13. Kendra
Kendra bajó las escaleras que la separaban del apartamento de Aurora con la misma rapidez con la que había salido de su casa. No se enorgullecía de su huida, pero sabía que si no lo hacía podía haber terminado diciendo algo que no debía. Cuando llamó al timbre Aurora abrió sorprendida y comentó:
—Llegas pronto.
—¿Te molesta?
—No, en absoluto. Pero todavía no ha llegado la pizza.
—No importa, no tengo hambre.
—En ese caso, pasa. Y, por curiosidad, ¿Qué te ha hecho la puerta?
—¿Has oído el portazo? —preguntó ella, avergonzada.
—Sí, y me temo que medio edificio también —contestó Aurora con una sonrisa divertida, intentando quitarle importancia al asunto.
—Lo lamento. Aunque al menos la puerta no puede denunciarme por violencia doméstica —ironizó Kendra.
—¿A quién querías golpear?
—Durante los segundos que ha durado el portazo, a Louis —confesó Kendra, respirando hondo.
Su amiga rio y curioseó:
—¿Qué ha hecho para merecerlo?
—Esta tarde he conseguido colocar a sus hijos en casas de amigos y teníamos un tiempo para nosotros solos. Pero, para no variar, tenía trabajo atrasado de la oficina. He hecho un esfuerzo colosal por no perder los estribos, pero últimamente cada vez me resulta más complicado contenerme. Así que he dado un portazo y he venido a casa de mi querida vecina con la esperanza de que abramos esta botella que he traído rápidamente y el vino me haga olvidar el rechazo.
Su amiga, compresiva, confesó a su vez:
—Me parece una buena idea, a mí también me irá bien tomar una copa.
—¿Alguien se merecía un portazo? —bromeó Kendra.
—Sí, yo misma.
—¿Qué has hecho? —preguntó Kendra, intrigada.
—Acostarme con Gabriel —contestó Aurora con un nudo en el estómago, recordando su momento de debilidad el día de Navidad.
Su amiga arqueó las cejas, confundida, y comentó:
—Eso ya me lo habías contado.
—Cambiaré la frase. Me he vuelto a acostar con Gabriel.
—Creía que habías dicho…
—Sí, yo digo muchas cosas, pero mis hormonas dicen otra cada vez que Gabriel y su cuerpo de modelo de ropa interior se acerca a mí de modo insinuante —la interrumpió Aurora—. Así que será mejor que abramos esa botella, la necesitaré…
Mientras Kendra abría la botella y servía dos copas, Aurora abrió la puerta y pagó la pizza al repartidor. Después se sentó en el suelo como tenían por costumbre en sus cenas y, aceptando la copa que le servía su amiga, preguntó:
—¿Quién empieza?
—Tú, no quiero hablar de Louis ahora mismo.
—Está bien, pero la historia es larga.
—Soy una ávida lectora de historias de amor… me encantará escuchar la tuya.
—De acuerdo, pero me temo que mi historia es más de sexo y desenfreno —la corrigió Aurora, aunque sabía que eso era mentira.
Diez minutos más tarde, Kendra suspiró admirada:
—Patinaje, paseo romántico por Central Park y tarde de sexo increíble con un chico guapísimo que te ha dicho por activa y por pasiva lo mucho que le importas. ¿Me recuerdas por qué eso te parece mal?
Aurora se encogió de hombros y contestó con sinceridad:
—Porque estar con Gabriel fue increíble, pero no borró lo que sentí cuando estuve con Aiden. Y sé que si hubiera sido al revés me hubiera pasado lo mismo. Jamás había experimentado algo así. Cuando llegué a Nueva York, después de pasarme la vida recatadamente entre el instituto, mi trabajo, mi casa o el hospital; me acostumbré a que el sexo fuera solo físico, a no contactar con nadie, a no desear quedarme en los brazos de ningún chico.
Hizo una pausa, sorbiendo un trago y suspirando profundamente antes de preguntar a su amiga:
—Así que dime, Kendra, ¿Por qué soy capaz de haber tenido ese tipo de sentimientos solo dos veces en mi vida, y que sea a la vez y con dos hermanos? ¿Sabes en lo que me convierte eso?
—Supongo que en alguien capaz de enamorarse de dos personas a la vez.
—Se suponía que estábamos hablando de sexo.
—No lo hacíamos y tú lo sabes.
Su amiga sonrió amargamente mientras soltaba un profundo bufido, sintiendo que no podía seguir negando la realidad que tan estrepitosamente se mostraba ante ella. Con la voz rota y sintiendo que una angustia cegadora la atravesaba por los recuerdos comentó:
—Cuando perdí a mi familia, estaba tan herida que sentía que no podía respirar. Necesitaba paz, aligerar el peso del dolor en mi corazón, y la única forma que encontré fue intentar alejarme de las personas. Tú fuiste mi excepción.
—Enamorarte también podría ser una excepción —le recordó su amiga.
—Tienes razón, estoy enamorada como nunca imaginé que fuera posible. Cada vez que me miran, me hablan o me besan una parte de mí sabe que les ama. Pero no puedo tener a los dos. De hecho, ni siquiera a uno de ellos —sollozó ella, odiando tener que decirlo en voz alta y por tanto haciéndolo todavía más real.
—¿Por qué no? —insistió Kendra, sin comprender.
—Porque eso sería tener un estúpido sueño, de la clase que tenía hace tiempo, cuando todavía era crédula.
—¿De qué estás hablando?
—De la época en la que mis ilusiones todavía no habían sido destrozadas, cuando creía que tendría una vida feliz junto a mi hermano, sano. No sé, Kendra, supongo que me acostumbré a que los sueños se me rompieran en pedazos, así que comprendí que era mejor no tenerlos desde un principio. Pero una parte de mí sueña cuando está con ellos y estoy asustada.
Los ojos de su amiga brillaron entristecidos y cubrió su mano con la suya mientras le aseguraba:
—No deberías tener miedo a enamorarte. Ni tampoco a darte la oportunidad de ser feliz con alguien, de tener esperanza.
Aurora suspiró. Por más que le costara hablar de sus miedos más profundos, sabía que Kendra no cejaría hasta saber qué le pasaba exactamente, así que le preguntó:
—¿Recuerdas cuando te dije que no creía en Dios?
—Sí, me dijiste que había perdido tu fe y que solo creías en un destino aleatorio.
Los ojos de Aurora brillaron mientras susurraba:
—A veces tengo miedo de que el destino no sea aleatorio. Que hay algo o alguien cruel que nos domina, que nos llena de enfermedades y de dolor y que nos arrebata todo lo que más amamos. Y eso me aterra porque si vuelve a darse cuenta de que alguien me importa, de que vuelvo a amar, de que tengo sueños, encontrará la forma de acabar con ello.
—Eres demasiado joven para pensar así —la interrumpió Kendra.
—¿Por qué no debería hacerlo? Tengo veinticinco años y cada vez que he anhelado algo, que he amado a alguien, lo he perdido. He visto sufrir a mi hermano como nadie debería hacerlo jamás y le vi morir de la forma más cruel, cuando podía comenzar a tener una vida normal. Lo he perdido todo y temo que a la vuelta de la esquina el destino me espere para volver a arrebatármelo todo.
Kendra la miró, reconociendo lo cierto de sus palabras. Por ello le dijo:
—Debería decirte que no tienes razón, pero lo cierto es que comprendo por qué te sientes cómo lo haces.
Aurora arqueó las cejas interrogativamente y ella se explicó:
—Mi padre está enfermo del corazón. Hace dos años tuvo una embolia y recuerdo aquellos días de hospital como algo terrible. Ver a una persona a la que amas sufrir y no poder hacer nada es una de las sensaciones más frustrantes y dolorosas del mundo. Y tú viviste esa situación no solo unos días, ni siquiera unos meses, sino durante veintitrés años. Y, por si eso no era suficiente, perdiste a tu hermano y a tu madre en aquel accidente; después de que tu hermano por fin hubiera conseguido mejorarse y todos tuvierais la esperanza de una vida mejor, juntos. Nadie debería pasar por lo que tú has pasado, sufrir tanto; y aunque una parte de mí te diría que seas positiva, otra se ve incapaz de darte consejos que en tu lugar yo sería incapaz de seguir. Así que lo siento si te has sentido incomprendida por mí en algún momento.
Aurora la abrazó por toda respuesta y así permanecieron varios minutos, hasta que por fin Kendra se atrevió a preguntar:
—¿Qué vas a hacer?
—Nada. No puedo salir con Aiden ni con Gabriel, y no porque sienta lo mismo por los dos, sino porque sé que con ambos fracasaré y no podría soportar otra pérdida. No te imaginas lo que me costó levantar ese muro a mi alrededor que impedía que volviera a salir herida. Y por ello no puedo derribarlo, porque si lo hago y todo esto termina tan mal como intuyo, no sé si seré capaz de reconstruir mis pedazos. Ya lo he hecho demasiadas veces. Por eso no debería haberme acostado con Gabriel, por muy tentador y maravilloso que fuera. Ha sido un error enorme y siento miedo de lo que tenga que pagar por él.
Su voz se ahogó y Kendra comprendió que Aurora llevaba tantos años escondida en sí misma que era lógico que tuviera miedo a lo que podía pasar si dejaba de estarlo. Por ello le preguntó:
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarme?
—Puedes servirme un poco más de vino, eso siempre me ayuda cuando me pongo así.
Kendra hizo lo que le pedía, pensando en lo que debía decir. Tratar de dar esperanza a Aurora era inútil, más cuando su optimismo jamás había sido recompensado con algo positivo y todas sus esperanzas y sueños habían sido frustrados por el destino. Quería decirle que todo podía salir bien, pero era incapaz de prometerle algo que no sabía si podía ser verdad, que, de hecho, era bastante improbable que ocurriera. Aurora ya había perdido demasiado, no quería abocarla por su culpa a algo que también terminara mal. Así que lo único que se lo ocurrió para que su amiga borrara la tristeza infinita de su rostro fue bromear diciendo:
—¿Sabes lo que resulta curioso? Que tú estás preocupada porque el sexo con los dos hermanos es tan increíble que no puedes alejarte de ellos; y yo porque el sexo con mi marido es de todo menos increíble.
Aurora sorbió un poco de vino antes de atreverse a preguntar:
—¿Has vuelto a hablar con aquel chico de tu oficina?
—No, me las he ingeniado para no coincidir con él, y cuando lo hago apenas si le saludo de refilón. Creo que ha entendido que esto no tenía sentido.
—¿Estás arrepentida de no haya pasado nada?
—No estoy arrepentida de haber sido fiel a Louis. Le amo y sé que eso destrozaría nuestro matrimonio. Pero es que me siento tan frustrada... Estoy harta de las obligaciones domésticas, de sus hijos, de su familia y de correr todo el día en una vida que no me satisface. Y ya que estamos, de que mi vida sexual sea tan poco apetecible por culpa de todo eso —contestó ella con sinceridad.
—¿Has hablado con Louis de ello?
—No, sé que no se lo tomaría bien. Él cree que nuestro matrimonio es perfecto y no tengo el valor de decirle lo contrario.
Hizo una pausa para tomar aliento, antes de añadir:
—Durante años me centré en mi carrera y jamás me sentí inclinada a ser esposa y madre. Pero acepté convertirme en esto porque me enamoré de Louis. Pero a veces se hace muy difícil no pensar en cómo sería mi vida sin ataduras, pudiéndome centrar en mi carrera y en mis intereses. Ahora mismo es como si siempre estuviera en segundo plano; y mi vida y mi tiempo ya no fueran míos.
Aurora inspiró profundamente y se atrevió a preguntar:
—Kendra, lo de tu frustración, ¿Es por mi culpa? ¿Por lo que te he contado?
—No es culpa tuya. Tú solo eres mi prueba real de que fuera de las paredes de mi casa podría tener la oportunidad de vivir la aventura que siempre he soñado. Gabriel te pidió que le regalaras un día, eso es lo que yo querría poder hacer. Sin complicaciones, sin remordimientos. Un día de estar con un amante que me hiciera saber lo que es volverse loca en la cama. De sentirme deseada con tanta desesperación como los hermanos sienten por ti.
—Ahora soy yo la que no sé qué decir —susurró Aurora.
—No hace falta que digas nada. Las dos sabemos que no voy a engañar a Louis, pero a veces necesito expresar en voz alta lo que pienso o me volveré loca.
—Para eso son nuestras noches de chicas, para que nos contemos todo lo que nos quema.
Ambas intercambiaron una sonrisa cómplice y Kendra reconoció:
—No sé cómo resistía cuando no vivías en Nueva York.
—Y yo no sé cómo he podido estar tanto tiempo sin una amiga como tú.
—¿Otro trozo de pizza?
—Sí, y ya que estamos otra copa. La necesito.
Kendra rio y le sirvió ambas cosas.