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EL Liverpool Art College ofrecía el inequívoco aire de un primer día de clase. Los veteranos se reencontraban y daban codazos, guiñándose con malicia al descubrir a las antiguas compañeras y a las nuevas incorporaciones. Los novatos miraban con cierto aire de respeto, esperanza y desasosiego el recinto en el que probablemente pasarían varios años, según la especialidad escogida. Unos y otros se entremezclaban en los minutos previos a la inauguración del curso. Ellos buscaban a la posible chica que les ayudase a hacer el camino. Ellas se unían, sintiendo su feminidad protegida y más deseada al verse todas juntas.

Libertad y juventud eran los componentes de la brisa poderosas que mecía aquella masa, como ondula las mieses en primavera.

Tenían un horizonte en común, y eran los componentes individuales de eso genérico que llamamos voluntad. Cabezas y manos soñando con ser artistas.

Soñando con llegar.

Y el primer día siempre era el más importante. Surgía en forma de velada respuesta a pasados interrogantes. Era el amanecer.

La alborada de un nuevo mundo.

—¡Eh, yo a ti te conozco!

John se detuvo. Ante sí tenía a un chico de su edad, emocionado y alterado. Se puso en guardia. Las bromas a los novatos siempre eran amargas.

—¿Ah, sí? —contestó a la expectativa.

—¡Eres de Los Quarrymen! —gritó el otro, abriendo más los ojos, aumentada su alegría—. ¡Te vi tocar un par de veces este verano! ¡Sí, seguro que eras tú! ¿Verdad?

Algunos los miraban. John se sintió feliz. Después de todo, había sido un duro verano. ¿Tenía algo de malo recoger las migajas de una incierta popularidad?

—Sí, soy de Los Quarrymen. Me llamo John Lennon.

—¡Chico, esto es fantástico! ¿Sabes que sois muy buenos? Yo me llamo Alan, Alan Tanner. ¿Vas a estudiar aquí? ¿Qué especialidad?

La campana del Liverpool Art College convocó por primera vez a todos los alumnos. Había empezado el curso.

La manada de futuros genios se puso en movimiento, arracimada bajo el imperio del deber. Las puertas del destino se abrieron. La meta a conseguir arrasó miles de sueños locos. El primer día daba paso a la hora cero.

John Lennon sabía que el mundo era bueno.