Epílogo

1959/1980

SE llamaron Johnny y los Moondogs, y también Beat Brothers, y Silver Beatles y, finalmente Beatles.

En 1959 abandonaron sus centros de estudio para lanzarse, abiertamente por el camino de la música. Eran John, Paul y George como núcleo. Todavía tuvieron problemas para completar el grupo hasta que Pete Best se quedó como batería definitivamente, y un amigo de John, un genio loco como él, llamado Stu Sutcliffle, completó el grupo. En el verano de 1959 debutaron en un show de aficionados en la televisión, en Manchester.

Se decía que el rock and roll estaba muerto porque Elvis Presley hacía el servicio militar en Alemania, alejado de toda actividad. Little Richard había dejado la música para hacerse ministro del Señor; Buddy Holly acababa de morir, a los veintiún años, al estrellarse en una avioneta; Jerry Lee Lewis era destrozado por los puritanos por haberse casado con una prima suya de trece años (algo usual en los estado sureños de América), y el resto de las estrellas sufría la embestida de los que habían convertido la rebeldía en moda.

En Liverpool, lejos de América e incluso de Londres (donde la réplica británica de Elvis, Cliff Richard y su grupo, los Shadows, triunfaban arrolladoramente), trescientos cincuenta conjuntos que primero hicieron skiffle y después música beat —el germen del pop— iniciaban una sorprendente leyenda. Trescientos cincuenta grupos en una ciudad, un núcleo por cuyo puerto seguía llegando lo que no llegaba a ninguna otra parte del mundo.

Nada es casual, y ni Liverpool ni todos esos muchachos lo fueron.

Los Beatles actuaron en La Caverna y se convirtieron en el grupo más popular de la ciudad. Viajaron a Hamburgo, donde afianzaron sus raíces y su cultura popular, consolidando el potencial del conjunto. En esencia no era más que cinco jóvenes pretendidamente agresivos, que vestían cazadoras negras y seguían la estela de su sueño de libertad. En 1961, siendo los reyes de Liverpool, grabaron un disco en Alemania acompañando a un cantante llamado Tony Sheridan. Ese disco hizo que un hombre los buscase para proponerles un pacto: él los puliría y ellos trabajarían. Ese hombre, que se convirtió en su agente y en el quinto Beatle hasta su muerte en 1967, fue Brian Epstein. Parte del milagro, de lo que pasó, fue obra suya. En 1961 Stu Sutcliffle había dejado el grupo para quedarse en Alemania con Astrid Kirschner, la creadora del peinado Beatle. Lamentablemente para su historia, Stu murió el 10 de abril de 1962, víctima de un tumor cerebral, a los veintidós años.

En el verano del 62, los Beatles grabaron su primer disco en solitario, con Love me do, la canción compuesta tiempo atrás por John y Paul, como tema estelar. En la hora del salto definitivo, Pete Best no pudo resistirlo. Se impuso la necesidad de buscar y encontrar un buen batería, porque John, Paul y George eran ya excepcionales. Los tres estuvieron de acuerdo en ofrecerle la plaza a un tal Ringo Starr, batería del grupo Rory Storm & The Hurriacanes. Ringo, cuatro meses mayor que John, aceptó y grabó la definitiva versión de Love me do. Nacían los auténticos Beatles, y la historia estaba lista para ser servida.

El día 5 de octubre de 1962 se publicaba el primer disco.

Si el rock and roll había muerto, nacía la Era Pop.

Si América naufragaba en el desconcierto, después de haber conocido la mayor fuerza musical de la historia, Inglaterra tomaba el relevo, haciendo que esa fuerza surgiese ya imparable.

El rock simple, sin más, como término aglutinante de un gran todo, se convirtió en el núcleo germinal de toda una generación.

Y sigue siéndolo.

Los Beatles hicieron más que ningún otro artista conocido, logrando que por primera vez el mundo viviera en una singular armonía. Durante ocho años se dijo que ni un solo instante había dejado de sonar una canción suya en algún rincón del planeta. Cualquiera de sus éxitos podía ser oído al mismo tiempo por unos chicos de Roma, de Hiroshima, de Johannesburgo o del Yukón. Muchachos de diferente cultura, nivel social y hasta creencias religiosas o políticas. La música de los Beatles fue la primera que unió a todos. Los integrantes de la llamada generación de la posguerra, los primeros que crecieron o nacieron libres de los fantasmas del pasado, encontraron en la música el vehículo más afín a sus necesidades y ansiedades, y también el lenguaje más universal, una forma de ser, de vestir, de pensar y de existir. Así fue entonces y, pese a los muchos cambios producidos por el devenir de los tiempos, así sigue siendo en la actualidad.

Diferencias personales, el cansancio de tantos años, y el hallazgo de una madurez no mancillada por la fantasía del éxito y la fama, separaron a los Beatles en abril de 1970, dejando tras sí algo más que canciones y leyendas. El rock por entonces ya era una espiral apoteósica. Cuando en 1973 estalló la cuarta guerra árabe-israelí y los árabes cortaron el suministro petrolífero de Occidente como presión política, desencadenando lo que se conoce aún como Gran Crisis, todo cambió una vez más. Pero para entonces los tiempos del rock and roll puro, del pop, e incluso los del vanguardismo de fines de los sesenta habían pasado.

Y ésa es otra historia.

John Lennon se casó con Cynthia Powell en 1962, poco antes de ser grabado Love me do. Al año siguiente, cuando acababan de obtener su primero número uno con el segundo disco, tuvo un hijo al que puso por nombre Julian, en honor a su madre.

La importancia de Julia Stanley en la vida de John y el peso de los recuerdos, así como el amor que le profesionó en la adolescencia especialmente, cuando las preguntas nacieron sin hallar demasiadas respuestas, quedó sobradamente reflejado a lo largo de los años. El trauma producido por la trágica muerte completó el círculo. John hizo una canción en 1968 titulada Julia, y en su primer disco tras la separación del grupo incluyó otras dos evidentemente significativas: Madre y Mi mamaíta está muerta. Fue el eterno fantasma que le persiguió a lo largo del tiempo.

Su padre, Alfred Lennon, reapareció cuando John ya era famoso, tal vez buscando las migajas del pastel, tal vez deseando recuperar su propia dignidad. Fue tarde. Separados por un abismo insondable, no hubo entre ellos avenencia ni unión. John no pudo perdonar los años de soledad, y especialmente el destino que les dio a su madre y a él al abandonarlos. Beneficiado, sin embargo, por la fama de su hijo, y haciendo honor a la tradición musical, marcada por su propio padre, el abuelo de John, Jack Lennon, Alfred grabó un disco a fines de 1965 con el nombre de Freddie Lennon. Las canciones tenían títulos muy significativos: That’s my life (my love and my home) y The next time you feel important (ésta es mi vida [mi amor y mi casa] y La próxima vez seré importante). El lanzamiento fue un fracaso y el nombre de Freddie Lennon se perdió para siempre en el recuerdo.

Los deseos de John de ser un buen padre y conseguir que la maldición de los Lennon cesara se vieron truncados por el éxito de los Beatles. De 1963 (año del nacimiento de Julian) a 1968 (año del divorcio de sus padres), John y los Beatles vivieron la locura de su apoteosis, y Julian pasó los primero cinco años de su vida sin apenas ver a su padre. La intimidad de John y Cynthia sufrió el mismo golpe. En 1968 John conoció a Yoko Ono, una artista japonesa, ocho años mayor que él, y los dos se enamoraron de una forma absoluta. El suyo fue un amor que habría de pasar a la historia.

Yoko Ono hizo que John alcanzara su auténtica madurez. Era la primera persona en muchos años que le trató como a un ser de carne y hueso, no como un mito o un dios. A partir de aquí John comenzó a romper con su pasado: primero fue Cynthia, su novia de la adolescencia; después cambió su nombre, legalmente, dejándose de llamar John Winston Lennon para ser John Ono Lennon. En 1969 John y Yoko se casaron en Gibraltar.

Menos de un año después, con Paul McCartney también casado, los Beatles dejaban de existir como grupo.

Desde su matrimonio con Yoko, y más especialmente desde la libertad individual ganada con la separación de los Beatles, John Lennon se abrió a sus infinitas posibilidades como ser humano, favorecido, cómo no, por su fama y su riqueza. Las tres constantes que marcaron su vida fueron su amor por Yoko, la paz y su propia evolución humana y moral, evolución que pasó necesariamente por la estabilidad de todas la pequeñas y grandes lagunas existentes en su vida. El caso de su paternidad fue el más básico y ejemplar. No podía pagar los errores cometidos con su hijo Julian, ni redimirle, ni volver atrás para recuperar el tiempo perdido, pero deseó con todas sus fuerzas un hijo que le resarciera, que le permitiera, cuando menos, sentirse completo como padre. Yoko Ono tuvo una serie dramática de abortos, hasta que en 1975 los dos pudieron completar su más anhelado sueño: el mismo día que John cumplía treinta y cinco años, el 9 de octubre, y también el mismo día que John conseguía la ciudadanía americana, después de una larga lucha, nacía Sean Ono Lennon. Durante los últimos años John había vivido en Nueva York, con una orden de expulsión de Estados Unidos pesando sobre su cabeza, porque el Gobierno no quería darle un visado permanente ni concederle la ciudadanía americana. ¿Motivo? La militancia política de John en favor de la paz. El pulso llegó a enfrentarle a la mismísima Casa Blanca, y a su inquilino de entonces, el presidente Nixon, contra el que John había luchado apoyando a los demócratas en las elecciones anteriores. La paz y sus ideales eran ya por entonces un horizonte perpetuo en la vida de John y de Yoko.

Nada más nacer su hijo Sean, John cumplió su palabra y dejó de grabar discos. Renunció a ser un rock star. En 1977 Yoko y él, con Sean, viajaron al Japón, donde pasaron un tiempo. Fue entonces cuando dijo por primera vez en una rueda de prensa que estaba retirado, y que no volvería a grabar ni a cantar hasta que hubiese completado personalmente la educación de Sean, lo más importante para él. Lamentando siempre no haber sido un buen padre para Julian, se dispuso a sacar de su segunda oportunidad el mayor partido posible. En Nueva York mantuvieron una plácida existencia, rota de vez en cuando por alguna de sus locuras. Locuras tales como enviar semillas de árboles a los principales dirigentes políticos del mundo o como alquilar vallas publicitarias en los suburbios de las ciudades más conflictivas para desear felices navidades a los humildes, aquellos de los que nadie se acordaba; locuras como hacer donaciones cuantiosas de dinero a entidades benéficas, o regalar al cuerpo de policía de Nueva York chalecos antibalas con los que proteger sus vidas. Por entonces, su frase «Dad una oportunidad a la paz» ya era histórica.

En 1980, cuando Sean cumplió cinco años, Lennon aceptó grabar un disco. El número cinco parecía fatídico en la «maldición Lennon»: Alfred Lennon entró en el orfanato a los cinco años, Julian contaba cinco años cuando su padre lo abandonó al divorciarse de Cynthia. Se cumplía la primera etapa. Se sentía feliz, responsable, y de nuevo lleno de cosas que contar y que cantar. Era su vuelta a la actividad, aunque no a la locura del mundo de la música.

En diciembre de 1980 se publicó Double fantasy, grabado por él y por Yoko Ono. John Lennon había vuelto.

A las once de la noche del día 8 de aquel diciembre, en España cuatro de la madrugada del día 9, un loco solitario, supuestamente fanático de John, y de nombre Mark David Chapman, de veinticinco años de edad, le disparó a quemarropa un cargador en el vestíbulo del Edificio Dakota de Nueva York, su casa.

El hombre que destinó parte de su vida a la causa de la paz, que amó al mundo y supo crear uno de los sueños más hermosos de la historia, cayó de esta forma, víctima de la violencia inútil del siglo XX.

El futuro había terminado.