Día 8
VOLVIENDO AL TEMA
Aprendemos de las lecciones de la vida que de poco nos puede servir una democracia política, por más equilibrada que parezca presentarse en sus estructuras internas y en su funcionamiento institucional, si no está constituida de raíz por una efectiva y concreta democracia económica y por una no menos concreta y efectiva democracia cultural. Decir esto hoy podría parecer un exhausto lugar común, reminiscencias, inquietudes ideológicas del pasado, pero sería cerrar los ojos a la simple verdad histórica no reconocer que esa trinidad democrática —política, económica, cultural—, cada una complementaria y potenciadora de las otras, representó, en el tiempo de su esplendor como idea de futuro, una de las más apasionantes banderas cívicas que alguna vez, en la historia reciente, fue capaz de despertar conciencias, movilizar voluntades, conmover corazones. Hoy, despreciada y arrojada a la basura de las fórmulas que el uso cansó y desnaturalizó, la idea de democracia económica convertida en un mercado obscenamente triunfante se ha dado de bruces con una gravísima crisis en su vertiente financiera, mientras que la idea de democracia cultural ha sido substituida por una alienante masificación industrial de las culturas. No progresamos, retrocedemos. Y cada vez será más absurdo hablar de democracia si nos empeñamos en el equívoco de identificarla únicamente con las expresiones cuantitativas y mecánicas que se llaman partidos, parlamentos y gobiernos, sin atender a su contenido real y a la utilización distorsionada y abusiva que, en la mayoría de los casos, se hace del voto que los justifica y los sitúa en el lugar que ocupan.
No se concluya de lo que acabo de decir que estoy contra la existencia de partidos: yo mismo soy miembro de uno. No se piense que aborrezco parlamentos y diputados: los querría, a unos y otros, mejores en todo, más activos y responsables. Y tampoco se crea que soy el providencial creador de una receta mágica que permitiría a los pueblos, de ahora en adelante, vivir sin tener que soportar malos gobiernos y perder tiempo con elecciones que pocas veces resuelven los problemas: me niego a admitir que sólo sea posible gobernar y desear ser gobernado de acuerdo con los modelos supuestamente democráticos en uso, a mi manera de ver, pervertidos e incoherentes, que, no siempre con buena fe, cierta especie de políticos intentan convertir en universales, con promesas falsas de desarrollo social que apenas consiguen disimular las egoístas e implacables ambiciones que las mueven. Alimentamos los errores en nuestra propia casa, pero nos comportamos como si fuésemos los inventores de una panacea universal capaz de curar todos los males del cuerpo y del espíritu de los seis mil millones de habitantes del planeta. Diez gotas de nuestra democracia tres veces al día y seréis felices para siempre jamás. En verdad, el único verdadero pecado mortal es la hipocresía.