Capítulo 1

Maddie Jackson contempló el pueblo de Crockett, Washington, y sonrió por primera vez en varios días. Le encantaba estar allí. La gente saludaba desde sus coches y los empleados de la gasolinera le llenaron el depósito a pesar de que un letrero indicaba que era un autoservicio.

Era realmente encantador... un poco parecido a su hogar en Nuevo México, pero más verde y más fresco en verano. Y también más grande. La población de Crockett sobrepasaba los diez mil habitantes, mientras que Slapshot apenas tenía setecientos.

—Eh, nena, te he estado esperando —dijo una voz profunda, y Maddie se dio la vuelta para ver a un hombre acercándose a ella. Tenía los hombros anchos, propios de un jugador de fútbol, y unos andares sueltos y atractivos. En otros tiempos, Maddie se habría emocionado por que un tipo así intentara llamarle la atención.

Pero ya no.

No. Ahora era más lista y sabia, y había renunciado a cualquier tipo de romance. Para Maddie Jackson se acabaron los hombres. Uno solo ya había sido suficiente.

El hombre se detuvo ante ella con una ceja arqueada.

—¿Qué pasa, preciosa?

Le dio un beso en la mejilla, haciéndola retroceder de un salto con un grito. Tal vez Crockett no fuera un pueblo tan agradable, después de todo.

—¿Qué cree que está haciendo? —le preguntó, intentando parecer intimidatoria.

—Besarte. ¿Qué otra cosa podría hacer?

—Eso ya lo he visto —de hecho, había sido un beso realmente tentador, pero no conocía a aquel hombre, y un beso así no era la clase de cosas que se hicieran con un desconocido.

Miró a su alrededor en busca de algún policía. Su padre había sido el sheriff del condado antes de salir elegido alcalde de Slapshot, y ella había crecido con mucha fe en la aplicación de la ley.

Dejó escapar un suspiro de nostalgia. Ya no existían hombres como su padre. El tipo de hombre que juraba defender la ley hasta la muerte. Por eso había huido de su boda dos días atrás. Las mujeres eran propensas a hacer cosas como esa cuando descubrían a su novio enrollándose con la chica contratada para servir el ponche. Naturalmente, ella había estado buscando a Ted para sugerirle que pospusieran la ceremonia, pero eso era otra cuestión.

—Dime, ¿es el embarazo la causa de que tengas los nervios de punta? — le preguntó el hombre.

¿Embarazo? Maddie lo miró con ojos muy abiertos. Aquella semana se hacía más extraña a cada minuto, y eso que ya había comenzado siendo bastante extraña.

—Emba... ¿De qué está hablando? —le preguntó—. No importa. Me voy.

Tal vez estuviera un poco aturdida por los sucesos de los últimos días, y desde luego estaba un poco nerviosa, pero no era estúpida. No necesitaba una explicación de aquel lunático tan atractivo. Lo que necesitaba era alejarse de él. Era obvio que aún no estaba lista para viajar por el mundo. Washington estaba a años luz del pequeño y polvoriento Slapshot.

—¿Qué mosca te ha picado, Beth? —le preguntó el hombre, claramente desconcertado—. Kane me habló del bebé, pero no me dijo que fuera un secreto. Quise darte la enhorabuena en persona, pero la tienda estaba cerrada.

Maddie no pudo evitar cierta curiosidad.

—Para mí sí que es un secreto, ya que mi nombre no es Beth.

Él hombre se acercó más y la observo con detenimiento, frunciendo el ceño.

—Que me aspen... Eres idéntica a mi cuñada. Cielos, debes de haber pensado que... —la voz se le quebró y negó con la cabeza.

De repente todo le pareció muy claro a Maddie. Aquel desconocido no era un lunático, sino que la había confundido con esa tal Beth y por eso se había mostrado tan cariñoso. La verdad no dejaba de ser un poco decepcionante, pero Maddie había superado tantas decepciones últimamente que no estaba dispuesta a permitir que aquella la deprimiese.

—Lo siento mucho —dijo el hombre—. Se parece usted mucho a Beth, y como ella es la dueña de esa tienda —señaló la tienda de ropa infantil que había junto a ellos—, pensé que era ella. Hoy debe de haber decidido no abrir.

Maddie almacenó aquella información. Volvería cuando esa tienda estuviese abierta... Podría ser una pista para encontrar a su familia. Aunque el hecho de parecerse a alguien no significaba que hubiera parentesco.

—Dicen que todo el mundo tiene un doble —murmuró.

Patrick O’Rourke miró a la mujer a la que había tomado por la esposa de su hermano y sacudió la cabeza. A primera vista era idéntica a su cuñada, pero a medida que la iba viendo mejor podía notar las grandes diferencias entre ambas.

El pelo de aquella mujer, aun siendo rubio como el de Beth, era más luminoso y abundante. Llevaba pesadas joyas de plata que encajaban bien con la desafiante inclinación de su barbilla, y su vestido turquesa con cinturón escarlata hubiera debido ser indicio suficiente. Beth solía vestir con más discreción, pero Patrick tuvo que admitir que la extraña combinación de colores que había elegido aquella mujer era bastante bonita.

—Patrick O’Rourke —se presentó extendiendo la mano.

—Maddie Jackson —respondió ella. Le miró la mano unos segundos hasta que finalmente se la estrechó, aunque retiró el brazo de inmediato. Patrick no la culpó. Los hombres de su familia eran todos altos e imponentes, y muchas mujeres se habían sentido intimidadas ante su enorme estatura.

—No pretendía asustarla —le murmuró.

—No me ha asustado.

Desde luego que no, pensó él con ironía.

Maddie alzó el mentón y tiró de su falda hacia abajo.

—Soy de Slapshot, Nuevo México. Y no estoy embarazada —se miró el vientre, liso y esbelto, y luego miró a Patrick con el ceño fruncido—. No tengo aspecto de estarlo, ¿verdad? Quiero decir, no he comido lo bastante como para parecerlo, y en cualquier caso, me cuesta mucho ganar peso.

—Claro que no parece estarlo —dijo él con una sonrisa—. Le pido disculpas por el malentendido.

—No pasa nada —dijo ella—. Seguro que se ha preguntado por qué demonios me sorprendí tanto cuando me besó.

Sí, se lo había preguntado... Y también se había preguntado por qué su cuerpo había reaccionado de un modo no precisamente platónico con su cuñada. Era un alivio descubrir que la reacción la había provocado una desconocida y no la mujer con la que su hermano acababa de casarse.

—Nuevo México, ¿eh? ¿Y qué hace tan lejos de casa? —le preguntó. Era mejor cambiar de tema cuanto antes.

Para su sorpresa, aquella pregunta transformó el rostro encantadoramente ruborizado de la mujer a una máscara impenetrable.

—Estoy de visita —murmuró.

—¿De visita?

—Sí, bueno, más o menos... Se suponía que debía estar en mi... —se interrumpió de golpe y se mordió el labio.

Demonios.

Patrick se quedó horrorizado cuando vio aquellos hermosos ojos color miel llenarse de lágrimas. Se sentía fatal ante una mujer llorando.

—No tiene por qué contármelo.

Maddie sorbió por la nariz e intentó componer una sonrisa.

—De acuerdo. Gracias.

¿De acuerdo? Patrick se quedó aún más perplejo. Sabía que lo mejor era dejar las cosas como estaban, pero esa mujer aún seguía sorprendiéndolo.

—Al menos permítame invitarla a un café —le ofreció. Obviamente, no era lo suficiente listo para hacer «lo mejor». Sin embargo, había cometido tantas equivocaciones en su vida que ¿qué importaba una más?—. Tenemos un café delicioso en Washington. Y tal vez Beth se presente más tarde. Así podrá conocerla.

Ella lo miró por un momento y negó con la cabeza.

—Gracias, pero voy al cementerio. Tengo que comprobar si mi apellido aparece en algunas lápidas. Verá, fui adoptada, y pensé que podría buscar información sobre mi familia biológica.

¿Adoptada? Eso sí que era interesante. Patrick recordó que su cuñada había sido criada en un orfanato después de que sus padres adoptivos se divorciaran.

—¿Cuándo la adoptaron? —le preguntó.

—Cuando tan solo tenía un mes. Mis padres adoptivos son maravillosos, pero quiero saber quiénes fueron mis padres verdaderos, su historial clínico y cosas así, por si decido tener hijos. Lo cual no es el caso —se apresuró a añadir—. De modo que no estoy segura de por qué he venido, pues, como ya le he dicho, no estoy embarazada.

Patrick sacudió la cabeza para aclararse la mente. Esa mujer no parecía tener ningún problema en hacer confesiones íntimas una tras otra.

—Eh... Sí, recuerdo que me lo ha dicho. No está embarazada.

—Bueno, la verdad es que tenía el propósito de estarlo —dijo Maddie. Su sinceridad innata la obligada a admitirlo todo—. Pero esos planes cambiaron de golpe. Gracias a Dios, lo descubrí a tiempo.

—¿Descubrir qué?

—Una... una cosa.

Para horror de Maddie, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Era tan extraño estar en un sitio donde la gente no supiera nada de ella... Había crecido en un pueblo donde no había secretos para nadie, y por eso todo el mundo en Slapshot sabía lo de Ted y la boda fallida. Maldición... Casarse con el vecino siempre le había parecido una idea de lo más natural, y ahora no tenía ni idea de qué hacer con su vida.

—Aún parece preocupada —le dijo Patrick.

Él tampoco parecía muy cómodo, lo cual la alivió un poco. La había incomodado bastante desde que la llamó «preciosa» y la besó en la mejilla.

Cielos, qué tonta era... Pero al menos era lo bastante lista para rechazar una invitación de Patrick O’Rourke. Solo era el tipo de hombre sofisticado y atractivo contra el que su padre le había advertido antes de subirla al avión en Alburquerque.

Maddie frunció el ceño. ¿Por qué su padre la había prevenido contra los hombres? Ella le había insistido una y otra vez que no estaba saliendo con nadie y que el matrimonio estaba fuera de toda discusión. Lo lamentaba por los nietos, pero una infidelidad antes de la boda ya era suficiente.

Patrick la tocó en el brazo, mirándola con preocupación.

—¿Se encuentra bien, señorita Jackson?

—Muy bien, ¿es que no lo parezco?

—Eh, claro que sí —respondió él, pero no parecía muy convencido. Maddie intentó relajarse. Tal vez no fuera a tomar un café con ese hombre, pero eso no significaba que no pudiera ser agradable.

—Bueno, ha sido un placer conocerlo —le dijo al tiempo que le tendía la mano—. Espero que su cuñada tenga un bebé precioso.

—Gracias.

Al tocarle los dedos, Maddie se estremeció. Jamás había conocido a alguien que irradiara tanta fuerza. El primer apretón de manos le había provocado un hormigueo que se le extendió por todo el brazo, y en ese segundo apretón le llegó hasta el estómago. Era una sensación distinta y excitante... y lo último que ella debería sentir en esas circunstancias.

—Eh... adiós —murmuró ella, soltándose. Caminó hacia su coche alquilado y abrió la puerta. Pero entonces se atrevió a mirar por encima del hombro y vio que aún seguía observándola.

Esbozó una débil sonrisa. Su padre siempre le había dicho que tuviera cuidado con los desconocidos. Vivían en un pequeño pueblo de Nuevo México, pero eso no significaba que la hija del sheriff pudiera correr riesgos innecesarios.

¿Qué habría dicho su padre de Patrick O’Rourke?

Algo breve y conciso, seguramente.

A su padre le gustaba fanfarronear y hablar a gritos, pero en el fondo era un osito de peluche. Aunque, osito o no, se pondría realmente nervioso ante la posibilidad de que un hombre le diera un beso a su hija.

 

Patrick se metió las manos en los bolsillos y contempló cómo Maddie Jackson se alejaba en su coche por la calle. Se sentía como si se hubiera librado de un torbellino.

Señor... Aquella mujer era desconcertante. Y demasiado provocativa. No tenía ni idea de lo que había querido decir con sus planes de embarazo, pero sonaba como un romance fallido. Y, aunque él estuviera interesado en una relación, jamás se le ocurriría empezar con una mujer a la que acabaran de romperle el corazón o que quisiera tener un hijo.

Como de costumbre, aquella palabra lo incomodó bastante.

Relación.

Su hermano Kane podía estar felizmente casado con una esposa estupenda, pero él no iba a seguir su ejemplo. Le gustaba dirigir su emisora de radio sin tener que preocuparse por llegar temprano a casa. Si quería trabajar durante toda la noche, no había nadie para echárselo en cara.

—Patrick, ¿qué estás haciendo en Crockett? —una voz alegre le hizo darse la vuelta—. Siempre estás en la emisora. Ni siquiera tienes tiempo para venir a cenar el domingo con la familia.

—Eh... ¿Beth? —preguntó, mirándola con atención. No quería correr más riesgos. Demonios, suerte había tenido de no ser abofeteado o arrestado.

—¿Esperabas a alguien más? —preguntó Beth arqueando las cejas.

—Ni te lo imaginas —murmuró él dándole un beso—. Acabo de encontrarme con tu doble. No tendrás una hermana gemela en Nuevo México, ¿verdad?

—No lo creo.

Patrick dudó un instante.

—El caso es que esta mujer, Maddie, dijo que era adoptada y que estaba buscando a su familia biológica. Y la verdad es que sois tan parecidas que podríais ser hermanas.

—Supongo que es posible —dijo Beth—. Siempre que he intentado averiguar algo sobre mi familia biológica no he conseguido nada. Me gustaría hacerle algunas preguntas.

—Ha ido al cementerio a examinar las lápidas. Puedo pedirle que vuelva, si quieres —ofreció él reprimiendo un gruñido. Maddie era demasiado inquietante para su equilibrio mental.

—Estupendo. Estoy esperando un cargamento para la tienda. Si no, iría yo misma.

Sonrió, y Patrick se sintió aliviado de no experimentar otra cosa que afecto al mirarla. Su cuñada era una mujer muy atractiva, pero desde el principio había pertenecido a Kane... aunque a la propia pareja les llevó un tiempo darse cuenta.

—Por cierto, enhorabuena por el bebé —le dijo—. Me siento muy satisfecho, ya que fui yo quien hizo que Kane y tú os conocierais.

—Anoche Kane se pasó horas pegado al teléfono —dijo Beth con una radiante sonrisa—. Habló con todo el mundo, desde Londres hasta Japón. La factura va a estar por las nubes, pero no parecía importarle en absoluto.

Esa era una de las cosas que a Patrick le gustaba de Beth. Estaba casada con uno de los hombres más ricos del estado, pero seguía considerándose como una persona de clase media.

—Es maravilloso. Me alegro por vosotros —dijo sinceramente, pero el contraste entre la exultante alegría de Beth y las sombras que oscurecían el rostro de Maddie lo intranquilizaba. Y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en ello.

Bueno ¿y qué? ¿Tanto importaba que una mujer a la que acababa de conocer se hubiera echado a llorar en dos ocasiones mientras hablaba con él? Eso no era asunto suyo. Si se preocupaba, era solo por el parecido entre Maddie y Beth, y como él era el cuñado de Beth, se sentía confuso por las obligaciones familiares. Salvo que... su reacción a Maddie Jackson había sido demasiado sexual como para ser confundida con nada más.

Con un gran esfuerzo se concentró en el resplandeciente rostro de Beth.

—Está bien, quédate a recibir tu pedido y yo iré en busca de Maddie —la besó en la mejilla y vio cómo entraba en la tienda.

Pensándolo bien, ¿cómo había podido confundir a las dos mujeres? Beth era Beth. Dulce, sencilla, feliz...

La esposa de su hermano.

Un poco más debajo de la calle había una pequeña tienda de ultramarinos, con ramos de flores frescas expuestos en la puerta. Patrick se acercó y eligió uno de crisantemos. El cementerio del pueblo era pequeño, por lo que siempre podría poner la excusa de que iba a poner las flores en la tumba de un amigo en el caso de que Maddie se asustara de que la siguiera. Podría decir incluso que había sido ella la que le había dado la idea.

En el fondo de su mente sabía que estaba cometiendo un error al implicarse tanto. Pero aquello era importante para Beth, de modo que no podía negarse. Era lo menos que podía hacer después de lo feliz que ella había hecho a su hermano. De modo que subió a su Chevy Blazer y se dirigió hacia el cementerio de Crockett.

Era un día de principios de otoño, con el cielo azul brillante y una brisa agradable. Pronto llegaría el invierno y los lugareños empezarían a quejarse por las lluvias y el mal tiempo, Patrick nunca había entendido por qué la gente vivía en el la costa noroeste si tanto les disgustaba el clima. No como a él, a quien le encantaba la lluvia. Tal vez fuera por sus genes irlandeses, como decía su madre.

Aparcó a la entrada del cementerio y llamó al despacho de su hermano con su teléfono móvil. Cuando Kane respondió, Patrick le contó su encuentro con Maddie Jackson... todo, salvo la atracción que había sentido por ella. No tenía sentido complicar las cosas.

—Podría ser algo fantástico para Beth —dijo Kane—. Siempre ha deseado tener su propia familia, sobre todo ahora con el bebé en camino.

—Lo sé —dijo Patrick recorriendo con la vista el cementerio. En la distancia, Maddie era fácilmente reconocible con su vestido turquesa. Se movía de una lápida a otra, leyendo las inscripciones y tomando notas en una hoja. En cada tumba sacaba una flor del ramo que llevaba y la ponía en el suelo. El graznido cercano de una corneja le hizo levantar la cabeza, y contempló cómo el ave emprendía el vuelo.

Patrick suspiró, sin apenas oír a su hermano al teléfono. Había algo natural e inocente en Maddie. Demonios, demasiado inocente...

—Eh... ¿qué has dicho? —le preguntó a Kane, sacudiendo la cabeza. La última vez que una mujer lo había distraído tanto fue en su adolescencia. Con treinta y tres años debería tener más sentido común, y saber que, en el hipotético caso de que quisiera una relación, jamás sería con una pobre ingenua para la que el mundo fuese como su hogar en Nuevo México.

Porque el mundo no era así. El mundo era un lugar difícil, y nadie lo sabía mejor que Patrick.

—He dicho que voy a ir a conocerla —le repitió su hermano—. Avisaré al helipuerto y saldré enseguida.

A pesar de su agitación interna, Patrick sonrió mientras se guardaba el móvil en el bolsillo. Pocas personas tenían un helicóptero privado con piloto. Si Kane no fuera un gran hombre, sería detestable con una fortuna como la suya.

Pero Patrick no siempre había valorado el modo en que Kane había intentado seguir los pasos de su padre. Con frecuencia, los adolescentes rebeldes no eran precisamente la gente más lista del mundo, y él había sido rebelde hasta la médula, haciendo gala de una agresividad que no hacía más que meterlo en problemas. Y aunque había cambiado mucho desde su adolescencia, su comportamiento aún tendía a ser agresivo.

Agarró el ramo de flores y se dirigió hacia Maddie. Se sentía ridículo, pero era la sensación inherente al esfuerzo por juntar a la familia O’Rourke. Carraspeó cuando estuvo a unos metros y Maddie levantó la cabeza. Lo miró con ojos muy abiertos y dio un paso atrás. Patrick se quedó inmóvil, miró las flores y luego a Maddie.

Las flores habían sido una estupidez.

—Ya sé lo que estás pensando —le dijo él lentamente.

—No, no lo sabes.

Patrick dejó escapar un suspiro.

—Está bien, no lo sé. Mi cuñada llegó poco después de que tú te marcharas y se emocionó mucho cuando le hablé de ti. Quiere asegurarse de que vayas a conocerla —dejó caer el brazo con el ramo, de modo que las flores amarillas y rosas no fueran tan obvias—. ¿Y bien? ¿Cómo va esa búsqueda?

Maddie arrugó la nariz y lo miró durante unos segundos. Finalmente se encogió de hombros, como decidiendo que Patrick era inofensivo.

—He encontrado las lápidas, pero son muy viejas. Si contienen los restos de mis parientes, estos deben de ser muy lejanos.

—¿Qué sabes acerca de ellos?

—No mucho —respondió ella con un suspiro—. El apellido de mi madre era Rousso, y era muy joven. Mis padres adoptivos se conocieron cuando papá estudiaba en la Universidad de Washington. Al descubrir que no podían tener hijos, decidieron adoptarlos. Fue un acuerdo privado a través de una iglesia.

—No parece que te incomode haber sido adoptada.

—¿Y por qué habría de incomodarme? Mi infancia fue maravillosa.

—Entonces, ¿por qué quieres buscar a tus padres biológicos?

—Ya te lo he dicho —respondió con el ceño fruncido.

—Me dijiste que querías saber su historial clínico por si acaso decidías tener hijos —replicó él con una ceja arqueada—. Y enseguida añadiste que no pensabas tenerlos.

—Oh —Maddie se mordió el labio inferior y Patrick se arrepintió de haber sacado el tema. Algo relacionado con los bebés y la adopción era lo que la había hecho llorar la primera vez.

—No te culpo —se apresuró a decir—. ¿Quién quiere complicarse la vida con un puñado de crios?

—Creía que estabas contento por el embarazo de tu cuñada —observó ella con los ojos entornados—. Los niños son fantásticos.

Maldición... Patrick sabía muy bien que no podía iniciar una discusión sobre niños con una mujer queriendo ser madre.

—Vamos a ver a Beth —propuso—. Quién sabe... A lo mejor sois hermanas. A ella también la adoptaron.

Maddie lo miró, dudosa. Su primer impulso fue decir que sí, pero tenía que pensarlo con calma. Por otro lado, Patrick no le estaba pidiendo una cita, solo quería visitar a su cuñada. ¿Qué había de malo en ello, teniendo en cuenta que ella misma pensaba ir a verla?

Además, no era asunto suyo que aquel hombre no quisiera formar una familia.

—De acuerdo —murmuró—. ¿Quieres que nos vayamos ya?

—Desde luego. Puedes seguirme en tu coche.

—¿Crees que puedo perderme?

—Hay que dar muchas vueltas. Es complicado.

—Me las arreglaré.

Se dio la vuelta y se dirigió colina arriba hacia el aparcamiento. Al no oír pisadas tras ella, miró por encima del hombro y vio cómo Patrick dejaba el ramo en una de las lápidas, junto a la flor que ella había dejado.

El corazón le dio un vuelco.

Era evidente que se había sentido avergonzado por llevar aquellas flores, pero en vez de tirarlas, las había dejado en la tumba de un desconocido. Y lo había hecho con mucho cuidado y respeto.

Maldición.

No quería que el pulso se le acelerara por culpa de Patrick O’Rourke. Su vida ya se había complicado bastante, y él era el tipo de hombre menos adecuado para ella, aunque no hubiera jurado que nunca más tendría una aventura.

¿Oh no?