Los fundamentos intelectuales
En un mundo dominado por la imagen —televisión, cine, dvd, internet—, como es el de comienzos del siglo XXI, no resulta fácil hacerse cargo del ambiente intelectual dominante setenta años antes, en el que los libros —con la música y el arte— ocupaban un puesto preeminente. En la casa de la familia Scholl, como recordará más tarde Inge, la mayor de los cinco hermanos, «los libros desempeñaron un papel fundamental, desde la primera infancia». Inge había nacido el 11 de agosto de 1917 (falleció en 1998), en Ingersheim-Altenmünster, donde el padre Robert Scholl ejerce el cargo de alcalde; un año más tarde, el 22 de septiembre de 1918, nació Hans. En 1920 la familia se traslada a la pequeña ciudad de Forchtenberg, donde Robert asume la alcaldía. Aquí vienen al mundo los otros tres hijos: Elisabeth, el 27 de febrero de 1920, Sophie el 9 de mayo de 1921 y Werner, el 13 de noviembre de 1922 (dado por desaparecido en la guerra, en 1944).
En su casa, los hermanos Scholl aprenderán el respeto a la vida y a los más débiles de la sociedad, así como profundos valores cristianos. La madre, protestante, les educó en la religión: «Nos enseñó a rezar y nos familiarizó con la existencia de Dios, que lo sabe todo y que nos ama, a pesar de que no le vemos», dirá Inge años más tarde. La Biblia será un libro central para ellos. Su visión cristiana de la existencia se amplía a otros aspectos de la cultura: la literatura, el arte y la música formarán parte de sus vidas. Entre las lecturas en casa de la familia Scholl llama la atención el elevado número de autores prohibidos por el nacionalsocialismo: de Heinrich Heine, Stefan Zweig y Thomas Mann ya se ha hablado anteriormente; también leían autores de la República de Weimar que, como Werner Bergengruen, Hans Carossa y Ernst Wiechert, se encontraban por motivos humanitarios o religiosos en contra del régimen, o escritores como Franz Werfel, Rainer Maria Rilke y Stefan George, que propagaban una restauración desde un fundamento espiritual.
A pesar de estar muy unidos entre sí, los cinco hermanos Scholl no forman un grupo cerrado, sino que mantendrán siempre la casa abierta a amigos, compañeros y vecinos. Uno de los amigos que va a tener una influencia decisiva en la familia Scholl es Otto (Otl) Aicher, el futuro marido de Inge y compañero de clase de Werner en Ulm. Según dirá más tarde su futura esposa Inge:
Otl era uno de los amigos que nos dieron a conocer libros de Sócrates o también las Confesiones de san Agustín, los Pensamientos de Pascal, ¿Qué es el hombre? de Theodor Haecker, y obras de filósofos y escritores franceses como Maritain, Bernanos y Bloy. Werner había comenzado a formar una biblioteca de las religiones; primero había leído a Laotse; después se dedicó a leer a Buda, Confucio, el Corán, los filósofos griegos. Por su amigo Otl Aicher conoció los testimonios de la primitiva Cristiandad y de los grandes pensadores cristianos. De este modo, Werner fue el primero de nosotros que se dedicó a estudiar el cristianismo.
A diferencia de los hermanos Scholl, Otl Aicher procedía de una familia católica, y se educó en un ambiente consecuentemente católico. En las relaciones con el Estado nacionalsocialista, al menos en Ulm, existía una diferencia fundamental entre la Iglesia protestante y la católica: la protestante había llegado a una especie de «tregua», que se refleja en el hecho de que si bien las clases de «concepción del mundo» (Weltanschauungsunterricht, abreviadamente WAU) —que el régimen intentaba imponer para sustituir a las clases de Religión y en las que se ridiculizaba el cristianismo— no conseguían el éxito que los nazis habían previsto, la Iglesia tampoco lograba que se abolieran. Sin embargo, la Iglesia católica asume una postura abiertamente beligerante frente al nacionalsocialismo: el 3 de julio de 1932 tomaba posesión de la parroquia de Söflingen —pequeña ciudad vecina a Ulm, donde vivía la familia Aicher— Franz Weiss, quien desde el primer momento comienza a predicar desde el púlpito contra la ilegitimidad del Estado nacionalsocialista.
Weiss —un invitado frecuente en la casa de los Aicher— planeaba crear un grupo de resistencia, formado por 3.000 sacerdotes que habían luchado en la Primera Guerra Mundial; a pesar de los viajes que realizó por toda Alemania para crear esa estructura, no tuvo éxito: en 1939 fue condenado a un año de prisión y a continuación al exilio; no volvería a la diócesis hasta 1945.
Sobre la postura de Otl Aicher frente al nacionalsocialismo influyó no sólo Franz Weiss, sino también otro sacerdote que fue vicario en esa misma ciudad entre abril de 1938 y otoño de 1939: Bruno Wüstenberg, que llegaría a ser obispo en 1966 y después el primer nuncio alemán tras la guerra en diferentes países, le animó a leer a los Padres de la Iglesia, así como obras de filosofía y literatura católicas.
Los hermanos Scholl forman con Otl Aicher y dos amigos de este, Fridolin Kotz y Willi Habermann, a partir de 1938 ó 1939 —sobre el momento en que Otl acude por primera vez a la casa de la familia Scholl hay diversidad de opiniones—, una «célula de resistencia» sin la cual no habría surgido unos años más tarde la Rosa Blanca.
En ese grupo de amigos se pusieron los fundamentos intelectuales que alimentarían la postura de los miembros de la resistencia estudiantil al régimen; para Inge Scholl, ese círculo reflejaba el «sentimiento de unión contra el Estado de Hitler». Y en los debates que mantendrán, a veces durante noches enteras, irán puliendo el propio estilo, como se reflejará en la correspondencia de Sophie y Hans. Del grupo formará parte también Fritz Hartnagel, sobre quien se ha publicado recientemente —en el verano de 2005— una extensa monografía: novio de Sophie desde 1937, ingresa en la Escuela Militar en 1938; en 1941 es destinado a Rusia y será evacuado de Stalingrado en uno de los últimos aviones. Sophie empleará informaciones que le trasmite Fritz en su correspondencia para los escritos de la Rosa Blanca. Sophie acabará «convirtiendo» a Fritz en un decidido opositor del régimen; en 1944 contraerá matrimonio con Elisabeth. La «alianza Scholl», como se les comienza a conocer en Ulm, compartía sobre todo lecturas, conciertos y paseos; «cada uno participaba en el crecimiento intelectual de los otros», resumirá Inge.
En este estado de cosas les sorprende el comienzo de la Guerra, en septiembre de 1939. Eso les lleva a plantearse cuestiones existenciales; buscando respuesta, acuden a las fuentes. Entre los autores que menciona la correspondencia de Otl Aicher —y que coinciden con el testimonio de su futura esposa, arriba citado— se encuentran Platón, Aristóteles, san Agustín, Anselmo de Canterbury, Tomás de Aquino, Pascal, Kierkegaard, Newman y Tomás Moro.
En esta elección desempeñan un papel crucial, como veremos más adelante, dos filósofos y publicistas católicos de gran talla intelectual: Carl Muth y Theodor Haecker. Barbara Schüler, que en su muy documentada tesis doctoral Im Geiste der Gemordeten…: die Weiße Rose und ibre Wirkung in der Nachkriegszeit («En el espíritu de los asesinados…: la Rosa Blanca y sus repercusiones en la posguerra») presta especial atención al ambiente espiritual en que se formaron los componentes de la Rosa Blanca, los califica de «mentores, si es que no se les quiere denominar directores de almas».
No le falta razón a Barbara Schüler cuando emplea un término propio de la vida espiritual para definir las relaciones entre esos intelectuales y los jóvenes que estaban formando, no sólo intelectualmente, sino también en toda su personalidad, incluyendo las relaciones con Dios. Así se desprende de algunas anotaciones en el diario de Sophie Scholl; el 1 de noviembre de 1941, por ejemplo, escribe:
Me gustaría mucho creer que la oración me da fuerzas. Sola no puedo nada. Muth ha escrito que recemos por Otl. No había pensado nunca en rezar por él; me parecía que no lo necesitaba. Pero ¿quién no lo necesita? Incluso un santo…
Unos días más tarde, el 4 de noviembre:
Estuve el sábado por la tarde en la iglesia, con la excusa de tocar el armonio. Estaba completamente vacía. Intenté rezar; me puse de rodillas e intenté rezar (…). Pensé casualmente en la carta de Muth: me sorprende que encuentre el tiempo y el cariño para dirigirse también a mí.
Y al día siguiente anota: «Hoy, una carta de Otl. Voy a rezar con Muth para que nos lo conserve».
En efecto, el estudio de los filósofos cristianos no es para ellos sencillamente pasatiempo intelectual. Como recordará Inge Scholl, esos estudios remueven lo más hondo de sus creencias:
Dios y Cristo, que hasta entonces nos habían acompañado en imágenes de la infancia y que se habían ido convirtiendo en figuras simbólicas, en símbolos de la grandeza humana, comenzaron a cobrar significado y realidad, una realidad inefable, maravillosa, que nos colmaba y a la que dirigimos toda nuestra profunda curiosidad.
Si hasta entonces la filosofía les había parecido algo distinto de la fe, ahora se convertía en un «paso gradual para descubrir con la fe a un Dios personal». Esos jóvenes comenzaron a descubrir en el Evangelio la Palabra de Dios; a partir de 1939 dejan de lado el escepticismo, como describe Inge:
Descubrimos con toda conciencia esos puntos centrales de la fe cristiana, donde ya no hay conocimiento, sino sólo la fe, y tomamos conscientemente esa decisión. Después de haber subido la escala del conocimiento y de la Filosofía, nos decidimos a decir «sí»; sabíamos que esto daría una nueva orientación a nuestras vidas, para adaptarlas a esos valores que tan maravillosamente comenzaban a brillar.
Sin embargo, ese proceso de acercamiento a la fe cristiana aún tendría que madurar, como en una escala por la que irán ascendiendo; en el primer peldaño se encontraba empero un filósofo que parecía más apropiado para llevarles al ateísmo, con su filosofía de la «muerte de Dios», en lugar de a la fe: Friedrich Nietzsche.
En una carta a sus padres, fechada el 17 de abril de 1939, Hans Scholl escribe:
Para mis estudios de Nietzsche debería tener sus obras completas. Si papá me las pudiera conseguir en algún anticuario…
Fue Otl Aicher el primero en descubrir a Nietzsche; quizá fuera el hecho de que el nacionalsocialismo se hubiera apropiado de tal filósofo lo que le empujara a conocer al «Nietzsche completo», para poder discutir con sus profesores nazis. Precisamente Nietzsche había puesto en práctica la idea de formar una «alianza» con otros amigos, como hicieron también Aicher y los hermanos Scholl en su «alianza Scholl».
En cualquier caso, el estudio de Nietzsche fue solamente episódico; su lectura dejó paso a las obras de un movimiento que había surgido en Francia a finales del siglo XIX: la Renovación Católica. Autores como Georges Bernanos, León Bloy, Paul Claudel, Etienne Gilson y Jacques Maritain buscaban, mediante una vuelta a los estudios metafísicos, renovar la fe católica e imponer la visión cristiana del hombre en una sociedad descristianizada como la francesa. El movimiento tuvo una influencia decisiva para la conversión al catolicismo de una serie de autores en la Alemania de los años treinta y, junto a revistas como Hochland —de la que hablaremos más adelante—, contribuyó a renovar el catolicismo en Alemania. Otl Aicher conoció dichas obras a través de su amistad con el párroco Franz Weiss; el círculo de amigos de Ulm se mostró entusiasmado con la claridad de su lenguaje. Sobre todo el «humanismo integral» de Jacques Maritain dejó profundas huellas en la «alianza Scholl».
Pronto, el círculo de amigos de Ulm tendría ocasión de profundizar en el «humanismo cristiano» de Maritain en su contacto con intelectuales procedentes del «catolicismo reformado» como Carl Muth y Theodor Haecker. Su influencia —como ya se ha indicado anteriormente— tuvo un carácter integral: fe y razón, proyecto de vida y religión, programa de acción y filosofía cristiana formaban una unidad. Carl Muth había fundado en 1903 la revista Hochland («Tierras Altas»), una revista católica de carácter vanguardista, en la que ya el nombre tenía un carácter programático: tender un puente entre el pensamiento católico y la cultura moderna, en todos sus ámbitos, en particular en literatura y arte, al más alto nivel.
Entre sus colaboradores había tanto teólogos, filósofos e historiadores como críticos de teatro y de literatura, escritores y poetas. Si en los primeros años predominaban los artículos de carácter literario, filosófico y religioso, ya a partir de la Primera Guerra Mundial fueron ganando importancia los temas políticos, de cara a la reorientación en Europa después del gran conflicto armado. En las páginas de Hochland, el filósofo Max Scheler desarrolló el pensamiento de que el cristianismo estaba llamado a conseguir la unidad europea desde dentro, partiendo de la idea del amor fraterno. La paz había de ser, según se expresaba Muth, no sólo un balance de fuerzas, sino algo más profundo, basado en la idea de la humanidad. Pese a la enemistad con Francia, omnipresente en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, Muth se esforzó por recoger en su revista las ideas de los autores de la Renovación Católica francesa, que tanta influencia había tenido sobre él mismo.
Aunque, desde 1933, los números de Hochland habían de someterse a la censura antes de su publicación, el alto nivel intelectual y el elevado número de suscriptores (en 1939, 12.000) les permitió seguir publicándola hasta que —después de un primer cierre de la edición— fue prohibida en junio de 1941. Durante ocho años había conseguido no mencionar ni una sola vez el nombre de Hitler; sin embargo, habían sido frecuentes las alusiones a las coacciones del sistema, casi siempre veladas en analogías históricas.