5. Aurora
Aurora permanecía con la vista clavada en la escalera, esperando a los hermanos. Apenas había clientes, así que nada la había distraído de la necesidad imperiosa de continuar conversando con ambos. Desde que había llegado a Nueva York solo había intimidado con Kendra, pero ahora sentía que con ellos también se había abierto una brecha en su corazón que le hacía desear profundizar su contacto con ambos, conocerles mejor.
Cuando por fin bajaron, Aurora pensó que juntos representaban el sueño de cualquier portada de revista para chicas. Ambos tenían cuerpos similares: atléticos, musculosos y muy varoniles. La belleza de sus rostros era también parecida, aunque Aiden tuviera el color azul de los ojos de su madre y Gabriel el verde heredado de su padre. El corte de cabello les diferenciaba, aunque ella no sabía por cuál decantarse, si por las suaves ondas de Aiden o por el corte moderno de Gabriel. Una parte de ella se avergonzó del escrutinio al que les sometía, sintiéndose reaccionar como una adolescente ante dos chicos guapos. No, reconoció, el problema era que ambos eran más que cuerpos y rostros bonitos. Cada uno en su estilo era inteligente, divertido, amable y muy atractivo; lo cual hacía que sus hormonas combinadas con el alcohol estuvieran demasiado revolucionadas para su propio bien.
Observó que un cliente interceptaba a Gabriel para felicitarle la Navidad y que Aiden pasaba detrás de la barra mientras le preguntaba solícito:
—¿Te sirvo una copa?
—Sí, aunque se supone que yo soy la camarera —respondió Aurora con los ojos brillantes.
Él sonrió pícaramente y comentó:
—¿Recuerdas que cuando nos conocimos me dijiste que tenías por norma no beber con los clientes?
Ella le devolvió la sonrisa y contestó:
—Sigo teniendo esa norma. Pero a ti no te veo como a un cliente.
Aiden dejó por un momento de preparar la copa y se acercó a ella más para preguntarle:
—¿Y cómo me ves?
Ella vaciló, pero al final evitó traicionar lo que estaba pensando realmente contestando con despreocupación:
—Como un buen amigo. Y no tengo muchos de esos.
—¿No conoces a mucha gente en Nueva York?
Ella negó con la cabeza y en ese momento Gabriel se acercó a ellos. Aiden le preparó una copa a su hermano, pero antes de que pudiera decir nada más esta vez su teléfono sonó y tuvo que alejarse para contestar la llamada, ya que era del trabajo. Gabriel comentó:
—Gracias por trabajar esta noche.
—Gracias a ti por invitarme a comer.
—Si estás cansada puedes irte cuando quieras. Hay muy pocos clientes, así que puedo manejarlos yo solo.
—No te preocupes, hoy es uno mis de días más tranquilos desde que llegué Nueva York, así que te aseguro que no estoy cansada. Además, me apetece tomarme esa copa con vosotros.
Su rostro se iluminó mientras lo decía y sus ojos verdes brillaron. Gabriel vaciló, nervioso, y al final se atrevió a comentar:
—¿Sabes que nunca me has contado qué haces cuando no estás aquí?
—Eso es porque no hay nada que contar. Cuando no estoy en la academia, estoy en la biblioteca, en el metro que me lleva de un lugar al otro, o durmiendo en mi apartamento —contestó ella encogiéndose de hombros.
Gabriel levantó la mirada hacia ella y preguntó, sorprendido:
—¿Y cuándo tienes vida social?
—En mi noche libre quedo con mi amiga y vecina, Kendra. Tomamos pizza, bebemos vino y nos contamos intimidades en mi apartamento. Es un gran momento de la semana —confesó ella.
—¿Tu vida social se reduce a eso? —curioseó él, incrédulo.
Aurora sorbió un trago antes de contestar:
—Trabajo en un bar y estudio en una academia abarrotada de estudiantes, así que ya veo suficiente gente todos los días. Y también reconozco que estoy tan agotada de correr de un lado para el otro que en mi día libre estoy deseando quedarme en casa y descansar.
—¿Y cuándo tienes citas?
Las palabras salieron de su boca sin pensar y Gabriel se apresuró a disculparse:
—Lo siento, el alcohol me hace hacer preguntas demasiado personales.
Por desgracia, lo cierto es que había pasado mucho tiempo desde que Aurora tuviera algo parecido a una cita o supiera lo que era estar en brazos de un chico, pero eso no es algo que fuera a explicar a Gabriel, así que se limitó a decir:
—Las citas no son mi prioridad ahora mismo.
Él se quedó boquiabierto cuando comprendió que ella no bromeaba y le dijo:
—Déjame que te confiese algo. Cuando te contraté me pareció raro que no tuvieras novio.
Ella le miró confusa por su comentario y preguntó:
—¿Tengo aspecto de ir siempre de la mano de uno?
—No, pero sí de tener muchos admiradores que quieran serlo —se explicó Gabriel.
Aurora sonrió ante su comentario y bromeó:
—Tengo unos cuantos clientes admiradores, si te sirve. Además, les gusto más a medida que pasa la noche y aumenta la concentración de alcohol en su sangre.
Él abrió su boca para decir algo más, pero en ese momento un nutrido grupo de turistas entró, así que comentó con tristeza:
—Parece que al final sí tendremos trabajo.
—Deberías alegrarte, son clientes —le recordó Aurora.
—Esta noche preferiría tomarme una copa contigo y Aiden a ganar dinero —contestó Gabriel.
—Gracias por la parte que me toca, hermanito. Y por eso os ayudaré con esos turistas —propuso Aiden, que había terminado de hablar por teléfono.
—No, tú has trabajado en la cocina —denegó Aurora.
—Estoy de acuerdo. Te has ganado el descanso —corroboró su hermano.
—En ese caso, os iré obsequiando con mi interesante conversación.
—Eso suena genial —respondieron ambos al unísono.
Dos horas más tarde, los turistas se decidieron a dejar el local. Los tres tomaron una última copa después de recoger y cuando Aurora hizo ademán de marcharse, Aiden propuso:
—¿Quieres que te acompañemos a casa?
—No, sé defenderme sola.
—Pero… —comenzó a protestar Gabriel.
—Chicos, ha sido genial pasar Acción de Gracias con vosotros, pero siempre vuelvo a casa sola y voy a seguir haciéndolo —le interrumpió ella con firmeza.
Los dos hermanos intercambiaron una mirada cómplice, comprendiendo que sería imposible de convencerla de lo contrario. Por ello Gabriel aceptó en nombre de los dos
—Está bien. Descansa.
Aurora les sonrió y, mientras la veían salir por la puerta, ambos hermanos inspiraron profundamente sin atreverse a hacer ningún comentario sobre lo que aquella preciosa e inteligente pelirroja les hacía sentir.