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—No te entiendo —dijo Cuxot mientras dibujaba en la calle—. ¿Quieres explicarte mejor?

—Te estoy diciendo que mi mujer se verá seguramente, fatalmente, con un amigo mío —dijo Marés.

—¿Dónde?

—En la pensión donde vive mi amigo.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Él me lo ha dicho. Bueno, se trata de una cita no formalizada todavía. Es probable que ella no se dé mucha prisa en ir, no dijo nada de eso. Pero la conozco, y acabará por ir.

—¿Ah, sí? ¿Se trata de otra de sus locas aventuras con guitarristas y limpiabotas?

—Eso me temo.

—¿Y quién es él? ¿Otro murciano saleroso?

—Es este de la foto-carnet que estás copiando. A que tiene buena pinta.

—Parece un chuloputas bastante peligroso. ¿Cómo perdió el ojo? ¿En una reyerta con navajas? Supongo que debe gustar a las mujeres, menuda jeta de comecoños catalanufos… Te voy a cobrar por el dibujo, no te creas. ¿Es para él?

—No. Es para un regalo.

—¿Y cómo puede ligar tu mujer con tíos así? ¿Dónde lo hace?

—No olvides que Norma es sociolingüista —dijo Marés con una voz llena de parásitos, súbitamente contaminada de otra voz—. Que tiene un trato constante con los charnegos y con su lengua…

—¿Qué te pasa con la voz?

—No sé.

Cuxot dejó escapar un gruñido y siguió dibujando.

—Bueno ¿y qué vas a hacer ahora?

—Nada. Conozco la historia y me jode un poco, pero no haré nada.

—¿Sabes qué te digo, Marés? Que eres un cachocabrito y que te den muy por el saco con tus historias de cuernos.

Marés rindió la cabeza a un lado y dulcemente aplastó la mejilla en el acordeón, atacando la sardana con unos acordes previos que hacían imposible seguir con la conversación.

Estaban en la Avinguda Portal de l’Àngel, frente a los almacenes Jorba, con el suelo a su alrededor sembrado de folletos de propaganda de todos los colores. Sentado en su sillita de tijera, Cuxot dibujaba al cartón el retrato de Faneca que le había encargado Marés, y éste tocaba La Santa Espina al acordeón sentado en el suelo y con un cartel bilingüe en el pecho:

MÚSIC CATALÀ

EXPULSADO DE TVE EN MADRID

AMB 12 FILLS I SENSE FEINA

Había planeado trabajar hasta las dos o las tres de la tarde, comer algo con Cuxot y Serafín y luego seguir tocando hasta las seis por lo menos, pero a la una y pico empezó a sentir un desasosiego y una angustia que le agarrotaron las manos y le impedían tocar. Cuxot le aconsejó cambiar el rótulo, demasiada coña, le dijo, pero a muchos viandantes les causaba lástima o les hacía gracia y dejaban caer monedas. De pronto, a Marés se le volvió a cerrar el ojo derecho y no lo podía abrir. Cuxot se dio cuenta.

—¿Qué te pasa en el ojo? ¿Por qué haces gañotas?

—No lo sé. Me tengo que ir, no me encuentro bien…

—Compañero, si no controlas tus delirios acabarás tarumba.

—Estoy confundido. Desde hace algún tiempo tengo mareos y se me olvidan las cosas. A veces me cuesta llegar a casa, y no sé en qué piso vivo… ¿Crees que podría tener el mal de Alzheimer, la enfermedad del olvido?…

—¡Qué olvido ni qué narices! —gruñó Cuxot—. Empinas demasiado el codo, eso es lo que te pasa.

—¿Cuándo tendrás el retrato de mi amigo?

—Si esperas un poco te lo puedes llevar.

Pero no hubo tiempo para nada. De pronto se levantó un viento húmedo y el cielo se ensombreció, los folletos de colores empezaron a elevarse y a arremolinarse en el aire y en el cielo se instaló un tumulto gris de nubes y palomas. Marés volvió a notar un aturdimiento y como si la sangre retrocediera en sus venas. Recogió su dinero y su acordeón y, empujado por un torbellino de pesadumbres, las manos en los bolsillos y la cabeza entre los hombros, se fue de allí como alma que lleva el diablo y con un ojo ciego.