Veintisiete
Viola
Espiro y abro los ojos. Algo va mal, pero no sé qué es. Es como si acabara de despertarme de una siesta y estuviera aún demasiado grogui para entender dónde estoy. La hoguera chisporrotea delante de mí y cuando me inclino hacia delante para calentarme las manos, huelo el azúcar quemado de las nubes que se han asado en las brasas. Lawrence está sentado delante de mí y también parece un poco aturdido. Nos observamos, como si uno tuviera la respuesta de por qué está confundido el otro.
Una ramita se parte a la derecha. Lawrence y yo giramos la cabeza y respiramos hondo a la vez. Genio está arrodillado fuera del resplandor de la lumbre, con una mirada de fracaso en su rostro sudoroso. Nunca ha parecido más mortal que ahora, pero tampoco había tenido tan mal aspecto. Está temblando. Levanta la vista hacia mí, su boca esboza una ligera sonrisa, que no se refleja en sus ojos; de hecho, parece que quiere llorar.
Y entonces me acuerdo. Suelto un gritito, incapaz de formar en mi garganta las palabras que quiero decir.
«Lo siento, no quería, no era mi intención».
Genio me mira a los ojos y me aterroriza parpadear por miedo a que desaparezca en ese instante. Se levanta del suelo, salva la distancia que hay entre nosotros dos, extiende una mano y me estrecha entre sus brazos. Inhalo su aroma, cierro los ojos y apoyo la cabeza contra su pecho. Lawrence balbucea disculpas detrás de nosotros, pero apenas oigo nada más allá del suave latido del corazón de Genio y el sonido de su respiración. Me agarro con los dedos a su camisa y le abrazo con fuerza.
—Viola —susurra mi nombre como si fuera algo muy valioso.
—No podía. Tenía que pararlo, pero no podía dejar que Lawrence… —digo mientras siento un fuerte pinchazo en la garganta.
—Lo sé —contesta Genio.
—Aún estás aquí. Te quedas, tienes que quedarte. —Me tiembla la voz.
—Sólo un momento —responde y luego me doy cuenta de que está brillando.
Es un resplandor constante que sale del cuerpo de Genio. Su piel irradia calor y fulgor, dejando lúgubre a la luz del fuego en comparación. Se va. Se me inundan los ojos de lágrimas que no me molesto en controlar.
—Por favor, por favor no te vayas. Me romperé de nuevo —digo a través de una respiración entrecortada.
—Estarás bien —dice Genio con una voz poco convincente mientras me acaricia el pelo con una mano—. Seguirás cambiando, te curarás. Ya estás completa, ¿recuerdas?
—Pero lo estaría más contigo. No puedes… —digo y mis palabras se rompen por las lágrimas y las bocanadas de aire.
—Es lo que soy. No puedo… Quiero… —Se calla y me besa la frente.
—Lo siento mucho —farfullo en su pecho.
Genio baja la cabeza hasta que su mejilla está junto a la mía y alza una mano para subir mi barbilla hacia él.
—No lo sientas —dice y después me acaricia la cara.
Quiero decir algo, tengo muchísimas cosas que decirle, pero ahora ninguna me parece importante. Genio me mira a los ojos. Se ilumina aún más y el brazo que tiene a mi alrededor pierde un poco de fuerza. Niego con la cabeza en señal de protesta y Genio suspira.
Sus labios rozan los míos, nos estamos besando, aunque no estoy segura de cuándo ha comenzado el beso. Sabe a aire fresco, azúcar y luz de las estrellas, y noto sus labios suaves y ligeros sobre los míos. Una mano me acaricia la mejilla de un modo que me hace derretirme en él. No es hasta que abro los ojos, cuando me doy cuenta de que se ha ido. El beso, de forma tan perfecta como empezó, se ha terminado.
Tiemblo y me siento fría, sin vida. Sola.
Unos pasos hacen crujir las hojas detrás de mí y de repente los brazos de Lawrence me envuelven. Seca las lágrimas de mi cara con el dorso de su mano e ignora las lágrimas que surcan su propio rostro.
—Todo irá bien, Vi. Estarás bien. Yo… —susurra Lawrence y vuelve la vista hacia la hoguera—. No puedo creer que se haya ido.
Miro a Lawrence con el entrecejo fruncido.
—¿Quién dices que se ha ido?