REBELIÓN

20.6.19

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El silencio es sólo silencio; nada más. Está cuando nadie puede sentirlo, y si es visto es debido a una equivocación. Sólo eso. No tiene forma ni color, no lo puedes agarrar ni oír, pero se hace sentir; y es entonces quizá cuando ya no queda nada más alrededor. Se mimetiza con el tiempo, se transparenta en el ambiente, fluye inmóvil, y permanece cambiante. Lo envuelve todo, aplastante; lo llena y lo vacía sin encontrar oposición aquí y allá, arriba y abajo, dentro y fuera; tanto en el hueco de un ascensor, como en las catacumbas bajo una basílica. Como aquí mismo, ahora, en el interior de la celda más oscura de toda la cárcel. Silencio. Y tanto es así que el “plic” producido por una gota al caer al suelo, tan débil que podría haber pasado perfectamente desapercibido en cualquier otro lugar y momento, se hace ahora claro y presente; ineludible, enorme. Nadie sabría decir a ciencia cierta dónde y cómo cayó la gota ni aunque hubiera ocurrido a un palmo de distancia. No, pues en este momento, el silencio ha venido acompañado por su mejor aliada: la oscuridad. Del exterior no procede más que una brisa cortante que se cuela silbando por entre los barrotes del desnudo ventanuco, y que de mucho en mucho trae algún sonido inconexo y lejano: los ladridos de un perro, una sirena, un disparo. Eso ahuyenta al silencio, pero su huida es momentánea, pues es ésta una noche tranquila y atípica, sin gritos ni explosiones, sin “¡alto ahí!”, ni prolongadas ráfagas de disparos, sin el llanto de los desgraciados, ni el jaleo de precipitados pasos en plena persecución. Totalmente contra natura en estos tiempos que corren; o que reptan. La calle, ese espacio indefinible que se extiende varios metros por debajo de la ventana, ya ha tenido suficiente alboroto a primera hora de esta inusual y fría noche de Mayo. Una conjunción astral de malos presagios se está arremolinando sobre la cabeza de Álex el Mono, que sin saber nada permanece ahí sentado y en silencio. En silencio.