4. LA GRAN OLEADA

Música. Debe de llevar sonando un buen rato, pero es ahora cuando Álex es consciente de su presencia. Se había estado colando en sus sueños, infiltrándose sibilina como sólo ella sabe hacer, manipulándolos con sus acordes y llevándolos a desenlaces muy distintos cada vez. Nada grave, pues al poco de entreabrir y cerrar con fuerza sus ojos, el chico ya no recuerda nada de lo que estaba soñando. Paladea un poco la saliva que se le acumula entre los dientes, los labios, y la misma mejilla por donde ha chorreado sin control las últimas horas. Tiene un sabor espantoso, como si llevase estancada meses tratando de digerir un trozo de alambre mohoso. La sensación tampoco escapa a sus encías, que las siente extrañas a él, como si hubieran aumentado y menguado varias veces. La mandíbula tampoco funciona todo lo correctamente que sería deseable. Le molesta moverla aunque sólo sea para dejar pasar la lengua entre los dientes. Levanta la cabeza, al menos lo que le permite el creciente zumbido de su interior. Pronto se hace tan irritante que desiste y vuelve a recostarse.

Sus ojos se van acostumbrando gradualmente a la tenue luz que alumbra la estancia. Está completamente desorientado, incluso después de conseguir vislumbrar algo en la penumbra. Hay una lámpara colgando de un brazo metálico que sale de la pared. Es un candil de los antiguos, o uno moderno de los que imitan a los antiguos. Dentro hay dos velas mal encaradas la una contra la otra, abrasándose mutuamente. Los azulejos que recubren las paredes están tan sucios que no brillan ni siquiera al reflejo del fuego. Le son bastante familiares, tanto que hasta medio dormido y con un persistente dolor de cabeza consigue darse cuenta de que son los de las estaciones de metro. Tratar de conocer más sobre su ubicación espacio-temporal resulta una tarea demasiado compleja por el momento.

De espaldas a él, unos pasos más allá, hay un hombre en pie que se afana por manejar algo sobre una mesa. No sabe mucho más. Por los repetitivos y casi espasmódicos movimientos que realiza, y el continuo sonido que le acompaña, el chico supone que está cortando algo con un cuchillo. El gesto le recuerda automáticamente a su abuela cuando cocinaba, lo que le hace caer en la cuenta de que por lo menos ya han pasado cinco años desde que les abandonase para siempre. Y mientras Álex se diluye en las brumas de su convulsa memoria, el “clac-clac-clac-clac” se va confundiendo rítmicamente con la música que no ha dejado de sonar en ningún momento. Entonces el chico vuelve definitivamente a la consciencia. En este momento se da cuenta de una peculiaridad que había estado pasando por alto: no es frecuente escuchar música que no provenga directamente de un instrumento o de la boca de alguien. Le parece algo maravilloso cómo se escucha, pese a que una mala sintonización haga que el sonido no sea nítido ni por casualidad. Otea un poco buscando torpemente el emisor de tan mágico eco. Encuentra la radio al poco. Está en el suelo, a los pies del hombre, tan cerca de ellos que corre el continuo peligro de salir rodando por el efecto de una desafortunada patada. Es un artefacto bastante antiguo, de desconchada chapa negra, con un único altavoz bastante abollado. Su antena está doblada por la mitad y sujeta a la carcasa muy en precario por varias vueltas de cinta aislante. En estos momentos suena una canción rock en la que destacan sus potentes guitarras y la fogosidad que el cantante desprende al pronunciar repetitivamente la misma frase:

“Fuck you, I won’t do what you tell me. Fuck you, I won’t do what you tell me...”

Álex consigue comprender más o menos qué significa; y le gusta. Cree recordar haber escuchado alguna vez esa canción, pero no consigue ponerlo en pie. Tampoco es un buen momento para aclarar ninguna cuestión más complicada que la de deshacer la lazada de las zapatillas. Sus ojos viajan ahora un poco más allá, al otro lado del candil. Encuentra otra mesa más o menos parecida a la anterior. También hay una silla, sobre la cual hay otro hombre sentado. Al verlo se impresiona tanto que tiene que ahogar a duras penas un grito. Se queda muy quieto observándole. El hombre ojea atentamente una revista de esas que antiguamente atestaban los quioscos y que él pudo ver de nuevo en el hogar de Zuñi. Pasa cuidadosamente una de las arrugadas y roídas páginas, mientras se lleva la otra mano a la barbilla como si nada. Está tan entretenido que no ha reparado en que Álex está despierto, pese a encontrarse frente a frente con él. De momento la revista le parece algo más interesante.

“Mejor así”, piensa el muchacho.

Centra la vista en su cara, que pertenece a la de un hombre de edad media. Varios años atrás, cuando aún no era necesario hacer sangre para llenar el estómago, se le podría haber considerado como alguien joven. Pero la dura vida de hoy en día hace que los surcos aparezcan prematuramente en caras tan castigadas como la suya. La barba, mal afeitada hace un par de días, asoma abundante con motas grises por todo su mentón y mejillas. Tiene el pelo castaño, largo y ondulado, grasiento y sucio como no puede ser de otra forma. De sus sienes salen mechones plateados que serpentean hacia la coleta de su nuca. Lleva unas gafas de cristal redondo, que milagrosamente resisten enteras sobre sus cascadas monturas. Una escopeta de caza descansa sobre la mesa, muy cerca de su mano izquierda, y con el cañón sobresaliendo del borde. Está apuntando directamente hacia Álex; tal vez casualmente. El muchacho al darse cuenta se queda aún más inmóvil, e incluso contiene la respiración. Si alza un poco más la cabeza del colchón, entraría peligrosamente en su línea de disparo; una experiencia poco recomendable considerando el calibre. No hay nadie más a la vista en aquel rincón de pasillo, aunque tampoco podría asegurarlo. Entonces, al terminar la última canción que sonaba en la radio, una voz toma el control de la emisión.

“Esto es Revolución FM, emitiendo clandestinamente desde cualquier punto de Madrid para todo el mundo. AM y FM. Revolución FM, la voz que clama contra la opresión y el poder establecido. Revolución FM, la voz de quienes no tienen voz.

Amigos, compañeros de fatigas, hermanos. Mucho hemos tenido que soportar durante estos duros años. Hemos tenido que luchar por nuestras vidas, por nuestra supervivencia. Hemos tenido que omitir nuestra dignidad como personas para salir adelante, llegando incluso a comportarnos como los mismísimos animales. Y todo por culpa de la ineptitud de unos pocos; unos pocos que han sido los encargados de guiar nuestros pasos. ¿Y hacia dónde nos han llevado? Hacia lo que podéis ver. Hacia la desgracia, la muerte, la destrucción, el hambre, las enfermedades, hacia un no vivir. Esos pocos seres repugnantes y desalmados que no supieron ver los límites de su insana codicia, que nos llevaron a la perdición a través del engaño, ahora nos piden que confiemos en ellos de nuevo. Pero nosotros ya estamos preparados; ya conocemos contra qué clase de criaturas nos enfrentamos. Y nos asquean. Ellos nos piden que dejemos las armas y la lucha. ¿Para qué? ¿Para que vuelvan a dominarnos y llevarnos al infortunio de nuevo? No, amigos, no; esta vez no. Ellos no son la solución, son el problema, y hasta que no desaparezcan de la faz de la Tierra no estaremos realmente a salvo de su inmunda manipulación. Nuestra causa primera debe ir encaminada a su total destrucción, hermanos.

Nos hablan continuamente de la libertad y la unidad, pero la unidad que pretenden no es más que un engaño, otro más, para mantenernos controlados, para maniatarnos y así poder hacer lo que les venga en gana. Hablan de igualdad, pero ellos son los sucesores de esos tiranos corruptos que nos estuvieron estafando durante generaciones. De aquéllos que se aprovecharon de nuestro trabajo, exprimiéndonos hasta no dejar de nosotros más que cuerpos consumidos y mentes desecadas. Hablan de justicia, pero sus leyes no están encaminadas a otra cosa más que a someter al individuo hasta que quede disuelto en una mediocre masa informe y gris. Son un cáncer perverso, y no será hasta que lo extirpemos que podamos salir adelante. Y no dudéis de que lo haremos, compañeros, con vuestra ayuda, permaneciendo unidos contra ellos.

Por eso es de vital importancia, camaradas, que resistamos ahora más que nunca, y que no creamos sus continuas mentiras. Como ocurre con la guerra. Eso de la guerra es una falacia, un ardid más para confundirnos y atraernos a su repulsiva causa. No hagáis caso jamás de las fuerzas opresoras: sólo quieren poner nuestras armas a su servicio, y cuando nos demos la vuelta dispararnos con ellas o amenazarnos para que hagamos lo que no queremos hacer. Cualquier treta les es válida para devolveros a su redil. Recordad que por un tiempo fuimos sus esclavos, y que no pudimos hacer nada mientras ellos se encargaban de arruinar nuestro futuro y nuestras vidas. La guerra es mentira, nadie va a entrar en Madrid a atacarnos. Sólo quieren dominarnos y que dejemos la lucha, cuando los verdaderos enemigos de la libertad son ellos. No les hagáis caso, compañeros, y seguid disparándoles cuando veáis sus uniformes. Que no os confundan. No les escuchéis bajo ningún concepto. Sintonizad día y noche Revolución FM, la única radio donde no os mentirán, la única radio hecha por gentes como nosotros para gentes como nosotros. Salud y libertad, hermanos.

A veces pienso que me hace feliz mirar pa´rriba y no pensar en nada,

y respirar profundo como si esta tierra no estuviera contaminada.

A veces pienso en echar un quejío que atravesara to´los senderos y las montañas

pa’ crear un futuro donde las conciencias no estuvieran engañadas.

Voy a ocupar una casa, donde los uniformes ya no pinten nada

y donde las decisiones sean tomadas de manera asamblearia.

Ésta es mi alternativa libertaria contra la opresión, contra el patrón, contra la explotación.