Día 1
DIFERENCIAS
Del viaje a Brasil se ha hablado en este espacio, dejando constancia de las horas felices que vivimos, de las palabras oídas y pronunciadas, de las amistades antiguas y de las nuevas amistades, también de los ecos dolorosos de la tragedia de Santa Catarina, esas lluvias torrenciales, esos morros hechos de lama que sepultaron más de un centenar de personas sin defensa, como es norma de los cataclismos naturales que parecen preferir, para víctimas, a los más pobres de los pobres. De regreso a Lisboa sería el momento de hacer un balance general, un resumen de lo acontecido, si la discreción de sentimientos, de que creo haber dado suficientes pruebas a lo largo de mi vida, no aconsejara mejor el uso de una fórmula totalizadora y concisa: «Fue todo bien». Si todavía hubiera algún libro más, no podría desearle mejor acogida que la que ha tenido este El viaje del elefante que nos llevó a Brasil.
Ayer dejé aquí algunas frases admirativas sobre las magníficas instalaciones de la Librería Cultura, en São Paulo. Vuelvo al asunto, en primer lugar para reiterar como justicia debida, la impresión de deslumbramiento que experimentamos, Pilar y yo, y también para añadir algunas consideraciones menos optimistas, que resultan de la inevitable comparación entre una pujanza que no era simplemente comercial porque envolvía el buen talante de los numerosos compradores presentes, y el contraste con la incurable tristeza que oscurece nuestras librerías, contaminadas por la deficiente formación profesional y el bajo nivel de la mayoría de quienes allí trabajan. La industria librera del país hermano es una cosa seria, bien estructurada, que, además de sus méritos, que no son escasos, cuenta con apoyos del Estado para nosotros inimaginables. El Gobierno brasileño es un gran comprador de libros, una especie de «mecenas» público siempre dispuesto para abrir la bolsa cuando se trata de abastecer bibliotecas, estimular actividades editoriales, organizar campañas de difusión de lectura que se caracterizan, como he tenido ocasión de constatar, por la eficacia de las estrategias publicitarias. Todo lo contrario de lo que pasa en estas tierras lusas, en muchos aspectos todavía por desbravar, a la espera de una señal, de un plan de acción, y también, si se me disculpa el comercialismo, de un cheque. El dinero, dice la sabiduría popular, es esa cosa con la que se compran los melones. Y también los libros y otros bienes del espíritu, Señor Primer Ministro, que, en estos asuntos de la cultura, viene estando bastante distraído. Para nuestro mal.