Capítulo 3

 

Faltaba poco para que cayera el sol y se acabase el día cuando Pablo entró a la cocina. Su camiseta blanca estaba no solo llena de sudor sino también de barro, como así los jeans que estaba usando.

- Estás todo sucio –le dije.

- Es complicado el trabajo de jardinero –dijo riéndose.

- No puedes volver así a tu casa.

- No estoy tan mal… ¿o sí?

- Si, créeme, estas muy mal.

- Me puedo asear un poco en el lavabo.

- No, no me parece. Tienes que darte una ducha.

No podía creer lo que le había dicho. No fui yo quien dijo eso sino mi cuerpo. Mi cuerpo que estaba caliente al imaginármelo desnudo, y que no pudo evitar hacerle esa sugerencia inapropiada. ¿Es así como se trata a un jardinero? No, para nada.

- No quiero molestarte, Raquel.

- No es molestia, para nada. Ven subamos y te muestro donde está el baño así te das un ducha y quedas como nuevo.

Subimos por la escalera hasta el baño. Pablo entró con algo de timidez, sabiendo, como yo, que no era normal lo que iba a suceder.

- Puedes darte una ducha aquí –le dije.

- ¿Estás segura?

Moví la cabeza afirmando y me quedé viéndolo otra vez. Quería verlo desnudarse, quitarse esa camiseta y esos jeans sucios para poder dejar expuesto su piel frente a mis ojos. Pablo me miró por unos segundos pero no se movió.

- Bien, te dejo solo –le dije y cerré la puerta detrás de mí.

No podía quedarme con él dentro del baño verlo desnudarse. ¿Qué había pensado que sucedería cuando lo invité a ducharse en mi casa? Esto era lo mejor al fin.

Me quedé tras la puerta, escuchando como el agua comenzaba a caer del cabezal de la ducha. La cortina se movió y supe que Pablo había entrado. Ahora el agua estaría cayendo sobre su cuerpo, limpiando toda su piel del sudor y de la suciedad de las últimas horas.

¡La camiseta! La de Pablo estaba completamente sucia y no podía volver a usarla. Corrí a mi dormitorio a buscar una camiseta que había dejado mi ex. Encontré una blanca, similar a la que estaba usando y luego entré en silencio al baño. Iba a ubicarla cerca de la ducha para que Pablo la pudiera ver apenas saliese, pero me sorprendí al ver sus prendas diseminadas por todo el suelo. ¡Hombres! ¿Qué les pasa a los hombres que no son capaces de mantener un mínimo de orden?

Dejé la camiseta a un costado y me agaché para recorrer sus prendas. El agua de la ducha hacia un fuerte ruido que sabía que evitaría que Pablo se diese cuenta que yo estaba en el baño. Tomé sus jeans, su camiseta y sus calcetines y los ubiqué cerca de donde había dejado sus zapatillas. Sólo faltaban sus bóxers, que estaban ahora al lado de mis pies. Los tomé entre mis manos y no pude evitar pensar en su miembro. Un fuerte aroma de sudor emanaba de sus bóxers y solo con un extremo esfuerzo evité acercarlo a mi rostro para olerlo. ¿Qué demonios me estaba pasando? Tenía que salir ya mismo del baño.

Al salir no pude evitar dar un vistazo hacia la ducha. Los últimos rayos del sol entraban por una pequeña ventana en la ducha, permitiéndome ver el contorno de su cuerpo mientras se duchaba. Tendría que haberme ido de allí al instante, pero no lo hice, sino que me quedé viéndolo a través de la cortina.

Podía ver como sus manos acariciaban su cuerpo, enjabonando cada centímetro de su piel. Incluso a través de la cortina se podía ver que Pablo tenía un cuerpo atractivo. Era fornido y musculoso, todo un espécimen de hombre. Pablo deslizó su mano por su torso, hasta que descendió hacia su entrepierna. ¿Qué era eso que estaba viendo? No, no podía ser, pero lo era. Su miembro estaba erecto y Pablo lo estaba enjabonando. No parecía que se estuviese masturbando pero sin duda que le estaba prestando más atención de la debida.

Eso ya era demasiado para mí. Salí del baño y cerré la puerta tras de mí. No podía seguir observándolo de esa forma. No solo porque Pablo no sabía que lo estaba mirando sino porque temí lo que pudiera llegar a hacer yo si continuaba. Estaba a punto de acercarme a la ducha y correr la cortina, para poder ver su cuerpo desnudo y a su miembro en su máximo esplendor.

Me quedé afuera del baño hasta que escuché como Pablo cerró el grifo de la ducha. Sentí como la cortina se abrió y como Pablo pasó unos minutos secándose y vistiéndose, conmigo del otro lado de la puerta.

Al salir del baño Pablo estaba ya vestido y lo acompañe hasta la puerta para despedirlo.

- Gracias por la camiseta –me dijo.

- No hay de qué.

- Te la devuelvo mañana.

- No es necesario. Era de mi ex. Ahora es tuya.

Lo acompañe a la puerta y lo despedí. Mañana lo volvería a ver otra vez.