Capítulo 9
Pablo estaba en medio de la puerta, bloqueando la salida. Tenía los brazos cruzados, lo que hacía que sus bíceps parecieran aún más grandes. Su sonrisa era amplia y seductora, mostrando sus dientes blancos.
- ¡Pablo! ¿Cómo dices eso?
- Los dos sabemos que es verdad. En unos minutos, ahí mismo –dijo señalando a la cama- vamos a estar los dos desnudos.
Miré hacia la cama y me imaginé nuestros cuerpos entrelazados, Pablo encima de mí, besando cada centímetro de mi cuerpo y tocándome con esas manos varoniles y fuertes.
- Pablo, te equivocas conmigo. Lo de hacer estuvo mal.
- Tienes razón en una cosa. No tendría que haber hecho lo que hice ayer.
- Me alegro de que te hayas dado cuenta. No tendrías que haberme besado como lo hiciste.
- No, no me refiero a eso –dijo-. Me refiero a que no tendría que haberte dejado cuando me lo pediste. Fui un tonto al marcharme hacia mi casa. Tendría que haberte seguido besando y no haberme detenido.
- Pablo, piensa bien lo que dices…
- Lo pensé muy bien anoche. Pensé incluso en volver y darte tu merecido, pero no lo hice. Esperé a esta mañana para hacerlo. Ahora no pienso irme, no hasta que tenga lo que vine a buscar.
Pablo avanzó hacía mi, tal como lo había hecho el otro día, y yo retrocedí de la misma forma, pero no fue una pared la que detuvo mi escape sino mi propia cama.
- Sólo unos pocos minutos más para verte desnuda. En unos minutos estaremos teniendo sexo ahí en tu cama. ¿Es eso lo que quieres, no?
- Es una mala idea, no deberíamos hacerlo.
- Quizá es una mala idea, pero lo que importa es que los dos queremos hacerlo. Y lo vamos a hacer.
- Eres muy joven…
- Shhh… -me dijo-, no quiero escuchar excusas. Yo no soy joven y tú no eres grande para mí. Lo único grande aquí es lo que tengo entre las piernas.
- Pablo –le dije pero mi resistencia era cada vez menor. Su mirada penetrante me derretía y no me permitía reaccionar. Estaba bajo control suyo. Pablo podría hacer lo que quisiera conmigo y yo ya no me opondría.
- Por si todavía no estás convencida –dijo al quitarse su camiseta y dejar su torso al desnudo.
Me quedé viéndolo de cerca, sabiendo que en cualquier momento pasaría lo inevitable. Ya no me resistía a Pablo, pero tampoco tenía la voluntad como para tocarlo. Estaba inmóvil, sin saber cómo actuar, por lo que agradecí mentalmente cuando Pablo tomó mis manos y las puso sobre su pecho.
- Adelante, siente y disfruta de mi cuerpo. En unos pocos minutos yo voy a estar haciendo lo mismo con el tuyo.
Suspiré al imaginar como Pablo apoyaría sus manos sobre mis senos y los masajearía, cómo sus dedos se deslizarían por mi piel y sentirían cada centímetro de mi cuerpo. No podía esperar a que lo hiciera. Mientras, yo hice lo que Pablo me pidió. Moví mis manos por su pecho y por su abdomen, acariciando con mis dedos esa piel bronceada y esos músculos firmes.
- ¿Te gusta, verdad? –me preguntó y yo moví la cabeza de arriba abajo-. Sabía que esa idea de aplicar crema en mi cuerpo era solo una excusa tuya para poder tocarme.
- Fue idea de Sonia –le dije.
- ¿Sonia? ¿Y la idea de exhibirse en bikini también?
- Si, fue ella.
- Mmm… quizá tendría que haberlas tomado a ustedes dos ahí mismo en el jardín. ¿Era eso lo que estaban buscando al tentarme de esa forma?
Mis manos continuaron acariciando su torso, disfrutando por unos segundos más de su cuerpo joven y masculino. Era una deliciosa poder estar tocando otra vez al cuerpo de Pablo.
- Es suficiente –dijo.- Ahora se viene la parte divertida.
Pablo bajó su cabeza y me besó en la boca. Su lengua no tardó demasiado en entrar dentro de mi boca y encontrarse con la mía. Intercambiamos saliva mientras nos besábamos con pasión, otra vez más. Sus manos se apoyaron en mi cintura y se deslizaron hacia arriba, hacia mi pecho. Gemí al sentir como sus manos me tocaban y manoseaban por primera vez desde que lo conocí.
Sus manos eran fuertes y Pablo no tuve piedad conmigo. Me apretó mis senos sin importarle nada, disfrutando del placer de sentirlos entre sus dedos. Ahí supe que tenía razón cuando me dijo que no tendría que haberme vestido, ya que en unos pocos minutos toda mi ropa estaría en el suelo.
Pablo dejó de besarme en la boca pero sus labios no abandonaron mi cuerpo, sino que se dirigieron hacia mi cuello, mientras que mis manos fueron hacia su espalda, para volver a sentir su piel contra mis dedos. Lo acaricié con pasión, dejándole saber cuánto lo había echado de menos desde la última vez que lo había tocado.
- Si, si… me gusta –le dije gimiendo.
Pablo llevó sus manos hacia mi cintura y tomó entre sus dedos mi camiseta. Dejó de besar mi cuello por un instante para poder quitármela, y la arrojó con fuerza hacía el otro extremo de la habitación. Mis pechos estaban ahora cubiertos por mi sostén, pero no creía que fuera a durar por mucho más tiempo.
En efecto, Pablo inmediatamente llevó sus manos hacía mi espalda y desabrochó el sostén, dejándolo caer al suelo y liberando mis senos para que los usara a su gusto. Mis pezones estaban parados, de lo caliente que estaba. Pablo me miró a los ojos, sonriendo, y luego bajó su cabeza hacia uno de mis senos y chupó mi pezón.
Gemí al sentir el contacto de su lengua con mi pezón sensible. Pablo no tuvo piedad conmigo y me dio algunos mordiscos alrededor de mi pezón, haciendo que yo le recompensara el esfuerzo con más gemidos de placer. El otro pezón no se quedó solo sino que recibió la debida atención de su mano, que lo apretó y pellizcó sin tener consideración por el dolor que me causaba.
No eran sin embargo gritos de dolor lo que se escuchaban en mi dormitorio sino gemidos y más gemidos. Me encantaba lo que Pablo estaba haciendo con mis pezones. Era joven pero se veía que tenía experiencia con las mujeres y en cómo tratarlas. Me estaba dando lo que mi cuerpo me pedía, lo que todo mi cuerpo necesitaba. No era tímido ni indeciso sino que sabía lo que tenía que hacer para darle a una mujer el placer corporal que quería.
- Si… si… más fuerte, dame más fuerte.
Le pedí una y otra vez gimiendo a Pablo para que no dejara de morderme ni pellizcarme. Pablo intercalaba un pezón con el otro, mordiendo uno y pellizcando el otro y luego alternando cada tantos segundos. Sabía que me iba a dejar todos los senos marcados e irritados al día siguiente, pero en ese momento eso no importaba. Lo único que quería era seguir sufriendo y disfrutando de su hábil manipulación de mis pezones.
Llegó un momento en que no pude soportar más y lo frené, poniendo mis manos sobre su cabeza para alejarlo por un instante de mi cuerpo. Pablo no se resistió, seguramente porque sabía que lo que iba a suceder ahora era algo de su gusto. Me tocaba a mi darle placer, y no lo iba a hacer mordiendo ni pellizcando sus pezones, sino chupando ese miembro grande del que tanto le gustaba presumir.
Me arrodillé frente a Pablo, quien me miró expectante para ver que iba a hacer con él. Lo iba a chupar todo, eso era lo que iba a hacer. Lo iba a tragar, sin importar que tan grande fuera. Todo su miembro iba a entrar en mi boca, y no iba a dejar ni un centímetro fuera.
Desabroché sus pantalones y de un tirón los dejé caer al suelo. Tenía unos bóxers blancos que apretaban con fuerza su miembro y no lo dejaban escapar. Eso no era bueno, me parecía. Su miembro podía ver era bien grande y duro, y merecía estar libre. Yo lo iba a ayudar a obtener esa tan preciada libertad.
Puse mis manos sobre su bulto y lo acaricié por encima. Pablo gimió al sentir el contacto de mis dedos sobre su erección, por lo que volví a acariciarlo, una y otra vez por sobre sus bóxers. No quería seguir provocándolo por mucho más tiempo, por temor a cómo reaccionaría si seguía jugando por afuera con su miembro en vez de meterlo ya mismo en mi boca, por lo que me apuré a tomarlo de la cintura y tirar hacia abajo sus bóxers.
Su erección salió libre como un resorte, a escasos centímetros de mi nariz. Lo primero que sentí fue el fuerte aroma masculino que su miembro emitía, un aroma que no pude evitar inhalar con gusto. ¡Como me calentaba ese olor que salía de su cuerpo! Su miembro era grande como Pablo había presumido, más grande de lo que estaba yo acostumbrada. Tendría que tener mucho cuidado al tragarlo todo, pero hacer lo iba a hacer.
Apoyé una mano sobre su miembro y otra sobre sus bolas. El calor que salía de su cuerpo era evidente; estaba tan caliente como yo. No quise que sufriera mucho por lo que abrí bien grande la boca y tragué la cabeza de su miembro.
- Si, si… sabía que lo ibas a hacer.
Por supuesto que lo iba a hacer. ¿Cómo decirle que no a un miembro de ese tamaño? ¿Quién podría negarle algo a esa erección? Hice lo que mi instinto como mujer me decía que tenía que hacer: chupar y tragar ese monstruo que Pablo llevaba entre las piernas, y darle todo el placer que podía con mi lengua y con mis labios.
Pablo me tomó de la cabeza y me ayudó para que pudiera tragarlo todo. Mientras su miembro ingresaba centímetro a centímetro dentro de mi boca, yo con mi lengua lamía todo lo más que podía de su erección. Cuando tocó el techo de mi boca, Pablo se inclinó un poco y siguió penetrándome, ahora con el objetivo de llegar a mi garganta. Su miembro entró poco a poco, hasta tocar fondo y casi atragantarme. Su vello púbico estaba tocando mi nariz y pude olerlo otra vez, mientras que sus bolas habían llegado a mi mentón. Hubiera gemido si no fuese porque tenía la boca llena con su miembro.
Con sus manos firmes en mi cabeza, Pablo removió su miembro de mi boca y lo volvió a deslizar otra vez dentro, penetrando mi boca sin pausa. Una y otra vez lo sacaba y lo volvía a meter, mientras yo continuaba frenéticamente lamiendo lo más que podía de su miembro duro.
- Si, que bien que me la chupas, me encanta –dijo gimiendo.
Sentí algo de orgullo al saber que Pablo estaba disfrutando de lo mi boca. Ese miembro grande y duro estaba recibiendo el placer que se merecía, y esperaba recibir mi recompensa en solo unos instantes. Quería que explotase de semen caliente y tragar hasta su última gota. No iba a desperdiciar nada de lo que saliese de su miembro.
- Sigue así… así…
Sabía que faltaba poco. Pablo me penetraba cada vez con mayor rapidez e intensidad. Su respiración se estaba agitando y en poco más lo podría saborear.
Pablo me sorprendió al retirar su miembro de mi boca y apuntar hacia mi rostro. Alcancé a cerrar los ojos apenas un poco antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo.
- Ahhh… si…. –gruñó Pablo.
Sentí como su miembro explotó de semen sobre mi rostro, cómo mis ojos, mi nariz y mis labios se cubrieron con su semen caliente. Yo quería saborearlo y tragarlo todo pero Pablo tenía otros planes. Seguro que le calentaba más verme cubierta de esa forma. Me había marcado como suya al hacer eso. ¿Qué clase de hombre le hace eso a una mujer sin pedirle permiso? Un macho alfa como Pablo, que sabía que me tenía bajo su control. Todo lo que él quisiera hacerme, él podía hacerlo. Yo iba a aceptar todo lo que quería con tal de hacerlo feliz.
Abrí los ojos cuando dejé de sentir los chorros sobre mi rostro. Su miembro estaba a centímetros de mi boca y no pude evitar volver a tragarlo para poder saborear aunque sea unas pocas gotas. Mi lengua lamió toda su cabeza, limpiándolo de cualquier rastro de semen salado que pudiera tener. Lo chupé por unos segundos hasta dejarlo todo seco, y luego lo dejé ir. Estaba algo enfadada con él por no haberme dejado tragar su semen, pero no duró mucho tiempo. ¿Cómo podía estar enfadada con alguien que me había permitido disfrutar de ese miembro tan duro y caliente?
Levanté la vista y vi como Pablo me miraba. Debía ser un espectáculo para él, verme con su semen en todo mi rostro, arrodillada frente a él. Me había dominado y hecho suya, y yo como buena hembra había aceptado mi destino. Saqué mi lengua y la pasé alrededor de mis labios, atrapando lo más que podía del semen que estaba secándose en mi rostro, mientras lo seguía observando con una mirada sumisa.
- Gracias –le dije.
Pablo sonrió al escuchar mis palabras. Era lo que estaba esperando de mí, seguramente. El reconocer que esto era lo que yo quería.
Pasó su dedo por mi rostro, tomando un poco del semen, y lo acercó a mi boca. La abrí y Pablo insertó el dedo para que pudiera saborear los restos. Luego yo me encargué de hacer lo mismo con el resto de su semen, ignorando la idea que tenía de levantarme y limpiarme con una toalla. No, eso no iba a suceder. Iba a tragar todo lo que Pablo me había tan amablemente dado.
- Ahora –me dijo Pablo-, es mi turno de saborearte.