CAPITULO II DIEZ AÑOS NO SON MUCHOS AÑOS

El fiscal resumió su acusación ante el jurado.

- ¿Qué más puedo decir a ustedes, señores del jurado? Un hombre ha muerto a manos de otro hombre que le arrebató la vida empleando la violencia y usurpando los poderes divinos. No hemos podido aclarar si el muerto acusó de tramposo a su matador, o si fue Frank Merlon quien acusó a su víctima de hacer trampas. Han oído ustedes declaraciones contradictorias y yo mismo dudo de la verdad, porque tanto el muerto como el vivo eran tahúres profesionales y manejaban las cartas con habilidad suma. Es decir que, como han confesado otros testigos, tanto uno como otro sabían y eran capaces de hacer trampas. Sin embargo, como no hemos venido a este Tribunal a dilucidar quién era el tramposo, ni si es lícito o no emplear malas artes en algo que nuestras conciencias de hombres honrados, que abominan de cualquier vicio, rechazan de pleno… Aquí algunos de los miembros del jurado se movieron nerviosamente en sus asientos. La mayoría de ellos eran aficionados a jugar al póker, al faro y a la ruleta. El fiscal comprendió lo que pensaban los «señores del jurado,» y, carraspeando, cambió de tema.

- Hemos venido a juzgar a un hombre que ha matado a otro. Para mí, Frank Merlon es culpable de asesinato en primer grado y pido para él la máxima pena que establezca el Código. Y digo que le considero culpable de asesinato, porque hace más de veinte años, ese hombre -señaló de nuevo a Frank- mató a otro hombre en idénticas circunstancias. El delito ha prescrito y no podemos juzgarle por él; pero sí debemos recordarlo, tenerlo en cuenta y pensar que quien mató una vez puede volver a hacerlo. Por ello, repito, solicito de ustedes, señores del jurado, un veredicto de culpabilidad, indicando que el procesado es culpable de asesinato en primer grado.

Se retiró el acusador y Lola preguntó al defensor de su padre, junto al que se sentaba:

- ¿Harán lo que les pide?

El defensor contestó:

- ¡En absoluto! El fiscal lo sabe y por eso ha exagerado el tono de la acusación. Por matar a un jugador de ventaja nadie ha sido condenado en San Francisco.

Lola respiró algo más aliviada. Temiendo que el abogado que le hubiera correspondido por turno fuese incapaz de hacer nada por su padre, buscó a otro que le fue recomendado en Los Angeles por el propio señor Libby.

- Es astuto como una zorra, hija mía -le dijo el obeso banquero-. Si él quiere salvará a tu padre. Y como yo le escribiré recomendándote, ten la seguridad de que lo salva. Es un hombre a quien no quisiera yo tener por contrario en ningún pleito. Una vez no pude contratarle, porque mi adversario se anticipó contratándole él. Pues, ¿sabes lo que hice? Darme por vencido antes de que, encima de perder lo que legalmente era mío, perdiese las costas del proceso.

Res Chandler acogió cariñosamente a la muchacha, la tranquilizó, le aseguró que era un caso ganado y ahora salía a demostrarlo. -¿Quién ganará? -preguntó Lupe a su marido.

- ¡Quién sabe! Yo apostaría por el fiscal.

- ¿Por qué? -preguntó Lupe, asombrada por la respuesta de César- Si es un caso tan fácil…

- Sí; pero ese fiscal ha perdido el caso anterior porque también lo defendió el señor Chandler. Es de suponer que una vez ganará uno y otra vez ganará el otro… El fiscal gana prestigio y el abogado gana dinero. Como éste es un asunto en el cual no se puede ganar dinero, lo lógico es que el defensor ceda y, ya que a él no le reportaría ningún beneficio ganar, puesto que recibirá lo mismo, ofrezca el triunfo a su contrario. Cuando el señor Chandler tenga un buen cliente, de esos que van forrados de oro, el fiscal será benévolo y Chandler logrará la victoria.

- ¿Y crees que la Justicia es así?

- La de aquí, sí. Afortunadamente para Merlon, la sentencia será ligera, pues a Chandler tampoco le convendría que uno de sus clientes subiera al cadalso.

- ¿Sabes algo de él?

- Lo que dicen los periódicos.

- ¡Bah! ¡Dicen tantas mentiras!

- Desde luego. Todos dicen que es un hombre honrado.

- ¡Tonto! -rió Lupe, golpeando en el brazo a su marido-. Déjame oír la defensa.

- Creí que eras tú quien no me la dejaba oír a mí.

- ¡Sssst! -pidió una señora que tenía demasiado de todo y se sentaba en las dos sillas de detrás de ellos.

- …y hasta un veredicto de homicidio sería demasiado, señores del jurado -terminó Chandler.

- ¿Eh? -Lupe miró a su marido-. Pero… ¿por qué ha dicho eso?

- Para indicar al jurado que se conforme con eso.

Los miembros del jurado retiráronse a deliberar y en diez minutos llegaron al acuerdo de que debía absolverse a Frank Merlon del delito de asesinato, del cual no era culpable, y declararle simplemente un homicida.

El juez repasó un libro que tenía encima de la mesa, hizo unos cálculos sobre un papel y, por último, anunció al acusado que se le condenaba a diez años de trabajos forzados en el penal de San Agapito.

A la llorosa Lolita, el defensor indicó, para tranquilizarla:

- No es un penal, sino una especie de granja agrícola donde su padre disfrutará de sol y aire, comida sana y muy poco trabajo. Y, al fin y al cabo, diez años no son muchos años.

- Desde luego, hijita, no son muchos años -dijo Frank Merlon a Lola, tratando de dar a su voz un tono de alegre indiferencia.

Pero Lola no se dejó engañar. Sabía cuánto amaba su padre la vida al aire libre, los espacios ilimitados. Sabía que al comprar la «Hacienda del Hidalgo» no le movió el deseo de adquirir una tierra fértil y provechosa. La compró porque era amplia, sin importarle que sólo criara artemisa y chollas o cactos.

- Te echaré mucho de menos, papá -dijo Lola, antes de que su padre fuera sacado de la sala.

- Sobre todo conserva el rancho -pidió Frank Merlon-. Y… no dejes de escribirme. Cuéntame cómo van las cosas… Y ya te enviaré algún dinero.

Fueron sus últimas palabras, ya desde la salida de la sala en que había sido juzgado.

Cuando desapareció su padre, Lola estalló en sollozos.

- Tranquilícese -dijo el abogado, con unas indiferentes palmadas en la espalda-. Peor pudiera haber sido. Ya le enviaré la factura.

Cuando estas palabras penetraron en el cerebro de Lola, Chandler ya estaba fuera de la sala.

- ¡Dios mío! -susurró.

Había olvidado que los abogados no trabajan gratuitamente.