Capítulo 6
—No me puedo creer que os parezcáis tanto —declaró Kathleen O’Rourke, pasando la vista de Beth a Maddie y de Maddie a Beth.
Kathleen era la menor de las hermanas O’Rourke y madre de dos gemelas de tres años. Después de la cena se había puesto a jugar a Candyland con las niñas, pero Amy y Peggy se habían quedado dormidas a mitad del juego, con sus cabecitas de pelo oscuro y rizado en el regazo de su madre. Patrick tenía cuatro hermanos, dos mayores que él, y cuatro hermanas menores, pero Kathleen era la única que había tenido hijos.
—No debería ser tan sorprendente. Tus hijas son idénticas —dijo Maddie. Se sentía muy cómoda entre los O’Rourke, ya que estaba acostumbrada a una familia numerosa.
Pero lo que no era cómodo en absoluto era ver a Patrick en el comedor. Estaba sentado a la mesa, bebiendo café y hablando de fútbol con sus hermanos, y tenía un aspecto tan atractivo que Maddie temblaba solo de mirarlo.
¿Realmente le había permitido que la tocara de aquella manera?
Le parecía algo imposible, pero aún sentía la impronta de sus manos en los pechos y aún le hervía la sangre cada vez que lo pensaba. Después de aquello Patrick no había hablado mucho. Se había limitado a ayudarla a subir al coche y a regresar a la emisora con una adusta expresión en el rostro. Una hora más tarde apareció en el departamento de publicidad, tan frío como un desconocido, y le preguntó si estaba lista para marcharse. Apenas hablaron en la travesía del ferry y en el largo trayecto hasta la casa de su madre.
Se removió, incómoda, y se fijó en el colorido tablero que estaba en el suelo. En unos pocos años, ella habría estado enseñando a sus hijos a jugar al Candyland... si las cosas hubieran sido diferentes. Se mordió el labio, preguntándose si volvería a sentirse alguna vez como una persona normal.
—Reconozco esa expresión —dijo Kathleen en voz baja.
—¿Qué expresión?
—Esa expresión de desolación. La he visto a menudo en el espejo —dejó escapar un suspiro—. ¿Sabes? Mi marido se fue con mi mejor amiga cuando yo estaba embarazada.
Maddie puso los ojos como platos. Se había sentido fatal al encontrar a Ted con otra mujer antes de la boda, pero comparado con lo que le había pasado a Kathleen lo suyo no era nada.
—Es terrible. Lo que me pasó a mí... no fue... —la voz se le quebró.
—La traición es la traición —dijo Kathleen encogiéndose de hombros.
—¿Alguna vez has pensado en volver a casarte? — le preguntó, y enseguida se mordió el labio, arrepentida. No conocía lo bastante a Kathleen para hacerle ese tipo de preguntas y, ciertamente, no era asunto suyo.
Pero Kathleen no pareció ofenderse. Acarició el rostro de Amy y negó con la cabeza.
—Si solo fuera yo, tal vez sería diferente, pero tengo que pensar en mis hijas. No puedo correr el riesgo de hacerles daño.
—Eso no pasaría con el hombre adecuado —intervino Beth, claramente apenada por su cuñada—. Al menos, no te cierres a esa posibilidad.
Kathleen y Maddie intercambiaron una mirada comprensiva. Beth estaba esperando un bebé, y era seguramente la mujer más feliz del mundo. Era inútil hacerle ver que los riesgos de enamorarse podían pesar más que los beneficios.
Como si estuviera guiada por un radar interno, la mirada de Maddie se desvió hacia Patrick. Al estar sentada en el suelo, solo lo vio de perfil. Parecía relajado, salvo por la mano extendida sobre el muslo.
Antes se había puesto un poco tenso, casi imperceptiblemente, cuando Kane le había sugerido ofrecerle un préstamo para la expansión de la KLMS. Se había echado a reír, con una broma sobre su independencia, pero su reacción subyacente sorprendió a Maddie. La independencia era importante, desde luego, pero era como si hubiera un muro invisible entre él y el resto de los O’Rourke. Un muro que Patrick no quería que nadie traspasara.
En ese momento volvió la cabeza y la pilló mirándolo. Maddie se estremeció. ¿Estaría pensando en ella con el vestido desabrochado y sus pechos al descubierto?
Las dudas volvieron a asaltarla. Nada podía cambiar el hecho de que al principio la había besado por unas razones que no tenían nada que ver con su posible atractivo femenino. Y ¿cuánto le costaba a un hombre excitarse? Ella no sabía mucho de hombres ni de sexo y no podía estar segura de nada, y mucho menos de alguien como Patrick.
De repente Patrick se apartó de la mesa y se levantó.
—Maddie, ¿qué te parece si damos un paseo? —le preguntó.
—Buena idea —dijo Shannon. Era la mayor de las hermanas, y tan glamorosa y elegante que Maddie se sintió muy vulgar a su lado—. Un poco de ejercicio me vendrá bien, después de haber comido tanto.
—Shannon, no digas tonterías —la reprendió él—. No puedes caminar con esos tacones tan altos.
Su hermana lo miró con la nariz arrugada y cruzó los pies.
—Tan encantador como siempre, ¿no, mi querido hermano?
—No puedo evitarlo. He nacido para ser encantador —volvió la vista hacia Maddie—. ¿Te apetece?
—Eh... claro que sí —respondió ella, intentando no fijarse en las sonrisas y codazos que se daban los demás. Debía de parecer que Patrick intentaba estar con ella a solas, pero ella no pensaba así. Era obvio que lo ocurrido aquella tarde había sido un accidente que él no quería repetir.
Fuera la noche era fría, aunque aún estaban a principios del otoño. El olor a leña quemada se mezclaba con la fragancia de los árboles y de la tierra húmeda. A Maddie le resultó vagamente familiar. Había vivido en Washington hasta los dos años de edad, por lo que debía de ser de una etapa en su vida que no recordaba conscientemente.
—¿Tienes frío? —le preguntó Patrick mientras caminaban por un oscuro sendero bordeado de árboles.
Antes de salir, se había asegurado de que se pusiera una chaqueta, pero él no había hecho lo mismo. Seguro que no le hacía ninguna falta.
—Estoy bien —respondió ella, y pasaron varios minutos en silencio.
—Quería hablar contigo —murmuró él finalmente. Se detuvo y enganchó los dedos en los bolsillos—. No paro de pensar en lo de esta tarde.
—Yo tampoco. Me parece muy extraño visitar a tu familia después de hacer... eso.
—No hicimos nada —espetó él—. Tan solo sucedió.
Maddie puso una mueca de irritación. Tal vez ese tipo de cosas solo «sucedieran» para Patrick, pero para ella era algo mucho más dramático. Una chica no descubría todos los días lo que se había estado perdiendo en esa clase de actividades.
—No pienso lo mismo —murmuró.
—Lo sé, y eso es lo que me preocupa.
—Oh...
—La cuestión es que no debería haberte besado. No estuvo bien, después de todo lo que has sufrido.
—Si no me hubiera gustado, no lo habría permitido.
Patrick sonrió irónicamente. Desde luego que no lo habría permitido.
—Quiero ser sincero contigo, porque está claro que tu ex novio no lo fue. Creo que eres una mujer estupenda, pero yo no soy del tipo de hombres que se casan. Y aunque lo fuera, no lo haría hasta asegurarme de que la emisora es un éxito. Por eso me preocupa que te hayas hecho una idea equivocada.
¿Una idea equivocada? ¿Qué le pasaba a Patrick y a sus «ideas»? \
—Que te preocupa... ¿qué?
Patrick se puso tenso.
—Eres tan inocente, que pensé que podrías haber visto algo más que un simple beso... No deberíamos haber llegado tan lejos. No es que llegase a ninguna parte, pero aun así... —negó con la cabeza, sabiendo que se estaba comportando como un idiota. Y todo por culpa de Maddie—. Asumo toda la responsabilidad.
—Eso es muy amable por tu parte.
—Maddie...
—¡No! —lo interrumpió ella poniéndole un dedo en el pecho. No sabía si enfurecerse o echarse a reír—. No soy una niña y no necesito que me protejas ni que te disculpes por algo que podría haber evitado yo misma.
—Soy mayor que tú y tendría que haberlo pensado mejor.
—¿Y ser mayor que yo te hace pensar que quiero casarme contigo por un simple beso? —le preguntó con un tono deliberadamente incrédulo.
—No fue tan simple.
—Fue un beso, nada más. ¿No es eso lo que has dicho? ¿Tan tonta crees que soy?
—No creo que seas tonta —dijo él con una mueca de dolor.
—Apenas nos conocemos, yo llegué aquí después de que mi novio me engañara, y tú sigues pensando que tengo la idea de pasar juntos el resto de nuestras vidas. Ni siquiera estoy segura de que me gustes de verdad, ¿por qué iba a querer algo más que un beso?
—Supongo que porque yo lo merezco.
—Estoy intentando decidir qué hacer con mi vida —continuó Maddie, iracunda—. Lo último que pensaría sería en casarme con alguien. Creo que te dejé eso muy claro, así que no sé por qué estamos teniendo esta discusión.
—Sí, eso es.
La reacción de Maddie lo hería en su orgullo, pero era lo bastante listo para mantener la boca cerrada. Había sido una suposición muy arrogante por su parte, pero Maddie era distinta a las otras mujeres. Era inocente e idealista, a pesar de lo que le había pasado con su novio. Si tan solo pudiera comprender que él hacía y decía lo equivocado porque tenía miedo de herirla... Pero tenía la dolorosa sospecha de que la había herido aún más.
—Beth y Kane se han ofrecido para llevarme de vuelta a la pensión —dijo ella—. Será mejor que vaya a ver si están listos para marcharse.
Había una cierta dignidad en su voz que no encajaba con la Maddie que él conocía, pero Patrick se limitó a asentir. No sabía lo que pasaría si Kane se enteraba de cómo la había besado. Su hermano adoraba a su esposa, y si Maddie resultaba ser la hermana de Beth, entonces Kane se mostraría igualmente protector con ella.
Para alguien a quien le gustaban las cosas simples, la vida de Patrick empezaba a ser un infierno.
Lo mejor que podía hacer era mantenerse alejado de Maddie. Iba a ser difícil estando ella en la emisora, pero así tenía que ser.
Maddie tecleó unas cuantas palabras en el ordenador. Apoyó la barbilla en la mano y miró el monitor, sin fijarse en lo que había escrito. Patrick apenas le había dirigido la palabra en las dos últimas semanas. La había tratado exactamente como ella quería: como a cualquier otro empleado.
Su madre siempre decía que había que tener cuidado con lo que se pedía, y en esa ocasión había acertado. ¿Cómo podía entender a Patrick cuando este se limitaba a darle los buenos días?
«Creo que eres una mujer estupenda, pero yo no soy del tipo de hombres que se casan».
Pensar en aquella absurda advertencia aún la enojaba. ¿Cuántas veces creía Patrick que tenía que prevenirla? Le había dicho que no era amable, le había dicho que no quería casarse ni tener hijos. De hecho, le había dicho un montón de cosas de lo más irritante.
—Que se vaya al infierno —masculló entre dientes.
Tenía mucho más en que pensar además de Patrick; como —por ejemplo en su nueva hermana y su cuñado. Aunque los O’Rourke estaban seguros del parentesco, habían realizado la investigación necesaria para confirmarlo. Kane pagó para que se efectuaran unos costosísimos tests genéticos, y los resultados llegaron el mismo día en que los detectives accedieron a los registros de adopción de Beth y de ella misma.
De modo que tenía una hermana gemela. Idéntica a ella.
Sus padres, con los que había hablado varias veces por teléfono, habían planeado ir pronto a conocer a Beth. Una vez que superaron la consternación por que las hubieran separado, se mostraron entusiasmados de que Maddie hubiera encontrado una hermana. Algunos padres adoptivos se sentían amenazados cuando su hijo buscaba a su familia biológica, pero los suyos no. Eran los mejores padres del mundo.
Dejó escapar un silencioso suspiro y se concentró en la pantalla. Tenía que dedicarse por completo en la nueva campaña de publicidad. A Stephen parecían gustarle sus ideas, así que al menos en el plano laboral lo estaba haciendo bien.
Lo que no pasaba en el plano sentimental.
Desvió la vista hacia la ventana. Era un día tormentoso y todo el mundo se quejaba por la lluvia en los últimos días. Muchos se habían visto afectados por la gastroenteritis, por lo que la emisora se quedó bastante escasa de personal.
—¿No te desagrada este tiempo? —le preguntó Stephen, interrumpiendo sus divagaciones—. En Nuevo México no llueve tanto.
Maddie esbozó una sonrisa forzada y negó con la cabeza.
—No, me gusta mucho. La lluvia es lo que mantiene todo verde.
—Eso mismo dice Patrick.
Patrick.
Genial. ¿Acaso no podía estar un solo minuto sin pensar en él? La estaba volviendo loca con sus asentimientos corteses cada vez que se tropezaban en el pasillo. No era que desease que la besara otra vez, pero ¿por qué de repente la trataba como si tuviera algo contagioso?
—Estás haciendo un excelente trabajo. Le dije a Patrick que fuiste tú la responsable de esos nuevos anunciantes. Se quedó muy complacido.
Oh, estupendo...
—Voy a tomarme un descanso y a buscar una taza de café —dijo ella, incapaz de contener su inquietud—. ¿Quieres que te traiga algo?
—No, aún me queda un poco en el termo de Candy.
Maddie volvió a sonreír, esa vez sinceramente. Algunos se habían sorprendido cuando la Temible Finn empezó a llevarle termos de café al director de publicidad, pero nadie se había atrevido a decir nada. Había sido muy fácil conseguir que Candy preparara un termo extra para Stephen, y no costaría mucho juntarlos, sobre todo después de saber que Stephen era el responsable de toda la joyería de Candy... recibida como regalos de Navidad o como «gestos de aprecio».
Al entrar en la sala de descanso vio a Candy preparándose una taza de té.
—¿Cómo estás? ¿Algún síntoma de gastroenteritis?
—Ninguno —respondió Candy—. No me pongo enferma fácilmente. ¿Stephen se encuentra bien? — preguntó con ansiedad.
—Muy bien —le aseguró Maddie—. ¿Sabías que ahora te llama «Candy» en privado? Y no prueba ni una gota de otro café que no sea el tuyo.
Candy se puso colorada. Desde que había dejado de peinarse hacia atrás parecía mucho más encantadora. Stephen no le había pedido una cita aún, pero Maddie estaba segura de que su atractivo director estaba más que interesado.
—Ojalá hubieras venido hace veinte años —dijo Candy con tristeza.
—Hace veinte años no hubiera sido de mucha ayuda. Lo que más me gustaba era jugar con muñecas.
—Por aquel entonces, yo... —se interrumpió al ver aparecer a Patrick—. Será mejor que vuelva a mi mesa —pasó junto a su jefe, haciéndole un guiño a Maddie que Patrick no pudo ver.
—¿Ocurre algo? —preguntó él.
—Nada —respondió Maddie. Se apresuró a servirse una taza de café y se dio la vuelta, preguntándose si Patrick tendría la misma condenada expresión de cortesía que llevaba luciendo las dos últimas semanas.
Era demasiado frustrante. La había tocado como ningún hombre había hecho jamás, y ahora se comportaba como si fueran unos desconocidos.
Y lo eran, reconoció ella en silencio. Y eso no iba a cambiar.
Maldición... Ella no tenía más experiencia con los hombres que su relación con Ted, quien no la había ayudado mucho a entender cómo eran las cosas entre hombres y mujeres.
Ted... Habían sido niños jugando a ser adultos, sin ir más allá de tomarse las manos ni atreverse a romper la sagrada regla de: «Por delante no se sube de la cintura, y por detrás no se baja de la cintura». Era una regla destinada a protegerlos, reforzada por la furiosa mirada de su padre, algo que pocos chicos se atreverían a desafiar.
Tomó un sorbo de café y miró a Patrick por debajo de las pestañas. El no era un niño, y seguro que no había regla que no hubiera roto.
No había muchos chicos malos en Slapshot, pero Maddie reconocía en él los restos de una adolescencia rebelde. Tal vez fuera el sensual pavoneo al andar, la barba incipiente que le daba un aire de peligro, u otra docena de cosas que lo hacían tan... interesante.
«Maddie, Maddie, Maddie, ¿es que no has aprendido nada?», le preguntó una vocecita en su cabeza. Si no podía confiar en el chico junto al que había crecido, ¿cómo podía confiar en un hombre como Patrick O’Rourke?
—Stephen dice que estás haciendo un trabajo fantástico —comentó él, sirviéndose una taza de café—. Me ha dicho que estás trabajando en una propuesta para promocionar la emisora en vallas publicitarias. Estoy impaciente por verlo.
—Aja.
—Sí, bueno, será mejor que vuelva a mi despacho.
Ella puso una mueca ante su retirada. ¿Por qué tenía que ser tan distante? Después de todo, había sido él quien había decidido besarla, no al revés.
De acuerdo, tal vez deseara que volviera a besarla. Como una especie de experimento, para comprobar si volvía a reaccionar de la misma manera.
Y para comprobar si él también reaccionaba. Maddie se ruborizó intensamente al pensar en Patrick excitándose por ella. Estaba segura de que él lo había sentido, pero su experiencia era tan escasa que no podía evitar las dudas. Había oído que para una mujer era muy fácil fingir una reacción, pero ¿podía un hombre hacer lo mismo? Patrick había estado presionado contra ella y había estado... impresionante por la zona inferior de su anatomía. Pero tal vez ella lo hubiera malinterpretado.
—Chico... ¿estás confundido tú también? —murmuró para sí misma.
La emisora estaba prácticamente desierta por culpa de la. gastroenteritis. De camino a su mesa, Maddie se paró junto al cristal de la cabina de emisión y le sonrió al pinchadiscos, conocido como Seattle Kid, cuando este empezó a hacerle frenéticos gestos con la mano. Entró de puntillas en la cabina y el joven le arrojó unos auriculares con micrófono.
—Vamos. La música está a punto de acabarse —le dijo, saliendo disparado por la puerta con una mano tapándose la boca.
Maddie se quedó contemplando los auriculares durante diez segundos. Por suerte, en ese momento entró Jeremy, el técnico, pero retrocedió espantado cuando ella intentó tenderle el micrófono. Empezó a darle instrucciones con las manos, pero ella no sabía nada sobre los aparatos de la cabina.
—Están esperando la chachara del pinchadiscos — le susurró—. Di algo. Estás en el aire.
Apuntó al letrero luminoso de la pared, y Maddie empezó a sentir náuseas. El lema de la KLMS era: «No hay nada peor que el silencio», pero ella no estaba segura de que pudiera aplicarse a una novata con solo dos semanas de experiencia en publicidad.
—Eh... hola —dijo por el micro. Jeremy puso cara de alivio y continuó haciendo gestos de ánimo—. Soy Maddie Jackson y estoy... eh, sustituyendo a Seattle Kid, quien de repente parece haber contraído la misma gastroenteritis que están padeciendo casi todos lo que trabajan aquí.
Se aclaró la garganta, dejó la taza de café y se sentó en la silla desocupada. El tablero que tenía delante le recordó al puente de mando de una nave espacial, lleno de botones y lucecitas intermitentes. No tenía ni idea de cómo manejar aquello.
—Y por aquellos que le mandéis vuestro apoyo, estoy segura de que os lo agradecerá. Tengo que confesar que ésto de la radio es nuevo para mí. Soy de Slapshot, un pequeño pueblo de Nuevo México, y hace mucho que no venía por aquí. Enseguida escucharemos más música, pero mientras tanto... —hizo una pausa, intentando desesperadamente recordar las cosas de las que los pinchadiscos hablaban por la radio.
Jeremy siguió con sus gestos, y Maddie tomó aire en una serie de inspiraciones tan rápidas que temió sufrir una hiperventilación. Se había quedado de piedra. Miles de personas esperaban sus palabras, y por primera vez en su vida no se le ocurría qué decir.
—Me gustaría hablar de... besos. Y de hombres — declaró, solo para ver cómo Jeremy dejaba de gesticular y se llevaba las manos a la cabeza.
De acuerdo, tal vez los besos no fueran el mejor tema. Pero al menos no habría silencio del que preocuparse.