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Se sentían desolados, aplastados. Su psicología de adolescentes había perdido totalmente el equilibrio, hundidos en un desaliento total. La mano izquierda de John centraba las miradas de todos, como si se tratase de un pájaro querido y muerto, incapaz para siempre de romper con su quilla el silencio del espacio.

—Se está hinchando —dijo Shotton.

—No digas bobadas —le recriminó Griffiths—. Está exactamente igual que hace diez minutos.

—¿Todavía te duele? —preguntó Hanson.

John movió los dedos torpemente.

—Cómo van a dolerme, si ni siquiera los siento.

—A lo mejor, si no dejas de mover los dedos consigues reactivar el flujo sanguíneo lo suficiente como para que podamos tocar.

Las esperanzas de Griffiths chocaron con la frialdad de Hanson y Shotton. John se puso en pie cubriéndolos a todos con una mirada mitad incrédula, mitad molesta.

—Tantos ensayos para nada —dijo Shotton.

—Pero ¿qué estáis diciendo? —gritó John—. Vamos a tocar igual, y lo habríamos hecho aunque Pinkerton me hubiera cortado la mano.

Los otros tres se dieron cuenta de que hablaba en serio. John Lennon siempre hablaba en serio, y lo sabían.

—Tú no puedes tocar con esos dedos.

—Es evidente —aceptó John—, pero por algo formamos un grupo, ¿no? Quiero decir que somos cuatro. Griffiths hará de solista y yo de guitarra rítmica.

—No hemos ensayado nada así —protestó Griffiths.

Algo más que la habitual elocuencia de John se disparó en su interior. Se diría que sus ojos querían salírsele de las órbitas; hinchó el pecho y gritó:

—¡Al diablo los ensayos! Lo importante es que podemos hacerlo, y que vamos a hacerlo. ¿No os dais cuenta? Ningún maldito Pinkerton me va a quitar la primera oportunidad de mi vida. Tal vez sonemos mal, peor que en los ensayos, pero vamos a darles música y a demostrarles que con nosotros no pueden —miró a Shotton, el más pesimista—. Tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas? Actuar en esta fiesta nos dará a conocer, y si nos sale bien y nos llaman para otras ocasiones, incluso podemos cobrar un poco de dinero en bailes, pic-nics y fiestas. En verano seremos casi profesionales. ¡Y todo comienza hoy!

—Estúpido Lawson —murmuró Hanson.

—¡Al diablo Lawson y Pinkerton! —gritó John—. Tenemos dos horas y podemos conjuntarnos un poco. ¿Vamos a hacerlo o no?

Eric Griffiths fue el primero en contagiarse.

—El espíritu de Los Quarrymen.

—¡Lanzados a la fama! —apoyó John.

—El próximo día Pinkerton te dará en la cabeza —dijo Hanson poniéndose en pie.

—Hasta Pinkerton sabe que la tiene hueca, y más dura que el cemento —afirmó Shotton secundándole.

John disimuló un gesto de dolor al apoyar los dedos de su mano izquierda en los trastes de la guitarra. La derecha acarició las seis cuerdas. Comenzó a cantar Heartbreak hotel y, uno a uno, los otros tres se le unieron.

Ahora, cuando mi chica me ha dejado,

he hallado otro lugar donde vivir,

al fondo de la calle Soledad,

en el hotel del Corazón Roto.

Estoy tan solo que podría morirme,

y aunque está hasta los topes,

siempre hay alguna habitación

para que los amantes de corazón roto

lloren en la oscuridad…