Capítulo 7
Sukey llegó por fin y llamó tímidamente a su propia puerta. La tarde había sido un aburrimiento interminable. Las hermanas habían estado todo el tiempo despreciándose e ignorándose. Habíamos recibido la visita del inspector de Scotland Yard: bastante simpático, aunque probablemente ateniense. Ángela había mostrado casi tanto dolor porque sir James hubiera sido asesinado en el vestidor como por que hubiera muerto, aunque no llegó a desmayarse. Le abrí la puerta a Sukey con una gran sensación de alivio, aunque solo fuera porque tenía tanta hambre que me hubiera comido un caballo crudo y con piel. Incluso me hubiera comido la silla de montar.
Sukey estaba allí con uno de los vestidos que Hugh una vez, con mala intención, había llamado «vestidos alfiletero», de terciopelo con ribetes de encaje.
—Es casi la hora de vestirse para la cena —dijo con un susurro de disculpa—. Me preguntaba si podría entrar sin molestar y coger algunas cosas. No os molestaré.
Di un paso para salir al pasillo y cerré la puerta.
—También quiero cenar —dije.
—Había pensado traer bandejas —dijo Sukey—. Ángela no puede salir.
—No, no puede salir, pero yo no me puedo quedar ahí con ella. No creo que Daphne debiera tampoco. En serio, Sukey, confía en mí. Daphne, es la peor persona que podría estar ahora con su hermana.
Sukey frunció el ceño y acarició el terciopelo, de su manga. Estoy segura de que lo hacía sin saberlo, porque una vez escuché que se quejaba de que la tela estaba gastada ahí y decía que era inexplicable. Sukey era de alguna manera como un gato, un gato un poco quisquilloso, como un birmano o un siamés, y cuando se acaricia así siempre me recuerda a un gato lamiéndose el pelo. Le gusta tener todo en su lugar, le gusta el encaje, el terciopelo y los pompones, pero es una encargada magnífica. Está totalmente dedicada a mamá. Son primas, y han estado juntas desde pequeñas, y aunque el cargo de Sukey es «secretaria-acompañante», el «acompañante» añadido para mostrar que es una dama y no una asalariada, en realidad organiza una cantidad enorme de cosas para mamá, la casa y también asuntos políticos. Mantiene a mamá en la dirección adecuada. Sukey está encima de todo lo que sucede y hace algo así como instruir a mamá para que pueda seguir adelante sin problemas. Son como un cisne: mamá es la parte que va por encima del agua deslizándose sin ningún esfuerzo y Sukey es la parte de debajo del agua que patalea a un ritmo frenético. Sé que mamá no podría pasarse sin ella y, lo que es más, mamá también lo sabe. No le paga ni la décima parte de lo que vale, y no podría por mucho que le pagara: no se puede comprar la devoción.
—Entonces ¿quién entra ahí? —preguntó Sukey—. Lo haría yo misma, pero hay muchas otras cosas que hay que hacer. ¿No puedes quedarte? —esto último lo dijo con un tono de súplica, pero negué con la cabeza.
—Llevo ahí todo el día, y ya estoy a punto de gritar —dije—. ¿Y lady Manningham?
Sukey inclinó la cabeza a un lado, exactamente igual que un gato.
—Le podría preguntar —respondió—. ¿Estás segura de que Daphne no...?
—Se están torturando mutuamente sobre a quién quería más sir James —dije. No tenía sentido ocultarle nada a Sukey en aquel momento, aunque eso significaba que iría directo a mamá—. Parece que Daphne entró en el vestidor y encontró el cuerpo, lo que me parece un poco Bognor.
—Vaya —dijo Sukey, afligida—. Tienes mucha razón. Vete y vístete. Le pediré a Kitty Manningham que se quede con ella. Quizá deberíamos llamar al doctor Graham para que viniera y le echara un vistazo.
—Sería una buena idea —dije—. Dice que va a tener un bebé en diciembre y que sir James lo sabía.
—Dios mío —susurró Sukey—. ¡Pobre criatura! —Supe al momento que hablaba del bebé y casi me reí, porque esa había sido exactamente mi propia reacción.
Sukey me dio unos golpecitos en el brazo y se escabulló rápidamente en busca de lady Manningham. Fui a mi habitación todo lo rápido que pude para cambiarme, ya que sabía perfectamente que ni siquiera un asesinato sería suficiente para que mamá considerara aceptable sentarse a cenar con ropa de día.
David estaba en la habitación, vestido y esperándome. Le besé, prácticamente me quité de encima lo que llevaba, desparramando prendas descuidadamente por el suelo, y me metí en el vestido que alguien se había tomado la molestia de dejar preparado para mí. Dio la casualidad de que era el violeta de la colección Worth. Realmente no es violeta, es color lavanda con un dibujo violeta de hojas de planta trepadora, y después de ponérmelo recordé que era un vestido largo, lo que quería decir que tenía que llevar un peinado alto. Me lo arreglé de cualquier manera, clavándome algo así como noventa horquillas, porque me acababa de lavar el pelo y no quería quedarse en su sitio. Mientras me lo estaba mirando en el espejo me acordé del día anterior, y volví a mirar a David sobre mi hombro. Me estaba observando, y sonreía, pero pude ver que bajo su sonrisa no estaba en absoluto contento.
Escogí mi cadena de amatista del joyero. Es una única amatista con una cadena de oro, con unos pendientes de amatistas a juego, y me encantan porque son lo primero que me regaló David después de que nos prometiéramos. No era mi cumpleaños ni nada, solo un día normal en Grosvenor Square con mamá, que se había puesto puñetera. Y llovía, con esa lluvia londinense, que es mucho más sucia y húmeda que la lluvia del campo. Yo no esperaba a David, simplemente se pasó por allí, y verle fue como ver salir el sol. Me dio esta cajita y la abrí sin saber lo que era, y ahí estaban. Cada vez que veo los pendientes o los toco me acuerdo de aquello. Me compré el vestido de Worth porque iba con ellos, por cierto.
—¿Me la abrochas? —le pedí, y entonces, cuando David la había abrochado y todavía tenía la mano en mi cuello, me di la vuelta y le abracé.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté. No tenía ni idea, porque no le había visto desde el desayuno temprano, ya que desde la misa había pasado todo el día encerrada en la habitación de Sukey intentando lidiar con Ángela y Daphne.
—Lo normal —dijo David—. Bueno, excepto que tu madre y varios de los invitados parecen creer que soy culpable de ese asesinato—. Lo dijo despreocupadamente y como si todo fuera absurdo, y por supuesto lo era, pero realmente no se lo tomaba tan a la ligera como las palabras escritas puedan sonar. En realidad es hipersensible a los desprecios y esas cosas, pero se las arregla para ocultárselo casi siempre a la mayoría de la gente porque parece tener una buena coraza. Pocas personas lo hacen ostensiblemente, aunque algunos, como mamá, claro, lo hacen demasiado a menudo. Cuando sucedía algo así, David se preocupaba muchísimo, pero nunca lo decía, porque de alguna forma, David siempre tiene que ser más inglés que los ingleses solo porque es judío: siente que tiene que ser más impertérrito y mantenerse en su lugar más que nadie.
Reaccioné, sé que lo hice. Era ira hacia mamá y hacia todos los demás, quienquiera que fueran, por ser tan estúpidos, por tener tantos prejuicios, por ser despreciables de una forma tan maquinal como para pensar que solo porque David era judío era probable que fuera un asesino. Si nunca hubiera conocido a David habría seguido pensando que todas las personas de mi círculo eran fundamentalmente buena gente, con pequeñas y extrañas peculiaridades, quizá, pero nunca habría comprendido lo asquerosos que eran. David me quitó la venda de los ojos y nunca lo he lamentado, porque ¿quién querría ir por un mundo que es como una franja muy estrecha de jardín lleno de preciosas flores, rodeado de campos y campos de estiércol apestoso que se extiende hasta donde alcanza la vista? Y no es que esas personas sean las únicas del mundo, aunque se imaginen que lo son.
Quizá les sorprenda saber que hubiera pasado todo el día con Ángela y Daphne, hablando casi todo el tiempo sobre el asesinato, con excursiones a Bognor y Atenas, perdón, adulterio y homosexualidad, sin preguntarme siquiera una vez quién lo había hecho. Incluso había oído a Ángela preguntarle al inspector con esa forma suya tan histriónica, sin pararme a relacionar el hecho de que si había habido un asesinato en Farthing entonces debería haber allí también un asesino. Todos los demás iban por delante de mí, y supongo que, de hecho, era terriblemente tonto por mi parte, pero había pensado sobre sir James vivo y sir James muerto, y Ángela y Daphne, pero en ningún momento sobre quién podría haberle matado o por qué.
—¿Directamente se manifestaron y dijeron eso? —pregunté.
—Lo insinuaron vagamente de una forma tremendamente educada —dijo David—. Pude aparentar como si no lo hubiera oído —(«La hipocresía inglesa», dijo David una vez, después de tres botellas de vino, «puede ser algo maravilloso. Los que te odian y desprecian, que en el Reich te meterían en un campo de trabajos forzados o te matarían, en Inglaterra se molestan en fingir que realmente no te están desdeñando». Y lo dijo en serio, además. Que era maravilloso, quiero decir).
—Vámonos a casa inmediatamente después de cenar —dije. Podíamos hacerlo, porque habíamos ido allí en coche, y podríamos volver inmediatamente en nuestro pequeño Hilton de dos plazas y llegar a Londres sin nada ni nadie entrometiéndose en nuestro camino. Podríamos estar en casa, en nuestro piso, hacia medianoche como mucho. Únicamente pensarlo era un alivio tremendo: no solo la idea de estar en casa, sino salir de Farthing, de todo aquello. No teníamos que quedarnos. Ya había cumplido cualquier obligación que tuviera con mamá. No habría ido de ninguna manera si la decisión hubiera sido mía. Habría despreciado toda su insistencia. Fue David el que sintió que si era tan enormemente importante para mamá que estuviéramos nosotros allí, debíamos complacerla. Aún no sabía por qué quería que fuéramos. Creo que David había sentido que era, de alguna manera, una señal de reconciliación que nos hubiera invitado con tanta insistencia, pero yo conocía a mamá mejor. En cualquier caso, si la intención era ofrecer una rama de olivo, era una muy fina con las hojas destrozadas y ningún fruto.
—Nada me gustaría más —dijo David, con una expresión nostálgica extremadamente besable—. Pero la policía ha pedido que de momento no se vaya nadie. Para asegurarse de que nadie lo hace, han cerrado la verja y han puesto allí a un agente.
Le besé rápidamente, luego fui a la ventana y saqué fuera la cabeza, No podía ver la verja, por supuesto, no fue esa la razón por la que lo hice. Era solo que necesitaba que me diera el aire fresco en la cara porque de repente me sentía totalmente atrapada. Siempre me sentí un poco así en Farthing. No es claustrofobia, al menos no de la forma normal. Es en parte mamá, y el tipo de fiestas que organiza: me hacen sentir que estoy de nuevo bajo su poder. También es en parte el hecho físico de que Farthing está tan en lo profundo del campo que es difícil salir de allí, incluso aunque esté solo a dos horas de Londres. Por eso había insistido en ir en coche, cuando podríamos haber ido fácilmente en tren hasta Farthing Junction y que nos hubieran recogido allí, como hacían casi todos. Ahora, a pesar de haber tomado precauciones, a pesar de haber llevado el Hilton con nosotros, realmente estábamos encerrados aquí, no podíamos escapar. Sentí esa enorme sensación de opresión en el pecho, como si tuviera de nuevo catorce años, Hugh acabara de morir, y mamá y papá me estuvieran presionando; como si todo fuera una gigantesca piedra que fuera a machacarme con su peso. Respiré hondo por la ventana con todas mis fuerzas, pero ni siquiera el dulce aire de mayo con el perfume de los jacintos silvestres y los lirios del valle ayudaba mucho.
Entonces sonó el gong anunciando la cena, y menos mal que sonó, porque deshizo mi estado de ánimo. Le di mi brazo a David y le dejé que me llevara abajo, lo que me hizo sentir mucho mejor. Mientras mi mano estuviera en su brazo y yo sintiera que estábamos juntos, éramos dos, aunque de momento estuviéramos atrapados y rodeados por el enemigo.
Mamá y Sukey estaban de pie en el vestíbulo. De alguna manera, Sukey había encontrado tiempo para vestirse para la cena: llevaba uno de sus típicos vestidos con los bordes de encaje y una cofia. Sukey debe ser la última mujer de Inglaterra que lleva cofia. Lo que pensé fue que debía haber sacado a Daphne y a Ángela de su habitación a tiempo.
—Tengo entendido que es un caballero —estaba diciendo Sukey mientras bajábamos.
—Los policías nunca son caballeros —dijo mamá, contundentemente.
—Es inspector de la policía —dijo Sukey—. Pensaría que sería justo el tipo de hombre al que sería útil conocer.
—Conveniente, quizá, en cierta manera, pero no me gustaría sentarme a comer siquiera con un jefe de policía —dijo mamá, con un ligero estremecimiento.
—Su padre es un hacendado de Lancashire —dijo Sukey—. Lo he buscado en el Quien es quien.
Por el «Lancashire» adiviné que estaban hablando del inspector Carmichael, que tenía un ligerísimo toque de acento del norte de vez en cuando. Parecía común y suave, como un puñado de cantos alisados en un arroyo, y entonces tropezaba con algo y se volvía áspero y podías oír un canto que no había sido totalmente redondeado según la conformidad. A mí me gustaba, pero estaba convencida de que mamá lo odiaría.
No dije nada excepto «buenas noches» y las dejé con su pequeña charla. Mamá debió de haber ganado, como siempre, porque ni Carmichael ni ningún otro policía apareció en la cena. De hecho, la compañía fue muy escasa: solo estaban los invitados que habían pasado allí la noche. Dios sabe lo que les habían dicho a los otros invitados o si simplemente el policía de la verja les había hecho dar la vuelta.
Era un grupo extraño de gente. Sukey debió tener pesadillas para sentarnos. No me extraña que quisiera traer al policía.
Había cuatro parejas casadas: los Normanby, los Francis, mamá y papá, David y yo; luego estaban el tío Dud, Tibs y Eddie, que eran un viudo, su hijo y su hija; y estaba sir Thomas Manningham, sin su mujer, que estaba con Ángela. Sukey se sentó con nosotros, algo que no siempre hacía, solo cuando ayudaba a equilibrar los números, pero incluso así la disposición resultó bastante torpe.
Yo estaba entre Tibs y Mark, y David estaba casi al otro extremo de la mesa entre Sukey y Eddie.
Por supuesto, nadie habló sobre otra cosa que no fuera el asesinato, y los sirvientes ni siquiera fingían no escuchar. Daphne, al otro lado de Tibs, estaba bebiendo mucho, pero no montó ningún número.
El primer plato fue sopa de berros, absolutamente exquisita, con rollitos calientes de malta. Debería haber estado hablando con Tibs, pero no hice más que sonreírle y atacar la comida. El me encubrió, o quizá realmente quería hablar. Parecía sinceramente impresionado ante la pérdida de un hombre al que había considerado uno de los salvadores de su país, y al que había admirado, al menos políticamente. Tibs no era realmente político, no más de lo que lo era el tío Dud. A veces pensaba que los dos simplemente dejaban que mamá les proporcionara sus opiniones. Me podía imaginar al tío Dud diciendo que ella era hija de un duque y esposa de un vizconde, tenía que estar en lo cierto sobre el rearme, o la paz con Hitler, o cualquier otra política complicada. Tibs me sorprendió, porque tenía buenos conocimientos de las cosas que había hecho sir James: no solo la paz, que cualquiera conocería, sino cosas como el proyecto de ley de educación en el que estaba trabajando en aquel momento. Me sorprendió de nuevo cuando dijo que creía que el asesinato había sido cometido por terroristas.
—¿Cómo habrían entrado en la casa? —pregunté, tragando la última cucharada de sopa.
—Probablemente antes, por la noche, disfrazados de invitados, y luego se escondieron para esperar. Esos anarquistas siempre se están disfrazando —dijo—. O quizá entraron por la ventana. Entraron y salieron, con cuerdas —Parecía totalmente entusiasmado con la idea—. Hugh y yo entramos una vez en Allingham escalando —dijo.
—Allingham es gótico —dije—. Está cubierto de protuberancias, es muy fácil de escalar, Farthing no.
Tibs parecía un poco defraudado.
—Podrían haber usado garfios —dijo.
—De todas formas, ¿por qué querrían matarle los anarquistas? —pregunté—. Los sirvientes estaban trayendo el pescado, y sería mi obligación hablar con Mark, pero no habían llegado hasta nosotros aún.
—Los anarquistas siempre quieren provocar problemas, y matar a un destacado político lo lograría. Vaya, algunos decían que él lideraría el partido y luego el país en las próximas elecciones. O podría ser que simplemente les guste matar a la gente. ¿Has oído hablar de los thuggee [6] de la India?
Había oído hablar de ellos, pero no veía qué tenían que ver con aquello. Jeffrey me sirvió el plato, así que estaba obligada a volverme hacia Mark, que me aburrió durante todo el plato de pescado contándome mentiras sobre cómo encontró el cuerpo. Yo sabía que eran mentiras, y él también, pero no podía decirle que yo lo sabía, lo que hacía que fuera muy incómodo. Intenté cambiar de tema, sin éxito. Normalmente me gustaba hablar con Mark, que era divertido y me hacía reír, pero no esta vez. Me describió el cadáver, y así supe que sir James había sido apuñalado en el corazón, y que había sobre el cuerpo una estrella judía del tipo de las que usan en otros países europeos.
Miré a David, que estaba cortando tranquilamente un espárrago y hablando con Sukey. Había pensado que las acusaciones de mamá eran absurdas y llenas de prejuicios, pero no sabía lo de la estrella. Se me ocurrió por primera vez que David podría ser sospechoso en serio del asesinato, quizá la policía sospechara de él. Debió de haberse dado cuenta antes: debía de haber oído los detalles previamente. Sin embargo, allí estaba sentado tranquilamente y, al sentir mis ojos sobre él, alzó la mirada y me sonrió desde el otro lado de la mesa. Yo quería protegerlo, rodearlo con mis brazos y evitar que fuera herido, o encerrarlo tras los muros de un castillo donde nadie pudiera alcanzarlo. Pero, en lugar de eso, lo había llevado a un lugar en el que se tenía que sentar y comer salmón con salsa holandesa entre sus enemigos.
Mamá estaba sentada a la cabecera de la mesa, como siempre. Estaba totalmente concentrada en su conversación con sir Thomas Manningham. Repentinamente deseé que el imaginario asesino terrorista de Tibs que había venido entre nosotros para apuñalar a un importante político hubiera elegido matarla a ella en su lugar.