La estancia en Rusia

El 15 de julio de 1942, Willi Graf anotaba en su diario: «Ya es seguro que haremos las prácticas en el Este; en definitiva, es un duro golpe». Recordemos que los componentes de la Rosa Blanca se encontraban sometidos a la disciplina militar en la Segunda Compañía de Estudiantes de Munich; los estudios de Medicina preveían unas prácticas de tres meses (Famulatur) y en tiempos de guerra eran necesarios efectivos en el Cuerpo de Sanidad, especialmente en Rusia, donde desde el invierno se estaba librando una encarnizada batalla, que se estaba cobrando innumerables víctimas, como relatará Willi Graf en una carta del 29 de agosto: «Paso los días en el hospital principal del frente, donde debido a las enconadas luchas actualmente hay mucho trabajo, que a veces no es especialmente agradable». Desde comienzos de julio circulaban rumores de que la compañía sería destinada durante las vacaciones de verano al frente; ahora, los rumores se habían convertido en realidad.

La víspera de la partida, el 22 de julio, organizaron una fiesta de despedida en el estudio de Manfred Eickemeyer, como ha dejado constancia una breve anotación de Willi Graf en su diario: «Por la tarde, en el estudio, ¿qué debemos hacer? Seguimos hasta entrada la noche»; entre los invitados se encontraba también Kurt Huber. Sobre los temas que se trataron en esa reunión hay diversidad de opiniones. Según la más difundida, basada en el testimonio de Inge Scholl —quien sin embargo no fue testigo presencial pues, aunque había pasado varias semanas de vacaciones en Múnich ese mismo mes, ya había regresado a Ulm—, después de haber hablado de sus temas preferidos, el arte y la literatura, la conversación derivó hacia la situación política. Repentinamente, como ya había sucedido en la velada literaria celebrada en casa de la pianista Gertrud Mertens, el 3 de junio de 1942, Kurt Huber comenzó a hablar con nerviosismo: para los intelectuales, no había otra posibilidad que hacer el boicot a las organizaciones nacionalsocialistas y esperar el final del fascismo. En ese momento, se alzó la voz de Hans: el aislamiento de personas individuales no puede ser la base para el derrocamiento del régimen. El único modo de ejercer resistencia de modo efectivo era colaborar formando grupos.

Kurt Huber repuso: sí, quizá sólo había un camino, el de la propaganda clandestina, el sabotaje y… un «atentado». Los demás apenas podían creer lo que acababan de oír. Sin embargo, el momento de silencio quedó interrumpido por la llegada de un joven, Hans Hirzel, hermano de Susanne Hirzel, una amiga de Sophie Scholl. Al despedirse, Sophie y Hans dieron a Hans Hirzel ochenta reichsmark para que comprara un nuevo hectógrafo —ya se habían desecho, en vista de la marcha a Rusia, del que habían utilizado para tirar las cuatro primeras Hojas—, a fin de que lo ocultara en Ulm, hasta su regreso de Rusia.

Sin embargo, Barbara Schüler duda —por lo que denomina «rasgos novelescos»— de esta descripción de lo sucedido en el estudio de Eickemeyer durante la víspera de la salida al frente de la mayoría de los componentes de la Rosa Blanca. Con todo, sí supone que se hablara sobre el futuro de la «resistencia pasiva», pues la marcha al frente abría un futuro incierto a las acciones que habían realizado durante las últimas semanas.

En la mañana del 23 de julio de 1942 Sophie Scholl acudió a la estación del Este de Múnich para despedir a su hermano y amigos; en algunas fotos puede verse a Sophie tras la valla del recinto, en una de ellas con una amplia sonrisa; en el primer plano su hermano Hans, Alex Schmorell, Willi Graf y Hubert Furtwängler. Una de las fotos más conocidas de la Rosa Blanca se tomó precisamente en esa ocasión: a la izquierda aparece Hans, de uniforme y meditabundo; a la derecha, Christl Probst vestido de civil, pues él no pertenecía a la misma Compañía de Estudiantes —sería destinado poco después a Innsbruck— y en el centro Sophie, con una flor en el pecho y esa mirada profunda que revela la riqueza y fuerza interior de esta joven de 21 años.

Tras una larga espera, a última hora de la mañana, se pone en marcha el tren con el que realizarían un viaje «en el que, de camino a Rusia, recogerían impresiones que confirmarían del modo más espeluznante lo que sabían del régimen», según escribe Harald Steffahn (Die Weiße Rose, 1992). Una primera impresión la recibieron ya en la estación de Varsovia, donde se detuvieron después de tres días de viaje, el 26 de julio; allí se retrasó la continuación del transporte porque la estación estaba congestionada con los trenes que llegaban del frente ruso atestados de prisioneros y con los que partían rumbo a los campos de exterminio. Desde Varsovia, el 27 de julio, Hans Scholl escribía a sus padres:

A la larga, Varsovia me pondría enfermo; gracias a Dios que mañana continuamos el viaje. Ya sólo las ruinas le dan que pensar a uno; entre muros derruidos se alza, sin sentido, un palacio americano. Tirados en la calle, famélicos, unos niños mendigando un poco de pan; por otro lado, música de jazz. Mientras que en las iglesias los campesinos besan el suelo de piedra, el desatinado placer no conoce límites en los bares.

Y en una carta dirigida a Kurt Huber, el 17 de agosto, amplía esas impresiones: «La ciudad, el gueto y todo alrededor me causó una impresión decisiva». Willi, en una de sus breves anotaciones, lo expresa así: «A última hora de la tarde, damos un paseo. La miseria nos observa».

Cuando, el 26 de julio de 1942, los amigos de la Segunda Compañía de Estudiantes llegaron a Varsovia, el hambre y las epidemias habían diezmado ya la población judía del gueto. Unos días antes, el 22 de julio, las SS comenzaron con las deportaciones: diariamente sacaban del gueto a unas 5.000 personas; de ello se hace eco —como vimos anteriormente— Wilm Hosenfeld en su diario, precisamente en la misma fecha de la partida de los componentes de la Rosa Blanca de Munich, el 23 de julio: «Ahora están comenzando a evacuar el gueto de Varsovia, que cuenta con unas 400.000 personas». Lo que Hans, Alex, Willi y Hubert no pudieron ver es lo que iba a suceder inmediatamente después de su paso por Polonia: hasta finales de julio fueron deportados 65.000 judíos del gueto de Varsovia. Sobre esos sucesos, el 4 de agosto, Wilm escribirá a su esposa:

Lo que aquí, en Varsovia, está sucediendo con los judíos no te lo puedes ni imaginar. Desde que hay hombres sobre la Tierra no ha habido nada igual. Es como para perder la fe y la esperanza. ¡Qué bajo hemos caído! (…) Es un mundo sin Dios, sin responsabilidad moral.

Unos días más tarde, el 13 de agosto, Wilm Hosenfeld hace unas reflexiones sobre la propia culpa, en términos similares a los que emplea la segunda Hoja de la Rosa Blanca, como vimos en el capítulo anterior:

¡Qué cobardes somos, que nosotros, los que queremos ser mejores, permitimos que suceda todo esto!; por ello también nosotros seremos castigados. Y sufrirán asimismo nuestros hijos inocentes, pues nos hacemos cómplices permitiendo esos crímenes.

Al igual que los estudiantes de la Rosa Blanca, Wilm Hosenfeld, católico practicante —en su diario y correspondencia deja una y otra vez constancia de la frecuencia de sacramentos, del recurso a la oración—, se plantea lo que está viviendo no en términos políticos, sino más bien en clave metafísico-religiosa, como escribe el 18 de agosto de 1942 a su hijo Helmut, a la sazón destinado —como los componentes de la Rosa Blanca— en la Sanidad Militar en Rusia:

Creo firmemente que Dios gobierna el mundo y el destino de los pueblos, conforme a su Providencia. Los hombres y los pueblos están en su mano, Él los conserva o los deja caer según su plan, cuyo sentido no alcanzamos a conocer en esta vida. Por ejemplo, ¡lo que se está haciendo ahora con los judíos! Se está queriendo aniquilarlos. ¡Qué sufrimiento humano por un lado y qué maldad y animalidad por el otro! ¿Cuántos inocentes tienen que morir, quién pregunta por el derecho y la justicia? ¿Tiene que suceder todo esto? ¿Por qué no, por qué Dios no va a dejar que los hombres obren siguiendo sus bajos instintos? Mataos, perseguíos y maltrataos; tenéis la razón y el don para el odio y para el amor. Así pensaría yo si los hombres fueran mis criaturas y les viera comportarse como bestias; lo que Dios tiene previsto con esto, ¿quién lo puede saber?

Es significativo que Hosenfeld se plantee la cuestión de la Teodicea (¿cómo puede existir un Dios bueno ante la maldad de su criaturas?) en exactamente los mismos términos que los componentes de la Rosa Blanca, quienes habían oído hablar de ella en las clases que sobre Leibniz dio Kurt Huber en el semestre de verano 1942; esos mismos días, concretamente el 9 de agosto, Sophie anota en su diario:

No puedo entender cómo hoy en día hay personas «devotas» que temen por la existencia de Dios, porque los hombres persiguen sus huellas con la espada y con acciones viles. Como si Dios no tuviera el poder (yo siento cómo todo está en su mano). Por lo que hay que temer es por la existencia de los hombres, porque se apartan de Él, que es su vida.

Los estudiantes fueron testigos de parte de las vejaciones a las que se sometía a la población judía; así, en una parada del tren en una estación polaca, pudieron ver a unas muchachas con la estrella amarilla, haciendo duros trabajos en las vías. Según refiere Inge Scholl, Hans entregó su ración a una chica especialmente extenuada, y esta se la devolvió tirándola; Hans cogió una margarita blanca y la puso de nuevo a sus pies; al irse observaron que llevaba la flor en el cabello. También les causó mucha impresión la prepotencia de la soldadesca alemana. Alex casi fue denunciado por pedir explicaciones a un soldado de guardia que —por una nimiedad— había golpeado a un prisionero hasta hacerle sangrar. Según Hubert Furtwängler, Hans Scholl se enzarzó por una protesta similar contra malos tratos en una «peligrosa reyerta» con suboficiales, que le podría haber salido cara.

Por fin, continuaron el viaje en dirección a Kowno, entonces capital de Lituania. En noviembre de 1941 —cuando se realizaron las primeras deportaciones de judíos de Alemania— se envió a dicha ciudad a unos mil judíos de Munich. Los estudiantes pasaron por Kowno el 29 de julio. La siguiente etapa les llevó a Wilna, antiguamente un centro judío de relevancia en el este de Europa: hasta el verano de 1941 vivían aquí 57.000 judíos; en agosto y septiembre se levantaron guetos y más tarde fue liquidada su población; aquí se produjo uno de los primeros asesinatos en masa de judíos procedentes de un gueto. Después de pasar por Smolensk llegaron por fin, el 1 de agosto a Vjazm’ma (Wiasma), el punto de reunión para la 252ª división del IX Ejército del Grupo Centro, al que fueron destinados. Al día siguiente se les envió a Gzatsk (Gschatsk), a tan sólo diez kilómetros del frente, el punto más oriental al que había llegado el ejército alemán. Sin embargo, tuvieron suerte de continuar juntos: Hans Scholl, Alex Schmorell, Willi Graf y Hubert Furtwängler formaban un grupo inseparable. Jürgen Wittenstein, por el contrario, continuó la marcha hasta el frente.

El IX Ejército del Grupo Centro había consolidado aquí sus posiciones, después de que en el invierno de 1941 Moscú hubiera rechazado su ataque. Las batallas del invierno habían causado numerosas bajas, también en el cuerpo de Sanidad Militar, de modo que los estudiantes de Medicina fueron bien recibidos. Destinaron a Graf y Scholl al hospital para las víctimas de «epidemias» (tifus, disentería, malaria y difteria); sin embargo, debido a los ataques de partisanos, el hospital apenas pudo comenzar a funcionar, por lo que prácticamente no tenían trabajo, como anota Willi Graf, el 5 de agosto: «Visitas; por lo demás, poco trabajo. Uno tiene la impresión de que es superfluo», sobre lo que abunda al día siguiente: «Por la mañana estamos en la visita; en realidad no hacemos nada».

No obstante, apenas habían pasado diez días continuó su formación: fueron nombrados «médicos auxiliares»; además de la visita médica a la que se refiere Willi Graf, tenían clases y estudiaban los manuales previstos. Durante esas semanas se afianzó la amistad entre ellos, como recoge Willi en su diario: «En cualquier caso, lo importante es que estoy con los otros tres. Me parece que es importante para el futuro».

En otro punto más se diferenciaban los cuatro amigos del resto de los soldados alemanes: a pesar de todos los inconvenientes que les podía causar, buscaban el contacto con el pueblo ruso. Ya el primer domingo, el 2 de agosto de 1942, acudieron a la iglesia ortodoxa; a ello se refiere el diario de Willi Graf:

El domingo por la mañana fuimos a la iglesia rusa. Me encuentro en medio de esas personas que tanto han sufrido. Al principio, la matutina es muy monótona; pero los cantos son maravillosos, y así nos quedamos dos horas en la función religiosa.

En contraposición a las concisas frases de Willi, Hans se explaya describiendo el mismo acto litúrgico:

Esta es una función litúrgica diferente a la de los sobrios centroeuropeos. Se entra en una amplia nave. La bóveda está ennegrecida por el humo, el suelo es de madera; una cálida semioscuridad llena el espacio, y sólo las velas bajo el altar y los iconos llenan de oro las imágenes santas. Las personas están repartidas en grupos desordenados, hombres barbados con rostros bondadosos, vestidos con el azafrán más bello, mujeres con paños de colores alrededor del cabello, que se inclinan una y otra vez, haciendo con un maravilloso gesto la cruz de San Andrés. Algunos inclinan la cabeza profundamente hasta tocar y besar el suelo. El dorado de las velas tiñe sus rostros de rojo; los ojos brillan y mientras el murmullo se acalla, el pope levanta su voz y comienza a cantar en voz alta. Un coro responde con acordes magníficos. De nuevo canta el pope y de nuevo le responde el coro, reforzado por numerosas voces, tenores claros y bajos maravillosamente suaves. Los corazones de los creyentes vibran con la música, se aprecia el movimiento de las almas, que se abren tras el largo silencio, que por fin han encontrado su verdadera patria. Yo querría llorar de alegría, pues en mi alma se ha soltado una cadena detrás de la otra; me gustaría amar y reír, pues veo que por encima de estas personas doblegadas flota un ángel, más fuerte que los poderes de la nada.

En las anotaciones del diario, tanto de Willi Graf como de Hans Scholl, se recogen numerosos encuentros con la población rusa. La presencia de Alex les facilitó el contacto con la población rusa, les abrió puertas que a los demás alemanes quedaban cerradas; por ejemplo, el 22 de agosto Willi anota en su diario:

Al atardecer oímos canciones rusas en casa de una mujer que trabaja en el campamento. Nos sentamos al aire libre; tras los árboles sale la luna y sus rayos caen entre las filas de árboles. Comienza a hacer fresco; las muchachas cantan a la música de las guitarras y nosotros intentamos tararear los bajos. Es una bella escena, se siente el corazón de Rusia, que tanto amamos.

Los rusos estaban sorprendidos de que un alemán uniformado se dirigiera a ellos, hablándoles en ruso. Alex se sentía muy a gusto en la tierra que le había visto nacer; a la ayuda que significaba para los demás del grupo en el contacto con los rusos se refiere Hans Scholl en la ya mencionada carta a Kurt Huber del 17 de agosto:

Me resulta especialmente valioso mi amigo ruso. Yo también me esfuerzo por aprender la lengua rusa. Al atardecer vamos a casa de los rusos, bebemos con ellos y cantamos.

Con sus conocimientos de la lengua y su entusiasmo por su «patria», Alex les ayudó a ver Rusia y a sus habitantes con otros ojos. Por otro lado, «la población rusa» vivía en su mayoría en campamentos, obligados por los alemanes a trabajos forzados. En el frente del Este, la «confraternización» con la población resultaba especialmente sospechosa, por lo que los contactos de los cuatro amigos con los rusos no carecían de riesgo. Con todo, les regalaban pan, azúcar y sobre todo cigarrillos, aunque les acarreara problemas con sus superiores, como se puede leer en una anotación del 4 de noviembre en el diario de Willi Graf: «Casi se arma una bronca porque hemos dado cigarrillos a los prisioneros rusos». Una sombra más se cierne sobre la familia Scholl, cuando el padre, Robert Scholl, es condenado a cuatro meses de cárcel, como refiere Hans en su diario:

Ayer me escribió madre. Padre ha sido detenido por decir esa expresión famosa de que Hitler es un azote de Dios para Europa. Tendrá que pasar cuatro meses en la cárcel. Madre envía en su carta una petición de gracia, y me ruega a mí y a Werner que enviemos también peticiones, pues espera que viniendo del frente causarán más efecto que la suya. No lo haré de ninguna manera. No pediré gracia. Conozco el falso, pero también el verdadero orgullo. Hoy mismo hablaré con Werner.

En esos meses del otoño de 1942, los miembros de la Rosa Blanca tuvieron muchas posibilidades de reflexionar, animados también por la lectura de autores rusos: Gogol, Tolstoi y Dostoievski. En una carta del 2 de septiembre Hans escribe:

Aquí tengo mucho tiempo de ocio, y por lo tanto para reflexionar. Esto es lo que necesitamos todos. Las últimas semanas en Múnich han sido muy bellas y valiosas, pero debido a las prisas no hemos podido madurar muchas ideas.

Sobre qué reflexionaba Hans Scholl se desprende de su carta anterior a su madre, fechada el 24 de agosto:

Creo en el inmenso valor del sufrimiento. El verdadero sufrimiento es como un baño del que el hombre sale renacido. No queremos escaparnos de él, no hasta el final. ¿No es crucificado Cristo mil veces cada hora?

Y en una anotación del 28 de agosto en su diario:

Sólo oigo, durante el día y la noche, los gemidos de los que sufren; cuando duermo, los suspiros de los abandonados; y cuando reflexiono, mis pensamientos terminan en la agonía. Si Cristo no hubiera vivido y no hubiera muerto, no habría realmente ninguna salida. Entonces, todo el llanto sería horriblemente absurdo. Entonces habría que correr contra el próximo muro y romperse la cabeza. Pero así, no.

Durante su estancia en Rusia, los estudiantes han madurado interiormente; al contacto con la realidad de la guerra y la destrucción se habían afianzado en su idea de que sólo un rápido final de la guerra podía poner fin a todas las atrocidades que estaba cometiendo el nacionalsocialismo. Y estaban dispuestos a todo para contribuir a derrocar el sistema. Cuando, en octubre, les llega la orden de regresar a Munich, comienzan a tratar sobre el «plan»; es decir, cómo continuar las actividades que habían tenido que abandonar en Munich.