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El hotel era mejor de lo previsto, un edificio de diez plantas para ejecutivos, sobrio e impoluto. Me registré en una habitación con cama de matrimonio, cuarto de baño esterilizado y una tele con una pantalla como la de un pequeño cine al aire libre. Le pregunté al botones dónde podía comprar un cepillo de dientes y comer algo, y me mandó a una farmacia y a una cafetería local, donde tomé una copa de Syrah y una cena decente, aunque me la fastidió una joven pareja que estaba discutiendo su separación.
De nuevo en el hotel, vi el final de CSI, una buena combinación de glamour y sangre, pero no conseguí concentrarme. Me sentía ansioso e irritado y me preguntaba por qué había ido allí cuando debería estar en casa persiguiendo un fantasma. Aunque según los federales, ya no tenía que hacerlo.
Miré por la ventana y vi caer la nieve, temblando como purpurina en una bola de cristal.
Los copos de nieve se convierten en carámbanos y producen vapor al tocar el suelo. En algún sitio —¿la habitación de al lado?— se oye música de salsa, y hay hombres y mujeres riendo y bailando, mientras la nieve se convierte en agua y sale de una boca de riego, rociando el aire de la noche con un millón de diamantes diminutos. Uno de los bailarines coge el dibujo de la visión de mi abuela. Estalla en llamas y se quema. Mis ojos también queman, ardientes y cansados. Una mujer vestida de blanco y rodeada de velas murmura: «Cuidado, cuidado».
De repente, los dibujos del asesino me rodean, aleteando como pájaros heridos. Cojo uno y cobra vida. Pero no es ninguna de las víctimas. Es un cadáver diferente, aunque lo conozco.
Me vuelvo y veo a un hombre apuntando al cuerpo con una pistola. Intento detenerlo, pero es demasiado tarde.
El disparo me despertó.
Parpadeé, tratando de ubicarme.
Estaba en el hotel de Boston y se oían voces y música procedentes del televisor. Me levanté, apagué la tele, permanecí un momento en la oscuridad, mirando los copos de nieve caer tras la ventana oscura y observando en esta mi reflejo, deforme y espectral. Me estremeció la semejanza que tenía con el hombre que estaba dibujando, presente y ausente a la vez, con las facciones desdibujadas o incompletas.