23

 

A veces hago cosas increíbles

 

Como pasarme toda la puta noche peleándome con mi conciencia mientras el pobre Sam me mira como si hubiera sido poseída por un ente demoníaco, y empieza a preguntarse si fue buena idea proponerme matrimonio ayer. Porque cuando me pongo borde me asusto hasta yo.

Gula y Lujuria.

Lujuria y Gula.

Primero nos devoramos mutuamente con un ansia enfermiza y fue tal nuestro entusiasmo que apenas si reparamos en mi vientre o su pretendida incomodidad.

«Es un fiera.»

Tú te callas, que vaya nochecita toledana me has dado.

«Pero si te he tenido la mar de entretenida. Deja de quejarte.»

Tu concepto de «entretenimiento» y el mío no tienen nada en común.

«Porque eres una sosa de cojones.»

¿Qué? Que yo soy ¿qué? Perdona, no te he oído bien.

«Sosa. Te he llamado sosa. Y no me tires de la lengua, no me tires de la lengua. Se me ocurren cosas peores.»

Podrías dejar de incordiar cuando estoy con él.

«No veo por qué.»

Porque a mí me da la gana es una muy buena razón.

«Es la peor de todas las razones. No tiene argumentos. Ni pies ni cabeza.»

Porque me mira con cara rara cada vez que respondo a tus pullas, ¿te parece una mejor razón?

«Esa tiene un poco de lógica al menos.»

Gracias de corazón.

«De nada. Pero tampoco puedo complacerte. No me parece justo que le ocultes mi existencia. Soy una parte de ti. No puedes deshacerte de mí, mejor será que el muchacho lo asimile cuanto antes.»

Grrrrrrr…

«Sí, ruge todo lo que quieras, que no te va a servir de nada.»

Lo que tengo que aguantar.

«¿De veras vas a pedirle permiso a Alex para casarte? ¿No sería más natural pedírselo a tu padre?»

Mi padre ya me ha dado el visto bueno. Y hasta la bendición. Si no me dejas ni a sol ni a sombra, ya viste la cara que puso cuando me vio con Sam en Canary Wharf. Sólo le faltó ponerse a bailar claqué.

«Oh, vamos, eso ya lo sabías. Estaba conteniendo el aliento mientras esperaba que su niña bonita volviera a casa como la hija pródiga.»

Mi madre solía decir: «Cuidado con lo que deseas».

«Tu madre era muy sabia. Todos la echamos de menos.»

Tú también, claro.

«Por supuesto. No veas el relevo que me ha tocado. Todo sería más sencillo si ella estuviera aquí.»

No sé yo…

«La eterna indecisa… Me aburres, cari; no sé qué voy a hacer contigo.»

¿Y si me dejas en paz y no haces nada?

«Vuelta la mula al torno. Anda que no eres pesadita, hija. Que se te tienen que repetir las cosas mil veces.»

Más «pesadita» eres tú, que no haces ni puto caso.

«Ni lo hago ni lo haré, así que vete acostumbrando a mi presencia. Y en cuanto a lo de llamar a Alex, no creo que estés preparada para mantener una charla amigable con ella.»

¡Qué sabrás tú si estoy o no preparada para lo que sea!

«Pues lo sé mejor que tú misma, aunque te joda. Que sé que te jode.»

¡Y a mí me llamas ordinaria! ¡Hay que tener cara dura!

«Pero yo soy tu conciencia, ojitos de cielo, me puedo permitir mis licencias…»

No, no, si no hace falta que lo jures, que licencias te tomas unas cuantas y sin pedirle permiso a nadie.

«Deja de meterte conmigo y cuéntame qué tal fue anoche.»

A ver, ¿no lo sabes ya? Porque estabas en medio de la mitad. Y diciéndome cochinadas al oído.

«No me seas remilgada que Sam no puede oírme. Sólo puedes oírme tú. Soy como los fantasmas. Ni me ven ni me oyen.»

¡Qué suerte la tuya!

«Porca miseria, querrás decir. No puedo actuar en libertad. Ni siquiera tengo público. No hay vida más triste que la mía.»

Mira que me vas a hacer llorar…

«Tú sólo lloras cuando quieres conseguir algo… o cuando quieres librarte de algo muy gordo. Que nos conocemos, ¡igualita que tu madre!»

¡No me digas que también fuiste la conciencia de mi madre!

«Ajá. Y la de tu abuela. Aunque esa vieja nunca me hizo mucho caso… y así le fue. Otro gallo habría cantado si hubiera atendido a mis sabios consejos.»

Oh, pobrecita… Por cierto, para ser todo lo molesta que eres, ni siquiera te has presentado. No sé ni tu nombre.

«Yo no tengo nombre. Eso es muy vulgar. Cosa de humanos.»

Ah, claro, y tú eres un alienígena muy simpático que no tiene nada mejor que hacer que incordiarme día sí, día también.

«¿Cómo lo has adivinado?»

No me vaciles, eh, que no estoy de humor. ¿Me estás diciendo que no eres humano? Si eres parte de mí, tienes que ser tan humana como yo.

«Ayyy, que no te enteras. No tengo por qué ser humana.

Esta es una conversación demasiado surrealista para mí. No voy a soportarla mucho tiempo más.

«Pues anda que no te queda nada… Ilusa, que eres una ilusa.»

En eso tienes razón, mira tú; no te llevaré la contraria. Y estoy muy feliz con mis ilusiones.

«Oh, me conmueves. Pero tú y yo sabemos que no eres tan buena como aparentas.»

¿Y ahora qué pasa? ¿Qué he hecho ahora?

«No fuiste a ver a Alex a Nueva York.»

Créeme que fue un error que me salió muy caro y casi me cuesta la vida.

«Pues claro que lo creo, yo estaba aquí cuando esa loca empezó a patearte la barriga. Fue un milagro que Sam apareciera en el momento justo. Si no, no lo contáis.»

No me lo recuerdes.

«Te lo recuerdo porque tienes muy mala memoria.»

Oooh, ya; dejadme tranquila con eso.

«Sabes de qué te estoy hablando, eh.»

No quiero más líos.

«Esa mujer merece un escarmiento. Eres una floja.»

Ya la castigará la vida; como siga así, muy lejos no va a llegar.

«¿Y si vuelve a repetirlo?»

Esa zorra no va a volver a poner los pies en mi casa.

«No puede decirse que la última vez pudieras frenarla.»

Me pilló por sorpresa.

«Desde luego, si no llega a ser por eso, no hubiera llegado tan lejos.»

Bah, déjame en paz con el temita; no quiero pensar más en ella.

«Tienes razón. Además, estábamos hablando de Alex.»

Tú estabas hablando de Alex, que no te callas ni debajo del agua.

«Recuérdalo esta noche, cuando te des tu baño de espuma del sábado.»

¿Ni siquiera entonces voy a poder librarme de ti?

«Ni entonces ni nunca. No te hagas ilusiones.»

Yo siempre pensé que los ángeles de la guarda eran algo bueno. Hasta que empezaste a incordiarme.

«¿Ángel de la guarda? Habrase visto ñoñería igual… Aaaaargh.

¿Vas a decirme que no eres mi ángel de la guarda?

«¡Pues claro que no, so pánfila! ¿Cuándo has visto tú a un ángel de la guarda soltar tacos como un estibador?»

Ahora que lo dices, un poquito procaz sí que eres para ser un ángel.

«¡Y dale! Que no soy ningún puto ángel, ¡leches!» Que soy tu conciencia, a ver si te enteras.

Pues no me caes bien, que lo sepas.

«Francamente, querida, me importa un bledo.»

¡Oh, qué Rhett Butler te ha quedado eso!

«Ser tu conciencia me mantiene en un proceso constante de aprendizaje. Además, no eres la única que ha visto Lo que el viento se llevó más de cincuenta veces.»

Me lo temía.

«Si estoy contigo cuando te bañas, también te acompaño cuando ves películas.»

Y cuando follo con Sam.

«Y cuando follabas con Alex, que ya no te acuerdas…»

Siempre me acuerdo de Alex, no seas cruel.

«Sí, sí… Por eso le pusiste los cuernos con Ojitos Tiernos.»

¿Y quién te dice a ti que no me los puso ella a mí antes?

«Cariño, si estoy contigo las 24 horas del día, y no me muevo de Londres, no puedo saber qué leches hacía Alex en Nueva York mientras tú te dabas el lote con Sam… Soy como un fantasma, sí, pero no puedo estar en dos sitios a la vez. Todavía no.»

Oh, ¿quieres decir que estás en ello?

«En absoluto. No me interesan los viajes espaciales… ni temporales. Contigo me basta y me sobra.»

Te tengo entretenida, eh.

«Una barbaridad. Y hablando de cosas bárbaras, ¿adónde fue a parar aquella vieja amiga de tu madre? Después de la boda de vuestros padres, no se supo más de ella.»

Pues ni idea, la verdad. Reconozco que la he olvidado por completo. Debería preguntarle a mi padre un día de estos.

«Intenta pillarlo sobrio. Es un tema delicado.»

Uhmm, ¡qué mona! Gracias por el consejo.

«A ver, ojitos de cielo, que yo lo sé todo. No puedes esconderme nada.»

Ni siquiera lo intento.

«Buena chica. Así se hace, colaborando con las fuerzas del poder. Resistirse sólo lleva a la miseria y a la muerte.»

¿Qué te has fumado?

«Teniéndote a ti al lado, no me hacen falta estimulantes ni opiáceos ni nada. Colocas cosa mala, en serio.»

No me hables de colocones, no me hables.

«Ayyyy, ya tocamos la fibra sensible. Sólo falta que me digas que te sientes culpable por lo que hizo Alex.»

Para nada. La culpa de ese accidente o como quieras llamarlo la tiene esa zorra. Ni sueñes que me haga responsable de eso. ¡Hasta aquí podíamos llegar!

«Bien, eso me consuela, me tranquiliza, hace que mi corazón recupere su ritmo normal.»

¿Tienes corazón?

«¿Es una pregunta retórica o va en serio? Desde luego que tengo corazón.»

¿Y late como el mío?

«No, el mío va peor por los sustos que me das, desastre de criatura.»

Oh, ya tardabas en meterte conmigo.

«Pero si te pasas la vida metiéndote en líos. No quiero imaginar cómo será la boda…»

La boda será maravillosa.

«¿Ahora ves el futuro?»

No necesito ninguna bola de cristal ni cartas trucadas para saber que ese día será perfecto, porque Sam lo hará perfecto.

«Tu fe en él me conmueve.»

Es un Amor, no puedo no tener fe en él.

«¿Y Alex, tienes fe en ella?»

Uhmm… No tanto como antes, ¡para qué te voy a mentir!

«Tienes razón, mentirme es una pérdida de tiempo cuando sé perfectamente lo que piensas y sientes.»

Y tampoco sé cómo va a reaccionar, y quizá este no sea el mejor momento para plantearle algo así…

«Oh, vamos, ya hace quince días del accidente o la sobredosis o como quieras llamarlo. Además, si anda con la diva, ¡qué le va importar si te casas o te embarcas! Si no la mataste del susto cuando le dijiste que estabas preñada… Nada podrá matarla.»

Quizá la que no está preparada para su bendición sea yo, ¿no te has parado a pensarlo? Quizá no pueda digerir su indiferencia ante la propuesta de Sam.

«Ya te dije que era muy pronto para tratar ese tema con ella, pero como nunca me haces caso…»

Retrasarlo no va a servir de mucho. Más vale solucionar este asunto cuanto antes.

«Tú verás. Yo no digo nada.»

 

♥♥♥

 

Hace semanas que no hablo con Alex, desde la pelea.

Cuando vi las fotos estaba tan descolocada que no fui capaz de decir nada. Ni bueno ni malo.

Después pensé que la noticia de mi embarazo había sido el detonante para que ella se considerara libre de hacer lo que le viniera en gana; vaya, que le di luz verde para liarse con el zorrón o con quien quisiera.

Luego me calmé.

Luego todo se precipitó: la hospitalización de Alex, la agresión de Olimpia, la propuesta de Sam… Y mi descabellada idea.

Ni siquiera sé si Alex quiere hablar conmigo.

Ni si me echó de menos cuando estuvo en el hospital.

Ni si sabe que yo también pasé una noche en el hospital.

Antes estas cosas no pasaban.

Cuando estábamos juntas podíamos sentir el dolor de la otra como nuestro, y hasta con más intensidad si cabe.

Y ahora pareciera que somos extrañas, que no podemos tener una conversación cordial como siempre la hemos tenido.

Pero yo no voy a permitir que esto pase a mayores.

No voy a permitir que el orgullo nos derrote y nos separe.

Busco el iPhone.

Tecleo.

Espero.

Sigo esperando.

No quiero volver a oír la voz del zorrón… En mi puta vida.

Y sigo esperando.

—Hola, Gillian.

Oh, se acabó la espera. Y me alegra ver que aún tiene mi número en la memoria del móvil.

—¿Qué tal estás?

—Más o menos. Estuve en un tris de diñarla. Pero por lo visto nadie me reclama en el Más Allá.

—No bromees con esas cosas, Alex. Nos diste un buen susto.

—Oh, ¿a ti también?

—Sí, a mí también. No te pongas borde; no he llamado para pelearme contigo.

—No, eso ya lo hicimos. ¿Para qué soy buena?

—Sam me ha propuesto matrimonio.

—¿Cuándo?

—Ayer.

—Ha tardado más de lo que esperaba. Es un chico lento de reflejos, si yo estuviera en su lugar te lo hubiera pedido el mismo día del tropezón, ¿o qué piensas, que me he olvidado de esa simpática anécdota?

—Nadie lo diría.

—A ver, Gill, dejemos las cosas claras: tú tienes pareja y yo también. Y las dos somos felices. Eso me quita un enorme peso de encima, para qué voy a engañarte. Tú eres la parte más sensible de toda esta historia. Claro que me cabreé cuando me contaste lo de tu preñez, ¡y quién no! Pero seamos honestas: aquí la mala soy yo, fui yo quien cayó primero en las «garras» de Saff, si quieres decirlo así. No te culpo de nada. Y no quiero que estemos enfadadas. Recuerda que, pase lo que pase, somos hermanas.

Respiro hondo.

Sonrío.

—No hay rencores.

—Por supuesto que no, no seas boba. Y bien… ¿Qué le dijiste a Ojitos Tiernos?

Doy un salto.

Otra vez.

—¿Por qué lo llamas Ojitos Tiernos? ¿Cómo sabes que yo lo llamo así?

—Algunos lo llaman casualidad. Nosotras siempre lo hemos llamado telepatía, ¿o ya no te acuerdas? Pensábamos siempre lo mismo, de todo y de todos, y no necesitábamos saber por adelantado lo que pensaba la otra. Simplemente conectábamos en la misma longitud de onda.

—Lo recuerdo como si fuera ayer. Pero pensaba que estando separadas… dejaría de funcionar.

—¡Ja, qué más quisieras!

—Vale, pues funciona. ¡Y yo que me alegro!

—Pues alégrate y contéstame: ¿qué le dijiste?

—Que tenía que consultarlo contigo porque era una decisión muy seria. A falta de una madre a quien pedirle consejo… Necesitaba a una hermana.

—Gracias. Es todo un detalle. ¿Y qué se supone que tengo que decir yo?

—Lo que sientes, como siempre has hecho.

—Uff, ¡menudo papelón!

—Siento haberte pillado en…

—¡Quita, quita! Lo que pasa es que después del chute, ya sabes, el que me dejó con un pie en el otro barrio, mis neuronas ya no son las que eran… Necesito concentrarme.

—¿Concentrarte? Sólo quiero tu opinión, tu consejo…

—Ya, ya, ya lo sé. Pero tú lo has dicho: es una decisión muy seria. No puedo responderte al tuntún.

—¡Cómo te gusta jugar conmigo!

—Gill, déjame pensar… Uhmm… Veamos lo más importante: ¿tú quieres casarte con él? Dime SÍ o NO. No te andes con rodeos, que nos conocemos.

—Sí, claro que quiero casarme con él.

—Vale. Eso es lo fundamental. ¿Él te quiere?

—Me adora, Alex. A veces hasta me da grima.

—Uhmm… No es conveniente que te adore mucho… Quiero decir, esos sentimientos extremos no suelen durar. Lo importante es que te quiera aquí y ahora.

—Pues me quiere. Aquí y ahora.

—Me conformo con eso. Como punto de partida para iniciar un compromiso formal es más que suficiente.

—¿Habla la abogada?

—Y la chef, y la hermana, y la amiga, y la ex amante… Todas las Alex que hay en mí te dicen lo mismo: ¡salta!

—Que salte…

—¡Coño! Que te cases. ¡Y que se lo tenga que explicar a una «literata» como si tuviera cinco años!

—Te aviso que mis neuronas no están en muy buena forma tampoco.

—Pues sí que estamos buenas tú y yo.

—¿Ya estás más recuperada de…?

—¿De mi adicción? Uhmm… De aquella manera. La semana que viene ingreso en una clínica de rehabilitación, desintoxicación o llámalo-como-te-dé-la-gana. En una ciudad no-recuerdo-cómo-se-llama del Estado de Tennessee.

—¿Y dónde cae eso?

—Oh, en la América Profunda. Al norte de Mississippi, Alabama y Georgia; y al sur de Kentucky. ¡Me lo voy a pasar pipa, te lo aseguro!

Suelto una carcajada.

—Conocerás a gente importante.

—Conoceré a yonquis como yo que no reconocen que son yonquis y dicen lo mismo que yo le solté a mi madre con voz de macarra: «Yo controlo».

—¿Y controlas?

—Como ya sabrás, aún puedo mejorar mi autocontrol.

Alex también se ríe.

—Quiero que vengas a la boda.

—¿Has pensado en algún sitio concreto? Yo no puedo moverme de América. De hecho, no puedo garantizarte que me dejen salir de la clínica, a menos que les unte la mano, claro. Pagando, canta el Papa.

—Bueno, pensaba en Londres, pero…

—¿Qué tal San Francisco?

—Nunca he estado en San Francisco.

—Razón de más para que vengáis. El otro día Rowan me comentó…

—¿Quién es Rowan?

—El novio de Eric.

—Vale, ¿y quién es Eric?

—El novio de Rowan.

—Alex, ¡basta de coñas! No me hagas reír. ¿Quiénes son Eric y Rowan?

—Vale, vale, ¡qué poco sentido del humor gastas últimamente, ricura! Eric y Rowan son mis vecinos de Nueva York. Los gays con más pluma que te hayas echado a la cara en toda tu vida. Como te decía, Rowan me comentó que un amigo suyo, un chino llamado Lin Zhù, tan gay como ellos, ha montado una empresa que organiza bodas «a la carta»; no descuida el más mínimo detalle y es minucioso como todos los orientales. Y con un gusto exquisito. Divino de la Muerte. Cobra un ojo de la cara, pero vale la pena. Palabra de Rowan. Que en moda y música tiene un doctorado, te lo digo yo.

—¡Oh, música! ¿Ya le has presentado a la diva del pop?

Alex se echa a reír a carcajadas.

Es un tema delicado. No me gusta oírla reír. Esperaba que se enfadara al oír mi tono de voz, un tanto repelente.

—Ay, Gillian, ¡lo siento! —Se lamenta entre carcajada y carcajada—. No te he contado nada de todo este embrollo. Verás, fueron ellos los que me presentaron a Saffron en Halloween. Montaron un concierto privado en su loft, una fiesta VIP; ya sabes, tú mejor que nadie, lo que eso significa… Y nos conocimos y… El resto es historia.

—¡Qué bonito!

Intento no sonar más sarcástica de la cuenta.

Alex ni se entera.

—Fascinante es la palabra indicada —me corrige—. Te cuento: esos tres se conocen desde críos. Yo, ni idea; ya sabes que, hasta hace poco, a mí Saffron Adams ni fu ni fa…

¡Joder!

—Pues para no importante un comino…

—Oh, vamos, no seas mala perversa. ¡Que seas tú quien me diga eso! Tú, que te has liado con un matemático. ¡Si Judith levantara la cabeza!

Gillian 1, Alexandra 1.

—Ok, empate técnico.

—Totalmente empatadas. La vida nos da sorpresas, Gill. Hay que dejarse llevar.

Bizqueo.

No la reconozco.

Puede que todo se deba a la mala influencia de ese par… Sea como sea, no deja de ser divertido.

—¿Qué me dices? ¿Te animas a venir?

—Por mí no hay problema, más allá del engorro de mi embarazo.

—¿Para cuándo lo esperas?

—Para finales de septiembre.

—Oh, qué mona, como tú. Porque es una niña, ¿verdad?

—Ajá. Maerwyn.

—¡Oh, me encanta ese nombre! ¿De dónde lo has sacado?

—De una de las viejas libretas de mi madre, donde lo apuntaba todo.

—¿Todo?

—Todo lo referente a sus novelas, lista, que eres una lista.

—Si lo sabes, ¿por qué te enfadas? Siempre te gustó eso de mí.

—Y me sigue gustando.

—¡Lo sabía! Bueno, a lo que íbamos, quedamos en que venís. Llamaré a Rowan y le diré que se ponga en contacto contigo. Le das todos los detalles y él habla con su amigo y empezamos a prepararlo todo, que estas cosas llevan su tiempo si se quieren hacer a la perfección.

—¿Y nosotros qué tenemos que hacer?

—Pedir por esa boquita y preparar el talonario. No te apures. ¿Te queda el dinero de tu madre, verdad? Con eso hay más que de sobra. Además, tu madre estará feliz de saber que lo has empleado tan bien.

—Sí, de eso estoy convencida.

—Genial. Te dejo, cariño, que mi madre viene para acá. Ahora se lo contaré todo. Flipará colores.

—Ok, llámame cuando llegues a Tennessee, o mándame un mensaje o lo que sea. No me dejes en vilo, hermanita.

«Oh, qué buen rollo. ¡Qué maravilloso karma! Casi se me saltan las lágrimas al escucharos. ¡Quién os ha visto y quién os ve!»

Eres una fisgona. Nadie te manda escuchar conversaciones ajenas.

«Tus conversaciones nunca me son ajenas, ¿cuántas veces debo repetírtelo?»

Menos mal que no has metido baza.

«¡Se os veía tan compenetradas! Como en los viejos tiempos.»

Oh, ¡te has emocionado!

«No, a decir verdad, me he reído mucho. Ese par son muy interesantes. Habrá que conocerlos.»

Ni se te ocurra dejarte ver.

«¿Qué parte de “sólo me puedes ver tú” no has entendido? Mira que te lo he dicho ya mil veces.

Es que no lo veo claro. Y me asustas, me asustas mucho.

«En tu estado no es conveniente alterarse. Debes relajarte, sobre todo ahora que Alex y tú volvéis a tener buen rollo.»

¿Buen rollo?

«Sí, he dicho “buen rollo”. ¿Pasa algo malo?»

No, me ha chocado esa manera tuya de hablar.

«Cariño, si soy parte de ti, debo hablar como tú.»

Pues no me tranquiliza mucho; mejor sería que te quedaras calladita.

«¿De veras vais a ir a San Francisco? Mira que como se te adelante el parto… Yo no quiero saber nada, que bastantes sustos le estáis dando a la pobre criatura.»

Maerwyn tiene que conocer mundo.

«Y tú también, que te veo venir. ¡Menuda excusa más chorra te has buscado!»

Pues mira, sí, lo reconozco: poco mundo he visto. Dublín, Barcelona y ahí se acaba toda mi aventura extranjera. Y todavía soy muy joven. América tiene mucho que ofrecerme.

«¿Hablamos de una luna de miel?»

¿Por qué no? Si vamos a casarnos allí, será estupendo cotillear un poco, acercarnos a Los Ángeles, a Las Vegas…

«Lástima que la gira norteamericana de Saffron esté a punto de acabar. Podrías haber ido a uno de sus conciertos.»

¿Quién te ha dicho a ti que yo quiero ir a un concierto de ese… esa mujer?

«Pues tendrás que soportarla en San Francisco porque Alex no irá sin ella.»

¡Mierda! No me ha dicho nada.

«Habrá pensado que todavía es muy pronto para abordar un tema tan delicado.»

¿Y a qué espera para decírmelo?

«A que tú puedas digerir convenientemente su presencia. Por separado. Y juntas.»

Te aseguro que puedo soportar su presencia.

«Uhmm… No estaría yo tan segura.»

Si te digo que puedo es porque PUEDO, ¿queda claro?

«Cristalino.»

 

♥♥♥

 

Ocho días después de mi charla con Alex, cuando aún intento asimilar cómo ha quedado nuestra relación, recibo un mensaje en mi iPhone NG:

«Soy Rowan. Llámame y hablamos. Besitos.»

Pues vale. Cuando tenga un rato libre, lo llamo.

El mensaje llega cuando estoy en mi despacho, corrigiendo exámenes de los alumnos de último curso, que son bastante mejores de lo que pensé en un principio. Me hacen sentir orgullosa de mi labor. Ya sabes, querido lector, que no empecé este trabajo con mucha fe. Sin embargo, en todos estos meses que llevo como profesora de literatura he ido cumpliendo los objetivos que me marqué desde el principio. Ha habido días buenos y menos buenos. Días que ponía el alma en mi tarea y días que deseaba mandarlo todo a tomar viento.

Alumnos muy agradecidos y otros terriblemente conflictivos.

Incluso tuve que denunciar un caso de acoso escolar y otro de acoso sexual.

Días en que mi tarea me exigía implicarme a fondo, y otros en que tenía la oportunidad de delegar responsabilidades en gente más veterana.

Pero el curso está a punto de finalizar y puedo sentirme satisfecha con el resultado.

Mientras valoro y evalúo el penúltimo examen, el móvil vuelve a vibrar.

Lo miro.

Está claro que este hombre es un impaciente, un curioso o las dos cosas.

No ha podido esperar a que le devuelva la llamada.

—Dime, Rowan.

—¿Eres Gillian?

—Por supuesto —le contesto—, he recibido tu mensaje. —Y agrego—: Iba a llamarte esta noche. La paciencia no es tu punto fuerte, ¿eh?

—Ayyy, mi cielito, lo siento. Tenía muchas ganas de conocerte. Alex nos ha hablado taaaaaaanto de ti.

—Uhmm, miedo me da pensar qué os habrá dicho.

—Nada malo, corazoncito, no sufras. Alex sólo tiene palabras amables para su hermanita de leche.

—¡Qué tierno! Alguna vez también fui su amante…

—Oh, sí, sí, mi cielito, ya lo sabemos… Pero ahora te vas a casar, y Alex me ha dicho, ME HA EXIGIDO, que os ayude a organizar la boda.

—En San Francisco.

—Es lo ideal, Lin Zhù vive y tiene su base de operaciones allí. Está conectado con todo el mundo y conoce a los mejores profesionales de cada sector, los artífices de las mejores bodas que se hayan celebrado en la ciudad desde el último terremoto.

—Voy un poco despistada en sismología. Ponme al día, ¿cuándo fue el último seísmo que sufrió esa espléndida ciudad?

—Eeeh… Pues… Uhmm… Tendré que consultarlo con mi amigo. Yo vivo en Nueva York, cariñín, y no leo mucho las noticias. Pero no recuerdo ninguno en los últimos cinco años…

Parece apurado.

Le tranquilizo.

—Ok, era sólo curiosidad.

—Los terremotos son algo muy en serio en San Francisco.

—Si pretendes asustarme, casi lo estás consiguiendo.

—En absoluto, mi cielito. ¡Cómo voy a querer asustarte yo!

—Más te vale, porque voy con una barriga de nueve meses y lo que menos me apetece es parir en medio de un terremoto. Soy una mamá primeriza, me gustaría que mi alumbramiento fuera… Normal.

—Oh, sí, sí, sí, claro, mi cielito. Nosotros nos ocuparemos de que todo salga perfecto. De lo contrario, nuestro Pimpollito no nos lo perdonará nunca.

—¿Vuestro Pimpollito?

—Alex.

—¿Alex es vuestro «Pimpollito»?

—Siiiií.

—Ah, vale. Tomo nota.

¡Ay, mi madre, lo que me voy a reír!

Conque Pimpollito, eh.

Jajajajajajajajajajaja…

Intento recuperar un tono serio, pero después de lo que acabo de escuchar es francamente difícil.

¡Pimpollito!

Debo recordarle a Sam que, bajo amenaza de muerte, no debe llamarme Blancanieves en ningún momento cuando lleguemos allí. De lo contrario, perderé mi ventaja cuando decida tomarle el pelo a Alex.

¡Pimpollito!

«Ver para creer. Me deja de piedra.»

¡Pues anda que a mí!

—¿Gillian?

—Sí, sí, perdona, cariñín, pero es que me has descolocado. Nunca NADIE había llamado «Pimpollito» a Alex.

—¿En serio?

—Totalmente. Yo nunca me hubiera atrevido; está claro que os tenéis mucha confianza.

—Oh, la pequeña valquiria ladra mucho pero no muerde. En el fondo es un ángel. Y nos tiene mucho cariño.

—Me lo creo, me lo creo. Alex se encariña enseguida con la gente.

—Es el carácter irlandés, tú debes saberlo mejor que nadie.

—Si lo dices por mi padre, él no se encariña tan fácilmente. Su temperamento fluye por otros cauces.

—Eso ya lo veremos el día de la boda, porque lo invitarás, ¿no?

—Por supuesto que lo invitaré, ¡es mi padre!

—¿Y a Saffron la invitarás?

—Digamos que si invito a Alex… la invito a ella también. Pero eso no es asunto tuyo, Rowan. Es algo entre Alex y yo.

—De acuerdo, mi cielito, no te enfades. Ve pensando qué flores te gustan, si prefieres un hotel con glamour, una casa solariega de estilo colonial o una playa desierta… El menú, el pastel nupcial, la música, la orquesta, tu vestido de novia…

—Ok, ok, lo pensaré todo con calma y este fin de semana te digo algo.

—No pienses mucho, Gill; las cosas espontáneas siempre salen mejor.

«Pues va a ser que tiene razón.»

Pues va a ser que la tiene de veras.

Nuestro lugar en el mundo
titlepage.xhtml
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_000.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_001.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_002.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_003.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_004.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_005.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_006.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_007.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_008.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_009.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_010.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_011.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_012.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_013.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_014.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_015.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_016.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_017.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_018.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_019.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_020.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_021.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_022.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_023.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_024.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_025.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_026.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_027.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_028.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_029.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_030.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_031.html
CR!2662FCDQB16171JNR7G7YSC5GXFH_split_032.html