1.            Aurora

 

Aurora permanecía recostada sensualmente sobre la barra, pero la mirada con la que recorría el bar demostraba que no había intento de seducción, sino algo más profundo. En esa mirada había un interés elevado en todo lo que sucedía a su alrededor, como si intentara capturar qué es lo que sentían realmente las personas que estaban en el bar aquella noche. A su vez, ellos, al sentirse observados, le devolvían la mirada y se quedaban subyugados por sus ojos. Primero, por su impresionante color verde esmeralda. Y, después, porque en ellos se leía una profundidad poco adecuada para la edad que representaba, como si hubiera vivido y sufrido lo suficiente para mirar el mundo desde una óptica muy diferente al resto de personas. Aquel día, su mente clasificaba los rostros que veía. A algunas caras las volvería a reencontrar al día siguiente, con la misma expresión risueña, amarga, cruel o irónica de siempre. Otras, serían solo caras de un día que quizá no volvería a ver nunca, o si lo hiciera, no las reconocería. Estas últimas eran las caras de la noche, desdibujadas por las horas pasadas allí; ebrias de alcohol o de bailes. Sonrió al verse reflejada en alguna de las chicas embutidas en vestidos imposibles y labios marcados de carmín, y luego llevó la mirada hasta un grupo de gente que parecía simplemente divertirse, pero que la experiencia le llevaba a pensar que buscaban amor, alimento para la vanidad o una válvula de escape. Todos los que la rodeaban aquella noche eran fáciles de leer, todos menos su jefe, que parecía ajeno a la mirada de ella clavada en él y que, según era su costumbre, permanecía detrás de la barra con una moneda en la mano la cual hacía rodar entre sus dedos mientras controlaba todo lo que sucedía en el bar. En el mes que Aurora llevaba trabajando allí no había podido dilucidar qué era lo que pensaba realmente sobre ella, algo que la había intrigado desde el primer día que lo vio.

 

“Era por la tarde y la lluvia que no cesaba de caer sobre la ciudad había deslucido en parte su aspecto. Sus pelirrojos cabellos, largos y rizados, se habían desmelenado por el efecto de la humedad y caían salvajes sobre su rostro blanco y pecoso. Las sombras de ojos y el maquillaje se habían difuminado por el agua, y los labios estaban sin color a fuerza de chupárselos, aunque eso no era culpa del tiempo atmosférico sino de un antiguo tic que jamás conseguía quitarse del todo. Desde luego su vestimenta era lo único que parecía estar acorde con el tipo de trabajo que buscaba: botas de tacón hasta la rodilla; minifalda negra que marcaba sus caderas y una camiseta ceñida que dejaba parte de su generoso escote a la vista. Hacía mucho tiempo había decidido que era más fácil aceptar su figura exuberante que someterte a dietas el resto de su vida; con el tiempo había decidido que ya que no podía evitar sus curvas, las resaltaría para que resultaran atractivas. Aquella tarde, por la hora que era, su atuendo propio de una discoteca podía haber resultado extraño, pero por suerte para ella vivía en Nueva York, donde cada uno podía vestir como quería sin que en los metros siempre rebosantes de gente nadie cuestionara a nadie.

Revisó su imagen una última vez y tocó el timbre. Pasaron varios minutos antes de que apareciera en la puerta un chico de unos veinte años que la obsequió con una mirada de aprobación que ella no devolvió. Tenía unos ojos marrones que brillaban de una forma risueña que le trajo recuerdos de otros ojos también siempre amables con una luz que jamás debería haber desaparecido. Su corazón dio un vuelco como siempre que recordaba el pasado, por lo que con una frialdad que no llegaba a ser descortés pidió al muchacho que le acompañara a hablar con el encargado. Él sonrió y le contestó que no había tal encargado, sino solo el “jefe”. Aurora no demostró ningún tipo de sentimiento al respecto y se limitó a esperar que él se decidiera a hacerla pasar. El chico comentó con sorna:

Tú no hablas demasiado, ¿verdad?

No cuando estoy empapada y muerta de frío, y estoy deseando te decidas a dejarme entrar antes de que me congele —ironizó ella.

De acuerdo, no te pongas nerviosa, eres demasiado guapa para eso —contestó él al tiempo que levantaba las manos en posición defensiva.

Una sonrisa bailó en la comisura de los labios de Aurora por el cumplido y le siguió por un pasillo estrecho y no demasiado iluminado que hacía conjunto con el despacho en el que el joven la introdujo. Era bastante grande, aunque la gran cantidad de papeles, discos y un sin fin de objetos no identificables que allí había hicieran parecer todo lo contrario. Aurora pensó inmediatamente en uno de aquellos despachos de los suburbios en los que un detective con barba de varios días y el pelo desordenado consumía las horas con la misma indiferencia que los cigarros cuyas colillas se amontonaban en el cenicero que nadie vaciaba. No obstante, no había rastro de cenicero en la mesa y el chico que estaba tras ella tenía más aspecto de galán de telenovela que de detective. Sus ojos eran verdes, profundos; su nariz perfecta y sus labios gruesos eran inconvenientemente deseables para el que podía convertirse en su jefe. Tenía el pelo oscuro, muy corto; y su cuerpo era musculoso y atlético, según se adivinaba a través de la camiseta blanca. Aurora no pudo evitar pensar que era ese tipo de cuerpo que usualmente solo se ve en los anuncios de revistas y que le hubiera gustado acariciarlo sin ropa para ver si era tan duro y perfecto como intuía. No parecía tener más de veintiséis o veintisiete años. La miró detenidamente mientras le estrechaba su mano, pero si le gustaba lo que veía no lo demostró. Acto seguido se sentó de nuevo y, con desidia, apartó unos papeles que Aurora identificó como la declaración de impuestos al tiempo que comentaba:

“El papeleo es un aceite que embalsama a la burocracia pues da la impresión de que hay vida donde no la hay”

¿Robert Meltzer? —sugirió el chico.

Perfecto, Nick, veo que vas aprendiendo. Por cierto, ¿Has colocado ya las bebidas en su sitio?

No he podido. Estaba mirando unos discos nuevos.

“Las excusas son los clavos que se utilizan para construir un edificio de fracasos” —le recriminó el jefe.

“Escribe en la arena las faltas de tu amigo” —se apresuró a contestar Nick.

Eso ha estado bien.

Ambos rieron y ella les miró pensando que estaba con dos locos, pero su necesidad de dinero hizo que se quedara a terminar la entrevista. Además, aunque le costara reconocerlo, estaba algo subyugada por la presencia de aquel chico, ya que a parte de su obvia belleza física emanaba un magnetismo difícil de ignorar. Suspiró quedamente y se recordó a sí misma que hormonas desbocadas y entrevista de trabajo no formaban una buena combinación, así que trató de concentrarse en lo que iba a decir. En silencio, observó que el chico extraía los restos de su currículum de una nube de papeles desordenados. Frustrada, advirtió que el currículum que tanto le había costado redactar había sido utilizado para más usos de los que ella suponía debían tener este tipo de documentos; ya que, a juzgar por las manchas, más de una taza de café había pasado sobre él, dejando unos agujeros detestables sobre el papel. Él la saludó:

Siéntate. Mi nombre es Gabriel y soy el dueño del bar. Tú debes ser Aurora.

Ella asintió y él comentó:

Tienes nombre español.

Mi abuela lo era, pero mis padres son ambos estadunidenses, igual que yo. Aunque puedo hablar indistintamente cualquier de los dos idiomas—contestó ella en un perfecto inglés, para repetir después la misma frase en español.

Gabriel sonrió complacido y continuó diciendo:

Repasaremos tu currículum. Te has presentado para camarera, pero no tienes ningún tipo de experiencia. Tampoco te interesa trabajar todo el día, porque según he leído estudias administrativo en una academia. Y eso fue lo que más gracia me hizo. Me sonaba a una película: administrativa de día, camarera de noche. Sería un buen argumento, ¿no te parece?

Aurora le miró. Si aquel chico se creía que por ser dueño de un bar y, tenía que reconocerlo, ser extraordinariamente atractivo, iba a aceptar que la tratara como a una niña tonta, estaba muy equivocado. Así que sin amilanarse contestó mientras hacía ademán de marcharse:

Lo que me parece es que como está claro que no piensas contratarme será mejor que me vaya. No sé tú, pero yo no tengo tiempo que perder.

Estaba abriendo la puerta cuando el joven, que la miraba divertido y sorprendido por su arrebato, la detuvo diciendo:

¿Para qué crees que te he hecho venir? Quiero contratarte.

Pero si acabas de decirme... —protestó Aurora.

Nada de lo que he dicho es mentira —se defendió él con una estudiada caída de ojos que seguro que le había sacado de más de un problema con las chicas.

No obstante, Aurora no era ninguna de esas mujeres que se anonadaban con una caída de ojos, así que sin mostrar ningún atisbo de interés por él preguntó:

Pero, si tengo tantos defectos para ese puesto, ¿Por qué quieres que trabaje aquí?

Ya ves el estado de este despacho. He visto que has hecho prácticas en el archivo de una empresa. Quiero que hagas lo mismo aquí.

Ella torció el gesto y denegó:

Lo lamento, pero busco trabajo de camarera, no de administrativa.

Él la miró extrañado y le pregunto:

¿Por qué no?

Necesito dinero y se paga bastante mejor servir copas que ordenar papeles. Además, los papeles no dejan propinas —contestó ella con sinceridad.

El chico no pudo evitar reír ante su arrebato y, después de sopesarlo unos segundos, le dijo:

Me gustan tu carácter y tu sinceridad, así que supongo que esta vieja colección puede seguir desordenada hasta que venga otra administrativa a buscar trabajo en mi bar, si es que eso sucede alguna vez. Además, como decía Mippleton, “Una de las ventajas de ser desordenado es que uno está haciendo constantemente nuevos descubrimientos”. Tú solo harás de camarera.

Aurora sonrió con naturalidad por primera vez desde que había entrado y Gabriel no pudo evitar pensar que le recordaba una preciosa muñequita, demasiado preciosa y demasiado joven para la mezcla de dureza y tristeza que emanaban de sus ojos. Ella le preguntó expectante:

¿Cuándo empiezo?

Él no contestó, sino que llamó a gritos a Nick, que curioseó:

¿Has decidido contratarla?

Sí, y cuento contigo para que le expliques todo lo básico.

Eso déjalo de mi cuenta —contestó Nick mientras enviaba a Aurora una mirada de complicidad que ella no devolvió.

Gabriel la miró de arriba abajo y preguntó:

Por cierto, ¿cuánto mides?

¿Importa? —inquirió ella a su vez en tono irónico—. Porque no recuerdo que el anuncio indicara que había que ser una Barbie de metro setenta para ser camarera en tu bar.

Él se mordió el labio sin saber qué decir, nuevamente entre divertido y sorprendido por su rápida contestación. Finalmente, llegó a la conclusión de que no sería fácil lidiar con aquella chica como lo había sido con otras camareras, pero también que eso la hacía mucho más interesante que todas ellas. Así que contestó:

Si eres capaz de caminar sobre esos tacones toda la noche, supongo que no.

Si no fuera capaz no me los pondría —aseguró ella en tono retador.

Él no pudo evitar sonreír, pero después retomó el semblante serio para decir:

En ese caso, nos centraremos en las normas básicas. La primera, nada de novios celosos en mi bar.

No tengo novio.

Al escucharla, Gabriel intercambió una mirada cómplice con Nick, y supo que estaba pensando lo mismo que él, que aquello parecía muy poco probable. Pero decidió darle un voto de confianza y añadió:

Siendo así, pasaremos a la segunda norma: nada de relaciones con los compañeros de trabajo.

¿Quién trabaja aquí?

Solo Nick y yo.

Aurora le miró y, algo cansada de su tono prepotente y de que creyera que por ser guapo todas las mujeres debían estar deseando acostarse con él, respondió con firmeza:

En ese caso tampoco tienes que preocuparte por ello.

Gabriel no pudo evitar reír de su sarcástico comentario, aceptando que lo merecía, pero Nick protestó:

¡Eh, que acabas de herir mis sentimientos!

Lo siento, no sé cómo no he detectado por tu camiseta lo “sensible” que eres… —replicó ella mientras repasaba el eslogan de “¿Quieres pasar la noche conmigo?” que este llevaba.

Gabriel rio de nuevo y comentó:

Bien, Aurora, será mejor que vayas con Nick a familiarizarte con el bar. Y, por cierto, la tercera regla es que nada de enrollarte con los clientes. Se convierten en un problema.

Aunque si estás desesperada por estar con alguien, es mejor que te saltes la segunda norma que la tercera. ¿Me equivoco, jefe? —intercedió Nick.

El aludido no contestó, más porque quería evitar a toda costa que en su mente se colara la idea de aquella voluptuosa pelirroja y él saltándose las normas. Ella pareció apreciar su turbación, porque con una mirada coqueta y seductora contestó:

Tranquilos, chicos, en caso de gran necesidad sé cómo complacerme a mí misma, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Dicho eso salió del despacho, mientras Nick susurraba a su jefe:

Después de ese comentario, necesito una ducha de agua fría.

Yo también, pero jamás reconoceré que lo he dicho —corroboró Gabriel.

Ella les escuchó a ambos, pero no hizo ningún comentario, sino que se limitó a sonreír sabiendo que había ganado la primera impresión por goleada.”

 

 

Aurora dejó atrás los recuerdos y recorrió con la mirada la barra por si había algún cliente reclamándola. Sus ojos se cruzaron con el mismo chico que la había mirado toda la noche, sin decirle ni una palabra. Era muy guapo, en realidad uno de los chicos más guapos que ella había visto nunca. Debía tener unos treinta años. El cabello oscuro le caía en ondas sobre unas bellas y varoniles facciones; y tenía unos increíbles ojos de un azul intenso que permanecían clavados en ella. Era alto y musculoso, y no pudo evitar pensar que le resultaba vagamente familiar; así que se le pasó por la cabeza que quizás era algún modelo de revista. Llevaba una cazadora de cuero y unos jeans que, como Aurora había comprobado cuando entró en el bar, denotaban un más que bien formado trasero. Ella tampoco había podido evitar mirarle en repetidas ocasiones. Por ello, curiosa, se dirigió a hablar con él con la excusa de servirle lo que la copa vacía en su mano sugería. Caminó hacia él contoneándose, para deleite de Nick y de algunos clientes amarrados a la barra como si de un ancla salvavidas se tratara. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él le preguntó con suavidad:

¿Quieres tomar algo?

Él le dirigió una cálida y amable mirada y le contestó:

Un Gintonic y lo que quieras para ti.

Su voz era profundamente hipnótica y Aurora se sorprendió a sí misma al pensar que le gustaría escucharle hablar durante toda la noche. Por no hablar de que cualquier mujer daría lo que fuera por escuchar una invitación de la boca de un hombre tan atractivo. Sin embargo, su parte racional ganó y discretamente se pellizcó la mano para convencerse a sí misma que aquel tipo de pensamientos no la llevaban a ninguna parte. Lo de invitarla era un gesto exclusivamente amable mientras esperaba a la chica perfecta a la que debía estar esperando, pues no se le pasaba por la cabeza que un bombón como aquel estuviera solo por mucho tiempo en la barra de un bar. Así que sacudió la cabeza ligeramente mientras contestaba con una abierta sonrisa que no dejaba entrever lo que su imagen le había provocado:

Gracias, pero tengo por norma no beber con los clientes.

Él saboreó su sonrisa tanto como el ritmo melódico de su voz al contestarle. Se había sentido atraído por ella desde que la había visto en el bar, pero ahora se sentía subyugado por la intensa y enigmática mirada verde de sus ojos. Un rizo se escapó sobre su mejilla y tuvo que contener el deseo de alargar la mano y colocárselo en su sitio. Jamás se había considerado un hombre atrevido ni que se dejara llevar por sus impulsos, pero había algo en aquella voluptuosa camarera que le hacía sentir un deseo voraz en su interior. Con la necesidad de retenerla más tiempo a su lado le preguntó en un tono irónico no exento de coquetería:

¿Y qué otras normas tienes?

Su intensa mirada la hizo temblar y contestó en tono bajo, seductor:

Muchas, pero se resumen en una: no hablar con desconocidos de mis normas.

Él se echó a reír y le contestó:

En ese caso, será mejor que me presente. Mi nombre es Aiden.

Ella le miró, algo subyugada por su tono de voz sereno y amable y su mirada risueña, así que curioseó:

¿Y a qué te dedicas, Aiden?

Soy agente especial del FBI.

Ella parpadeó ante al escuchar eso y preguntó con sarcasmo:

¿Eso es lo que dices para ligar?

Él la observó detenidamente y al leer la incredulidad en sus ojos sacó su placa identificativa. Ella volvió a sonreír irónicamente y masculló: 

Podría ser una identificación falsa.

Aiden sonrió divertido e inquirió a su vez:

¿Siempre eres tan desconfiada?

Solo con los chicos guapos que son amables conmigo y me ofrecen una copa —contestó Aurora mientras se encogía de hombros.

Él se mordió en labio, sin saber qué decir, en parte porque le había llamado guapo, en parte porque el movimiento de hombros de ella le había recordado su generoso escote en el que estaba intentando no fijarse. Finalmente comentó:

Me tomaré lo de guapo como un cumplido, pero te aseguro que la placa identificativa es verdadera.

Aurora le miró directamente a los ojos. En la cercanía se veían aún más azules y parecían sinceros, por no hablar de que también muy bellos. Así que decidió darle una oportunidad y preguntó:

¿Y qué te trae por nuestro bar? ¿Placer o negocios?

Placer… —contestó él con una sonrisa arrebatadora.

Guapo y sexi buscando placer. En cualquier otra ocasión habría estado más que dispuesta a dárselo, pero tenía que cumplir las normas impuestas por Gabriel, más cuando había descubierto que le encantaba trabajar allí de camarera. Así que suspiró, intuyendo lo que se perdía, y comentó:

En ese caso, tienes un montón de chicas guapas en ese grupito.

Aiden no las miró, sino que continuó con la vista fija en ella y le aclaró:

No me refería a ese tipo de placer.

Aurora volvió a suspirar y señalando a la otra parte del bar sugirió:

En ese caso puedes decantarte por el grupo de chicos guapos de la izquierda.

Él rio, como si no fuera la primera vez que alguien le hacía ese tipo de comentario, y aclaró:

Digamos que si tuviera que elegir entre los dos grupos me quedaría con el de las chicas, pero esta noche solo busco descansar un poco. He estado fuera de la ciudad durante un mes y acabo de llegar.

¿Y lo primero que haces es venir a este bar? —se sorprendió Aurora arqueando las cejas.

Teniendo en cuenta que vivo aquí arriba me ha resultado fácil. Además, así cuando haya menos clientes podré hablar con mi hermano.

¿Tu hermano?

Aurora miró extrañada hacia Gabriel, al que Aiden estaba señalando, y entonces comprendió por qué le había resultado tan familiar. A pesar de la diferencia del color de ojos, sus rasgos eran parecidos y, si no fuera por lo distinto de su corte de pelo, hubiera adivinado antes su parentesco. Observó que él estaba a punto de decir algo más, pero ese momento un cliente la llamó y esta se vio obligada a decir:

Debo atender a otro cliente. Pero avísame si necesitas otra copa, aunque supongo que prefieres que te sirva tu hermano.

No estés tan segura de eso.

Aurora sonrió, halagada por la respuesta, y él la observó marcharse, sin poder apartar sus ojos de su figura. Gabriel, que había observado toda la escena, se acercó a su hermano y protestó con una sonrisa burlona:

No deberías mirar así a mi camarera.

¿Por qué no? —preguntó Aiden con falsa inocencia.

Porque Aurora es una buena camarera. Es trabajadora, puntual y, aparte de que su genio se descontrola si te metes con ella, no crea problemas. Y, lo mejor de todo, no tengo que aguantar que ni sus ligues ni sus novios vengan a molestarla, porque por alguna razón que no acierto a comprender, o no los tiene o consigue mantenerlos alejados de aquí. Así que está vetada para ti—contestó Gabriel sin vacilar.

Su hermano rio y contestó con una sonrisa juguetona:

Si no quieres que la mire, no deberías haberla contratado.

Todas mis camareras son guapas, ayuda al negocio. Y tampoco es la más bonita que he contratado —le recordó Gabriel en el mismo tono.

Eso es cierto, pero la última era un palo seco y Aurora no lo es…

Gabriel rio de nuevo y Aiden añadió:

Te propongo un trato: si me dices por qué la elegiste de verdad la dejaré tranquila… por esta noche.

¿No tienes ningún inocente al que salvar hoy? —protestó su hermano haciendo una mueca.

Es mi noche libre después de un mes de trabajo y tengo curiosidad.

Y no vas a parar hasta que te lo cuente —adivinó Gabriel.

Por supuesto que no. ¿Por qué te crees que siempre me dan los interrogatorios a mí?

Su hermano rio y les sirvió otra copa a ambos mientras comenzaba a explicar:

Ella es diferente, lo supe desde el primer momento en que la vi. Está tan segura de sí misma que resulta arrolladoramente atractiva. Trata de parecer distante y que nada le afecta, pero cuando sonríe es tan dulce que resulta increíble. Tiene esos ojos verdes preciosos que son una muestra de su personalidad, ya que a veces me recuerdan a un lago en calma y otras a un torrente de agua desbocado.

Su hermano le miró con la boca abierta y se burló:

¿Seguimos hablando de tu camarera? Porque parece que hablas de una chica que te gusta. No, miento, nunca me habías hablado así de ninguna chica con la que te hayas estado.

Aurora no me gusta… —se apresuró a contestar Gabriel—. Obviamente creo que es guapa y todo eso, pero nada más.

Mis detenidos mienten mejor que tú… —se burló Aiden.

Ya, y ellos tienen abogados que les dicen cuándo no contestar.

Sí, pero ellos no son mi hermano.

Gabriel sirvió otras dos copas y con una mueca contestó:

Está bien, no la contraté porque creyera que iba a ser buena camarera, pero lo cierto es que lo es.

¿Y por qué lo hiciste?

Su hermano se debatió en cómo contestarle y al final reconoció:

Porque me intriga, y eso es algo que ninguna chica había conseguido jamás. Me han atraído, gustado, apasionado, divertido…, pero nunca ninguna me ha intrigado, podía leer en ellas como en cualquiera de mis libros. Aurora es diferente, un misterio completo.

Y eso capta tu atención.

Gabriel asintió y Aiden comentó:

En realidad, también capta la mía… Además, siempre tuve predilección por las pelirrojas.

Su hermano torció el gesto y Aiden preguntó medio en broma medio en serio:

¿Vamos a discutir por una chica?

A estas alturas de nuestra vida, no. Además, es mi empleada, así que está tan vetada para mí como para ti.

Los dos hermanos intercambiaron una mirada cómplice, reconociendo la verdad de eso; y Gabriel se sirvió una copa mientras ninguno de los dos podía resistirse a dejar la vista caer en la figura exuberante de Aurora, que bailaba tras la barra al son de la música que estaba sonando mientras preparaba un coctel. Y aunque ninguno de los dos se atrevió a decirlo en voz alta, ambos pensaron que la lenta y seductora forma de bailar de Aurora les hacía sentir como unos adolescentes que jamás se hubieran sentido atraídos antes por una mujer.