Capítulo 5

Patrick le abrió la puerta del coche a Maddie, intentando no fijarse en las pecas de su nariz y en cómo el contraste de estas hacía parecer su piel más cremosa aún.

—Gracias —murmuró ella.

Al menos no había puesto objeción a que le abriese la puerta, pensó él. Había conocido a muchas feministas que no se lo hubieran permitido. Pero aún quedaba por resolver la cuestión de quién pagaría el almuerzo. Se encogió de hombros y se dirigió hacia su local favorito. Ya se ocuparía de eso cuando llegara el momento.

El rostro de Maddie se iluminó cuando llegaron a la pequeña cafetería.

—Se parece a la que tenemos en el pueblo.

—Tomen asiento —les dijo la camarera desde el otro extremo de la sala.

Patrick asintió y condujo a Maddie a una mesa de un rincón. El local seguía igual a como él lo recordaba de niño: la misma comida, las mismas cortinas azules, la misma camarera...

—Me encanta este sitio —dijo—. Sirven todo aquello que prohíben los nutricionistas.

—¿Ah, sí? —preguntó ella sonriendo.

—Oh, desde luego. Lo fríen todo y le echan toneladas de sal.

—¿Cómo te va, Patrick? —le preguntó la camarera, una mujer rolliza y con canas.

—No muy mal. Shirley, esta es Maddie Jackson. Creemos que puede ser la hermana gemela de Beth.

Shirley examinó atentamente a Maddie y sacudió la cabeza.

—Son idénticas como dos gotas de agua.

—¿Todo el mundo se conoce aquí? —preguntó Maddie. Estaba acostumbrada a que la gente la conociera. Slapshot era muy pequeño y su padre era el alcalde. Pero Crockett era mucho mayor.

—Oh, todo el mundo conoce a los O’Rourke —dijo Shirley tomando el lápiz que llevaba en la oreja—. Fueron los salvadores de Crockett cuando construyeron el molino. ¿Qué vais a tomar?

—Eso tiene buena pinta —dijo Maddie señalando la Wonder Burguer del menú—. Y quiero también un batido de chocolate, una ensalada de col y tarta de fresa.

Shirley miró a Maddie por encima de las gafas.

—Eres muy pequeñita. ¿Seguro que no quieres algo más ligero? Todo eso te hará engordar un par de kilos, por lo menos.

—No gano peso fácilmente —replicó ella—. La vida me ha compensando de alguna manera por tener el pecho plano.

Lo dijo en tono jocoso, pero Patrick sabía que no era un chiste. Lo malo era que él no podía decir nada, y sin embargo no podía dejar de preocuparse por Maddie.

—De acuerdo entonces. ¿Lo de siempre para ti, Patrick? —le preguntó Shirley, sacándolo de sus pensamientos.

—Eh... sí —respondió dándole los menús.

—Y también quiero la cuenta —añadió Maddie.

—No, no la quiere —dijo él.

—Sí, sí la quiero.

Shirley vaciló unos instantes.

—Patrick quiere hacerse cargo de esta. Tú puedes pagar la próxima vez —le dio una palmadita en la mano a Maddie y se dirigió hacia la cocina.

—Sabías que ella iba a decir algo así —lo acusó Maddie.

Patrick se encogió de hombros, reprimiendo una sonrisa. El marido de Shirley trabajaba en el molino, de modo que eran unos fieles aliados de los O’Rourke.

Ya había pasado la hora punta, por lo que no tuvieron que esperar mucho rato. La Wonder Burguer era la hamburguesa más grande del local, servida con una montaña de patatas fritas. Maddie agarró la salsa de tabasco y se sirvió una generosa ración.

—¿Quieres un poco? —le preguntó a Patrick, tendiéndole la botella.

—Ni hablar... ¿Acaso tienes una boca de amianto?

—No, pero me crié a base de chile. En Nuevo México le echamos picante a todo —se llevó un puñado de patatas a la boca y masticó con deleite.

Patrick se estremeció. Era el primero en admitir que su dieta no era precisamente equilibrada, pues consistía sobre todo en carne y ensaladas, pero no se imaginaba devorando esa especie de fuego líquido con tanto desenfreno. Tampoco podía imaginarse a ninguna mujer que pidiera una comida tan copiosa cuando salía con un hombre.

Mientras salían del restaurante, sonó el teléfono móvil de Patrick. En la pantalla aparecía el número de su madre. Soltó un gruñido; seguramente su madre lo llamaba para recriminarle que no hubiera ido a comer con la familia en los últimos cinco domingos. ¿Acaso no tenía suficientes problemas con Maddie para que encima su familia lo incordiara?

—¿Ocurre algo? —le preguntó Maddie abrochándose el cinturón de seguridad.

—Presiento que si contesto a esta llamada habrá problemas.

—Pues no contestes.

Él negó con la cabeza y presionó el botón. Negarse a aceptar una llamada de su madre era lo mismo que negarse a contestar al presidente.

—Hola, mamá.

—He oído que tienes una nueva empleada —dijo Pegeen, su madre. Había emigrado de Irlanda siendo joven, y aún conservaba el acento—, y que es idéntica a nuestra querida Beth.

Sin duda las noticias viajaban a la velocidad de la luz en la familia O’Rourke.

—Es... sí, son muy parecidas —miró de reojo a Maddie, quien se había quitado la chaqueta negra. Patrick esbozó una sonrisa. No sabía cómo era realmente Maddie, pero desde luego no parecía ella misma con una chaqueta así.

—Me preguntaba si podríais venir a cenar esta noche y así la conocemos. ¿Por qué no se lo propones? — preguntó su madre, soltando la bomba que él había temido oír.

—Mamá...

—Beth dice que la pobre tiene el corazón destrozado. Sabemos muy bien lo doloroso que es, después de lo que le ocurrió a nuestra Kathleen.

Kathleen.

A Patrick se le formó un nudo en la garganta. Su hermana estaba muy bien sin el imbécil de su marido, por mucho que hubiera llorado cuando Frank la abandonó.

—No hay duda de que Maddie necesita una familia que la ayude a superar estos momentos tan difíciles — siguió Pegeen.

—Nosotros no somos su... eso —replicó Patrick mirando otra vez a Maddie. Estaba mirando por la ventanilla y no parecía mostrar interés, pero seguro que estaba oyéndolo hablar, por lo que él no quería decir abiertamente que no eran su familia.

—Patrick Finnegan O’Rourke, Maddie es la hermana de Beth. Esa chica forma parte de nuestra familia como cualquier otro.

Cuando su madre lo llamaba por su nombre completo significaba que Patrick estaba metido en serios problemas. Y cuando Pegeen declaraba que alguien era miembro de la familia, ese alguien era miembro de la familia y punto. Era casi seguro que Maddie fuese la hermana de Beth, y eso bastaba para contar con todo el apoyo de los O’Rourke.

—Veré qué puedo hacer —le dijo a su madre.

—Fantástico, querido. La cena es a las seis, pero venid antes para que podamos hablar.

Patrick abrió la boca para decirle que no era seguro que fueran, pero su madre colgó antes de darle la oportunidad de replicar.

Soltó un suspiro y arrancó el coche. Podía imaginarse la respuesta de Maddie cuando le dijera que tendrían que salir pronto del trabajo para ir a cenar a casa de su madre. Ella ya estaba empeñada en que la tratase como a cualquier otro empleado. Llevarla a comer era una cosa, pero una cena en familia era una proposición completamente distinta.

—Parece que esta noche estamos obligados a presentamos en casa de mi madre —dijo tras un largo silencio.

—¿Qué?

—Mi madre nos ha invitado a cenar. Tendremos que salir dentro de una hora, para evitar el tráfico.

—No creo que sea una buena idea —dijo ella negando con la cabeza.

—No te imaginas el tráfico que se forma en estas carreteras —repuso él—.Mi madre vive al otro lado de Seattle.

—No voy a salir antes del trabajo. Me has contratado para hacer una labor y eso es lo que voy a hacer.

Dios... Un poco más adelante había una pequeña área de descanso, lo suficiente ancha para aparcar en Puget Sound. Patrick apagó el motor y apretó la mandíbula. A ese paso nunca iban a llegar a la oficina, y mucho menos a cenar con su familia.

—Mi madre quiere que sepas que eres un miembro de la familia y que puedes contar con nosotros para... para todo —dijo—. Beth le contó que lo habías pasado muy mal, y está muy preocupada por ti.

—¿Cómo puede estar preocupada? Ni siquiera nos conocemos.

—Eso a mamá no le importa —se preguntó si debería hablarle de Kathleen, pero decidió que eso era asunto de su hermana.

—Mmm... Beth dice que tu madre es maravillosa.

—Estamos encantados con Beth —dijo él con una sonrisa—. Ha sido lo mejor que podía pasarle a Kane, quien por fin está viviendo para algo más que para los negocios.

—Al menos apruebas que tu hermano esté casado.

—No vamos a empezar otra vez con eso, ¿verdad?

—No creo que nunca hayamos... —la voz se le quebró y Patrick giró a tiempo para ver la expresión de preocupación en sus ojos. Se estaba mordiendo el labio inferior y sus dedos se aferraban con tanta fuerza al cinturón de seguridad que tenía los nudillos blancos.

—Maddie, ¿qué pasa?

Por un momento Maddie observó las gaviotas que volaban sobre las aguas de Puget Sound. Llevaba toda la mañana luchando contra su conciencia, sintiéndose confundida e intentando saber qué era lo que tanto le había dolido de su boda fallida. Pero no importaba cuánto la pensara. Iba a tener que contarle toda la verdad a Patrick, incluso si eso la hacía parecer ridícula.

—Tu madre no... —hizo una pausa y carraspeó—. No necesita preocuparse por mí.

—Las madres están genéticamente programadas para preocuparse. ¿No hace tu madre lo mismo?

—Sí —reconoció ella con una débil sonrisa—. El caso es que... lo que me rompió el corazón no fue la cancelación de la boda. El modo en que ocurrió fue horrible, pero en el fondo es mejor así.

—¿En serio? —preguntó Patrick alzando las cejas.

Maldición. Era muy duro admitir que se era una estúpida. Se suponía que ella era inteligente y que tendría que haberse figurado que algo así pasaría antes de encargar la comida y reservar la iglesia. En cierto modo, ella era tan responsable del fiasco como Ted.

Mortificada por el pensamiento, salió del coche y se cruzó de brazos mientras observaba la costa. El aire olía a salado, y la brisa esparcía los rizos del agua. Se estremeció. En Washington hacía más frío que en Nuevo México, pero era agradable sentir el aire fresco en su rostro acalorado.

Patrick salió también y se apoyó en el guardabarros, junto a ella.

—De acuerdo —dijo él al cabo de unos momentos—. No tienes el corazón roto. Eso está bien. ¿Qué pasó, entonces?

—Tenía dudas —susurró—. Por eso fui en busca de Ted. Habíamos sido amigos íntimos desde siempre, pero nunca se nos ocurrió que podríamos enamoramos. Y eso que todo el mundo daba por hecho que algún día nos casaríamos. Yo fui tan mala como él, o más. ¿Acaso no. se suponía que debía casarme con el vecino?

Patrick la miró pensativo unos instantes.

—¿Qué cambió el día de la boda? Tuvo que ser algo importante, ya que tenías pensado quedarte embarazada enseguida.

—Había tenido dudas durante las semanas antes, pero pensé que era algo normal. Tendría que haberme dado cuenta de lo que pasaba cuando ambos queríamos esperar tanto, pero Ted tenía que ir a Alburquerque tres días a la semana para sus estudios, y yo pensé que estaba siendo comprensiva.

—¿Cuánto estuvisteis esperando?

—Desde el instituto —respondió ella con un estremecimiento—. Pero nunca tuvimos un compromiso formal, porque mi padre no quería que yo me casara hasta que cumpliera veintidós años, al menos. Ahora tengo veintiséis y sigo soltera. Y siempre lo seré.

—El tiempo te hará cambiar de opinión, seguro — dijo él riendo.

—A ti no te ha hecho cambiar de opinión.

—Yo soy un hombre. Las cosas son diferentes para los hombres.

Maddie puso una mueca de exasperación.

—Bueno, en cualquier caso, no necesitas preocuparte más por mí. No estaba realmente enamorada, y no necesito que nadie me rescate. Así que no pasa nada si decides despedirme. Lo entenderé.

Patrick tuvo que reprimir el impulso de agarrarla y besarla en aquella boca tan sugerente. Demonios, no le importaba que Maddie no hubiese amado al cretino de su novio. Eso no la convertía en alguien menos dolida, confundida o vulnerable.

—¿Si estuvieras enamorada sena menos embarazoso volver y enfrentarte a los cotillees? —le preguntó—. ¿Y acaso así te dolerá menos encontrar a Ted con otra mujer?

Ella negó con la cabeza.

—Entonces deja de decirme que no me preocupe — siguió él—. Los O’Rourke nos preocupamos como nadie, y yo me preocuparé si me da la gana —sabía que estaba siendo agresivo y que era un error involucrarse más, pero no estaba dispuesto a ocultar su forma de ser.

—Bueno, seguramente todo habría salido bien de no haber sido por la chica del ponche —dijo ella con el ceño fruncido—. No tendríamos que haber contratado a nadie que no fuera del pueblo, pero en Slapshot no había servicio de catering.

—No creo que debas culpar a la chica del ponche por la canallada de Ted.

—No, solo a mi pecho plano —replicó ella. Patrick se giró y se apoyó contra el coche. Un mechón de Maddie voló sobre su hombro y él lo agarró y lo pasó suavemente por la mejilla de ella. Su cabello era precioso a la luz del sol, despedía destellos rojizos y dorados y su tacto era como la seda.

—Deja de decir eso. Tú no tienes el pecho plano. Al contrario. Tienes un pecho muy bonito.

—Eso no fue lo que dijo Ted...

—No me importa lo que dijera Ted —la cortó él—, Y nada justifica lo que dijo.

—Solo estaba siendo sincero.

—Y un cuerno —espetó, y puso sus manos a ambos lados de Maddie, atrapándola entre su cuerpo y el vehículo. Estaban en una carretera poco transitada, protegidos por altas vides y por los cristales ahumados del coche. El lugar ofrecía intimidad, pero no la suficiente como para dejarse llevar por completo—. Maddie, ese imbécil solo estaba intentando contagiarte a ti su incapacidad. No todos los hombres necesitan una exagerada versión de la feminidad para colmar sus deseos. Algunos preferimos una figura con más elegancia y estilo. Como la tuya. Así que no nos cortes a todos por el mismo patrón.

—Pero mis pechos son...

Patrick se cansó y la acalló con un beso. Era el único modo de que no hablara, y en esos momentos él necesitaba que guardara silencio.

Necesitaba... Oh, demonios, necesitaba lo que no debería necesitar.

Por una fracción de segundo Maddie se quedó de piedra, pero enseguida le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él desesperadamente. El calor le recorría las venas, haciéndola tomar conciencia de cada parte de su cuerpo. Era una sensación tan extraña como inesperada, que traspasó su cuerpo como un relámpago en el desierto.

—Eso es... —murmuró Patrick sin apenas separar la boca.

Le acarició la espalda y sus dedos bajaron por la curva del trasero. Ella dio un pequeño respingo y se apretó más contra él. Entre sus brazos se sentía pequeña, frágil y protegida, aunque ella no era pequeña ni frágil ni necesitaba protección.

Patrick era muy alto, tanto como su hermano Kane y también muy parecido a él. Maddie no podía imaginarse a Kane tocándola, pero sí deseaba el beso de Patrick. Tal vez incluso desde el principio, cuando la besó en la mejilla por equivocación.

«Estúpida», le susurró una voz interior. Liarse con otro hombre no era el modo de descubrir lo que hacer con su vida, pero era tan delicioso sentir su erección presionada contra ella que no podía detenerse. Tal vez parase en cinco minutos, pero de momento no. Quizá fuera una estúpida, pero se había perdido mucho en sus veintiséis años y no estaba dispuesta a renunciar a aquello.

El sonido de la brisa y de las olas se mezcló con el estruendo de la sangre en sus oídos. Los labios de Patrick le recorrieron la mejilla y se presionaron contra su cuello. Empezó a succionar ligeramente la piel, y ella se preguntó si le dejaría una marca al acabar... algo que la sellaría, temporalmente, como propiedad de Patrick O’Rourke.

Aquel pensamiento no la incomodó tanto como debería. Ella no le pertenecía, ni ahora ni nunca. Patrick era un hombre tan atractivo como inalcanzable, y si ella no había entendido a Ted, ¿cómo iba a entender a alguien que era mil veces más complicado? Se le escapó un gemido cuando él le acarició la piel con la punta de la lengua. Volvió a estremecerse y entrelazó los dedos en sus oscuros cabellos.

—Maddie —su nombre fue más una vibración que un sonido—. ¿Lo entiendes ahora?

¿Entender? Por un instante se preguntó si Patrick habría leído sus pensamientos.

—¿Entender... entender qué? —consiguió preguntar.

—Lo que estaba diciendo.

Estaba tan confusa que le llevó un minuto asimilar la pregunta. Patrick la seguía sosteniendo, pero sin besarla ni acariciarla, y ella se moría porque siguiera haciéndolo.

Recordó que habían estado discutiendo sobre Ted. Ella no estaba tan segura de que su ex novio fuera un cretino. Tan solo era un inmaduro y un desconsiderado.

Tendrían que haber hablado más a lo largo de los años, pero hablar significaba ser sincero, y ninguno de los dos quería admitir, ni siquiera a ellos mismos, que su pasión juvenil se había apagado como una mecha mojada.

—¿Maddie?

—¿Qué? —preguntó ella enfadada.

—¿Me crees ahora cuando digo que eres atractiva?

Maddie apretó los labios. De modo que solo había intentando demostrarle que ella no era un bicho raro cuando se trataba de ser atractiva. Hombres... no podían evitar ser despreciables. Se puso rígida e intentó dar un paso atrás, pero se chocó con el coche y notó que los dedos de Patrick seguían pegados a su trasero.

—Claro que te creo —musitó, empujándolo en el pecho. Naturalmente, él no se movió ni un centímetro. Era como golpear un muro de piedra—. Suéltame —le espetó.

—No hasta que hablemos de ello —dijo él, quien no quería admitir que le estaba costando mucho mantener su cuerpo bajo control. No quería que Maddie viera su reacción física, aunque seguro que ya se la había imaginado.

A menos que... había otra posibilidad en la que no quería pensar. Maddie no podía ser virgen a los veintiséis años. Su novio tal vez fuera un imbécil, pero no podía haber quedado tan por debajo de las expectativas.

¿O sí?

Patrick sacudió la cabeza. No había seducido a una virgen desde su adolescencia. Nunca tuvo especial interés en las vírgenes, pero de joven las posibilidades eran mucho más limitadas. Si Maddie era inexperta hasta ese punto, entonces era más vulnerable de lo que él se había imaginado.

Dios, los sentimientos de Maddie estaban a la vista de todo el mundo, y eso la hacía una presa fácil a los peligros de la vida. Y para Patrick, que llevaba tanto tiempo reprimiendo sus emociones, semejante transparencia era inquietante.

—He dicho que me sueltes —dijo ella, luchando por soltarse.

—Seguro que estás pensando en abofetearme, pero te aconsejo que no lo hagas. Si me presento en casa de mi madre con un cardenal en la mandíbula, todos se preguntarán contra quién he estado luchando.

—Como si yo pudiera hacerte una herida —dijo ella—. Solo conseguiría romperme la mano.

—Nunca se sabe... Pero no cambiemos de tema.

—Está bien. Hablemos entonces. Hablemos de un tipo que besa a una mujer solo para hacerle una especie de ridícula demostración. ¿Cómo te sentirías si yo te besara para demostrarte algo?

—Los hombres no somos como las mujeres. Nos gusta besar por cualquier motivo —dijo él sin pensar.

—Ese... no... eres... tú —balbuceó ella, boquiabierta de asombro.

Dios... ¿Cuál era ese tópico sobre las diferencias entre hombres y mujeres respecto al sexo? «Los hombres no necesitan un motivo, solo necesitan un sitio». Bueno, hasta cierto punto era verdad, pero Patrick podía entender a Maddie. Lo último que debía haber hecho para fortalecer su autoestima era reconocer que tenía un motivo racional para besarla. Sobre todo cuando eso era solo una excusa... pues besarla no tenía nada de racional.

—Supongo que tendremos que volver a hacerlo — dijo él. Sentía un nudo en el pecho. No quena hacerle daño a Maddie. Ya le habían hecho bastante.

—¿Hacer qué?

—Besamos. Y podría intentar otras formas de persuasión.

Ignorando las razones por las que no debería ir más lejos, deslizó los dedos por la mandíbula de Maddie, luego por su cuello, deteniéndose en el primer botón del vestido. Con la habilidad que había desarrollado a los dieciséis años, le desabrochó el botón con una sola mano. Bajo sus dedos sintió cómo a Maddie se le entrecortaba la respiración, pero ninguno dijo nada. Desabrochó tres botones más y, con una sonrisa de satisfacción, deslizó la mano en la abertura. Le gustaban los sujetadores con cierre frontal...

Ella lo miró con ojos como platos, mientras el sujetador era abierto con igual destreza.

—¿Algo que decir? —murmuró él.

—¿Como qué?

«Como que me detenga ya», pensó él, pero no quería sugerírselo... no cuando él no quería detenerse.

—Te dije que no era tan amable —le recordó—. Y esto debería demostrártelo. ¿Qué diría tu padre si supiera lo que estoy haciendo?

—No diría nada, tan solo te pegaría un tiro. A papá le gusta ser directo.

—¿Y qué pensarías tú de que me disparara? —le preguntó él con una sonrisa.

—Que... debería haber esperado... un minuto, al menos —una extraña mezcla de expectación y miedo llenó los ojos de Maddie. Quería saber lo que él pensaba de su cuerpo, y al mismo tiempo temía descubrirlo.

La posibilidad de que fuera virgen cobró fuerza en la mente de Patrick, pero apartó ese pensamiento. Había cosas que era mejor no saber.

Se inclinó hacia delante y le dio un beso en la boca, mientras con la mano le recorría el territorio que acaba de destapar. Le amasó uno de los pechos, sintiendo cómo el pezón se endurecía bajo su palma. La sensación estuvo a punto de hacerlo caer de rodillas. No era, ni mucho menos, la primera vez que tocaba a una mujer, pero el sabor y el tacto de Maddie, al igual que su inocencia, eran un afrodisíaco de lo más potente.

Sin pensar en nada más, profundizó con la lengua en él interior de su boca. Se consideraba un experto en los besos, pero tardaría toda una vida en llegar a conocer por completo una boca como la de Maddie. Fuera o no una inexperta, tenía un talento natural para besar.

Y sus dedos... cielos, le encantaba sentir cómo lo tocaban aquellos dedos tan curiosos. Todo en Maddie era pura sensualidad, desde la generosa curva de sus labios hasta los suaves gemidos de placer que emitía.

Estaba a punto de perder el poco control que le quedaba, cuando un silbido y una exclamación, procedentes de una lancha motora, lo devolvieron a la realidad.

—Maldita sea —gruñó, mirando por encima del hombro. El ocupante de la lancha ya no le prestaba atención, y, gracias a Dios, no había podido ver los pechos de Maddie, ya que él estaba delante. Nunca había sido un exhibicionista, y seguro que ella tampoco.

Miró a Maddie y la vio apoyada contra el coche, con el vestido en desorden.

—Por si no has captado el mensaje —le dijo con despreocupación, presionando sus caderas contra ella—, creo que eres muy sexy. Increíblemente sexy. Y estos pechos... —le acarició un pezón— son los más bonitos que he visto en mi vida.

Lo decía en serio. Los pechos de Maddie eran pequeños, pero erguidos y redondeados. Su padre siempre había dicho que todo lo que no cupiera en una mano era una pérdida de tiempo, y los senos de Maddie tenían la forma y el tamaño perfectos.

—¿Lo entiendes? —le preguntó con cierta brusquedad.

Maddie asintió con la cabeza. Las sensaciones que la invadían eran aún tan abrumadoras que no sabía si alegrarse o lamentarse de que Patrick hubiera interrumpido el beso. Nunca había sido así con Ted; un beso escalofriante, excitante y delicioso a la vez.

Nada la había preparado para Patrick O’Rourke. No estaba segura de creerlo en lo referente a sus pechos, pero el bulto que se presionaba contra su estómago era una clara evidencia de que encontraba algo atractivo en ella.

Y hasta que estuviera menos confundida, eso tendría que bastar.