10. Gabriel
Era la noche anterior a Navidad y Gabriel debería haber estado feliz. Había conseguido que una importarte firma continuara allí su fiesta de Navidad, así que la caja registradora no había parado de sonar. En lo personal, también debería haber estado satisfecho. Cuatro chicas le habían dado su teléfono, incluso una le había insinuado una escapada rápida a su almacén. Las cuatro eran guapas y atractivas, y una parte de sí mismo estuvo tentado a saltarse sus normas y dejar que alguna de ellas le ayudara a olvidar. Pero mientras lanzaba los papeles con sus teléfonos a la basura, inspiró profundamente y supo que aunque las hubiera llamado, aunque se hubiera acostado con ellas, nada hubiera cambiado. Porque nada podía eliminar el vacío que sentía desde que Aurora le había echado de su cama, que hacía que solo quisiera estar con ella, que solo pudiera amarla a ella. La miró mientras se preparaba para marcharse. Nick ya se había ido, pero ella siempre era la última, asegurándose de que todo estuviera perfectamente recogido. Volvió a mirarla y pensó que alguien podría decir que no era la chica más bonita del mundo y que no era para tanto, que con la cantidad de mujeres dispuestas a estar con él tendría que olvidarla fácilmente. Pero el que diría eso sería sin duda alguien que no hubiera hablado con ella, que no se hubiera sentido cautivado por la profundidad de sus ojos, que no estuviera increíblemente intrigado por saber de dónde sacaba aquella fortaleza interior. Y tampoco lo diría alguien que hubiera hecho el amor con ella, que supiera que aunque fuera solo mientras habían durado las caricias, el fuego podía consumirla en la pasión más desenfrenada, entregar su corazón y su cuerpo con tanta facilidad como luego había creado una nueva barrera entre ellos. Volvió a suspirar. Durante todos los días que habían pasado desde entonces había intentado encontrar la manera de que ella bajara la guardia, que le dejara acercarse a ella. Pero parecía imposible. Su móvil sonó y al ver que era su hermano lo cogió rápidamente. Siempre que Aiden estaba fuera por el trabajo una parte de él se sentía aterrorizada. Su hermano se enfrentaba al peligro a diario y aunque trataba de no pensar demasiado en ello, la llamaba a aquella hora de la noche la trastornó. Cuando por fin colgó, su semblante era muy serio, sintiendo que el viejo dolor se abría paso a través de su corazón. Parecía extraño por su edad, pero su hermano había sido su única familia desde que murió su abuela, y la noticia que le había dado le afectó profundamente. Últimamente tenía que viajar mucho por su trabajo, pero jamás faltaba en las fechas señaladas. Esta sería primera vez y Gabriel apretó los puños sintiendo que no podía más. Aurora lo advirtió y se acercó a él, preguntando preocupada:
—¿Sucede algo?
—Es Aiden, han cancelado su vuelo y no llegará esta noche como tenía previsto. Tampoco hay vuelos para mañana, así que será la primera vez que pasemos la Navidad separados. Y él tendrá que estar solo y fuera de casa. Su trabajo es esclavo y requiere muchos sacrificios, pero esto ya es demasiado —contestó él con la voz llena de dolor.
Su mirada de añoranza por su hermano y la soledad que su rostro le transmitía despertó una parte de ella que hacía días que había dejado dormida. A veces olvidaba que los dos hermanos tenían su propia tragedia familiar y que sus heridas, como las de ella, no podían curarse con el tiempo. Estaban ahí y normalmente las ignoraban, pero cuando algo sucedía se reabrían, como ahora con Gabriel. Ella misma había pasado el día pensando en su familia, en que aquella Navidad tampoco podría abrazar a su madre y a su hermano, que nunca volvería a hacerlo. Sin pensar, cubrió su mano con la suya y clavó su mirada compasiva en la de él mientras le decía:
—Lo lamento mucho. Yo siempre me pongo nostálgica en Navidad, así que entiendo lo que debe ser que paséis separados esta fecha.
Gabriel apretó su mano, sintiendo su calor, su apoyo. Su corazón le dolió por lo que les había pasado a ambos, por la familia que habían perdido. Aurora tenía que estar destrozada, porque al menos él sabía que Aiden volvería con él, pero ella no tenía nadie que regresara a su lado. Por ello propuso:
—¿Te gustaría que pasáramos la Navidad los dos juntos? Así ninguno de los dos estaría solo…
La proposición hizo temblar a Aurora, mientras por su mente pasaban imágenes de todo lo que había compartido con Gabriel desde Acción de Gracias; así que para disimular bromeó:
—¿Vas a cocinar para mí?
—No por tu propio bien y el mío. Pero podemos hacer lo que quieras —sugirió Gabriel.
Aurora vaciló. Aunque continuaba repitiéndose que no era una buena idea estar a solas con él, su corazón triste y solitario anhelaba con una fuerza desmedida que compartieran el día de Navidad. Por ello sonrió dulcemente y comentó:
—Desde que llegué a Nueva York siempre sigo la misma rutina el día de Navidad.
—¿Vas a la Iglesia o algo similar? Porque puedo acompañarte, pero te advierto de que soy ateo.
—Como supondrás por mi comentario el Día de Acción de Gracias, yo también lo soy. Además, nunca piso las iglesias —contestó ella con un deje de amargura.
—¿Por qué? ¿Acaso has hecho un pacto con el diablo? —bromeó él.
—Porque ya desperdicié bastante tiempo en ellas —contestó ella con sinceridad.
Gabriel la miró interrogativamente y ella se explicó:
—Durante años creí firmemente en el Dios que mis padres me habían enseñado, en el que mi comunidad creía. Un Dios bueno que escucharía mis plegarias, que ayudaba al que se lo pedía, que eliminaba el sufrimiento. Fui una buena niña, una mejor adolescente, una buena chica siempre. Nada de chicos, ni borracheras, ni fiestas, ni nada que fuera en contra de la moral de Dios. Solo estudiaba, trabajaba y cuidaba de mi hermano, que estaba enfermo. Él también creía en ese Dios y juntos rezábamos por su curación. Pero esta nunca llegaba y conforme pasaban los años su sufrimiento iba en aumento. Y yo seguía siendo la ferviente creyente, la buena chica. Entonces, él comenzó a mejorar y yo creí que mis plegarias habían sido escuchadas, pero cuando murió me di cuenta de lo estúpida que había sido. No había ningún ser supremo al que le importáramos lo más mínimo y había perdido años de mi vida intentando complacer a alguien que no existía, hablando con la nada. Así que cuando vine a Nueva York, decidí que no solo dejaría atrás mi ciudad natal, sino también las creencias que me habían acompañado mientras viví allí.
Gabriel se quedó boquiabierto y ella preguntó, algo avergonzada por haberse abierto tanto:
—¿Estás pensando que no deberías haberme preguntado por mis creencias?
—Estaba pensando que una vez más me dejas sin palabras. Me refiero a que si me preguntan por el tema solo digo que soy ateo. Pero tú has hecho una reflexión mucho más profunda.
—¿Y eso te gusta? —inquirió Aurora, intentando que ni su voz ni sus ojos rebelaran hasta qué punto anhelaba conocer la respuesta a esa pregunta.
Él la miró con una admiración impregnada de ternura y le contestó:
—Creo que me gusta todo de ti.
Un mechón de pelo se deslizó del moño de Aurora y Gabriel, impulsivamente, lo retiró de su cara, para luego acariciar suavemente su mejilla. Su piel era tan suave y cálida como la recordaba. Ella cerró los ojos, saboreando el tierno contacto unos segundos, pero cuando los abrió le dijo:
—Debo marcharme, es tarde.
—No, espera, estoy segura de que hablar de tu hermano te habrá recordado todo lo que sucedió con su tratamiento y el accidente, así que deja que te compense con una copa —propuso Gabriel.
Al escucharle Aurora arqueó las cejas y preguntó furiosa:
—¿Qué sabes sobre eso? Yo solo te he dicho que estaba enfermo.
—Todo —contestó él en tono culpable, intuyendo que había hablado demasiado.
Ella cruzó sus brazos sobre su pecho, mientras comprendía:
—Aiden no tenía ningún derecho a contártelo.
—Lo hizo por Jackson. Tenía miedo de que volviera al bar y él no estuviera, así que quería que yo estuviera precavido. Y me alegra que lo hiciera porque así puedo ayudarte si vuelve por aquí —le defendió Gabriel.
—¿Qué parte de “sé cuidarme sola” no habéis entendido? —preguntó Aurora con tono de fastidio.
Gabriel inspiró profundamente, sabiendo que no podría ganar la discusión, así que declaró:
—Los dos sabemos que eres fuerte y valiente, pero a nadie le va mal un poco de vez en cuando. No te estamos sobreprotegiendo como a una niña, solo te decimos que si algo sucede puedes contar con nosotros.
Ella le miró, dejando entrever una sonrisa. Aunque sabía cuidarse sola, lo cierto es que la preocupación de los dos hermanos por ella era muy halagadora y, tenía que reconocerlo, reconfortante. Así que aceptó:
—Está bien, supongo que no puedo enfadarme por ello.
Se hizo un silencio, que Gabriel rompió preguntando:
—¿Estás segura de que no quieres que te ayudemos con tu deuda? Sería un préstamo, pero con nosotros no tendrías problemas de intereses ni mucho menos de amenazas.
Ella suspiró con tristeza y acarició su mejilla con el pulgar mientras le decía con firmeza:
—Como le dije a Aiden, esto no es negociable. Es mi problema y no quiero que nadie se involucre en él.
Gabriel retuvo su mano unos segundos, lamentando no poder convencerla de lo contrario, pensando que quizás algún día lo consiguiera. Después la soltó y preparó un par de Gintonics, la bebida favorita de ambos, mientras comentaba:
—Comprendo que perdieras tu fe con todo lo que te pasó.
—No la perdí, se me agotó a fuerza de ver la realidad de mi vida.
—Yo nunca la tuve, quizá porque siempre me pareció tan cruel crecer sin padres y luego perder también a mi abuela, que me era imposible aceptar que eso pudiera ser la voluntad de alguien.
Ambos sorbieron un trago de la copa y ella se sinceró diciendo:
—No fue solo la fe en Dios lo que perdí en el proceso, sino también en mucha gente como mi padre, que solo viven de cara a la galería y a la aprobación.
Gabriel no contestó. Era la primera vez que Aurora se abría a él, así que la dejó hablar, temiendo estropear aquel momento de confidencia:
—Él era un miembro activo de nuestra comunidad, sé que también lo es dónde vive ahora. Cualquiera que le conozca te hablará de que siempre está dispuesto a hacer un favor, a dedicarse las horas que haga falta a participar en obras caritativas. Pero es toda una fachada hipócrita. Porque no hizo nada para evitar que mi hermano sufriera menos, no cuidó de él, no pasó las noches que yo pasé en vela en una incómoda silla de hospital. Fui yo la que hice todos los turnos, todas las guardias desde que era pequeña para que mi madre pudiera ganar dinero extra para pagar el hospital; y cuando tuve edad para ello, la que me puse a trabajar para conseguir más dinero. Y como Aiden te contó, se negó a hipotecar la casa para pagar el tratamiento que podía cambiar la vida de mi hermano, así que me veo obligada a pasarme años bajo el yugo de un prestamista. Sí, es un héroe de la comunidad allí donde está, pero lo cierto es que solo ayuda a los demás para conseguir su admiración; así que lo hace por egoísmo, no porque sea una buena persona. Para mí lo único que importa es cuando te preocupas tanto de los que amas que antepones sus necesidades a las tuyas.
—Sin testigos, sin aplausos, sacrificándote en la sombra —terminó él su frase.
Sus ojos se encontraron y Gabriel detectó que una lágrima estaba a punto de asomar en los de Aurora. Nervioso, tragó saliva. Su relato le hacía comprender cuánto debía haberle afectado aquello, como poco a poco iba entendiendo donde se habían forjado todas las murallas que Aurora había creado para no volver a sufrir. Ella suspiró intentando relajarse y continúo diciendo:
—A veces le odiaba tanto que fantaseaba con la loca idea de poder volver al pasado y decirle a mi madre que se buscara cualquier otro esposo, que no debía ser tan difícil encontrar un buen hombre que la amara de verdad, que no fuera un egoísta, que cuidara de mi hermano y de mí.
Sus ojos se humedecieron mientras lo decía y apuró la copa. Gabriel supo que, a pesar de lo que decía, aquello aún le dolía tanto que él mismo se sentía impregnado de tanta injusticia. Su propio corazón tembló y le dijo espontáneamente:
—Me alegra que no volvieras al pasado y hablaras con tu madre, o quizá no estarías aquí conmigo.
Ella sonrió, pero contestó irónicamente:
—Podrías tener una camarera mejor que yo.
—Lo dudo, tú eres irremplazable y no solo como camarera.
Aurora se sonrojó y él preguntó:
—¿Te apetece una última copa?
Ella se debatió en qué contestarle. Se sentía extraordinariamente vulnerable, y recordó lo que había pasado la última vez que se había sentido así, hablando de su familia con Aiden. Y volver a acabar encima de la barra olvidándose de todo, pero con Gabriel, sería una equivocación que terminaría lamentando y que le llevaría a perder su trabajo. Así que, a pesar de que todos sus instintos y su corazón le exigían que la aceptara, rechazó la propuesta diciendo:
—No creo que eso sea buena idea, jefe.
Gabriel suspiró a su vez, comprendiendo por qué ella había recalcado esta última palabra, pero sin poder evitar sentirse apenado por ello. Había conseguido abrir una brecha en su muralla, pero el dolor había hecho que volviera a cerrarla rápidamente. Aurora, intuyendo lo que él pensaba, propuso:
—Te recogeré mañana a las once y te mostraré lo que hago yo en Navidad.
—¿No prefieres que te recoja yo en tu casa? —se ofreció.
—No. Hasta mañana, Gabriel. Gracias por la conversación.
—Hasta mañana, Aurora. Y gracias a ti por confiar en mí.
Era una despedida extraña, pero ella comprendió lo que había querido decirle en realidad. De algún modo aquellos dos hermanos tenían la capacidad de sacar de su interior lo que anteriormente solo le había contado a Kendra. Y no tenía muy claro que eso fuera bueno, o que por el contrario terminara convirtiéndose en una nueva fuente de sufrimiento en su vida.