía no hayas interrogado. Deberíamos ser también concienzudos, aunque no hayan hecho nada, podrían haber visto algo.

—Si, señor —dijo Royston, pero Carmichael ya estaba sumido en su sobre.