Capítulo 7
Patrick miró el tubo de aspirinas que tenía sobre la mesa. Desde que Maddie había vuelto a la KLMS, casi había vaciado el bote de tamaño económico, por lo que pronto tendría un agujero de tamaño económico en el estómago. Maddie lo estaba volviendo loco, más que el hecho de tener al sesenta por ciento de sus empleados de baja por enfermedad.
Besarla había sido un gran error, y no importaba lo agradable que hubiera sido. Ahora, cada vez que ella lo miraba, él podía ver la confusión en su rostro. ¿Y por qué no iba a estar confundida? Ella provenía de un mundo en el que los besos íntimos significaban algo.
«Y significan algo», le dijo una voz interna que le recordó a su padre.
La voz llevaba atormentándolo durante los últimos días, por mucho que intentara ignorarla. Continuamente se recordaba que Maddie y él eran poco más que unos desconocidos, así que ¿por qué tendría que significar algo un simple beso?
El recuerdo de los labios hinchados de Maddie, su mirada aturdida y el tentador balanceo de sus pechos volvió a invadirlo, haciéndole soltar un gemido ronco.
Sobre todo estaba furioso consigo mismo. ¿Cómo se había atrevido a besarla? Ya era bastante grave haber perdido el control con una inocente, pero Maddie, además, estaba recuperándose de una herida en el corazón. Los O’Rourke tenían un código de honor tan viejo como Irlanda, y nunca, ni siquiera siendo un joven rebelde, había hecho algo que pudiera ser dañino para una chica.
Y con Maddie se había comportado como un estúpido arrogante, advirtiéndole que no se hiciera ilusiones de matrimonio. No era extraño que se hubiera sentido tan ofendida.
—Chico, tengo un problema —murmuró, tomándose dos aspirinas más.
La radio sonaba en su mesa, con el volumen muy bajo, y por alguna razón le recordaba a la voz de Maddie... Tal vez porque no podía dejar de pensar en ella. Dejó escapar un suspiro y subió el volumen para oír lo que estaban emitiendo en la KLMS.
—... es un poco anticuado, pero ese no es el problema. Quiero decir, mi padre es anticuado, pero es maravilloso —estaba diciendo la voz.
Era Maddie.
Patrick sacudió la cabeza para despejarse, incapaz de creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se atrevía esa atolondrada a hablar por su emisora?
—Y besa de maravilla, pero ahora se comporta como si yo fuera una especie de plaga. Hubiera jurado que estaba interesado en mí... ya sabéis, físicamente, pero tal vez me haya equivocado. ¿Puede un hombre fingir ese tipo de cosas?
Oh, no.
Patrick saltó de su silla... y cayó de bruces cuando sus pies chocaron contra la papelera.
—¿Sabe alguien de vosotros por qué los hombres son tan desconcertantes? —siguió Maddie—. Tal vez un hombre pueda explicármelo, porque tengo que admitir que me parecen todos de otro planeta. Ya os he contado lo que piensa él del matrimonio. Sinceramente, no sé por qué se muestra tan contrario a esa idea, pero si lo oyerais hablar, pensaríais que para él es peor casarse que sumergirse en aceite hirviendo.
Sin dejar de mascullar maldiciones, Patrick corrió a la cabina de emisión. A través del cristal vio a Maddie sentada en una esquina de la consola, charlando sobre el matrimonio, los besos y los hombres, y preguntando la opinión de los oyentes. Jeremy parecía en estado de shock, pero cuando vio la cara de Patrick se echó a reír.
Patrick se pasó la mano por el cuello en un gesto de corte, pero Maddie le respondió con una mueca de impotencia, señalando el micrófono como si eso lo explicara todo.
—Pon una canción —ordenó él entrando en la cabina.
—No sé cómo se hace eso —dijo ella, y soltó un suspiro—. Lo siento, estaba hablando con el dueño. El señor O’Rourke quiere que ponga alguna canción, lo cual me parece normal, ya que esta es una emisora de música country. Escucharéis a Garth Brooks en cuanto sepa cómo se manejan estos mandos. Sinceramente, estos aparatos me parecen tan complicados como los de un puesto de control de la NASA.
Patrick sacó un CD de la funda, lo metió en la ranura correspondiente y la música empezó a sonar. Para asegurarse del todo, desconectó el micrófono de Maddie.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó con el ceño fruncido.
—Mack se ha puesto enfermo de repente —explicó ella, levantándose—, y tú me dijiste que en la radio no hay nada peor que el silencio. Así que me he puesto a hablar.
—¿Tú...? —Patrick cerró la puerta para que Jeremy no pudiera oírlos—. Eso no es lo que quise decir.
La expresión de dolor que tanto temía apareció en los ojos de Maddie.
—Pero he hablado de lo estupendo que es el Crockett Café, y he dicho que el Liberty Market abre ahora las veinticuatro horas. Esos son dos anuncios de la KLMS. No he roto ninguna regla de la Comisión Federal de Comunicación, seguro que no. ¿Cuál es el problema, entonces?
—¡Estabas hablando de mí! Ese es el problema.
—No he dicho tu nombre. ¿Cómo podría alguien saber que se trataba de ti?
Ella no lo comprendía, pensó él con irritación. No tenía ni idea. Cualquiera que los conociera y los estuviera oyendo habría sacado ya conclusiones equivocadas.
—No tendrías que haber hablado de mí, punto.
—¿Por qué no? Besas de maravilla.
—¿Y cómo se supone que sabes tú eso? No tienes nada para compararlo. No sabrías distinguir un buen beso de uno malo.
—¿Estás diciendo que no besas de maravilla?
—Sí. ¡No! No he dicho eso... —apretó los dientes con fuerza. Maddie lo estaba volviendo loco otra vez—. Está bien. Ya pensaré luego cómo arreglar este embrollo. Mientras tanto, salgamos de aquí. Tenemos que hablar.
—Pero Mack está muy mal y no puede acabar el programa. Y no hay nadie para sustituirlo.
Patrick miró el reloj de pared y se dio cuenta de que faltaba una hora para que llegasen el siguiente pincha—discos y la productora. Eso en el caso de que no hubieran contraído también la gastroenteritis.
La semana se volvía más complicada por momentos.
—Vuelve a tu mesa. Yo me ocuparé de esto hasta que llegue Lindsay Markoff —dijo, cruzando los dedos con la esperanza de que Lindsay llegase pronto. Tal vez debería llamarla y asegurarse de que iba a ir. Siempre estaba deseosa de pasar más tiempo en el aire, y él podría aumentarle la paga.
—Creía que odiabas hablar por la radio —dijo Maddie, que parecía dudosa.
—No voy a hablar —replicó él. Sabía que no estaba siendo justo. Maddie había hecho todo lo posible por ayudar, y ahora él pagaba su frustración con ella. Intentó calmarse un poco—. Voy a limitarme a poner música hasta que venga alguien.
—Pero hay que anunciar las canciones —arguyó Maddie.
—Al principio sí, pero... —derrotado, hizo que Maddie volviera a sentarse—. De acuerdo, yo manejaré la consola y tú anunciarás las canciones. Solo las canciones —recalcó con dureza. Darle un foro a la desatada lengua de Maddie era lo último que quería.
En ese momento Jeremy asomó la cabeza por la puerta.
—¿Por qué no la has detenido? —le preguntó Patrick, mirándolo furioso—. ¿Por qué no pusiste música o algún anuncio?
—Eh, jefe, solo soy un humilde técnico. Mack le dio el micrófono a Maddie, y tú sabes el miedo que me da el directo. Solo quería decirte que las líneas están colapsadas. Parece que hay quien quiere darle a Maddie unos cuantos consejos sobre esos hombres que besan de maravilla —dijo con una sonrisa.
Patrick le lanzó una mirada fulminante, pero Jeremy era imparable. Seguramente encontraba divertida la elocuencia de Maddie. A sus veinte años, y tras ser un delincuente juvenil, era un genio de la electrónica que trabajaba en la emisora mientras estudiaba Comunicación. Iba camino de ser el nuevo Ted Tumer, pero mientras tanto era una incómoda espina en el trasero. Patrick lo entendía muy bien. Por algo había sido él mismo un delincuente juvenil.
—Nada de llamadas —ordenó.
—Pero, jefe, siempre aceptamos llamadas en la KLMS —protestó Jeremy—. Siempre dices que...
—No importa lo que siempre diga —atajó Patrick—. Vuelve a tu sitio y diles a los que llamen que lo sientes, pero que Maddie no sabe cómo atender llamadas, igual que no sabe cómo poner música.
Jeremy se marchó sin ocultar su decepción. Acomodó su cuerpo, larguirucho y desgarbado, en la silla del productor, un puesto que codiciaba por el poder que ofrecía. Patrick le echó una mirada de advertencia a través del cristal cuando lo vio con la vista fija en las luces parpadeantes del teléfono. Tal vez Jeremy estuviera destinado a la fama, pero sería hombre muerto si se atrevía a aceptar una sola de esas llamadas.
—Está bien —le gruñó a Maddie—. Voy a emitir algunos anuncios, y después tú anunciarás que vamos a poner una serie de canciones, empezando por God Bless the USA, de Lee Greenwood.
—Oh, me encanta esa canción.
—Ni se te ocurra formular una opinión —se apresuró a decir él. Si Maddie se salía del guión, estaría perdida. Sabía que corría un gran riesgo al permitirle quedarse allí, pero era eso o hablar él mismo en directo, algo que había jurado no hacer jamás.
Maddie no podía comprender por qué Patrick estaba tan preocupado. Salió de la emisora con la misma expresión adusta que llevaba desde que irrumpió en la cabina.
El pinchadiscos y la productora del siguiente programa habían llegado pronto, por lo que solo tuvieron que estar en el aire durante diecisiete minutos. Pero Maddie no sabía lo que Patrick pensaba hacer. Ahora que estaban a solas, se mostraba tremendamente silencioso.
Tal vez fuera a despedirla y quería decírselo lejos de la emisora, para que ella no pudiera montar un escándalo delante de nadie. Aquel pensamiento la hizo hundirse en el asiento del copiloto, completamente deprimida.
—¿No vas a decir nada? —le preguntó a Patrick. Él se detuvo en un restaurante de carretera, y se quedó sentado con las manos aferradas al volante.
—Lo siento, pero creí que estaba ayudando —añadió ella.
Estaba haciendo un buen trabajo para la emisora, por eso no podía despedirla, y además, no había sido culpa suya ponerse a hablar en directo. Tan solo había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Patrick no estaba siendo nada razonable.
—Lo sé —dijo él con un suspiro—. Hiciste lo que hubiera hecho cualquier otra persona, y te pido disculpas por mi reacción.
Maddie cruzó los brazos sobre el estómago y miró por la ventanilla. La lluvia se estrellaba contra el parabrisas y sus respiraciones estaban empañando el cristal. El frío húmedo le resultaba extraño, y por primera vez desde que llegó a Washington sintió una punzada de nostalgia que no tenía nada que ver con echar de menos a sus padres.
Nuevo México era una tierra árida, un paisaje rojizo salpicado por los parches dorados de la hierba seca.
Maddie echaba de menos las ristras de relucientes pimientos que decoraban las casas y el cielo infinito sobre las Montañas Magdalena. El olor a salvia había sido reemplazado por la fragancia de los árboles de hoja perenne, y aunque calaba hondo en su interior, aquel sitio no era su hogar.
—No pertenezco a este lugar —susurró.
—No digas eso, Maddie. Ya me siento bastante mal por haberte gritado —Patrick se pasó la mano por el rostro, negando con la cabeza al mismo tiempo—. Claro que perteneces.
—De acuerdo, entonces no pertenezco a nadie aquí.
—Tienes a Beth y a Kane y al resto de nosotros.
—No dejas de recordarme que no te tengo, Patrick. No puede ser de las dos maneras.
Sintió, más que vio, cómo él alargaba el brazo y la agarraba de la mano.
—Me siento fatal por esto —dijo él dándole un apretón y entrelazando los dedos con los suyos—. No quiero decepcionar ni hacerle daño a nadie. Solo quiero que las cosas sean simples. Perdí el rumbo de joven, Maddie. Algo me pasó cuando murió mi padre, y no quiero volver a sentirme así. Es mejor que no se complique la situación.
—Eso es muy apropiado.
Él le soltó la mano y se echó hacia atrás.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Nada... Todo.
Maddie se estremeció y se subió el cuello de la chaqueta. Patrick murmuró una disculpa y se apresuró a arrancar otra vez el motor y a encender la calefacción.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que te mantienes alejado de todo el mundo. Incluso de tu propia familia.
—No digas tonterías. Últimamente paso mucho tiempo en la emisora, pero por lo general voy a cenar con la familia un par de veces al mes.
—Hay una diferencia entre estar con ellos y estar simplemente allí.
Patrick soltó un resoplido. Maddie acomodó los pies bajo la abertura de aire caliente e intentó encontrar un modo de explicarse. Tal vez estuviese equivocada, pero— la había preocupado ver a Patrick con los demás O’Rourke. No podía imaginárselo hablando con su madre como ella hablaba cada noche con sus padres. Podía haber huido de Slapshot, pero no había huido de su familia.
—Sonríes y haces bromas —le dijo—. Besas a tu madre y juegas con tus sobrinas, pero hay una barrera entre tú y el resto del mundo. Es como si no quisieras que nadie se acerque demasiado, y por eso los mantienes a distancia con tus sonrisas y tu actitud relajada. Pero Pegeen está muy preocupada, Patrick —añadió suavemente—. Cree que la razón por la que no vas tanto a verla tiene que ver con el matrimonio de Kane.
Patrick tensó la mandíbula y negó con la cabeza.
—Eso son tonterías. Asumí un gran riesgo cuando convertí la KLMS en una emisora de música country, y el romance de Beth y Kane ayudó a darle popularidad. He estado muy ocupado, eso es todo. No hay ningún misterio ni razón psicológica.
—Pero...
—No —parecía a punto de explotar. Era todo lo opuesto al hombre sonriente y despreocupado que ella había conocido al principio—. Querer que las cosas sean simples solo significa eso: que sean simples.
Maddie parpadeó para reprimir las lágrimas. Patrick tenía una familia maravillosa, pero no quería reconocer que le importaba por miedo a que algo ocurriera. Algo como lo que ocurrió a su padre. Maddie no había necesitado que Kane le explicara que la muerte de Keenan O’Rourke había supuesto un terrible trauma para Patrick.
—Cielos... —murmuró él—. Primero te pido disculpas y enseguida vuelvo a explotar. Me siento tan culpable...
—¿Culpable por qué? —aquello era lo último que Maddie esperaba oír—. Si vas a disculparte por tu malhumor, deberías pedirle disculpas a todos los de la emisora. Stephen dice que nunca te ha visto tan enfadado.
—Eso no es cierto. Me ha visto muchas veces enfadado.
—¿Desde cuándo?
—Desde que yo era un estúpido crío que hacía todo lo posible para que me detuvieran o me mataran, ¿de acuerdo?
Maddie sintió que se quedaba sin aire. No conocía bien a Patrick, pero el brillo de sus ojos y la intensidad de su voz eran... sorprendentes. O tal vez no la sorprendieran tanto, porque en el fondo sabía que Patrick no se sentía tan seguro como quería hacerle creer a todo el mundo.
—Te dije que fui un adolescente difícil, pero no te imaginas lo que eso significa —espetó furioso—. Bebía, fumaba, me acostaba con todas las mujeres que podía y siempre estaba buscando pelea. Incluso intenté robar una camioneta. Fue un milagro que no acabara en la cárcel o que mi familia no tuviera que identificar mi cadáver en la morgue. Menudo regalo hubiera sido ese, después de enterrar a mi padre.
—Estabas furioso porque lo echabas de menos.
—Cierto. Y por eso me convertí en la peor persona que pudieras conocer. Te lo demostraré —alargó el brazo y le puso la mano sobre un pecho—. No soy un hombre que esperaría hasta la noche de bodas para poseerte. Y tampoco me importaría que no lo hiciéramos en una cama. Me conformaría con el asiento de un coche.
Maddie quería estar furiosa y retirarle la mano, pero un calor rebelde se expandía desde los dedos de Patrick, alcanzando los recovecos más profundos de su abdomen. Y el instinto le dijo que Patrick se estaba haciendo más daño a sí mismo que el que podría hacerle a ella.
—¿Me oyes? —le preguntó él.
—Te oigo.
—Bien. Entonces lo has entendido.
En vez de apartarse, Maddie se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia su mano. Sentía que su cuerpo se estaba derritiendo, con el pulgar de Patrick acariciándole el pezón erguido.
Él bajó la mirada hasta sus pechos y vio y sintió la respuesta de sus pezones. El temblor de Maddie se transformó en un terremoto interno. Sabía que Patrick intentaba espantarla, pero no sabía por qué. No era ningún secreto lo que pensaba del matrimonio y los hijos. Había dejado muy claro que sería siempre soltero, pero ella quería llegar al fondo del asunto.
—La verdad es que no lo entiendo —susurró.
—En ese caso debería explicártelo mejor —dijo él, y, soltando una maldición, tiró de ella por encima de la palanca de cambios y la sentó a horcajadas sobre sus caderas. Por segunda vez en su vida Maddie sintió la presión de una erección contra ella, pero esa vez fue en un sitio que prendió en llamas al recibir el contacto. Soltó un gemido y hundió los dedos en sus hombros—. Oh, por amor de Dios, ¿por qué no me detienes? —se quejó él—. Después de lo que pasó con tu boda se supone que deberías odiar a los hombres.
—Solo a los hombres que engañan. Mi problema es que no soy capaz de establecer la diferencia.
Patrick estaba intentando asustarla para que lo rechazara, pero eso no iba a ocurrir, puesto que ella sabía que su rechazo significaría el fin de la conversación. Y además sabía que estaba a salvo, ya que el código de los O’Rourke prohibía forzar a una mujer. Beth se lo había contado todo acerca de ese código.
Se removió sobre el regazo de Patrick, buscando una posición más cómoda. El soltó un gemido.
—¿Pasa algo? —le preguntó ella.
—Nadie es tan inocente.
—Entonces, ¿puedes fingir... eso? —le preguntó alegremente. No había duda de a qué se refería con «eso».
Frustrado, Patrick se golpeó la cabeza contra la ventanilla. Tenía en sus manos a una mujer condenadamente sexy que estaba cambiando los papeles con él. Maddie sentía una insaciable curiosidad por el sexo y por los hombres, y sus inhibiciones estaban disolviéndose a gran velocidad. Lo que carecía en experiencia lo tenía en astucia. Se suponía que aquello debía enfurecerlo, pero en vez de eso sintió deseos de besarla.
—No, no puedo fingirlo — reconoció, lamentando no poder fingir una erección. Si fuera fingida no le dolería tanto—. Y no puedo creer que preguntaras eso por la radio. Somos una emisora de música country, no un consultorio.
—Yo no fui tan explícita.
Patrick reprimió la risita que estuvo a punto de soltar.
—Pero lo insinuaste. La verdad es que eres muy peligrosa. ¿Sabes? Alguien debería prohibir acercarse a ti.
—Pensaba que ya lo habías hecho.
—¿Yo he prohibido eso? ¿A quién?
—A ti, desde luego. En dos semanas apenas me has dado los buenos días.
Se había derretido sobre él, como solo una mujer podía conseguir, y Patrick estaba teniendo serios problemas para mantener quietas las manos.
—Te he dicho algo más que buenos días.
—Es verdad, hace un par de días añadiste: «Buenas noches». Menudo shock.
La carcajada de Patrick fue un verdadero alivio y una tortura exquisita mientras ella se balanceaba sobre él al ritmo de sus convulsiones.
—¿Qué voy a hacer contigo, Maddie?
—No recuerdo haberte pedido que hagas nada.
—Mmm... sí.
La imagen mental que tenía de Maddie, como una estúpida atolondrada, estaba cambiando a algo más complejo, más interesante e infinitamente más tentador.
Estaban en polos opuestos; una mujer que sentía demasiado y un hombre que no quería sentir nada.
¿Qué le estaba ocurriendo? Siempre había sido el imperturbable de la familia, el hermano acomodado al que nada ni nadie podía alterar. Se limitaba a sentarse y a dejar que todo pasara por su lado. Y le gustaba esa forma de ser.
Entonces, ¿por qué su paz mental se veía amenazada por una «agradable» chica de un pueblo del que nunca había oído hablar?
«Buena pregunta, hijo».
Demonios, otra vez la voz de su padre...
Cerró los ojos con fuerza, pero no puedo abstraerse del calor de Maddie, que lo cubría como una manta suave. Siempre había sabido cómo tratar a las mujeres, pero en esos momentos no sabía qué pensar.
Maddie lo desconcertaba de un modo que no había experimentaba en años... y no era una sensación tan terrible como había temido.