Capítulo 18
La torre del unicornio
Una vez a salvo dentro de la ciudad, y después de asegurarse de que no había nadie en las inmediaciones de la muralla que pudiese espiar su conversación, Martín se atrevió a abordar la pregunta que todos habían estado haciéndose durante el trayecto de vuelta desde el Árbol Sagrado.
—¿Vamos a buscarla? —dijo, sin mirar a nadie en particular.
Jacob meneó la cabeza con gesto indeciso.
—Quizá no sea buena idea —murmuró—. Ashura no puede ser tan ingenuo como para dejarnos campar a nuestras anchas por toda Areté sin haber tomado sus precauciones. Podría aparecer en el momento menos pensado.
—Sí, pero, si no lo hacemos ahora, ¿cuándo? —intervino Alejandra—. Si Ashura se propone hacer lo que Leo ha dicho, lo más probable es que no quiera tenernos cerca en el momento de intentarlo. Mañana mismo podría enviarnos de vuelta con los ictios, y habríamos perdido la oportunidad de salvar la vida de esa niña.
—¿Y si estamos exagerando? —reflexionó Casandra, que se había mantenido muy callada durante el viaje de vuelta—. Antes me enfadé con Deimos porque no quiso acompañarnos, pero, pensándolo bien, lo más probable es que tenga razón. Él conoce a estas gentes mucho mejor que nosotros, y si dice que Ashura no va en serio…
—¡Despierta, Casandra! Deimos cree que Uriel es una especie de ángel sobrenatural, ¡por eso piensa que no corre ningún peligro! —le recordó Martín—. Puede que tú compartas su opinión, pero yo, en cambio, no lo veo nada claro.
—De todas formas, no nos será fácil hablar con ella —terció Selene—. Apuesto a que la tienen vigiladísima, y ni siquiera sabemos dónde…
—Yo sí lo sé —la interrumpió Casandra.
Todos se volvieron a mirarla.
—¿Lo sabes? —repitieron a coro Jacob y Selene.
—Está en un edificio llamado la Torre del Unicornio, muy cerca de la Fortaleza. Ahora mismo duerme, y, en sueños, me ha devuelto un eco a la imagen de ella que yo he transmitido en todas direcciones para rastrear su posición. El edificio tiene la forma de un cuerno de unicornio, con un balcón helicoidal que recorre de abajo arriba toda su fachada. Ella se encuentra en lo más alto. Y alrededor de la torre hay un jardín bastante amplio.
—Lo tengo —afirmó Jacob, que había cerrado los ojos para visualizar mejor el plano de la ciudad memorizado en sus implantes—. No está demasiado lejos de aquí… ¿A qué esperamos? ¡Vayamos ahora mismo!
—Un momento —dijo Alejandra—. Casandra, ¿puedes precisar cuánta gente, además de Uriel, hay dentro del edificio?
Casandra permaneció mirando al vacío por espacio de varios minutos antes de responder.
—Seis o siete personas —aseguró finalmente—. Al menos, eso es lo que puedo calcular por los ecos que ha recibido mi mensaje. Todos ellos han reaccionado la imagen de Uriel con otras imágenes mentales de la pequeña, lo que quiere decir que la conocen.
—Bueno, eso no significa mucho —se burló Jacob—. ¿Hay alguien en Areté que no conozca a Uriel?
—No solo la conocen, sino que tratan con ella a menudo —insistió Casandra sin alterarse—. Las imágenes que me han devuelto no reflejan a Uriel en ningún acto público, sino más bien en actitudes privadas; comiendo, bañándose… Seguramente, esa gente forma parte de su servicio doméstico.
La muchacha calló y se quedó mirando a sus compañeros con expresión interrogante.
—Está bien, vayamos allí —decidió Martín—. Jacob, ¿entrarás tú solo en la torre? Si te localizan, puedes volverte invisible…
—Lo haré si queréis, pero también podemos entrar los cinco. Si nos topamos con alguien despierto, le induciré alguna visión para camuflar nuestra presencia. Ya lo he hecho otras veces… No creo que suponga ninguna dificultad.
—¿Necesitaremos una plataforma flotante? —preguntó Alejandra.
Ella era la única que no disponía de planos virtuales de la ciudad, al carecer de implantes cerebrales compatibles con los de sus compañeros.
—No hará falta —le explicó Martín—. Si seguimos el trazado de la muralla, llegaremos hasta unas escaleras que conducen directamente hasta su jardín. Hay una tapia, pero no es demasiado alta.
—Está claro que la seguridad ciudadana no es un problema para los perfectos —comentó Jacob en tono jocoso—. Ni siquiera se les pasa por la cabeza que alguien pueda atreverse a entrar en sus casas de noche.
—Quizá lo que no les preocupa demasiado es la seguridad de Uriel —repuso Selene muy seria.
Aquella lúgubre observación bastó para zanjar el diálogo. Los cinco jóvenes comenzaron a caminar siguiendo el contorno de la muralla, escuchando el sonido de sus propios pasos en el sepulcral silencio de la noche.
Llevaban más de tres cuartos de hora avanzando cuando Jacob alzó una mano en señal de advertencia.
—Aquí es —susurró, deteniéndose—. Mirad, ahí están las escaleras… A partir de ahora, no os apartéis de mí en ningún momento. En cuanto saltemos la tapia, avanzaremos lo más pegados posible… Así, si nos sale alguien al paso, borraré vuestra imagen a la vez que elimino la mía.
Descubrieron con alivio que las escaleras estaban cubiertas de una alfombra de musgo que amortiguaba el sonido de sus pasos. Al llegar a la tapia que cerraba el jardín, Martín señaló unos manzanos que se alineaban delante.
—Va a ser muy fácil —susurró—. Solo tenemos que trepar por ahí.
—Demasiado fácil —rezongó Jacob, mientras Selene se encaramaba la primera al tronco del frutal—. Está claro que Ashura no tiene el menor interés en proteger a Uriel.
Martín fue el último en saltar desde el manzano a la parte superior de la tapia. Cuando se dejó caer al otro lado, encontró a los demás esperándolo.
La luna daba de lleno sobre la parte oriental del edificio, arrancando destellos plateados de la hélice de piedra que recorría toda la fachada. No se veía ninguna luz en las ventanas, ni tampoco en la pirámide de cristal que coronaba la torre.
—¿Cómo vamos a entrar? —murmuró Martín al llegar a la puerta principal, que se hallaba cerrada—. No sabemos la contraseña…
—Eso es cosa mía —dijo Selene—. Dejadme… Por lo que he podido observar hasta ahora, todas las cerraduras de la ciudad son muy parecidas. Los chips de control se encuentran camuflados en el marco de la puerta… Aquí están. Solo tengo que inactivarlos y la puerta se abrirá. Dadme un momento.
Apenas dos minutos más tarde, la hoja de la puerta se abrió automáticamente. En el interior, una antorcha de fuego azul iluminaba el vestíbulo y las escaleras de caracol que conducían a los pisos más altos del edificio.
Martín hizo un gesto de silencio para que ninguno de sus compañeros formulase, a partir de ese instante, ningún comentario en voz alta, y uno tras otro comenzaron a subir. La luz de la luna se filtraba por las ventanas abiertas en los descansillos de la escalera, y su brillo bastaba para que los muchachos vieran por dónde iban. Mientras ascendía los altos peldaños de granito detrás de sus compañeros, Martín no podía dejar de pensar en lo extraño que resultaba que no se hubiesen encontrado con nadie hasta aquel momento. Probablemente, toda la servidumbre que atendía a Uriel durante el día se habría retirado a dormir, pero, aun así, resultaba sorprendente que Dhevan no hubiese instalado un par de guardias armados en el edificio, por lo que pudiera pasar. ¿Tan seguro estaba de la lealtad de sus seguidores? ¿No temía que alguno de ellos, dejándose llevar por su exagerada fe en los poderes de la niña, se atreviese a irrumpir en su casa durante la noche para arrancarle una bendición o una promesa de ayuda?
Estaba llegando al último piso cuando una luz iluminó el final de la escalera. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, subió de dos en dos los peldaños que le quedaban. Al llegar arriba, comprobó que la luz venía de una de las tres puertas que se abrían al vestíbulo. En el umbral de aquella puerta se encontraba Jacob, y dentro de la habitación se oían voces.
—La hemos despertado, pero está sola —le tranquilizó su compañero—. Las chicas han entrado… Le están explicando lo que pasa.
No había terminado de hablar cuando un foco deslumbrante le iluminó la cara, obligándole a cerrar los ojos. Simultáneamente, Martín sintió un contacto metálico en el antebrazo, y un instante después se encontró con las manos esposadas a la espalda, mientras un par de individuos le cacheaban con minuciosa profesionalidad y le ceñían un pesado cinturón. A su alrededor oyó gritos y golpes, a los que pronto se unieron decenas de pasos procedentes de las escaleras.
Alguien le introdujo de un empujón en el dormitorio de Uriel, y de pronto, sin saber cómo, se encontró cara a cara con Ashura.
—Fijaos —dijo el príncipe—. Tenía una espada… ¡Quería matar a Uriel! Rápido, ponedlo contra la pared.
Aturdido, Martín clavó los ojos en el cinturón que acababan de ponerle. Sí, allí estaba… Era su espada, que alguien había traído desde su cabaña para colocársela sobre la túnica y culparle de un intento de asesinato.
—Un momento, esto es una trampa… —balbuceó; pero el resto de la frase murió en sus labios al ver a Alejandra tendida en el suelo boca abajo y con las manos atadas a la espalda.
A pocos metros de él, Jacob se debatía furiosamente para librarse de los tres guardianes que intentaban inmovilizarlo. Martín se preguntó por qué no habría recurrido su amigo a sus poderes de invisibilidad para escapar. Durante unos segundos, sus miradas se encontraron, y Martín comprendió entonces que lo había hecho por solidaridad. Jacob no quería abandonarlos, no sin comprender antes qué era lo que había sucedido… Martín suspiró, sintiendo una repentina tranquilidad. En cuanto los dejasen solos, encontrarían la forma de escapar, como habían hecho otras veces. Y, si no… La alternativa era ir a parar a Eldir, un viaje que tal vez les permitiese ayudar al padre de Deimos.
Su atención recayó entonces en la frágil silueta infantil que permanecía sentada en la cama con expresión asustada. Antes de nada, tenía que advertir a Uriel de lo que realmente había sucedido… Ignorando a Ashura y a sus esbirros, dirigió su mente al cerebro de la pequeña, tratando de introducirse en sus pensamientos. Por un instante, la niña dejó vagar su mirada sobre su rostro, y Martín supo que había logrado la conexión.
—Todo ha sido una trampa, Uriel —le dijo mentalmente—. Nosotros no queríamos hacerte ningún daño, sino protegerte. El verdadero peligro es Ashura… Tienes que huir, ahora que todavía hay tiempo.
Las ingenuas facciones de Uriel se crisparon de pronto en una mueca de perplejidad e indignación. El mensaje le había llegado… Aunque probablemente ella lo habría tomado por un pensamiento propio. Lo siguiente que captó Martín fue la decisión de huir de la muchacha. Rápidamente, envió una señal a Jacob y a Casandra para advertirles. La reacción de sus compañeros no se hizo esperar: de pronto, alrededor de Jacob se materializó la silueta de un repugnante monstruo marino. Los guardianes retrocedieron dando alaridos, y uno de ellos corrió a esconderse bajo la cama de Uriel, temblando de pies a cabeza.
—Ahora —susurró Martín a la niña desde sus implantes biónicos—. Escapa ahora, aprovechando la confusión…
En el mismo instante, Uriel saltó de la cama y se escurrió rápidamente entre los aterrorizados guardianes, lanzándose escaleras abajo. Ni siquiera Ashura advirtió su huida; se encontraba demasiado ocupado increpando a sus hombres por su cobardía. Daba la impresión de que él no se había dejado engañar por el espejismo que Jacob había creado con el fin de despistar a sus atacantes. Tal vez ni siquiera lo hubiese visto. Martín se preguntó una vez más de dónde procedía la extraña resistencia cerebral del príncipe de los perfectos.
—He enviado un mensaje a Deimos explicándole lo ocurrido —oyó que decía la voz de Casandra en su mente—. Él se hará cargo de Uriel.
Martín le envió una respuesta agradecida. En el suelo, Alejandra había dejado de debatirse, pero su rostro reflejaba una gran angustia. Aquello iba a ser muy duro para todos… La satisfecha sonrisa de Ashura era prueba más que suficiente de que pensaba llevar aquella pantomima hasta el final.
—Llevadlos a la Fortaleza —ordenó el príncipe—. Celdas separadas e incomunicadas. No quiero sorpresas. Convocaré al Gran Jurado para mañana a mediodía.
Martín observó angustiado cómo le quitaban la espada y se la entregaban al príncipe. Por un momento, se reprochó a sí mismo el no haber intentado utilizarla durante los escasos minutos en que había dispuesto de ella. En realidad, no habría perdido nada con intentarlo… Excepto, quizá, la oportunidad de averiguar adonde les iba a conducir todo aquello, lo que constituía un aliciente nada desdeñable para su curiosidad.
Una vez solo en su celda, Martín se tumbó en el jergón de paja que constituía la única comodidad de su prisión y cerró los ojos.
Necesitaba pensar. En todo aquel asunto de su detención y la de sus compañeros, no estaba seguro de haber tomado las decisiones correctas. Había ayudado a escapar a Uriel, lo cual, sin duda, estaba bien, pero también había desaprovechado la oportunidad de utilizar los poderes de Jacob y su propia habilidad con la espada para salvar a todo el grupo. Al separarse de Alejandra en el corredor de la cárcel, había percibido un destello de incomprensión en su mirada. Sin embargo, Jacob, Selene y Casandra sí habían comprendido… Los cuatro se habían mantenido en contacto a través de los implantes especiales de Casandra, y todos estaban de acuerdo. Esperarían a ver cómo terminaba aquello. Comprobarían hasta dónde era capaz de llegar Ashura, y, si era preciso, irían hasta el mismísimo infierno de los perfectos para conocer de primera mano su secreto mejor guardado.
Sin embargo, al quedarse solo en aquella celda oscura y asfixiante, con la única compañía de una débil biolinterna, le asaltaron un montón de dudas. ¿Y si se habían arriesgado demasiado? En realidad, no sabían nada de ese lugar que los perfectos llamaban Eldir, o el Tártaro. ¿Y si sus poderes, allí, resultaban inútiles? ¿Y si, en realidad, Eldir era una metáfora de la muerte, y en lugar de enviarlos a un lugar desconocido lo que hacían los perfectos era inyectarles alguna sustancia letal? En todo caso, eso sería después del juicio… Ashura estaba dispuesto a montar un gran espectáculo a costa de su captura, y no los eliminaría sin antes haberlos utilizado para reforzar su poder ante las altas jerarquías de Areté. Según lo que había oído, el proceso tendría lugar al día siguiente. Estaba seguro de que no sería un juicio justo, dado que todas las pruebas estarían amafiadas. Pero, aun así, sería un juicio, y tal vez en algún momento de su desarrollo se les diera la oportunidad de hablar. Si al menos Dhevan se hubiese encontrado en la ciudad… Pero Dhevan estaba en Dahel, y no regresaría a tiempo para detener la farsa de Ashura. Además, estaba la desaparición de Uriel… ¿Cómo la explicaría el príncipe? Aquello, sin duda, era algo con lo que no había contado al elaborar sus planes. Probablemente habría puesto en marcha un dispositivo de emergencia para encontrarla. Y ella no era más que una niña recién llegada a la ciudad, sin verdaderos amigos, sin información acerca de lo que pasaba… ¿Se las arreglaría Deimos para ayudarla? En cualquier caso, no les iba a ser fácil escapar de las garras de Ashura, de eso estaba seguro.
Claro que también era posible que Ashura no hiciese nada por encontrar a la pequeña. Su desaparición le brindaba un nuevo argumento para poner en duda las capacidades de Dhevan como Maestro de Maestros. Podría ser el golpe de mano que el príncipe estaba esperando para derrocar a la máxima autoridad espiritual de Areté. Y, además, los tenía a ellos para echarles la culpa… Podría decirle a todo el mundo que el Ángel de la Palabra había decidido abandonar a los hombres tras comprobar que no estaban preparados aún para escuchar su mensaje. O podría acusar a Martín y a sus compañeros de haberla eliminado. Aquel hombre parecía capaz de todo con tal de conseguir sus objetivos.
Martín se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y, abriendo los ojos, fijó la vista en el sucio techo de la celda. Pensó en la angustia de Alejandra, en el horror que debía de estar sintiendo la pobre en otra mazmorra no muy alejada de la suya. Aquella situación, seguramente, le habría recordado su vieja experiencia en el Centro de Internamiento, abriendo nuevamente la herida… Aunque solo fuese por ella, tenía que haber intentado la fuga. En aquel mundo al que habían ido a parar, su anticuada rueda neural no le servía de nada, y eso le hacía sentirse insegura y vulnerable. Era como si un muro invisible la mantuviese aislada de sus compañeros… Ella no había podido participar en la decisión de facilitar la huida de Uriel, y tampoco la habían consultado cuando, entre todos, acordaron no fugarse hasta ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Debía de sentirse más sola que nunca, encerrada en una prisión de una época a la que jamás pertenecería. Y Martín no soportaba la idea de que estuviese sufriendo de ese modo por su culpa.
De repente se acordó del tapiz. Llevaba una réplica de su software en el cerebro, lo que significaba que podía activarlo en cualquier momento. La última experiencia no había resultado demasiado alentadora, pero quizá había llegado la hora de volver a intentarlo… Lentamente, Martín se incorporó en el jergón y caminó hasta la pared de enfrente. Con la espalda pegada al muro, permaneció allí de pie por espacio de algunos minutos, concentrándose. Deseaba con toda su alma invocar el holograma de Erec para discutir con él su situación. Aunque no fuese más que un programa interactivo, aquel holograma reproducía con bastante exactitud la forma de pensar de su padre, y él necesitaba un punto de vista ajeno al suyo para llegar a alguna conclusión.
Sin embargo, no tuvo suerte. La imagen mental que poco a poco comenzó a perfilarse ante él no fue la de Erec, sino la suya propia. Se trataba del Martín del futuro, de aquel doble suyo soberbio y engreído que había tenido la audacia de activar el programa de borrado de memoria.
—Ya sé lo que me vas a decir —gruñó en cuanto la imagen terminó de concretarse—. Que lo haga… Si activo el programa, multiplicaré mis poderes, y podré escapar. Pero sigue sin interesarme.
—Ya; no es lo que querías oír, ¿verdad? Sin embargo, aquí estoy, lo que significa que tu cerebro, inconscientemente, me buscaba a mí.
Martín apretó los párpados con la esperanza de que aquel gesto disolviese la imagen de su doble. Pero la imagen se había formado en sus mismos centros visuales, y aún con los ojos cerrados seguía viéndola. No había escapatoria posible… Estaba obligado a escucharla hasta que le diera por desaparecer.
—Dime lo que va a ocurrir —exigió, irritado—. Se supone que tú lo sabes, ¿no es así? Al menos, compártelo conmigo…
—Si activas el programa, tendrás todas las capacidades que ahora mismo tiene Jacob y algunas otras. Podrás salir de aquí sin el menor problema y liberar a tus amigos. Luego, manipularéis una nave de larga distancia para que os saque de la ciudad y alertaréis a los ictios de lo ocurrido. Estos irán a recogeros al lugar que les indiquéis, y estaréis a salvo.
—¿Y después?
—Es probable que los ictios quieran tomarse algunas represalias. Si Dhevan castiga convenientemente a Ashura, quizá se den por satisfechos. De lo contrario, habrá guerra.
—Oye, ¿y cuál de las dos cosas va a ocurrir? Para hacer hipótesis, me las puedo arreglar solo… No te necesito en absoluto. Lo que quiero son hechos.
Su doble se echó a reír de un modo bastante desagradable.
—No te preocupes tanto. Dhevan controlará la situación, y todo volverá a su cauce.
Martín sopesó durante unos instantes las respuestas de su reflejo. Lo cierto era que, pese a la antipatía que su otro yo le producía, tenía que reconocer que cuanto le había dicho parecía coherente. Si activaba el programa, todo iría a pedir de boca. Alejandra estaría a salvo, y las consecuencias, a largo plazo, no serían desastrosas para nadie. Dhevan le pararía los pies a Ashura, y todo volvería a estar como al principio. Excepto que él habría perdido para siempre su memoria afectiva, y no volvería a recordar nunca lo que había sentido en sus diecisiete años de vida. Perdería el amor y la admiración que sentía hacia Sofía y Andrei Lem, sus padres adoptivos. Perdería lo que había experimentado al rozar por primera vez la mano de Alejandra, y la alegría que solía inundarle al oír la voz de su abuelo cuando este iba a recogerle al colegio, de pequeño. No quería vivir sin todo aquello. Además, había otra cosa.
—¿Qué pasará con Uriel? —le preguntó a su doble—. ¿Qué va a ser de ella?
—Sin vuestra ayuda, no tardarán en encontrarla. Su vida seguirá como hasta ahora, pero Deimos tendrá que pagar por haberla ayudado en su intento de fuga.
Martín palideció.
—¿Deimos tendrá que pagar? —repitió—. ¿Cómo?
El otro Martín se encogió de hombros.
—Él quería reunirse con su padre, ¿no? Pues eso es lo que ocurrirá —contestó en tono indiferente.
—¿Lo enviarán al Tártaro? —preguntó Martín, horrorizado—. Y todo, por habernos hecho caso…
—Oye, de todas formas, si los condenados a Eldir fuerais vosotros, tampoco podríais serle de gran ayuda. Como mucho, le haríais compañía… Pero no evitaríais su condena.
Martín fijó toda su atención en la nebulosa imagen de su doble, que le sonreía con suficiencia.
—¿Sabes lo que creo? —dijo de pronto—. Creo que, en realidad, no estás nada seguro de lo que dices. Hablas como si supieras lo que va a ocurrir, pero en realidad no lo sabes. Y te voy a decir por qué. No lo sabes porque yo nunca activaré el programa de borrado de Memoria del Futuro, sean cuales sean las circunstancias. Y eso significa que tú no puedes ser un reflejo de mi yo del futuro… Si algo tengo claro, es que no quiero convertirme en alguien como tú.
La sonrisa se había ido borrando lentamente de los labios de su doble.
—En realidad, tú y yo tenemos mucho más en común de lo que piensas —musitó la imagen—. Somos la misma persona, aunque modelada de un modo diferente por las circunstancias.
Martín permaneció callado durante un buen rato, observando la expresión ceñuda y hostil de su reflejo.
—Nunca has existido, ¿verdad? —preguntó al fin—. Nunca has combatido realmente frente al Tapiz de las Batallas.
El doble hizo una mueca de fastidio.
—Has proyectado tus deseos y temores sobre el programa que reconstruye tu imagen en el tapiz, y el resultado soy yo. En cierto modo, sí existo. Estoy dentro de ti, de lo contrario no estarías viéndome en este momento. Soy tu futuro…
—No; tan solo eres una de las alternativas posibles —contestó Martín con decisión—. Pero me has ayudado, ¿sabes? Ahora sé lo que tengo que hacer.
—¿Y qué es? —preguntó su reflejo, intranquilo.
—Exactamente lo contrario de lo que habrías hecho tú. Intentar serenarme, esperar al juicio… Y después, ocurra lo que ocurra, no tratar de escapar antes de haber averiguado lo que les ha ocurrido a Deimos y a Uriel.