Capítulo 5

Papá llevó a Ángela a la habitación de Sukey. Era el lugar lógico, estando su propia habitación fuera de servicio, y era fácil llevarla allí porque solo había un escalón hacia abajo. Les seguí hacia allí detrás de papá, aunque perdimos a mamá y a Mark y a los Manningham por el camino.

Abrí la puerta y papá dejó a Ángela en la cama. La habitación de Sukey estaba impecable, como siempre, todos los bordes de encaje de su tocador estaban arreglados, su devocionario y su pequeña cruz de oro preparados para los oficios de la mañana. Yo puedo desordenar una habitación exactamente en treinta minutos, pero Sukey había estado viviendo en esta, intermitentemente, durante treinta años sin dejar siquiera una mota de polvo de talco ni un pañuelo fuera de lugar.

Ángela cayó en la cama todo lo inconsciente que se puede estar. Estaba fuera de toda duda que estuviera fingiendo. Papá la miró con irritación.

—Busca a Daphne —me dijo.

—Buena idea —respondí, y fui corriendo en su busca. Al fin di con ella en la biblioteca. Estaba sola, blanca como el papel y tragando té con brandy. Al menos, la botella de brandy estaba abierta en el carrito que había junto a ella y tenía una taza de té en la mano. Tenía un cigarrillo en la otra y estaba dándole caladas entre tragos.

—Ángela se ha desmayado —dije—. ¿Crees que podrías encargarte de ella durante un momento?

—¿Yo? —preguntó Daphne, como si le hubiera pedido que trepara a la torre Eiffel en vez de haberle pedido que cuidara a su propia hermana.

—¿Sabes lo de James?-pregunté.

—¿Que si lo sé? —dijo Daphne, con una extraña risita—. Querida, yo lo encontré.

—¿Dónde estaba? —pregunté. Le cogí la taza a Daphne, sobre todo porque sus manos estaban temblando tanto que creí que había muchas posibilidades de que se le cayera, y era una pieza del querido juego Spode de mamá, que había pertenecido a la bisabuela Dorset y había pasado de madre a hija desde entonces. Aunque mamá había dejado totalmente claro que no era apropiado que yo lo heredara, igual que el Ringhili o cualquier otra de sus cosas que se pasaban de madre a hija, no quería tener que pasar por el alboroto que habría si se hacía añicos una de ellas en el suelo de la biblioteca mientras yo estaba ahí al lado, mirando. La olí mientras la colocaba. Supongo que en algún momento hubo allí algo de té, si no nunca hubiera cogido una taza en lugar de un vaso, pero en aquel momento parecía casi puro brandy.

Daphne exhaló el humo.

—En su vestidor. Y ha sido apuñalado por algún maldito judío y está lleno de sangre y frío y muerto y tú me estás diciendo que Ángela se ha desmayado y yo debería ir y cuidarla, porque ella es la apenada viuda, cuando a ella nunca le importó un comino James, excepto que podía hacerla lady Thirkie, y él nunca se preocupó por ella, excepto que era lo más cerca de mí que podía llegar.

—Ella es la apenada viuda y tú deberías recobrar la compostura si no quieres quedar mal y avergonzar a todo el mundo con un montón de cosas y tonterías que no pueden demostrarse —dije. No lo habría dicho de un modo tan brusco si ella no hubiera dicho «algún maldito judío», pero lo habría pensado y lo habría querido decir igual. Es extraño, desprecio muchas cosas de mamá y una de ellas es su insensibilidad, pero allí estaba yo en una crisis actuando exactamente igual que ella, diciéndole a Daphne que recobrara la compostura y que ocultara lo que tenía que ocultarse. «Quedar mal» es absolutamente propio de mamá y no es algo que yo diría normalmente, pero estoy totalmente segura de que lo dije en aquel momento. Es decir, casi todo lo que estoy anotando aquí es lo que creo que dije y que otra gente dijo; mi impresión sobre ello, excepto algunas cosas tremendamente importantes que recuerdo palabra por palabra. Probablemente soy más precisa recordando lo que otras personas dijeron, porque lo escuché, mientras que de lo que yo dije simplemente recuerdo lo fundamental. Pero sé que dije «quedar mal» a la pobre Daphne. No creo que lo pensara en aquel momento en que estaba siendo como mamá, quiero decir. Estaba enfadadísima con Daphne por ser tan tonta. También pensé que estaba usando la palabra «judío» como podría haber dicho «anarquista» o incluso «asesino» o «hijo de puta», entonces no sabía nada sobre la estrella.

—Tienes razón —dijo, agarrando de nuevo la taza y bebiéndose todo el brandy de un trago—. Ella es la apenada viuda, yo soy su abnegada hermana, Mark es mi abnegado marido, nada de lo demás importa o se demuestra. Lo siento. Gracias.

Lo extraño de eso es que estaba claro que lo decía en serio: realmente me estaba dando las gracias por haberme portado como una bruja con ella. Nunca había conocido muy bien a Daphne. Ángela era unos pocos años mayor que yo, pero estaba dentro de mi grupo de edad. Daphne era seis o siete años mayor que ella, probablemente diez años mayor que yo, de la edad de Hugh. Lo suficiente para haber sido una de las mayores» cuando éramos niños. Luego fue presentada en sociedad y se casó cuando yo todavía estaba en la escuela. Ángela era una de las «debutantes del último año», en realidad de dos años antes, cuando yo fui presentada en sociedad. Lo único que sabía de verdad sobre Daphne era que, aunque las dos hermanas se parecían mucho, ella era la única a la que la lotería de la naturaleza había dado la inteligencia destinada a ambas, lo que quería decir que Ángela parecía la copia de un estudiante de la obra maestra que era Daphne, porque Daphne tenía la vivacidad que iba con su aspecto.

Aquella mañana Daphne iba vestida de gris perla y rojo rubí, llevaba una falda gris y una chaqueta con un jersey rojo debajo, sin joyas. Llevaba un bolso con boquilla de exactamente el mismo color que su jersey, y en ese momento apagó el cigarrillo en el cenicero, abrió su bolso, sacó una polvera de oro, se empolvó la cara, se miró entrecerrando los ojos, frunció el ceño a su reflejo, cerró la polvera haciendo un ruido seco y respiró hondo.

—Dime dónde tengo que ir a hacer de abnegada hermana —dijo.

Me siguió mientras regresaba a la habitación de Sukey. Papá pareció aliviadísimo al vernos. Ángela seguía todavía inconsciente.

—Muchas gracias por venir —dijo papá a Daphne—. Ha sufrido un golpe terrible.

—Pobre Ángela —dijo Daphne, ahora con un control total sobre sí misma, y dando toda la impresión de estar llena de preocupación sororal.

—Os dejaré para que os ocupéis de ella, le aflojéis el corsé o lo que sea —dijo papá. Giré la mirada hacia él. Estoy segura de que sabía que lo de aflojar el corsé eran bobadas victorianas, pero claro, supongo que también lo era desmayarse así, por lo que creo que quizá estaba justificado.

—Llamad si necesitáis cualquier cosa —dijo papá, y se fue.

Ahí comenzó una tarde que permanecerá en los anales por puro espanto. Daphne pronto aflojó los corsés que había que aflojar. Pasó el tiempo sentada en el alféizar de la ventana fumando continuamente, sin usar boquilla, encendiendo un cigarrillo con la colilla del último, derramando ceniza por todos los inmaculados cojines de Sukey. Apenas me habló, excepto para decir que había visto un coche de policía detenerse fuera, pero cuando intenté irme me suplicó que me quedara.

No estoy segura de lo que yo misma sentía, excepto vergüenza e irritación. Sir James no significaba nada personalmente para mí. Nunca le había conocido bien. Siempre fue «sir» James para mí, nunca simplemente James, como lo habría sido un amigo. Antes de ser presentada en sociedad él solo era uno de los aburridos amigos de papá; debía tener quince años más que yo, como mínimo. Recuerdo vagamente haber oído hablar del escándalo con Daphne cuando yo estaba en el colegio. Ella era debutante, tendría diecisiete o dieciocho años, y él era lo suficientemente mayor como para haber empezado con buen pie su carrera política. Estaba casado con otra mujer, llamada Olivia, y a la que yo recordaba vagamente como una de esas mujeres muy afectadas con sombreros imponentes. Era una de las aliadas de mamá, pero no una amiga de verdad. Veíamos mucho menos a sir James cuando ella estaba viva de lo que lo hicimos más tarde. El escándalo con Daphne fue algo deliciosamente perverso sobre lo que la gente rumoreaba. Recuerdo haberle preguntado a Hugh, que tendría probablemente dieciséis años entonces, si era verdad lo que Ángela me había dicho, que Daphne estaba también enamorada de él, y que si no era como Romeo y Julieta. El pobre Hugh echó un jarro de agua fría sobre mis románticas fantasías y me explicó la palabra «adulterio».

—A veces lo llaman «París» e intentan hacer que parezca muy sofisticado y romántico —dijo Hugh—. Pero yo creo que es sórdido y horrible y es como un sitio como... como Bognor. —Bognor Regis era una pequeña y horrible ciudad con muy buen concepto de sí misma. Una vez fue un lugar de moda en el que tomar las aguas, pero ahora era un lugar increíblemente vulgar. También era conocido por ser un lugar al que la gente iba a pasar fines de semana ilícitos. Desde aquel momento adulterio fue siempre «Bognor» para nosotros.

En cualquier caso, a Daphne la casaron tan rápidamente como fue posible con el primer aspirante que apareció, que era Mark Normanby, entonces un joven y prometedor político, muy brillante, muy guapo, pero que aún no era nadie. Luego, durante la guerra, Olivia Thirkie murió en el Blitz.[5] Fue una de las primeras víctimas y, cuando me enteré, como era de esperar, lo primero que pensé fue que era demasiado tarde para sir James y Daphne, y, claro, me puse la mano en la boca para evitar que el pensamiento saliera, pero la gente pensó que yo estaba muy apenada porque la había conocido. Incluso durante un tiempo me dio una especie de caché en el colegio haber conocido a alguien a quien había matado una bomba, hasta que se convirtió en algo tan común que lo extraño era no conocer a nadie que no hubiera muerto así. Varias niñas perdieron a padres y hermanos: los dos padres de Ángela murieron, su madre por una bomba y su padre en Dunkerque. Para cuando Hugh murió, en la primavera de 1941, ya no se consideraba nada especial que un hermano hubiera muerto, así que, irónicamente, recibí bastante más compasión y consideración por la muerte de Olivia Thirkie, a la que apenas conocía, que por la muerte de Hugh, al que idolatraba.

Entonces, después de la guerra, sir James se hizo amigo íntimo de papá y mamá, sobre todo de mamá. Siempre estaba en las reuniones que organizaban aquí, y muchas veces se quedaba a pasar la noche, lo que no sucedía cuando Olivia estaba viva. Tomó parte muy activa en los acuerdos de paz, por supuesto, y todo eso del círculo de Farthing, lo que me parecía en su mayor parte patrañas, porque era simplemente gente que papá y mamá conocían, y a veces los periódicos decían que era del círculo alguien a quien yo sabía que mamá le tenía una especial antipatía. De todas formas, dado que había un círculo de Farthing y que tenían una política coherente en los primeros años de paz, eran mamá y papá y sir James y Mark Normanby los que estaban en el núcleo, con otras personas como tío Dud y otros.

Yo no estaba ahí muy a menudo en aquellos años, porque estaba en el colegio, y cuando estaba en Farthing solía andar deprimida haciendo las cosas que había hecho con Hugh y echándole de menos y amargándome totalmente la vida. Si le presté atención a alguno de ellos fue a Mark, por el que estaba un poco chiflada, y no a sir James, que siempre parecía muy soso, de forma buena, supongo, pero parecía no tener ningún tipo de chispa. Luego, a los diecisiete años, pasé varios meses en Suiza con Abby y después fui presentada en sociedad, y de repente sir James se convirtió en uno de mi círculo, además del de mamá, y después de esperar cinco años o así después de la muerte de Olivia, se casó con Ángela en el momento en el que ella cumplió veintiuno. Se habría casado con ella antes, según contó ella a todo el mundo, pero su retrógrado y viejo tutor, que era un tío abuelo o algo por el estilo, no daba su permiso por aquel viejo escándalo con Daphne.

Lo curioso del caso fue que todo el mundo había asumido que sir James se casaba con Ángela porque no podía tener a Daphne y, por lo que sé, a nadie se le pasó por la cabeza que ya estaba teniendo a Daphne. Nunca oí ni lo más mínimo sobre el escándalo de Daphne desde su boda, hasta que me vino a admitir aquella mañana que tenía una relación con él. Me escandalicé, aunque no quería. Hugh tenía razón: el adulterio era sórdido, cualquier cosa menos romántico. Bognor.

Intenté sentirme apenada por la muerte de sir James. Intenté recuperar el sentimiento que había tenido en la iglesia de amar a todo el mundo: por mucho que lo intentara, no volvía. No podía pensar siquiera en una vez en la que sir James hubiera sido agradable conmigo, o incluso que me hubiera prestado una atención especial, excepto para darme una charla sobre lo poco aconsejable que era mezclar mi sangre con la de una raza inferior. Le dije que no tenía derecho a decirme eso, y realmente no lo tenía, de ningún modo. Había escuchado a mamá decirme ese tipo de cosas, pero oírlo de sus amigos era el colmo de los colmos. Dijo que si se salía con la suya haría que el matrimonio entre judíos y gente como yo fuera ilegal, y yo dije que menos mal que no se saldría con la suya. Nadie conseguiría que un proyecto de ley así se aprobase en el Parlamento de Inglaterra, pasase lo que pasase en el resto de Europa.

Después de una hora como poco, que se me hizo como una de esas eras geológicas de las que habla Lyell, Ángela empezó a moverse. Lógicamente, nos levantamos y fuimos a ver cómo estaba. Se despertó, nos vio y empezó a chillar. Llamé y pedí una tetera de té fuerte.

—¿Té fuerte, señora? —preguntó Jeffrey, estupefacto, dejando exteriorizar su estupor como ningún sirviente de Londres como Dios manda haría jamás.

Le sonreí.

—Té indio muy fuerte, y mucha leche y azúcar.

—Muy bien, señora —dijo Jeffrey—. Lo apropiado para una fuerte impresión.

Asentí con la cabeza, hizo una reverencia y se apresuró para ir a buscarlo. Tuvo que haber oído a Ángela, que seguía con el escándalo, pero esa fue la única referencia que hizo sobre aquello. Hay algunos sirvientes que siguen siendo extraños por mucho tiempo que estén contigo, y otros que llegan a ser miembros de la familia. Definitivamente, Jeffrey entraba dentro de la última categoría.

Aprendí a beber té durante la guerra, cuando el azúcar estaba racionado y no debía ser malgastado en chicas jóvenes. Para cuando se pudo conseguir fácilmente de nuevo me había acostumbrado al té flojo, sin leche y sin azúcar. Era un hábito que David y yo compartíamos: decía que era la forma normal de beber infusiones o té chino en el resto de Europa. En casa bebemos grandes cantidades de Lady Grey en el elegante juego de té de Shelley con motivos en blanco, que habíamos elegido juntos. Pero para una fuerte impresión, y nadie podía negar que Ángela hubiera sufrido una gran impresión, no había nada como el té indio fuerte.

Cuando Jeffrey trajo la bandeja, vi que había sido preparada con esmero. Había una tetera de plata, una jarrita de plata para el agua caliente y otra jarrita de plata más pequeña para la leche, un azucarero de plata grande, tres tazas y platos de porcelana, no del juego Spode, sino del Royal Albert de diario, y la botella abierta de brandy que había en la biblioteca. Lo coloqué todo sobre el tocador de Sukey, moviendo el devocionario.

—¿Dónde está la señorita Dorset? —le pregunté a Jeffrey—. ¿Necesita su habitación?

—Está con la señora —dijo Jeffrey—. Me dijo que les dijera que se pusieran cómodas aquí.

—Muy amable por su parte —dije, y Jeffrey hizo una reverencia mientras salía.

Me las arreglé para hacer tragar a Ángela varias tazas de té. Rechazó el brandy. Seguía llorando, casi aullando, y agarrándose a mí. Había algo bastante excesivo en su forma de comportarse. Quería ver el cuerpo de su marido, algo que yo no creía aconsejable. Daphne, gracias a Dios, no dijo que lo había visto. Bebió un poco de té sentada erguida al borde de la cama.

—¿Estás segura de que no quieres un poco de brandy? —le pregunté a Ángela mientras le servía otra taza de té—. Te tranquilizaría.

Si tengo que ser sincera, tenía un motivo oculto con el brandy. Esperaba que perdiera el conocimiento de nuevo y que fuera el problema de otro cuando se despertara. Todavía no me sentía muy generosa con ella.

—No me conviene en mi estado —dijo Ángela, con la mano en el estómago exactamente igual que lady Manningham había hecho antes.

De nuevo sentí una oleada de envidia, y por primera vez un poco de compasión real, por el pobre bebé. Ya era suficientemente malo para la pobre criatura ser huérfano de padre, pero no tener padre y tener una madre tan idiota como Ángela Thirkie parecía muy injusto.

—Te lo estás inventando —dijo Daphne, poniéndose de pie y dando un paso hacia atrás. Parecía como si alguien, de repente, le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

La miré sorprendida.

—¿Por qué iba a hacerlo? —dijo Ángela, frotándose el vientre—. Después de todo, llevábamos cuatro años intentándolo. Voy a tener un bebé en diciembre, y lo único que me consuela de esta horrible situación es que James lo supo antes de morir.

Lo dijo casi de la misma forma en la que había recitado a Browning antes, como si fuera algo que hubiera memorizado. Yo no sabía qué decir. No podía darle la enhorabuena por su embarazo, dadas las circunstancias. Le lancé una mirada a Daphne, que estaba mirando fijamente a su hermana y de repente parecía extraña.

—Sé que no te alegra —dijo Ángela, dando un sorbo al té y mirando a Daphne por encima del borde de la taza. Había estado agarrándose a mí antes: ahora me ignoraba totalmente, como si Daphne fuera la única persona en la habitación—. Tú siempre quisiste a James para ti, y nunca tuviste un bebé. Si hubieras querido un bebé deberías haberte casado con un hombre que te pudiera dar uno, no un mariquita vicioso como Mark.

Me llevé las dos manos a la boca para contener absolutamente todas las cosas que estaba pensando sobre las hermanas, Bognor, macedonios, sir James, Mark, e incluso embarazos. Probablemente no habría importado. Creo que era invisible para las dos. Miré primero a una y luego a la otra mientras se miraban fijamente. Ángela parecía triunfante y Daphne devastada, como un par de diosas esculpidas por algún genio que quisiera mostrar que la Victoria y la Derrota tienen el mismo rostro.