Seis
Genio
Sigo a Lawrence a través de una densa nube de gente y humo de cigarrillos, paso por una cocina llena de neveras y unas cuantas parejas dándose el lote mientras creen que nadie les mira. Lawrence me aguanta abierta la puerta que va a dar a la terraza. Vuelvo la vista hacia Viola, que se está sentando en el sofá que hay junto a Aaron. Está bien. Además, si tiene un deseo, me llamará… no tiene sentido que me quede esperando.
¿Por qué estoy tan preocupado?
Una chica llama a Lawrence y se acerca corriendo. Empieza a hablar rápido y Lawrence parece que quiere huir de ella. Alzo la mirada hacia las estrellas desperdigadas que se asoman detrás de una gruesa capa de nubes. Los minutos pasan, quizás un rato más. He comenzado a perder la cuenta del tiempo exacto.
El objetivo extraoficial de todo genio es conceder deseos en tres días: «Tres en Tres». Nunca he tardado tanto como ahora. Hoy es el tercer día y no hay ningún deseo a la vista. La desagradable sensación de estar envejeciendo no es tan fuerte como antes, pero todavía noto cómo pasa el tiempo y aún veo cómo Lawrence cambia constantemente delante de mí. Me pregunto qué habrá pasado en Caliban desde que me fui. Me imagino que no mucho. La verdad es que Caliban es una especie de máquina que funciona bien. Hay muy pocas sorpresas, los Ancianos ya se encargan de eso.
—¿Genio? —susurra Lawrence con severidad y de pronto me doy cuenta de que lleva hablándome desde hace un minuto o algo así.
Mis pensamientos sobre Caliban se desvanecen y me siento sobre la barandilla de la terraza. Cree que mi nombre es «Genio», me llama igual que Viola.
—Perdona, había olvidado que podías verme —contesto.
—No pasa nada. Llevas callado una media hora.
—¿Tanto rato? —¡Vaya, sí que estoy perdiendo la cuenta!—. ¿Cuánto tiempo va a durar esto? —pregunto.
—Unas cuantas horas. El tiempo suficiente para que ella se dé cuenta de que las fiestas de barril no son lo suyo, eso espero.
—Tú vas con ellos —le digo—. ¿A ti sí que te van estas fiestas?
—No, no mucho. Bueno, no es que las odie. Al principio era guay que me invitaran, estar aquí y todo eso. Pero ahora… —Se encoge de hombros—. Vi… este sitio no es para ella. No es que no quiera que se vuelva a sentir parte del grupo. Sí que quiero y me gustaría ayudarla, pero no quiero que lo consiga así. He intentado explicarle que no es invisible, que puede hacer lo que quiera con quien quiera, pero después del daño que le hice, supongo que no tengo derecho a evitar que haga lo que sea que ella crea que le va a hacer feliz.
Por fin. Lawrence acaba de expresar un deseo. En todo el rato que llevo con él, no había tenido ni uno, lo que es muy extraño en un mortal. Pero ahora el deseo está claro por el modo en el que sus ojos recorren el suelo: desea acabar con sus remordimientos.
—¿Qué os pasó a vosotros dos? —pregunto.
—La persona que va a hacer realidad sus sueños debería saberlo —contesta Lawrence con una sonrisa forzada.
Unas cuantas chicas que están cotorreando miran a Lawrence con las cejas perfiladas levantadas porque parece que hable solo.
—Estoy ensayando unas frases para una obra de teatro —les aclara Lawrence enseguida.
No parecen muy convencidas, pero les da igual. El chico suspira y empieza a contarme:
—Viola y yo éramos muy buenos amigos. Cuando entramos en el instituto, decidimos probar a ver qué tal nos iba de novios. Fue extraño y maravilloso a la vez, porque no estábamos nerviosos cuando quedábamos, ¿sabes? Parecía natural que acabáramos juntos como siempre les ocurre a los que son muy amigos en las películas de amor.
»Yo quería a Viola, pero comencé a darme cuenta de que sentía algo diferente de lo que ella sentía por mí. Me encantaba la seguridad que me daba, el hecho de tenerla ahí para hablar, de tener a alguien que me entendiera, alguien a la que yo entendía. Pero era una amiga. Entonces una noche Viola me dijo que me quería y nos besamos, y supe que aquella vez habría algo más que un beso.
—Pero tú… —digo.
—Soy gay, sí. Y se lo dije justo cuando se estaba quitando la camisa —acaba de decir Lawrence con una mueca de disgusto y toca las hojas de una planta que hay en una maceta a su lado.
—El momento perfecto.
Lawrence asiente.
—A decir verdad, ni siquiera estuve seguro de que era gay hasta que llevábamos casi un año. Bueno el caso es que intenté explicárselo, pero me echó y estuvo semanas sin hablar conmigo. Se volvió más callada, más tímida… más solitaria.
«La destrozaste. O al menos ella cree que la destrozaste».
—Pero entonces, ¿por qué no…? —Me callo a mitad de la frase.
«¿Por qué no te ha deseado a ti directamente?». Es lo que estoy pensando, pero temo decirlo. Nunca he hablado con el posible sujeto de un deseo como este.
«Sí, Lawrence, puedo manipularte. Viola pide un deseo y yo te cambio la forma de ser». Aparto la vista de él.
Lawrence niega con la cabeza, ya sabe por dónde voy.
—Viola no lo haría. Es mi mejor amiga. No desearía cambiarme de ese modo.
—Pero estar contigo le haría feliz.
—Sí, sí. Pero no es tan fácil. Amigo, cómo nos complicamos la vida —dice Lawrence con una amplia sonrisa—. Hazme un favor y no le concedas ningún estúpido deseo.
Una vez se pide el deseo, tengo que cumplirlo, pero no se lo quiero decir a Lawrence. No me está hablando como si fuera un genio. Me está hablando a mí. A Genio. Es curioso, no estoy seguro de si quiero acabar recordándole el protocolo sobre respetar a los amos y las normas de los deseos. Pero ¿es que no se da cuenta de que se supone que no soy más que un ser que concede deseos?
Lawrence le da un buen sorbo a la cerveza que tiene en la mano.
—A propósito, ¿la ves desde ahí? No quiero que uno de esos futbolistas la convenza para que juegue a ver quién bebe más cerveza o algo por el estilo.
Me inclino hacia atrás sobre la barandilla y apenas veo el sofá por la puerta de la cocina, pero Viola no está allí. Aaron y ella se han ido y sólo han dejado una hendidura y unas cuantas chicas que parece que se están marchitando entre los cojines.
—Se ha ido. Los dos se han ido. Antes estaban en el sofá —digo con una mueca.
Lawrence suspira y frunce el entrecejo, preocupado.
—¿Me ayudas a encontrarla? —pregunta.
Yo asiento. Volvemos adentro y Lawrence se dirige hacia un comedor, donde la mesa está llena de cartas y vasos de chupito. Yo voy en dirección opuesta.
Los amos y los genios están conectados, por lo que normalmente encuentro a mi ama en cualquier sitio y reaparezco a su lado. Pero justo ahora es como si el vínculo que nos une estuviera oculto por una densa niebla. Aunque puede que sea porque estoy intentando buscarla cuando no hay ningún deseo que conceder. Estoy rompiendo la tercera norma. Si la ayudo sin que haya pedido un deseo, tendré menos posibilidades de volver pronto a Caliban. ¿Cuántas veces habré roto ya esta norma por ella? No tenía que haber hecho aquel truco en la puerta, pero esas chicas no deberían haberla tratado de aquella manera. Como si no importara. No la veo por ningún lado en la planta baja, así que subo las escaleras.
Arriba hace frío y está oscuro, a diferencia del ambiente templado de abajo. La música aquí no se oye muy bien, sólo distingo el ruido sordo de los graves, y las conversaciones que hacen tanto alboroto abajo no son más que un débil parloteo. Se oye tanto la respiración que así es como la he encontrado. El sonido irregular de la suya me llega desde el otro lado de la oscuridad.
—¿Viola? —La veo moverse en la penumbra y una sensación de alivio me embarga—. ¿Qué haces? —susurro.
Está arrodillada junto a la puerta y agarra el marco tan fuerte con los dedos, que tiene los nudillos blancos. Miro hacia la habitación donde tiene la vista clavada, como si estuviera en trance. Ollie y Aaron están unidos en un fuerte abrazo, Ollie está casi desnuda y tiene el aspecto de una bailarina o una diosa romana bajo la luz de la luna.
Me vuelvo hacia Viola y ella deja de observarlos para mirarme a mí. El profundo deseo, el deseo de sentirse completa, aparece en sus ojos.
—Son tan hermosos… ¿ves cómo forman parte el uno del otro? —masculla sin apenas articular—. No… yo no… pretendía espirarlos. Es que los vi…
Suelta el marco de la puerta y, temblorosa, me da la mano y se vuelve hacia mí.
Vacilo.
No debería ayudarla sin que haya pedido un deseo. Es la tercera norma. Debería convencerla de que deseara formar parte de un grupo, ahora que está desesperada. Tal y como los Ancianos exigen. Debería hacer todo lo que estuviera en mi mano para regresar a Caliban lo antes posible.
Vuelvo a mirar a Aaron y Ollie, y luego a los ojos de Viola. Me necesita. A mí, no a los deseos ni al que concede deseos. Sólo a mí, a Genio. Nadie me ha necesitado antes, así no. En Caliban nadie necesita a nadie.
¿Cómo íbamos a necesitarnos si ni siquiera tenemos un nombre propio?
Me tiene la mano agarrada. La separo de la puerta, apoyo su espalda en la pared y le retiro el pelo de los labios. Ella se lleva las rodillas al pecho, sin rastro de risa ni burla en sus ojos.
—No tienes que formar parte de esto, no tienes que ser igual que ellos —digo después de esforzarme por que me salgan las palabras.